Desde hoy traslado mi blog a una nueva dirección. Será la de una revista literaria en donde estaré en compañía de muchos y buenos escritores. Nos vemos en ZENDA:
Este es tu blog http://www.zendalibros.com/cia/blog-miguel-munarriz/
Hace unos días recibí un correo de María Iglesias, periodista y escritora, a la que los lectores de este blog conocen por haber participado en las dos ocasiones en que recurrí a los autores de la agencia Dos Passos para que dieran su opinión sobre diversos aspectos de la literatura.
María Iglesias se fue a Lesbos el 2 de marzo para rodar un documental, en cuyo montaje se encuentra ahora inmersa con el realizador Carlos Escaño y el operador Jaime Rodríguez, sobre la situación de los refugiados y el trabajo de voluntarios como PROEM-AID. Su correo era una llamada a la solidaridad ante el horror que había visto, en el que enviaba seis reportajes que he decidido colgar en este post como modesta contribución a su petición.
La ONG PROEM-AID, me cuenta María Iglesias, nació en octubre del Parque de Bomberos de Mairena del Aljarafe (Sevilla), ha crecido con efectivos de Andalucía y ya tiene bomberos/rescatadores de Madrid, La Rioja, Alicante… Tres de sus miembros fueron detenidos en enero y ahora, tras pagar 5.000 euros de fianza cada uno, esperan en España si se celebrará o no juicio con la acusación de «tráfico de personas», aunque el alcalde de Lesbos y la gobernadora de las islas del Egeo han señalado que fue «un desafortunado malentendido»…
Iglesias continúa contando: “Además, cerré previamente la publicación de reportajes tanto con la sección de Derechos Humanos de eldiario.es, llamada «Desalambre», como con el periódico ViceNews. Y finalmente han aparecido textos en ambos, más en la edición andaluza del primero, eldiario.es/andalucia que es donde publico mis artículos de opinión quincenales desde hace tres años. El azar ha querido que en el ecuador de la estancia, el 7 de marzo, se anunciaran tanto el pacto UE-Turquía como el cierre de fronteras en la ex República Yugoslava de Macedonia, con implicaciones graves en la realidad de los refugiados, lo que hemos podido mostrar tanto en los textos como en el material audiovisual que grabamos”.
Cundo yo recibo este correo de María no puedo más que ofrecerme para hacer de altavoz de esta situación, gesto que me agradece, porque, dice: “En efecto, si fuéramos más conscientes no pararíamos hasta resolverlo, no permitiríamos lo que está ocurriendo, ¡y en suelo europeo! Que desembarcan creyendo que están a salvo porque «han comprado» nuestros principios, se han creído lo de que somos «la Tierra de los derechos humanos» y se les cae el alma a los pies al comprobar que es una mentira más”.
Nuestro entorno diario es el de un mundo seguro, aunque cada vez menos; un mundo pequeño dentro de otro enorme, dividido entre los que pasan hambre y los que tiran toneladas de alimentos a la basura. “Vivimos en una burbuja”, continúa Iglesias, “y cuando se ve una pequeña parte de lo que hay fuera, es tan duro, tan terrible para tanta gente, hermanos nuestros, de todas las edades, profesiones… Tantos niños, tantos viejos, tan débiles… Pero la enorme dimensión de esta tragedia no puede paralizarnos. Tenemos que estar enteros y actuar con inteligencia para ayudar”.
Como he dicho, María está ahora en pleno trabajo de montaje de su documental pero la situación, desde su regreso de Lesbos, dice que no solo no ha mejorado, “sino que no hace más que empeorar con las deportaciones y toda la violencia a nuestro alrededor, lo mismo en Bruselas que en Lahore”. Por eso continúa promoviendo reuniones con asociaciones e instituciones, como el Defensor del Pueblo Andaluz, para intentar alcanzar algunas metas concretas. “No dejo de dar vueltas a cómo, también desde el mundo de la cultura, podríamos ayudar. Algo se nos tiene que ocurrir”, concluye.
ENLACES:
https://news.vice.com/es/article/bomberos-espanoles-lesbos-grecia-ayudan-refugiados-1703
http://www.eldiario.es/desalambre/confiamos-Turquia-entregan-devolveran-Siria_0_493101062.html
http://www.eldiario.es/desalambre/Negamos-inmigrante-economico-aplicarnos-estudiar_0_494851303.html
http://www.eldiario.es/andalucia/sevilla/Europa-Turquia-quitarse-muerto-encima_0_495201734.html
http://www.eldiario.es/andalucia/Lesbos-siguiente-rescatan-volvemos-material_0_497300460.html
http://www.eldiario.es/andalucia/desdeelsur/Actuemos-horror-deportacion_6_497360264.html
María Iglesias: http://www.periodista-freelance.com
Estamos en la era de las series televisivas y hemos llegado a tal punto que en cada conversación sale casi siempre el tema: ¿habéis visto House of cards?, no, la tengo pendiente, ¿y Breaking bad?, ¿Mad men?, ¿Fargo?, y así todo el rato. Pero ocurre que en ese intercambio de títulos y de opiniones, nadie, o casi nadie nombra una serie española, si acaso desde hace poco El Ministerio del Tiempo.
Por eso yo quiero hablar hoy, aquí, de Cuéntame cómo pasó (La 1 de TVE) para decir que en sus 302 capítulos nunca me ha defraudado, y aunque me hayan gustado mucho los que correspondían a los años 60 y 70, porque el tono melancólico de la narración me recuerda haberlos vivido yo de forma muchas veces parecida, al menos en la actitud política, en los gustos musicales, en estos últimos capítulos, de la época democrática -en 1984-, algunos siguen dejándome clavado en el sillón, como este último en el que se cuenta al final una vendimia en el pago familiar de Sagrillas, en la que participa en pleno la familia Alcántara. Pero para llegar a ese happy end hay que conocer el conflicto que colea bastantes capítulos atrás, con las tensiones que sufren a causa de un exsocio de la bodega que regentan Antonio (Imanol Arias) y Merche (Ana Duato), ahora apoyados por sus hijos. Un conflicto enquistado por la envidia que tienen a esta familia a la que nada se les pone por delante, a pesar de sus propios problemas internos, y que ahora, gracias al coraje y al arrojo de Inés (Irene Visedo), su hija, actriz, consigue traer de la ciudad al pueblo de Sagrillas a sus colegas del teatro que se convertirán, durante una jornada gloriosa, en una cuadrilla de improvisados vendimiadores, que convierten aquellas vides castellanas en un idílico paraje provenzal.
Lo que le da al final un aire épico, es que Julia (Claudia Traisac), la hija del malvado exsocio, enamorada de Carlos (Ricardo Gómez), el hijo menor de los Alcántara, se una a la cuadrilla de vendimiadores que convertirán este duro trabajo de recolectar la uva en un acto de amor y de solidaridad. Un apoteosis final que es un ejemplo de buen cine, en el que no falta nada: la música, el color, la ropa, los rostros mirándose sonrientes, la emoción de todos, y la del padre, Antonio Alcántara, que levanta la vista y les conmina, orgulloso, a seguir con la tarea, la de su mujer, Merche, que pone en su mirada todo el amor que siente por él; del hermano de Antonio, Miguel, el otro Alcántara, indispensable papel que hace Juan Echnove, y al que su hermano llama De Gaulle por haber estado muchos años exiliado en Francia; el orgullo de Carlos, quien se está haciendo todo un hombre con hidalguía, un personaje que es todo corazón y que es, además, el hilo conductor de la serie; su primer gran amor, Karina (Elena Rivera), que recién redescubre sus sentimientos hacia Carlos, correspondido, y las miradas que se cruza con Julia, al descubrirse enamoradas del mismo hombre, y tras darse cuenta, sus sonrisas cómplices…
¿Se nota que he quedado impresionado?, pues solo falta decir que lo que cantan es la Canción de los vendimiadores, el poema de Miguel Hernández, que mi hermano, Chema, se encargó de buscarme, así como la imagen en you tube que incorporo.
Si vas a la vendimia,
mi niña, sola,
volverás con la saya
de cualquier forma.
Y a pocos meses
te rondarán el talle
sandías verdes.
De la vendimia vengo
sola, mi niño,
con la saya ordenada
y talle fino.
De la vendimia
vuelve revuelto el talle
que se malicia.
A la vendimia, niñas
vendimiadoras.
A la vendimia, niña,
que ya es la hora.
¡Si vendimiara
el ramo de tu pecho
y el de tu cara!
A la vendimia, niños
vendimiadores.
A la vendimia, niño,
van mis amores.
Mas con el cuido
de no perder las hojas
ni los racimos.
Enriquezco tu mano
cortando uvas
cubiertas por los soles
y por las lunas.
¡Ay si quisieras
que cortara tus besos
con mis tijeras!
Cuando pisa racimos
tu abarca verde,
tu pie se vuelve sangre,
mi sangre nieve.
Pisa las uvas,
que como mis amores
ya están maduras.
21 de marzo. La poesía
Y mientras yo pensaba en qué poema iba a rescatar para ese día me llega un correo de Samantha Bermejo, la poeta -porque ya podemos llamarla así-, alumna de Enfermería que los lectores de este blog conocen bien, y me dice:
«Llevaba unos días pensando en cómo escribir otro poema y he visto que hoy era el Día Internacional de la Poesía y me ha dado una idea recordando a Bécquer, que fue el primer poeta que leí cuando era niña. Quería compartir contigo mi pequeña aportación.
