Hace dos semanas, con motivo del Premio Alfaguara de Novela que este año ganó la escritora chilena Carla Guelfenbein con Contigo en la distancia, fuimos a celebrarlo con una cena en la que, además de Palmira y Carla, estaba su pareja, el economista y escritor Sebastián Edwards, y el escritor peruano Jorge Eduardo Benavides. Fue una cena muy divertida llena de anécdotas en la que yo recordé una que a continuación voy a contar y que tiene que ver con la llegada de Benavides al mundo editorial. Aunque es algo que él mismo ha escrito y hecho público, aquella noche le pedí permiso para volver a contarlo, en recuerdo de unos años de logros profesionales y amistad.
Estando yo en Alfaguara, en 2002, la editora Amaya Elezcano me dijo que iba a publicar a un escritor desconocido residente en Tenerife, que le había enviado una joya de novela. Hubo quien, antes de publicarse, pensó que este era un autor «secreto», un autor «de la casa» que se quería ocultar bajo pseudónimo. Jorge Eduardo Benavides es el nombre de aquel descubrimiento de la editora. Él mismo contó así la atribulada historia de su primera novela: Los años inútiles, antes de llegar a la editorial Alfaguara:
“Así terminó por titularse mi primera novela, en la que batallé durante más de seis años, agobiado por un rigor técnico autoinflingido y por unas circunstancias económicas frágiles, siempre al borde del colapso. Los años inútiles que me pasé escribiendo esto, me dije cuando por fin concluí de pulir, recortar, corregir y enmendar sus casi quinientas páginas, una noche de otoño en Tenerife, donde había terminado viviendo desde 1991, arrastrado por la necesidad de abandonar el Perú y entregarme de manera absoluta a ser escritor. En todo ese tiempo que dediqué a escribir la novela, ganado tantas veces por el desaliento respecto a la valía de ese trabajo —era mi primera novela—, rara vez pensé en publicar. Al principio porque era consciente de que lo importante era escribir y luego ya se vería lo otro; después porque estaba obsesionado con la redacción de esta maldita novela que me ocupaba un promedio de seis horas diarias (por fortuna o por desgracia, apenas tenía trabajos alimenticios y subsistía precariamente) y finalmente porque a medida que iba redondeando la novela —paralizada por meses, vuelta a retomar, reescrita casi por completo, amenazada de fuego otras tantas— iba también dándome cuenta de lo difícil que sería encontrar editorial para una historia densa y compleja, de cuyo valor ya dudaba, y que de remate iba a ser presentada por un escritor de credenciales más bien magras como era yo: apenas había publicado un pequeño libro de cuentos en Lima, luego me había dedicado a ser profesor de talleres de literatura y muy esporádicamente colaboraba con revistas o suplementos literarios, muchas veces simplemente gracias a la generosidad de amigos como Fernando Iwasaki, que llevaba la espléndida Renacimiento. De manera que la di por acabada simplemente arrebatado por pundonor arequipeño, pero la dejé arrumbada como un gran despropósito casi cuatro años. De ese ominoso desdén y olvido la rescató Elena, la chica con la que vivía en ese entonces, cuando haciendo limpieza se encontró con una caja llena de páginas. “¿Y esto?” “Una novela.” “¿Puedo leerla?” “Claro”. Habitualmente lapidaria con mi literatura, sus comentarios inesperadamente elogiosos me hicieron replantear su eventual calidad. Digamos que no me convencieron, pero sí sembraron una duda. ¿Por qué no enviarla? Habían pasado ya varios años y aunque me consideraba incapaz de volver a leerla, la sabía corregida hasta la exasperación, como acreditaban mis varias cajas llenas de borradores. Y eso hice. Empecé por Alfaguara porque era la editorial que más me gustaba. Después, me dije, iría bajando el listón hasta llegar a editorial “Piedra en el agua” (tiras una edición y jamás la vuelves a ver). Como previamente una segunda novela mía había sido rechazada por una pequeña pero prestigiosa editorial en la que me explicaron que debía enviar 700 pesetas para sellos a fin de que me la remitieran de regreso, cuando sonó el teléfono de casa a los cuatro meses de haber enviado Los años inútiles y me dijeron que llamaban de Alfaguara, pensé que era para enviar otras 700 pesetas de rescate. De manera que no me inmuté hasta que la amable voz de Amaya Elezcano —mi editora actual— me ruborizó de elogios y me explicó que les había gustado. No sólo eso, sino que la iban a publicar. “Soy vasca. Tienes mi palabra de que esta novela sale el próximo año porque es buena.” Y cumplió lo prometido.