Por cierto, me encantó la iniciativa de #Porquéleer y la lista de recomendaciones que subiste, he leído bastantes, pero ya tengo más de un título pendiente que no conocía».
¿Qué es poesía?
Pienso mientras siento a Bécquer buscando mi pupila azul
¿Qué es poesía?
Me pregunto mientras la locura emana de tus ojos marrones
mientras la luz acaricia tu piel
y mi mano juega a acariciarte,
mientras me detengo al besarte
tan sólo para decirte te quiero
Preguntar qué es poesía es cómo preguntar qué es el amor
Querer definir lo que siento cuando te veo
y lo que siento cuando me alejo
El amor es poesía y la poesía es amor
Igual de fuerte, igual de doloroso, igual de bello
El paraíso inhumano al que buscamos llegar,
aquello intangible que queremos tocar
¿Qué es poesía? ¿y tú me lo preguntas?
Poesía eres tú
¿Se puede decir mejor?, ¿se puede articular con más sentido, hilar con más gracia los versos de nuestro mejor romántico y traerlos a su terreno? Enhorabuena, y no solo a ella sino también a nosotros como lectores porque tenemos la suerte de saludar a una poeta que sin duda dará que hablar, y muy bien, por cierto.
En la agencia Dos Passos hemos lanzado una propuesta de animación a la lectura. Una campaña en la que participan autores de la agencia, que han grabado un vídeo con el hashtag #porquéleer, en el que dan sus razones de por qué es importante la lectura y además recomiendan cinco libros. La campaña está en marcha y algunos medios de comunicación se han hecho eco de ella. Se puede ver en: DOS PASSOS MEDIA – YOU TUBE. Animo a participar a todos los que lean este post.
La curiosidad no debemos perderla nunca. Leer nos ayuda a ser más curiosos con cada historia que leemos. Nuestro pensamiento se vuelve más inquieto porque al leer se segrega una sustancia que estimula la parte más creativa del cerebro y nos hacemos más interesantes, más mundanos, más sabios y pensamos mejor, hablamos mejor y escribimos mejor, y todo esto, y hay que decírselo a los adolescentes, es sexy.
Mi recomendación de cinco libros la voy a convertir en una lista de cuentos y de novelas que tengo escrita desde hace tiempo, que una vez hice para entretenerme y que ahora, aprovechando esta circunstancia, la voy a exponer, porque para descubrir la literatura… lo mejor es leer.
CUENTOS
Bierce: Un suceso en el puente Owl
Bioy Casares: El geógrafo
Borges: Emma Zunz
Capote: Una hermosa criatura
Carver: Caballos en la niebla
Cortázar: Los venenos
Clarín ¡Adiós, cordera!
Cheever: El nadador
Chéjov: La señora del perrito
G. Márquez: Un día de estos
Hemingway: Colinas como elefantes blancos
Monterroso: Leopoldo, sus trabajos
Poe: La carta robada
Rubem Fonseca: El cobrador
Rulfo: ¡Diles que no me maten!
Salinger: Un día perfecto para el pez plátano
Vargas Llosa: Día domingo
CUENTO LARGO/NOVELA CORTA
Tolstoi: La muerte de Iván Illich
Melville: Bartleby el escribiente
Julio Cortázar: El perseguidor
Camus: El extranjero
Orwell: Rebelión en la granja
Cervantes: El coloquio de los perros
Kafka: La metamorfosis
Cela: La familia de Pascual Duarte
E. Mendoza: El año del diluvio
Fred Uhlman: Reencuentro
Merce Rodoreda: La Plaza del Diamante
G. G. Márquez: Crónica de una muerte anunciada
NOVELA
Goethe: Werther
Dickens: Papeles póstumos del Club Pickwik
Juan Marsé: Últimas tardes con Teresa
Stevenson: Doctor Jekill y Mr. Hyde
Faulkner: Santuario
G. Orwell: Rebelión en la granja
G. Green: El factor humano
NOVELAS DE ADULTERIO SIGLO XX
Leopoldo Alas Clarín: La Regenta (España)
Leon Tolstoi: Ana Karenina (Rusia)
Theodor Fontane: Effie Briest (Alemania)
Gustave Flaubert: Madame Bovary (Francia)
NOVELAS QUE INAUGURAN EL CAMBIO DE SIGLO
Marcel Proust: En busca del tiempo perdido
James Joyce: Ulises
NOVELAS DE GÉNERO NEGRO
Ágata Christie: El asesinato de Roger Ackroyd
James M. Cain: El cartero siempre llama dos veces
Patricia Higsmith: El amigo americano
Graham Green: Nuestro hombre en La Habana
NOVELAS CON PROTAGONISTA ADOLESCENTE
Alain Fournier: El Gran Meaulnes
J.D. Salinger: El guardián entre el centeno
Truman Capote: El arpa de hierba
Julian Barnes: Metrolandia
Julián Ayesta: Helena o el mar del verano
Vladimir Nabokov: Lolita
Mark Twain: Tom Sawyer
R.L. Stevenson: La isla del tesoro
Esta es la mejor demostración del deseo que produce la necesidad de saber:
«Mientras le preparaban la cicuta, Sócrates aprendía un aria para flauta. «¿De qué te va a servir?», le preguntaron. «Para saberla antes de morir»».
Un artista nunca trabaja bajo condiciones ideales. En el caso de que existieran, su trabajo no existiría. Debe existir alguna clase de presión. El artista existe porque el mundo no es perfecto. El arte no sería útil si el mundo fuera perfecto, así como el hombre no buscaría la armonía si simplemente viviera en ella. El arte nació de un mundo que ha sido diseñado enfermo. (Andréi Tarkovski)
El pasado 24 de febrero di una charla en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, invitado por Azucena Pedraza y Ana Palmar, creadoras y titulares de la asignatura: “Drama, Narración y Subjetividad”, a las que conocí gracias a Eva García Perea, enfermera y profesora de la asignatura, «Enfermería de la mujer y enfermería de cuidados críticos y complejos». Eva está terminando su tesis que promete ser muy interesante y necesaria, basada en el dolor, concretamente en el seguimiento de personas con dolor.
Hay amistades recientes que en poco tiempo se instalan en tu vida de forma que, sin saber por qué, intuyes -y en poco tiempo constatas- que serán indelebles. A Eva la conocimos gracias a la escritora Paloma Sánchez-Garnica, autora, entre otras novelas, de La sonata del silencio (Planeta), convertida en serie de 9 capítulos que TVE comenzará a emitir en prime time próximamente. Con Paloma -y su marido, Manuel de Jorge-, a la que Palmira Márquez, directora de nuestra agencia Dos Passos, representa desde el año pasado, compartimos jornadas deliciosas y en una de ellas conocimos a Eva y a Emilio, un pediatra al que la literatura también le ha tocado con la varita. En la primera cena coincidimos inmediatamente en dos cosas que cada vez van más unidas a los que celebran la vida entre el espíritu y la materia, es decir, la literatura y el buen vino, y compartimos con Baco algunas lecturas felices, recuerdo entre ellas, Mi familia y otros animales (Alianza), de Gerald Durrel, una crónica ejemplar sobre la vida sencilla, escrita con humor y amor a los animales.
Bien, pero estaba en la charla con las futuras enfermeras -y algún enfermero- porque eran unos 60 alumnos, de los que un 90% eran chicas, que me puso en contacto con veinteañeros de los que hacía tiempo estaba desconectado. Y eso me deparó más de una agradable sorpresa.
Con un nombre de asignatura tan amplio como era “Drama, narración y subjetividad”, pude lanzarme por los laberintos de la poesía y el dolor, como parte central, y hablarles de César Vallejo, Paul Celan, Anna Ajmatova… de la que les conté una breve y escalofriante historia:
Anna Ajmátova (1889-1966) sufre la censura, el fusilamiento de su marido y el destierro de su hijo a Siberia. Escribe un largo poema sobre el horror que titula “Réquiem” que solo se publica en Rusia en 1989, es decir, cuando cae el muro de Berlín y le queda poco para que se desmorone por completo la antigua Unión Soviética. Uno de los grandes filósofos contemporáneos, Isaiah Berlin, va un día de 1946 a Moscú y visita a Anna Ajmátova. Es una noche llena de hallazgos por la que le costaría a la poeta que el régimen le suprimiera el carnet para comprar comida y todas las posibilidades para seguir ejerciendo su trabajo como traductora. Aquella hermosa mujer que había perdido pronto su belleza, a la que incluso el mismo Modigliani le había pintado más de un retrato, hacía cola ante una cárcel de Leningrado intentando averiguar si su hijo seguía vivo. Lo cuenta en RÉQUIEM:
En los terribles años del terror de Yezhov hice cola durante siete meses delante de las cárceles de Leningrado. Una vez alguien me “reconoció”. Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados, que naturalmente nunca había oído de mi nombre, despertó del entumecimiento que era habitual en todas nosotras y me susurró al oído (allí hablábamos todas en voz baja):
-¿Y usted puede describir esto?
Y yo dije:
-Puedo.
Entonces algo como una sonrisa resbaló en aquello que una vez había sido su rostro.
Como en aquella charla en la facultad hubo un poco de todo, también les conté anécdotas de ahora mismo, que pasan en las redes sociales, que es algo que ellos dominan a la perfección.
En una época crítica para los escritores profesionales, ya no digamos para los que se dedican a la lírica, Internet es un vivero para la poesía, que sirve para muchas cosas: para superar una crisis, para aliviar enfermedades… o sencillamente para disfrutar, como esta iniciativa: “Palabras prestadas. Versos con cinco palabras”, que dos personas imaginativas pusieron en marcha. Charles Olsen y Lilián Pallarés tuvieron la idea de esta web en un aeropuerto de Cerdeña. “Como estábamos aburridos en el aeropuerto», dice Pallarés, «le pedí a Charles cinco palabras para hacer un poema. Él se entusiasmó tanto que me pidió otras cinco».
Las cinco palabras que Pallarés le dio a Olsen fueron:
algas, poeta, vino, clínica y metafóricos
Y esas palabras se transformaron en este poema:
En la clínica de San José una poeta estornuda versos metafóricos… frases como vino tinto con cuerpo de algas infinitas.
Antes de acabar la charla escribí en la pizarra que estaba detrás de mí y que, como en mi infancia ocupaba casi toda la pared, mis cinco palabras:
amor, silencio, poema, ventana y lúgubre
Quería incitarlos a que construyeran su propio poema, y para ello me aventuré a escribir el mío:
El amor no puede ser silencio
pero tiene el peligro
de salir por la ventana
como un poema lúgubre
Al final de un encuentro de casi dos horas, invité a un coloquio a aquellos jóvenes, a los que vi prestarme atención en todo momento, incluso a más de uno, y a más de una, tomar notas, siquiera para comprobar que en verdad habían prestado la atención que yo había intuido, y me encontré con que eran muchos los que levantaban la mano para participar. Empezaban hablando desde el pupitre pero cuando me decían que habían leído a este o a aquel poeta, yo les invitaba a salir a leer el poema. Y dicho y hecho, se colocaban a mi lado y leían en el móvil el poema que les gustaba: de Rubén Darío, de César Vallejo, de Ángel González, de Baudelaire…
La experiencia fue doblemente gratificante porque yo no esperaba aquello. Fui con el prejuicio de quien vive al margen de la realidad de los estudiantes y salí aprendiendo una buena lección que continuó hasta el día siguiente en que me encontré con un correo electrónico de una de las alumnas que me envío un poema con las cinco palabras que yo garabateé en el encerado. El poema, magnífico, lo firmaba Samantha Bermejo Boya, a la que le he pedido permiso para contarlo, que escribió lo siguiente:
«Soy alumna de enfermería y ayer estaba en la ponencia dada por usted. Dado mi interés por la literatura y como nos propuso, me gustaría enseñarle el poema escrito a partir de las cinco palabras que dijo hoy durante la clase».
Y este es el poema que Samantha envió sin título pero al que le podríamos poner, por ejemplo:
DESCRIPCIÓN DEL AMOR EN CINCO PALABRAS
No se puede amar en silencio
igual que no se puede describir el amor con palabras
o igual que no puedo escribir este poema sin recordarte,
sin seguir viendo tus lágrimas diciendo adiós desde la ventana.
Creo que no hay cosa más ruidosa que el amor.
Desde las risas que nos provocamos casi sin motivo,
desde el corazón rebotando contra el pecho cada vez que nos acercamos,
el golpe de nuestros dientes o el movimiento de nuestros labios,
hasta las tablas de madera crujiendo aguantando el peso de nuestros cuerpos,
o el grito ahogado que no podemos controlar al vernos marchar.
Aquel que crea que el amor tiene silencio es porque nunca ha amado,
es aquel que intenta encender una cerilla mojada en medio de un lúgubre destino,
es aquel que niega estar loco, aun estando enamorado.
******
Y este fue mi feliz encuentro con la magia de la vida. Quien la probó, lo sabe.
A José C. Vales, filólogo, traductor y autor de la novela Cabaret Biarritz (Destino), Premio Nadal, 2015, con el que hablo de cosas de las que no sé nada para aprender algo de lo mucho que él sabe.
Yo también me sumo a ese río de tinta que nos lleva, parafraseando a José Luis Sampedro, aunque no sepamos bien adónde, con motivo de la reciente muerte del semiólogo y novelista Umberto Eco (1932-2016).
Cuando llegó a mis manos su primera novela, El nombre de la rosa (Lumen, 1980), de la que dicen que ha vendido 30 millones de ejemplares, Eco era ya el personaje indiscutible que fue siempre gracias a libros como Obra abierta, que había publicado en Italia en 1962, en la que el autor conduce al lector para que sea este quien reescriba el texto, generando una particular relación entre el que escribe y el que lee.
En esa relación tan experimental, ya en el terreno de la novela, otro escritor italiano, -aunque nacido en Cuba- el personalísimo Italo Calvino (1923-1985), publica Si una noche de invierno un viajero (Siruela, 1979), que según el propio autor, “es una novela sobre el placer de leer novelas” porque el protagonista es el lector que, empujado por los acontecimientos, es inducido a volver a leer el principio diez veces. Así comienza: “Estás a punto de empezar a leer una nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla”.
Fue a principios de los 80 cuando llegué a Umberto Eco, a uno de los libros que más me costó entender (creo que no entendí nada porque para eso había que tener en semiología una base sólida), pero en el que me zambullí como si entrara en una piscina en verano -tal vez fuese la atracción de un título tan poético, –La estructura ausente (1968). En ese tiempo en que Umberto Eco publica sus libros de semiología, el también semiólogo, Roland Barthes proponía que la obra, para que no muriera, debería ser siempre abierta, cuya consecuencia lógica era la muerte del autor, aunque sobre la cooperación entre texto y lector, Eco ya había teorizado en Lector in fabula. Coincidían entonces mis lecturas con El grado cero de la escritura, de Roland Barthes, aunque el libro con que Barthes me tuvo más tiempo reflexionando sobre la retórica y el ornamento que rodea la literatura fue El placer del texto. Libros que en aquel momento de búsqueda de significados y significantes, como diría Saussure, constituían mi pequeño mundo intelectual que también navegaba a favor de los vientos del arte, el cine, el teatro, la novela y la poesía.
Con El nombre de la rosa, Umberto Eco entró de lleno en la cultura de masas de la que había hablado en Apocalípticos e integrados (1964) y aquella novela fue como una coctelera en la que introdujo el relato gótico, la novela policial y la crónica medieval, de cuya destilación resultó un detective llamado con toda intención Guillermo de Baskerville, que se encargaba de resolver los crímenes cometidos en una abadía benedictina en el siglo XVI.
Una reflexión
Entre 1975 y 1985, es decir, en la década que va desde la muerte del dictador en la cama hasta la entrada de España en la Unión Europa, muchos jóvenes nos dedicamos con tesón y voluntad de cambio a intentar darle la famosa vuelta a la tortilla a este país del que incluso llegamos a renegar por haber estado en la cola de casi todo. Sobre todo en cultura democrática. Fue un tiempo que sirvió para poner los cimientos en la construcción de un país del que algunos apocalípticos decían que aún no estaba preparado para el cambio. Pasaron muchas cosas buenas y llegamos a alcanzar un nivel en el crecimiento de una clase media que empezaba a creerse a sí misma y a acceder a un mundo más cultural, educado y libre del que había salido. Estábamos haciendo entre todos un país que no lo iba a reconocer ni la madre que lo parió, como se encargó de decir alto y claro Alfonso Guerra.
¿Cómo es posible que hoy, con aquellas luchas y aquellos afanes tan legítimos hayamos desembocado en este aquelarre de monstruos cuyos ilegítimos afanes en todo ese tiempo era esquilmarnos cuanto más, mejor? ¿De qué se reían Rita Barberá y Francisco Camps cuando los vemos ahora en la tele?, su caloret nos sonroja a los que habíamos trabajado tanto por dejar de ser diferentes ante Europa, aunque aún lo sigamos siendo cuando Barberá dice cosas tan peregrinas como que no se va a dejar juzgar por los tribunales populares y totalitarios de una izquierda radical.
Esa Europa que se estaba construyendo en los años 90, y para la que también Umberto Eco aportó un trabajo pedido expresamente para la ocasión, titulado A la busca de la lengua perfecta (Crítica, 1993); esa gran esperanza dibujada por la geografía, modelada por la historia, desde que los griegos le pusieron el nombre de Europa, parece cada día más lejos de ser una realidad sólida, y su camino hacia la unidad vuelve a peligrar por los conflictos y las contradicciones internas. Nos persigue el maleficio del que Jaime Gil de Biedma hablaba en el poema “Apología y petición”:
De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal.
Entonces, ese mal había sido la Guerra Civil y una dictadura de 40 años. Hoy, nuestro mal es la corrupción, el sálvese quien pueda y el “y tú más”. Y de nuevo, aunque resulta todo tan viejo como nuestra historia, las posturas arrogantes, las banderas salvadoras, la falta de generosidad y ese mal endémico que parece tan arraigado como la envidia, que es el paletismo del nuevo rico.