TRISTE, SOLITARIO Y FINAL (*)
Hacía tiempo que este blog no daba una noticia culturalmente luctuosa. Ese futuro raro al que nos aproximamos se ha hecho más raro aún el pasado domingo en que ha cerrado La Hune, una de las librerías emblemáticas de París, que ocupó desde 1949 una esquina en el Barrio de Saint-Germain, y de la que eran asiduos Bretón, Picasso, Ernst, Artaud Giacometti…, y también Sartre y Beauvoir que se sentaban en la terraza del Café de Flore después de haber comprado unos libros allí. Yo hacía lo propio cada vez que iba a París, y siempre que entraba en La Hune sentía como una losa su techo bajo sobre mi cabeza, pero pronto los libros me hacían olvidarlo. Las persianas de los escaparates de La Hune no se bajaron por última vez sin que nadie lo viera. Hubo aplausos y protestas de una sentida manifestación de lectores que se congregó ante su puerta para dar el último adiós a este buque que se hundió, como un Titanic trágico. Un gesto más del momento raro que nos ha tocado vivir.
(*) Triste, solitario y final es una novela de Osvaldo Soriano, cuyo título tomó de El largo adiós, de Raymond Chandler: «Hasta la vista amigo. No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final».
Fernando Beltrán acaba de publicar su último libro de poemas, Hotel vivir, en Hiperión. Nada más tenerlo en mis manos leí apresuradamente un par de poemas y piqué dos o tres principios de otros mientras iba en un taxi. La conmoción fue tal que llegué a casa y entré en ese hotel poético que regenta Beltrán desde que publicara su primer libro, siendo un veinteañero fascinado por la palabra, y escribí esta reseña que se publicó en el suplemento Cultura de La Nueva España, de Asturias.
LA VIDA, INSTRUCCIONES DE USO
La huella poética de Fernando Beltrán (Oviedo, 1956) es un ejemplo de coherencia y belleza que no desfallece con el tiempo, que no zigzaguea, que no se deja vencer por movimientos pendulares, más bien todo lo contrario. En 1982, con 26 años, obtiene el accésit del Premio Adonais con Aquelarre en Madrid, un verdadero himno existencial, considerado uno de los poemarios emblemáticos de la generación de los 80. Hasta el que hoy nos ocupa, Beltrán nos ha ofrecido algunos de los libros más bellos: La amada invencible. 80 poemas incurables (KRK, 2006), El corazón no muere (Hiperión, 2006), Mujeres encontradas (Sins Entido, 2008), o el que recoge toda su obra, desde 1980 al 2010, Donde nadie me llama (Hiperión, 2011), con prólogo de Leopoldo Sánchez Torre. En Hotel vivir, Beltrán eleva el vuelo poético como una cometa indómita que quisiera, con sus versos, romper cualquier barrera establecida por el mercado, las modas o la crítica.
Fernando Beltrán ha entrado con Hotel vivir en el Parnaso, y lo digo con la convicción de quien ha buscado desesperadamente en los últimos años una voz que pudiera devolverme la fe en la poesía. El primer poema da título al libro y su melancolía es solo comparable a la pérdida con la que Ángel González afronta el tema del paso del tiempo en su primer libro, Áspero mundo, que publica en 1956, año en que nace Fernando Beltrán. A partir de aquí, al lector se le abre una puerta por la que se le invita a entrar en un colosal edificio poético: Cuánto mide el amor. Cuánto el silencio/Cuánto mide una vida/aproximadamente, escribe al final del poema “Los lápices de Ikea”.