Y por si todo esto le sonara a alguien demasiado negativo, solo habrá que poner sobre la mesa estos seis pilares: ciencia, cultura, educación, sanidad, pensiones y empleo, y pensar en qué momento están, cuánto tiempo podremos esperar antes de que sea demasiado tarde para no tener que decir, como Mario Vargas Llosa, en el comienzo de una de sus mejores novelas, Conversación en la catedral (publicada por primera vez en 1969 y en Alfaguara en 2003): “En qué momento se había jodido el Perú?”.
En el año 1996 me llamó Juan Carlos Laviana, adjunto a la dirección de El Mundo, y me dijo: «Me ha dado tu teléfono Silvia Fernández [en aquellos años directora de comunicación de ediciones B]; me gustaría hablar contigo sobre la posibilidad de que coordinaras La Esfera, nuestro suplemento de cultura». ¿Y qué es lo que se puede responder ante semejante propuesta? Como aquellos años fueron una fiesta, al menos para mí, como el París que siempre recordó Hemingway, Laviana me mandó un billete de avión, y ya en El Mundo hablamos durante toda la mañana. Luego me invitó a comer y se llevó a Manu Llorente, entonces y ahora redactor jefe de cultura, continuamos hablando hasta las cinco de la tarde y volvimos al periódico. ¿A qué?, «Voy a presentarle a Pedro J., el próximo director de La Esfera», me dijo. Esto que cuento lo hago por dos motivos: el principal es porque nunca me cansaré de agradecer a Juan Carlos Laviana, autor del magnífico libro Los chicos de la prensa (Nickel Odeón, 1996) todo lo que hizo por mí y todo lo que aprendí de él. El otro motivo es que Manu Llorente me pidió que en mi primera entrevista tenía que estrenarme nada menos que con el primer espada del periódico, con Francisco Umbral, a propósito de su nuevo libro, Los cuadernos de Luis Vives (Planeta). Empecé a trabajar en El Mundo el 19 de agosto del 96 y la entrevista se publicó el 6 de octubre.
Pero antes diré que llevo unos días sumido de nuevo en La noche que llegué al café Gijón (Destino), de Fancisco Umbral, y compruebo que me sigue gustando como antes, tal vez más porque el paso del tiempo nos hace comprender mejor la vida de un escritor de memorias. Umbral las terminó de escribir en 1976 y en ellas habla del Madrid de la época, de las miserias franquistas, de los escritores que conoció, leyó y admiró, de sus lecturas en las distintas pensiones en las que vivió y del periodismo. En resumen, de la forja de un escritor en una ciudad en blanco y negro. A lo largo de todo el libro está presente la escritura de un ensayo que lo situaría en un grado importante de la intelectualidad, se trata de la biografía de Larra, que él titularía Anatomía de un dandy y que Alfaguara publicaría en su colección «Los ojos abiertos», en 1965.
Esta memoria de Umbral se cierra con una frase lapidaria, una reflexión ácida ante la muerte de Ramón Gómez de la Serna, con el que, dice, «moría mi sueño arcádico, que realmente había muerto mucho antes»: «¿Para qué insistir en la literatura, me preguntaba yo, sin esperanza ya de que la literatura fuese la salvación de nada, sino el más mediocre compromiso con la Historia? Había que empezar donde él había terminado. En el desencanto».
Esta es la entrevista, a la que recorté partes alusivas a asuntos que han perdido actualidad (aunque he dejado otros), y que titulé así:
«Soy todo lo monárquico que puede ser un republicano»
Francisco Umbral publica Los cuadernos de Luis Vives, su memoria de artista adolescente
Al llegar a la dacha de Francisco Umbral un perro vecino ladra inquieto. Yo sé que ahí no es porque en el «santuario» de Umbral lo que debe reinar es el silencio. María España sale en ese momento a ver si el cartero llamó esa mañana. Le pregunto y amablemente me conduce por un camino de piedra que abre en dos el coqueto jardín que rodea la casa. Veo el magnolio del que habla Umbral en el atrio-prólogo a Las palabras de la tribu. «Ahora viene», me dice María, y sale él de rosa y azul picassianos. Parece que yo haya estado allí desde siempre. Dentro de la casa están la mesa camilla, el sillón de mimbre en donde él se sienta para inmediatamente colocar sus largas piernas sobre la mesa, como en la foto del premio Príncipe de Asturias. Esta sí es la casa que buscaba, el perro vecino deja de dar la lata y siento que acabo de entrar en otro reino, un reino felino, aunque «Loewe», la gata, no se deje tentar por la curiosidad de un extraño. «Seguro que te ha visto», me dice Umbral, «te estará observando desde algún sitio. Luego vendrá».
Por dónde empezar, me digo. «¿Por dónde empezamos, querido?, ¿quieres hablar aquí o nos vamos a comer?», me pregunta. A Umbral se le ha desarrollado el olfato de tanto convivir con «Loewe», aunque ella no se entere, «como los seres que más amamos. Como las chicas. En fin» (lo cuenta en el Atrio a Los cuadernos de Luis Vives) y comienza presentándome su antigua herramienta, con la que aún escribe sus artículos: «Esta es mi pobre máquina, que tiene treinta y cinco años. Ahí está esa otra Olivetti roja, que es francesa; es roja porque los franceses son más imaginativos».
Umbral está rodeado de cuadros, de libros, de memoria, que le arropan. «Antes todo duraba más. El otro día le dije a Julia Otero que ahora vivíamos en el recambio continuo: el automóvil, las bragas de usar y tirar, porque antes las bragas eran para toda la vida, y me dice: podía haber puesto usted el ejemplo de los calzoncillos. Enseguida salió la feminista, hay que tener un cuidado con ellas…».
La visita, la entrevista, es por su último libro, pero quiero empezar por el premio, porque ahora ya es un Príncipe. Le pregunto por el discurso. «Aún no está terminado», pero me lo lee con esa voz de radiofonista de noche, con ritmo lírico, mientras de vez en cuando recoloca sus sempiternas gafas de joven airado. Cuando creo que he aprehendido algunas de las frases más hermosas que han salido de su pluma, exclama: «¡No me jodas, no lo grabes!» Y aquí estoy de nuevo, intentando contar nuestra charla mientras guardo celosamente un secreto casi real.
– Los pobres, Umbral, ocho millones de pobres de solemnidad, los has metido en tu columna de EL MUNDO. En cuántas columnas se acuerdan de los pobres, de los negros, de los jubilados.
– Es que el columnista de hoy se limita a poner lo que ha dicho el político el día anterior. De lo otro no se ocupa nadie, no se ocupó Felipe, ni se ocupa éste…, andan con los papeles [con este se refería a Aznar]. Pero a mí me parecen mucho más urgente los pobres. En mis columnas hay más de sociología que de política, me preocupa más el estado real de una sociedad, las costumbres, que el trapicheo político; ¡hombre!, a los políticos hay que seguirlos también porque son muy divertidos.
Las manos. «Lo que más me gustó de mí era las manos», dice en Los cuadernos… «Por eso necesitaba dar conferencias, para lucirlas». Y añade: «También me gustaban mis pies, pero no se puede dar una conferencia con los pies». Umbral mueve sus manos mientras habla. Son finas, burguesas, aunque no tenga tras de sí diez generaciones de ocio. Pero tampoco de trabajo manual, «artesano», como decía su abuela. La única justicia en la que cree Umbral es en la justicia poética, pero hay que seguir siendo rojo; lo hizo durante el franquismo, el felipismo, y ahora. «Tienen que ir resolviéndose las cosas porque esta política ultraliberal, no puede ser».
– ¿Y el culebrón del CESID?
– Con los papeles tienen sujeto a Felipe. Aznar prefiere jugar con eso y tenerlo controlado. También le sirve como arma para no dejarle hacer oposición. En cuanto le vea muy duro le saca un papel. En este momento hay que escuchar a los jueces porque los políticos lo están desnaturalizando.
[Me gustaría saber qué pensaría ahora Umbral de la situación actual. De la llegada de nuevos partidos, de los pactos o no pactos para formar Gobierno, de la corrupción tan escandalosa, del asalto a la cultura con el 21% de IVA…, pero mejor continuar con la entrevista].
– Monarquía o República, ¿es esa la cuestión?
– Ese es un problema que tendrá que plantearse en España, pero ahora tenemos otros más urgentes, los parados, los viejos, Europa. Ahora hay que gobernar. No es el momento.
– Me da la impresión de que así se podría esperar eternamente.
– No. Cuando este Rey abdique en el Príncipe, porque creo que lo hará, ése será el momento. Este señor se ganó la monarquía el 23-F, se ganó la corona por cojones. El príncipe Felipe tiene todos los títulos para ser Rey, pero hoy la monarquía, aparte de ser hereditaria, hay que ganársela. Yo creo que eso, el príncipe de Gales lo ha visto claro. Pero Juan Carlos hoy lo ganaría seguro. Yo soy todo lo monárquico que puede ser un republicano. Y eso se lo digo al Rey como te lo estoy diciendo a ti. [Tampoco ha podido ver la abdicación. Es posible que la actuación del nuevo monarca no le pareciera demasiado mal].
– Loewe» sigue sin aparecer.
– La vino a buscar un novio, aunque siempre está por aquí, conmigo; cuando estoy escribiendo y noto que me estoy poniendo un poco coñazo, que me estoy poniendo pedante, hago una ruptura rápida: está lloviendo, o viene la gata. Eso Eliot lo hacía muy bien; eso responde a la conciencia dispersa del hombre del siglo XX.
Cuando Umbral habla de su madre en el último párrafo de Los cuadernos de Luis Vives se pregunta si está haciendo literatura, para responderse: «Entonces vale más dejarlo». De la novela apenas hemos hablado, pero no me ha reprochado que él, lo que quería era hablar de su libro. Entonces, lo mejor será leerlo.
La literatura es un estado de ánimo. Sirve para que una secta de enfermos crónicos, los letraheridos, utilicen como alternativa terapéutica, un viejo antídoto secreto, el libro, para evitar lamerse las heridas propias o ajenas. La literatura sirve para reformatear el disco duro de la vida, para mal interpretar la historia, para sostener las vigas maestras del universo, para poder contar los siete días de la creación del mundo, para combatir la muerte. Para saberse inútil, para casi nada, para casi todo. Ramón Pernas. Premio de Periodismo Julio Camba, 2011, y Premio Azorín, 2014, por la novela Paradiso.
2 reflexiones de Daniel Pennac en Como una novela (Anagrama):
3 frases sobre la amistad:
4 frases de cine:
5 frases sobre los sueños:
En su obra En busca del tiempo perdido (Alianza), Marcel Proust relata minuciosamente los lugares favoritos donde transcurriera su infancia, como el Combray de la primera parte: «Por el camino de Swan». También lo hizo Clarín con su Guimarán, territorio entre Gijón y Avilés. Son espacios míticos de cada escritor que han pasado de reales a literarios, al revés del Yoknapataupha de Faulkner, Santa María de Onetti o el Comala de Rulfo que pasaron de literarios a formar parte de la realidad mitificada de los lectores.
A este mismo territorio de la memoria pertenece lo que voy a contar:
En los años 60, siendo aún un niño, compré mi primer libro por correo. Vi la oferta en una revista de sociedad y rellené el cupón de pedido. Pocos días después llegó el cartero al portal de la casa montado en su bicicleta, sopló el silbato varias veces y pronunció tan alto mi nombre seguido de la palabra ¡REEMBOLSO!, que mi madre se asustó. Pero pagó la tasa y me entregó el paquete algo sorprendida. El libro era Miguel Strogoff, la novela de Julio Verne, en la colección Bruguera con algunas ilustraciones, que mi padre, al verla dijo: «Ah, el correo del Zar. A este le quemaron los ojos».
El primer capítulo de la novela se titulaba “Una fiesta en el Palacio nuevo” y empezaba con este diálogo:
– Señor, un nuevo telegrama
– ¿De dónde procede?
– De Tomsk
– ¿La línea está cortada más allá de esa ciudad?
– Está cortada desde ayer.
En aquel territorio todo era un ir y venir de historias de cine, tebeos y libros tan inolvidables como Las aventuras de Dick Turpin, de W. Harrison Ainsworth; Cinco años de vacaciones o Un capitán de quince años, ambas novelas de Julio Verne.
De la poesía supe que existía porque la vivía a diario, absorto en la contemplación de la nieve en invierno, del mar en verano, del incesante paso de los trenes o de la imagen inolvidable de mujeres rotundas que cargaban en su cabeza, en perfecto equilibrio, un barreño repleto de ropa blanca recién lavada que luego extendían sobre la hierba. Más tarde supe que todo eso se podía poner en palabras, como lo hicieran Miguel Hernández en “La nana de la cebolla”, Lorca en “La casada infiel” o Dámaso Alonso en el largo poema, “Mujer con alcuza”, que comienza así: ¿Adónde va esa mujer, /arrastrándose por la acera,/ahora que ya es casi de noche,/con la alcuza en la mano?
… Pero, ¿que es esto de la literatura? Sea lo que sea la literatura, y hágase lo que se haga con las iniciativas para crear el hábito lector, y si al principio hemos hecho una tímida defensa de todo aquel que no quiera leer, lo cierto es que, para nosotros el mundo sería invivible si no fuera por la música, la pintura, el teatro, el cine, y, claro está, los libros: los ensayos, las novelas, la poesía, esa pobre hermana sufridora que, a pesar de no tener muchos lectores, bien es verdad que los que tiene la quieren a morir, porque: ¿nos hemos preguntado alguna vez qué es lo que podemos aprender de la poesía?, y no sólo para el creador, sino también para el novelista o para quien tiene el privilegio de ser un lector atento. Pues, entre otras cosas, sentir la gravedad de las palabras; apreciar la dependencia de cada palabra en su contexto; la concentración de una idea; la voluntad y precisión del lenguaje; la omisión de lo evidente o la exclusión de lo obvio. Joseph Brodsky lo dijo muy bien: “Desechar lo superfluo es el primer grito de la poesía”. El rasgo esencial de la literatura es que nos hace imaginar lo que significa ser otro ser humano distinto de nosotros. Si la literatura no sirviera más que para eso, ya estaría justificado su lugar en el mundo. Pero nos da algo más y es que nos trasporta al alma misma del lenguaje. En el fondo, los buenos lectores establecen un criterio práctico dividiendo los libros en dos clases: los que no vale la pena terminar y los que se deseará releerlos en el futuro, porque la literatura podrá no servir para nada; sin embargo, para quien la disfruta, como Proust decía, “es la verdadera vida”.
“No aceptes lo habitual como cosa natural, porque en tiempos de desorden, de confusión organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural. Nada debe parecer imposible de cambiar”. Bertolt Brecht.
“La literatura ha sido la salvación de los condenados; la literatura ha inspirado y guiado a los amantes, vencido a la desesperación, y tal vez en este caso pueda salvar al mundo”. / John Cheever
Hace algunas semanas escribí a los autores de DOS PASSOS para invitarles a participar en un diálogo sobre la literatura que ahora, tras recibir sus respuestas, comparto con mi hipotético lector (“mi semejante, mi hermano”, que cantó Baudelaire). La propuesta partió de un diálogo de la novela Cocaína (págs. 39 y 40), publicada por la editorial Galaxia Gutenberg, de la que es autor Daniel Jiménez (Madrid, 1981), Premio Dos Passos a la Primera Novela en su segunda convocatoria con el patrocinio de Ámbito Cultural de El Corte Inglés. A los autores de la Agencia les pedí que respondieran a la misma pregunta que el narrador le formula a su dealer, Andrés: ¿Para qué sirve la literatura?, al tiempo que les eximía de responder a la primera cuestión que también planteaba Daniel Jiménez: ¿Qué es la literatura?, quizá porque me pareció que esta tendría más complicación, aunque hubo quien se atrevió también a responderla.
En la presentación del Premio Dos Passos participaron los escritores, Ramón Pernas, Sergio Fanjul y Luisgé Martín. Este último dijo cosas tan interesantes de la novela que al final yo le pedí el texto para mi blog. Todo lo que argumentó Luisgé Martín sobre Cocaína era magnífico, el inconveniente era que solo llevaba unas notas, aunque, afortunadamente, ha rescatado para este post un fragmento. Yo animo a los lectores a emocionarse con esta primera novela de Daniel Jiménez, de menos de 200 páginas, de la que no se sale igual tras haber entrado en ella. Entre otras cosas, Luisgé Martín dijo: “Cocaína no es una novela sobre la cocaína, no es una novela sobre las drogas, no es una novela sobre las adicciones. Es una novela sobre la necesidad que tenemos a veces (o que tenemos siempre) de escondernos de la vida, de nuestra propia vida. De ensimismarnos o de huir. Daniel, el protagonista de la novela, conoce el sufrimiento en su estado más puro, conoce el fracaso, conoce la soledad, y un buen día descubre una sustancia que borra todo eso. Cocaína es el relato del dilema que se le presenta: seguir viviendo desnudo o tratar de vestirse con paraísos artificiales”.
Las opiniones de los autores de DOS PASSOS se publican por riguroso orden de llegada.
Daniel Jiménez ha querido participar con estas líneas que amplían su visión de la utilidad de la literatura. Dice así:
La literatura no sirve para nada. Sin embargo, algunos libros, los buenos, sirven para desenmascarar y poner al descubierto los vicios, las virtudes y los defectos de los humanos, aunque no necesariamente sirvan para cambiarlos. Sólo por eso ya no podemos permitirnos prescindir de ella.
BERNA GONZÁLEZ HARBOUR (Santander, 1965). Su última novela es Los ciervos llegan sin avisar (RBA)
Para solucionar en el ordenador lo que no puedo solucionar en la vida: para matar, para dar vida, para vengarme, para burlarme, para robar, para ligar, para reírme, para sufrir, para llorar, para desgarrar, para resolver los casos pendientes o crear los que nunca quisiera, para trabajar con las palabras, para reñir con ellas, para reconciliarme después. En suma, para abrir la ventana a un mundo donde las reglas son mías y el dolor y la felicidad funcionan a golpe de voluntad.
ALBERTO LLAMAS (Málaga, 1966), es autor de la novela El asunto Melkano (Unomasuno)
La literatura (incluso los textos sobre crimenes o sentimientos terribles) puede ser una caricia de palabras que active la serotonina de nuestra mente, el placer de escuchar y de leer hermosas construcciones sintacticas, afilados significados y enseñanzas sobre la propia vida. ¿Qué es la literatura? La literatura es, o puede ser, placer.
JOSÉ C. VALES (Zamora, 1965). Con Cabaret Biarritz (Destino) ganó en 2015 el Premio Nadal
Querido Miguel: nos planteas las dos preguntas clásicas de la Teoría de la Literatura: ¿qué es la literatura? y ¿para qué sirve la literatura? (Desde mi silla frente al ordenador veo al menos cinco libros dedicados a contestar esas preguntas). A muchas personas les asustan estas cuestiones, probablemente porque conceden a la literatura unos poderes sobrenaturales o unas características espirituales que en absoluto tiene. Es como quien otorga al amor cualidades quasi místicas, cuando todo el mundo sabe que se trata de pura biología, feromonas, serotoninas y otras guarrerías viscosas. Con la literatura ocurre algo parecido. No es tan difícil responder a esas preguntas, y tienen respuestas muy concretas. La literatura es un proceso de comunicación artístico elaborado esencialmente con la palabra (oral o escrita). El cine, la escultura, la música son también procesos de comunicación artísticos. ¿Y qué es un proceso de comunicación? Bueno, Jakobson y todos los lingüistas y semiólogos del siglo pasado lo dejaron bastante claro: es un proceso en el que se traspasa información (en cualquiera de sus variantes, desde la puramente documental o conceptual a la emocional) de una persona a otra. El medio que se utiliza en la literatura es una secuencia organizada y artísticamente dispuesta de palabras. (El adverbio «artísticamente» ha de debatirse, porque tiene muchas variantes y una evolución tortuosa a lo largo de aproximadamente unos treinta siglos). El placer estético y sus funciones se estudiaron sobre todo en el siglo XVIII y el que quiera puede acudir a los retóricos ilustrados, pero los modernos neurocientíficos dan por seguro que el placer estético guarda también mucha relación con el placer del conocimiento. En resumen: al cerebro le encanta saber. Es un yonki de la información. Un yonki de la información… de la buena y de la mala, y le encanta la basura que genera serotonina, como las ficciones literarias. Los neurocientíficos han descubierto que toda imitación segura de la vida produce placer. Por eso disfrutamos con el pavor que nos produce La lista de Schindler o con el miedo que nos da Drácula. El aprendizaje y la costumbre decantan los niveles artísticos e informativos con los que disfruta el cerebro. De ahí que haya individuos que no se sientan concernidos por el Partenón o por el Guernica y otros consideren esas obras como cumbres de la imaginación y la creación humana. De ahí que haya personas que disfrutan de Virginia Woolf y otras que disfrutan con Arnold Bennett.
¿Y para qué sirve? Los aficionados a la literatura se han empeñado en repetir en los últimos cien años que la literatura no sirve para nada. (Hacen mal en decirlo, porque se lo ponen fácil a los críticos que evalúan sus obras: pueden sentirse tentados a darles la razón). Bueno: que la literatura no sirve para nada es la fórmula más elemental del ars gratia artis. A lo largo de la historia ha habido varios trabajos titulados así: ¿Para qué sirve la literatura? El clásico es el trabajo de Sartre Qu’est ce que la littérature?, pero como sus teorías del compromiso y la responsabilidad son historias antiguas y polvorientas, ni siquiera me detendré en ellas. Después de estudiar a la mayoría de los teóricos, siempre vuelvo a la idea básica de Horacio. Yo sí creo que las dos funciones primordiales de la literatura son enseñar y entretener. No importa qué se enseña y cómo se entretiene. No estoy hablando de cuentos morales, sino de literatura de verdad. Puede plantearse también como «tener algo que decir» y «saberlo decir». Personalmente, no me interesa en absoluto leer un libro del que no puedo aprender nada y que no me entretenga, o que no tiene nada que decir y, además, lo dice mal. Las murgas de autores que me cuentan su vida o me consideran un psicólogo para su escritura terapéutica jamás me han interesado. Por eso creo que no es poca cosa conseguir esos objetivos: enseñar y entretener. Yo no pretendo ni transformar al lector, ni hacerle vislumbrar un mundo nuevo, ni epatarlo o asombrarlo, ni quiero darle la murga con mis ideas personales (porque él tendrá las suyas, tan buenas o tan malas como las mías) ni proponerle una nueva filosofía. Quiero que disfrute con mis textos, procurando no molestarlo mucho, o molestándolo sin que lo note. Conceder a la literatura unos valores y unas características místicas y sobrenaturales que no tiene es estafar al lector.
«Yo diría que un libro tiene que ser entretenido», decía C. S. Lewis.
CARLOS SALEM (Buenos Aires, 1959). Su última novela se titula, En el cielo no hay cerveza (Navona)
La literatura no sirve para nada y por eso sirve para cambiarlo todo. Es tan superflua que resulta indispensable. Me refiero a que la humanidad también podría haber construido aviones, palacios de invierno y casas de putas y hospitales si no hubiera existido la literatura. Pero serían casas de putas huérfanas de boleros, hospitales sin cicatrices bellas, aviones sin envidia de pájaro, y palacios de invierno que no merecería la alegría tomar, ni siquiera en primavera.
LEA VÉLEZ (Madrid, 1970). Es autora de El jardín de la memoria (Galaxia Gutenberg)
Estaba revisando un texto de mi próximo libro y tras leer un párrafo en el que hago una definición curiosa de lo que es la literatura, me entra un mail de Miguel pidiéndome que responda a la pregunta ¿qué es para mí la literatura? Bueno… Está claro que la propia sincronía tiene la respuesta, así que inmediatamente le mando el párrafo que acabo de leer y que yo misma escribí hace casi un año:
“La literatura está en todo lo que no parece literario, en la música de camino a algún monasterio, en las horas vespertinas, en velatorios en días significativos, en notas al margen que ya no se entienden, en ventanas que se abren a lo fantástico y casi nunca está, o cada vez lo está menos, en los libros. ¿Y para qué sirve? Pues para muchas cosa, todas buenas, útiles e inteligentes, pero sobre todo, la literatura sirve para iluminar la vida con la única forma inmortal de felicidad.”
GUILLERMO ROZ (Buenos Aires, 1973). Con Malemort, el impotente (Alianza) fue Premio Fernando Quiñones de Novela en 2015
Vila-Matas me descubre en un artículo en El País, un libro de Peter Handke que se titula Ensayo sobre el Lugar Silencioso. Gracias a estos dos autores encuentro que Lugar Silencioso es el nombre más adecuado para definir lo que (me) promete la Literatura y (me) sabe dar. A mí la literatura me sirve para hacer silencio.
Mª JOSÉ RUBIO (Madrid, 1965). Su última novela es El cerrajero del Rey (La Esfera de los libros)
La literatura sirve para ser persona. La esencia del ser humano, lo que nos distingue como personas, es la capacidad de pensar y amar. La literatura nos despierta ambos: pensar y amar las palabras; pensar y amar otros mundos, otros tiempos, otros hechos, otras ideas. Si un libro te hace pensar y amar, estás ante un obra maestra. Da gracias, porque te está haciendo mejor persona.
FERNANDO ROYUELA (Madrid, 1963). Su última novela es Cuando Lázaro anduvo (Alfaguara)
La literatura sólo sirve para soportar la realidad.
INMA CHACÓN (Zafra, Badajoz, 1954). Su última novela es Mientras pueda pensarte (Planeta)
¿Qué es la literatura?: Un virus que, una vez que se contagia, no hay manera de eliminarlo.
¿Para qué sirve la literatura?: Para abrir los ojos y comprobar que no estamos solos.
YOLANDA GUERRERO, (Toulouse, Francia, 1962), tiene una la novela inédita, La mariposa que volvió del Hades
La literatura sirve para vivir. Lo mismo que respirar. Sin la literatura, que es como decir sin todo lo que está escrito, sea “gallardo, hermoso y discreto” o “máquina mal fundada” como los “caballerescos libros”, según el padrastro de Alonso Quijano, no hay respiración. Quien no lee es asmático de la vida. La literatura sirve para vivir a cualquier edad: enseña cuando los años son pocos; enseña y divierte al alcanzar algunos más; enseña, divierte y advierte cuando se dejan de contar por primaveras; en la madurez y hasta la muerte, enseña, divierte, advierte, estimula, indigna, apasiona, repele, deleita, ofende, aplaca, irrita, incomoda, atempera, transforma… Y todo junto, en cada momento de la existencia, de principio a fin. Sirve para que “el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla”: Cervantes es el maestro de maestros. No habría mundo sin la palabra. No hay futuro si no deja huella. Lo que nadie sabe bien todavía, sin embargo, es para qué sirve escribir. Nadie, ni siquiera el maestro. Sólo se sabe que la literatura es eterna, aunque siempre haya habido quienes aspiren al genocidio de escritores. Armas no les han faltado. La más común es la más letal porque es la del poderoso: incinerarlos en la hoguera, en el olvido o en la penuria. La última es la preferida en tiempos modernos, pero no la menos dañina. No obstante, la literatura existirá hasta el infinito. Aun cuando desaparezcan los escritores. Y es que la literatura sirve de algo y para algo es irreemplazable, por eso no hay poderoso que pueda exterminarla: sirve para la vida.
PABLO DEL PALACIO (Madrid, 1981). Su novela, Antes de conocerte, se publicará en la editorial Planeta el 8 de septiembre de 2016.
¿Qué es la literatura? Coincido con la primera de las definiciones de la RAE: la literatura es el arte de la expresión verbal. Y voy más allá: la literatura DEBE SER el ARTE de la expresión verbal. Por eso, a mi modo de ver, no es literatura ni la mitad de las cosas a las que se les llama así.
¿Para qué sirve la literatura? Pues, consecuentemente, como toda forma artística, creo que la literatura sirve para conmover los sentidos, para emocionar, con todo lo que ello conlleva. Para algunos, entre los que me incluyo, la literatura (como todas las disciplinas artísticas) sirve para dar un sentido (en el mejor sentido de la palabra «sentido») a la vida, a la existencia. Para que apetezca más vivir; porque hay cosas, como la literatura, que merece la pena estar vivo para poder saborearlas.
MARTÍN SOTELO (Toledo, 1982) es autor de La vida muerta (Alfabia)
La literatura sirve para vivir en otra realidad más verdadera que la que vivimos a diario; para ordenar nuestra realidad cotidiana, para entenderla mejor. También tiene un fin moral. Detesto las novelas con moralina o de denuncia social; considero que la denuncia está implícita en toda gran novela, pues es inherente a la mirada de quien escribe o lee siempre que esa mirada sea honesta, pero, por lo mismo, tal fin moral es para mí, si no necesario, insoslayable: escribiendo y leyendo uno tiende a simpatizar con tal o cual personaje, es decir, elige, discrimina, se hace elegante (el adjetivo elegante viene del verbo latino eligere, elegir, seleccionar), de tal forma que el escritor o el lector encontrará en la literatura espejos en los que mirarse con satisfacción, compasión, ternura u odio. Unas veces estaremos más de acuerdo con lo que dice don Quijote, otras con lo que dice Sancho Panza, dependiendo de nuestras experiencias y de la etapa vital por la que estemos atravesando. Es decir, la literatura sirve para conocernos mejor conociendo a los demás, y para conocer mejor a los demás conociéndonos mejor a nosotros mismos, para reconocernos o no en sensaciones y sentimientos descritos, para poner a prueba nuestro grado de empatía, para valorar las acciones de los personajes y valorar su carácter, congeniando más o menos con según qué personajes en detrimento de otros, esto es, teniendo claro a qué personaje nos gustaría parecernos y a quién no. Gracias a la literatura, podemos vivir mil vidas y quedarnos con la que más nos guste de una forma inconsciente y con total libertad, mientras vamos pasando las páginas de un libro sin darnos cuenta.
ESTHER BENDAHAN (Tetuán, Marruecos, 1964). Su última obra es Tratado del alma gemela (Ediciones del Viento)
La literatura es el oído, la voz y los ojos del mundo. Reúne todos los sentidos, incluso el olfato. Sin literatura el mundo sería tierra seca y quemada. (por cierto, en ese mundo descrito por Juego de Tronos no hay literatura, ¿no es extraño?). Sin literatura desaparecería el acontecimiento de la belleza o lo que es peor no conoceríamos las sombras de la historia, la verdad. Solo la palabra literaria, reactivadora del fuego de la metáfora extinguida, puede actuar como antídoto: “La literatura es, entonces, indispensable a la significación; consiste en reavivar las metáforas extinguidas en el fondo de un lenguaje convertido en sistema de señales.” (Sucasas citando a Levinas).
MARÍA IGLESIAS (Sevilla, 1976), es autora de la novela Lazos de humo (Temas de Hoy)
Cuando Raquel Sánchez nos propuso en Navidad grabar un vídeo sobre ¿Por qué leer?, respondí que por lo mismo que los niños devoran los pasteles: por placer.
[Se refiere a un vídeo solicitado por Raquel Sánchez a los autores de Dos Passos, para YouTube, Twitter y Facebook con el hanshtag #porquéleer. A día de hoy se han lanzado los de Mª Iglesias, Luis Eduardo Aute, Lea Vélez y Ernesto Pérez Zúñiga].
Tu variante ¿Para qué? me da la posibilidad de matizar. Mantengo que leer me da el gustazo de, como dice Vargas Llosa “vivir las mil vidas que deseo” y, además, la mía biológica con más intensidad. Sin embargo, íntimamente coincido con Luisgé en algo que me empeño en discutirle: que la literatura es búsqueda… infinita. Y, como tal, jamás sacia plenamente, de forma que notamos siempre ahí un hueco lacerante.
Pero más que la utilidad de la literatura quiero afirmar su ser. La literatura puede cumplir funciones varias, o ser vana o incluso mala. Mala, sí, egoísta y escapista. Como también Vargas Llosa escribe pueden resultar más útiles la ingeniería, la cirugía, la política o el activismo. ¿Cómo no dejamos cuantos escribimos/leemos, y ayudamos hoy ya a un huido de la guerra -como los bomberos en Lesbos- o a emigrantes y parados de nuestros barrios?
Útiles o no, literatura, pensamiento, arte son. Y constituyen nuestra esencia. No es una afirmación filosófica, sino científica. Así lo consigna el neurólogo Oliver Sacks en su autobiografía En movimiento asumiendo la frase del paleoantropólogo Staphen Jay Gould: “Los seres humanos son sobre todo, seres que cuentan historias. Organizamos el mundo como una serie de relatos”.
¿Servimos para algo nosotros? Probablemente Tierra y cosmos completarían una existencia más duradera y estable sin nuestra especie. Somos el infierno para los otros, que decía Sartre y también, por momentos, excelsos. Pero la constante es que somos discursivos, literarios, teatrales, musicales, cinematográficos. Aquellos de nosotros que no leen, ni van al cine, conciertos, teatros viven amputados.
Y su mutilación no es casual sino provocada por un sistema que nos quiere adictos a sustitutivos de lo que por naturaleza necesitamos: desde la multitud de inutilidades que compramos (oniomanía) alimentando esa fiera desbocada de la economía de mercado, hasta el vacuo runrun de las redes sociales, a las toneladas de ansiolítico y drogas, como la heroína que resurge en EEUU y la cocaína, protagonista del libro de Daniel Jiménez.
A pesar de lo cual, dormidos, o en la vigilia a chispazos, mientras quede uno de nosotros vivo, en este planeta o la galaxia que sea, se seguirá fabulando.
LUISGÉ MARTÍN (Madrid, 1962). Su última novela se titula La vida equivocada (Anagrama)
En una ocasión, un hombre se acercó a la que entonces era Ministra de Cultura del Gobierno de España y le dijo: «Su ministerio es el más importante de todos. Los demás se ocupan de lo que hay que hacer, el suyo se ocupa de lo que somos». Yo creo que esta reflexión define perfectamente lo que es la literatura y el arte en general. No hace carreteras, no eleva el PIB, no alivia el frío de invierno ni nos protege de los delincuentes, pero habla de lo único que nos importa: quiénes somos y qué hacemos aquí, en el mundo. La vida, bien mirado, tampoco sirve para nada, y no se nos ocurre cuestionarla. A partir de una determinada edad nos damos cuenta de que lo verdaderamente importante es lo que no tiene utilidad, lo que no puede medirse en términos contables.
ROBERTO SANTIAGO (Madrid, 1968). Su última novela es Los Forasteros del tiempo (Ediciones SM)
La única respuesta sincera que puedo dar es que no tengo ni la más remota idea. Lo que sí sé es que las cosas más importantes que he aprendido a lo largo de mi vida, han sido a través de las novelas, del teatro, de la poesía. En estos tiempos en los que todos somos, de alguna forma, resistentes ante distintas formas de violencia y de intolerancia, de verdad creo que el mejor argumento es siempre un buen libro, una buena historia, un relato bien escrito. Abrir los ojos, aprender, ser un poco mejores, tal vez para eso sirve la literatura.
MARTA DEL RIEGO ANTA (La Bañeza, León) ha publicado Sendero de frío y amor (Suma de Letras)
¿Para qué sirve la literatura? Para salvarnos.
Y ahora me preguntaréis, ¿para salvarnos de qué? Para salvarnos de nosotros mismos. De nuestras angustias, de nuestro aburrimiento vital. Porque no nos engañemos: para el noventa por cierto de las personas la vida acaba convirtiéndose en una rutina, más cómoda o menos, más fácil o más dura. Pero siempre un día tras otro día tras otro día.
Y de pronto, un libro.
De pronto un libro que te salva, que te saca con una sola oración de donde sea que te halles. Te saca y te echa a un pozo y tienes que gritar para poder escapar o te arrastra por una orilla de mareas o te deja sin aliento al contemplar el horror o al contemplar la belleza. Y cuando sales de ahí, de esas páginas, de esa oración, de esa palabra, eres otro. Has sobrevivido y has comprendido muchas cosas y miras a tu alrededor con ojos nuevos, con ojos que vuelven a estar llenos de curiosidad.
ERNESTO PÉREZ ZÚÑIGA (Granada, 1971). Su última novela es La fuga del maestro Tartini (Alianza)
La literatura sirve para viajar por el tiempo y por el espacio.
He estado en la mente de Virgilio.
He estado en el canto de un poeta que quizá no existe y se llama Homero.
He estado en la fundación de Roma.
He estado en el beso de Circe.
La literatura sirve para viajar por el corazón del mundo y por la inteligencia del mundo.
He estado en el laberinto de nostalgia de Proust.
He estado en la quemazón de Madame Bovary.
Me he quemado en el segundo círculo de Dante,
donde penan los que han tocado el amor.
He tocado la hoguera de la cueva de Platón
y no me he quemado.
La literatura sirve para viajar a otras dimensiones
donde arden los ángeles de Rilke y de Blake
sin chamuscar las páginas. Arden también los ojos
maravillados en Tlon, Uqbar, Orbis Tertius.
Borges me ha enseñado a mirar la lluvia:
sin duda es una cosa que sucede en el pasado,
pero también el futuro es un libro.
La literatura sirve para crear el futuro.
Para hacer que otro mundo -más nuestro que el conocido, pero que todavía desconocemos, hasta escribirlo-
descienda a la palabra.
La palabra entonces se vierte en páginas como un río
que, al leerlo, se hace transparente y nos muestra realmente como somos: es decir, como aquello que imaginamos.
La literatura sirve para que sirva la vida.
PALOMA BRAVO (Madrid) es autora de la novela La piel de Mica (Plaza&Janés)
La literatura sirve para hacer preguntas y buscar respuestas, para abrir ventanas, para cambiar el mundo, para cambiar tu propio mundo. La literatura es un refugio y un estímulo; es compromiso y es esperanza; es humor, dolor, amor; es vida. La literatura utiliza la belleza, la incertidumbre y la emoción a transformarnos, movernos, incomodarnos. Claro que, a veces, la literatura no sirve para nada.
ANA CADENAS (Madrid, 1970) ha publicado una primera novela, Cuando nadie se lo espera (Click Editores)
Según cuenta Kate Morton en un reciente estudio, un grupo de científicos colocó a varias personas un aparato especial para medir su actividad cerebral mientras leían. Descubrieron que cuando leían algo en una frase se encendía la parte del cerebro que utilizamos para aprender. Sin embargo cuando leían la frase «el niño está corriendo por la hierba húmeda», se encendía esa parte del cerebro que solo se activa en alguien que está corriendo de verdad. Es decir, al leer, haces lo que están leyendo. Y eso es muy potente.
Y nada más que añadir, salvo que he tenido, tengo y tendré muchas vidas gracias a la literatura.
NATALIO GRUESO (Oviedo, 1970). La soledad (Planeta), es su primera novela
La literatura sólo sirve para hacernos daño. Lo mismo que el amor o los recuerdos felices, lo mismo que las buenas canciones y la amistad, lo mismo que las puestas de sol y el buen vino, lo mismo que la pasión y el deseo. Sólo sirven para hacernos daño, porque cuando nos faltan nos damos cuenta de que la vida sin ellas, sencillamente, no vale nada.
BEATRIZ RODRÍGUEZ (Sevilla, 1980). Su novela, Cuando éramos ángeles ha sido publicada en Seix Barral
La antena de mi televisión no funciona bien, la compré en El Corte Inglés, me costó un dinero. Quiero decir que no es de los chinos ni nada por el estilo, pero no hace contacto con la televisión y veo las imágenes como si me estuviera dando un ataque de epilepsia. Como no es una tele muy grande, el otro día decidí que, si la elevaba un poco, tal vez el cable entrara en el ángulo adecuado para que se estabilizara la imagen, cogí unos cuantos libros, más bien gorditos, y los puse debajo del aparato (ya digo que no es muy grande). Al principio pareció funcionar, pero en seguida la presentadora del telediario se desdobló en ángulos rectos aparentando algún tipo de exorcismo. Empecé a ponerme nerviosa. ¿Y qué hacemos cuando nos ponemos nerviosos con una televisión? Le damos de hostias. Al menos un par de ellas, en algún lateral, para que se entere de quién manda aquí.
Nada. Mi televisión es masoquista, pensé, le gusta que le zurren.
El sutil cabreo empezó a crecer y me senté en el suelo mirándola fijamente, con cara de indefensa, por si se apiadaba de mí. Desde esa perspectiva reparé en que uno de los libros que la sostenían eran los cuentos completos de Eudora Welty. Me enamoré de esa autora hace unos años. Sujeté la televisión con cuidado, cogí el tomo de mil páginas, le quité el volumen a la imagen saltimbanqui, y empecé a leer hasta que dos horas después la miré con suficiencia: seguía temblando sin sonido en una esquina del salón. Me pareció estúpida y la apagué. Continué la lectura un rato más y comencé a experimentar cierta sensación de euforia: el cabreo causado por mi caprichosa televisión escondía ciertos días de angustia ante todos esos problemas a los que nos enfrentamos de lunes a lunes y que tienen que ver, casi siempre, con una exacerbada atención que nos prestamos a nosotros mismos. La angustia fue sustituida por esa sensación de seguridad tan placentera que da una buena historia magníficamente contada, con el tiempo que otorga la palabra: pertinaz y sosegado.
La literatura nos convierte en extraños ante nosotros mismo. Nos obliga a olvidarnos del tedioso «yo»: no tenemos miedo, no tenemos deudas, no tenemos enemigos, no tenemos enfermedades, no tenemos envidia, no existimos. La literatura sirve para eximirnos de nosotros mismos durante un espacio de tiempo feliz.
FERNANDO BELTRÁN (Oviedo, 1956) Su último libro de poemas se titula Hotel vivir (Hiperión)
Estoy cada vez más convencido de que la literatura, los libros, la lectura, sirven realmente de poco en esta batalla tan perdida de antemano a la que hemos dado en llamar nuestra vida, y sin embargo…
Oh captain, My captain.
Cuánto abrigo, vencejos, intemperies domadas, ríos, trenes, amores, trampolines… Cuánta lluvia hacia arriba. Cuánto lobo estepario comprobando al fin que tras el frío animal de algunas tardes habita siempre la incurable mesilla donde aguarda la noche más oscura del alma iluminando sueños, transitando su tinta desahuciada entre hallazgos y pérdidas, entre sueños y adioses, entre héroes y tumbas…
Rulfo, Sábato, Barthes, Vallejo, Ferrater, Juan de la Cruz… Tantas hojas de hierba mascadas sin pudor sin que jamás la adicción se templara o se amansara el grito que allá lejos sentenció mi oficio. Mi vértigo también:
¡Gloria eterna a Walt Whitman!
PALOMA SÁNCHEZ-GARNICA (Madrid, 1962). Su novela, La sonata del silencio (Planeta), ha sido adaptada a la televisión y se estrenará próximamente en La 1 de TVE
¿Qué es la literatura?
La literatura es un elixir de vitalidad mental, intelectual y de conciencia.
¿Y para qué sirve?
Sirve para conocer nuestro pasado, para entender nuestro entorno, para reconocer nuestros propios miedos, nuestras carencias, para identificar inquietudes. Gracias a la literatura comprendemos mejor nuestro presente y estamos mejor preparados para enfrentarnos al incierto futuro.
LEANDRO PÉREZ (Burgos, 1972). Ha publicado una primera novela, Las cuatro torres (Planeta)
¿Que para qué sirve la literatura? A bote pronto, diría que sirve para alargar y acortar el tiempo. Para estirarlo y degustarlo, en buena compañía. Borges cerró así el epílogo a sus obras completas: «Somos todo el pasado, somos nuestra sangre, somos la gente que hemos visto morir, somos los libros que nos han mejorado, somos gratamente los otros». Leyendo somos otros, gratamente.
Termino con varias frases que he recogido de un reportaje de Rodrigo Fresán, que no tiene desperdicio, titulado “Literatura: instrucciones de uso” en El País del domingo, 7 de febrero.
“… la literatura es un catálogo de posibles existencias que nos ayudarán a formar y conformar la nuestra. (…) También es aplicable a la idea de leer nada más que Juego de tronos. O de sentirse exculpado de todo repitiendo eso de que las series de televisión son la nueva gran literatura sin antes haber pasado por Shakespeare o Dante o Cervantes o Tolstoi o Dickens o Nabokov o Borges y siguen las firmas”.
“El no leer, en cambio, no tiene ninguna ventaja y sí demasiados efectos residuales”.
“Nunca olvidaré las palabras de aquel cuyo nombre no diré pero, orgulloso, me lanzó un “yo no leo ficción porque no me gusta que me cuenten mentiras”. Que en paz descanse aunque siga vivo, o eso crea él”.
“Y de acuerdo: Tal vez la literatura no sirva para salvar al mundo, pero sí que te ahorrará unos cuantos billetes de esos que gastas acostado en un diván recitándole a un casi desconocido el cuento de la nunca muy bien redactada novela de tu vida”.
Aquí dejo el enlace:
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/02/03/actualidad/1454497660_313853.html
Ayer fue miércoles
He decidido salir a la palestra cada jueves. Este blog se llama “Ayer fue miércoles toda la mañana”, en honor al poeta Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), que escribió este poema que comienza con ese verso y que en el siguiente le da la vuelta: “Por la tarde cambió: se puso casi lunes”.
toda la mañana