Los poemas de Hotel vivir son historias completas y redondas en sí mismas y, sin embargo, lo que queda al final de su lectura es una historia compacta, entera, una especie de fe de vida que Beltrán ha trazado sutilmente con “Cuarenta minutos con Theo Angelopoulos”, al conocer la muerte del director del filme, La mirada de Ulises, arrollado “por un motorista distraído”. En su poema épico, Homero usa la niebla para que Ulises, al llegar a Ítaca, no pueda reconocer la ciudad en la que nació. Fernando Beltrán utiliza el mismo recurso con el cerco de Sarajevo: a aquellos francotiradores que solo descansaban/los días de niebla, porque nadie en esos días/podía disparar al otro lado de la avenida…/. “Por eso”, dice el autor, “amo la niebla desde entonces”. En el poema “La orilla izquierda”, el poeta se duele por haber llegado tarde a París y no poder despedirse de su amigo Gérard Augustin, …yo que siempre llego antes/de la cita, del trueno, de la hora, mucho antes/de que arranquen los trenes, los cafés, los transbordos…
En Hotel vivir todos los poemas son imprescindibles, luminosos, ninguno sobra, algo poco usual en un libro de 52 poemas. Por aquí pasan los recuerdos más intensos, el amor de amante, de hijo, de padre y de amigo, el dolor, la soledad, los homenajes y hasta un poema/testamento, “Instrucciones para el día después”, un hermoso legado por el que deja lo mejor de sí mismo a todo lo que ama: Mis alas para ellas/Mi música también. Y mis errores. Y la palabra padre. Hay también un cálido reparto para las dos ciudades de su vida: Para Oviedo la tinta de mis charcos./Mi voz. Mis ojos verdes. Mi página incurable./Para Madrid mis pies./Y la palabra edad.
Fernando Beltrán ha hecho de Hotel vivir un recuento de vida y un argumento contra la muerte, y nos lo ofrece como un ADN por el que mirar sin miedo hacia el interior de uno mismo.
CLASES DE POESÍA
«Esta noche» (Luis Eduardo Aute)
CURSO: POESÍA PARA LOS QUE LEEN PROSA
Un método práctico para andar por la poesía, impartido por Miguel Munárriz
Curso dirigido a todos aquellos lectores que no encuentran en la poesía el placer que les proporciona la novela; a los que, bien por una desafortunada experiencia de estudiante o bien por haberse encontrado con poemas herméticos, de difícil comprensión, les hiciera desistir en el empeño. Este curso facilita las claves para encontrar en la poesía un arma de placer contra el tedio y la vulgaridad, a favor de un cambio de actitud ante la vida. Los poemas seleccionados mantienen una línea narrativa, son textos que “cuentan una historia”, “poemas con argumento” que, incluso con un lenguaje sencillo que los hace comprensibles, provocan emociones y reflexiones complejas tras la lectura. El curso contiene una parte teórica de lectura y comentario y otra de práctica de escritura poética. Como cierre del curso se invitará a un poeta reconocido a leer y comentar sus poemas.
Programa:
1) Qué es poesía. 2) Por qué leer poesía. 3) Cómo leer poesía. 4) Escribir. 5) El ejercicio del criterio. 6 La poesía de la prosa. 7) La música de la poesía. 8) Bibliografía selecta. Nos apoyaremos, entre otros, en la obra de: Lope de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Antonio Machado, Pablo Neruda, Pessoa…
MIGUEL MUNÁRRIZ. Coordinador de “La Esfera”, suplemento cultural de El Mundo (1996-1999), Premio Nacional de Fomento de la Lectura. Director de comunicación de las editoriales del Grupo Santillana (Alfaguara, Taurus y Aguilar) hasta 2002. Ha sido Presidente de Tribuna Ciudadana (1993-95), cofundador de las revistas Arlequín y Luna de Abajo, autor de los libros Vivir de milagro (1986), Poesía para los que leen prosa (Visor, 2004), Los mejores poemas de amor. Desde Quevedo hasta nuestros días (Only Book, 2007) y Va pensiero (Legua editorial, 2015. Antólogo de la poesía de Ángel González para el libro Verso a verso (CajAstur) y guionista para dos programas de TVE sobre vida y obra del poeta asturiano. Desde 2003 es socio de DOS PASSOS Agencia literaria y comunicación.
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Yo no sé qué haría sin ellos. Henry James les dedicó una novela que tituló así, precisamente, Los periódicos (Alba). Escrita en 1903, y situada en Londres, cuenta las peripecias de una pareja de jóvenes periodistas, en ese momento de la juventud en donde van tan unidos el amor y las inquietudes profesionales, en permanente búsqueda de la noticia.
En los periódicos yo sigo siendo un buscador de algo que me provoque sensaciones diferentes, y por eso sigo tintándome los dedos con el papel. Sensaciones diferentes que a veces encuentro en algún columnista, en algún reportaje, en un suceso pequeño, tal vez. Oí un día decir a Juan Cruz que en un periódico siempre se encuentra un libro, y yo, sin preguntarle por el significado de la frase me inventé algo así como lo que estoy contando ahora. Y siempre encuentro algo, que a veces es un libro pero que la mayoría es un concepto que te traslada al mundo que buscas, que deseas, que anhelas, que necesitas, y que tiene relación con la literatura, con la música, la pintura, la poesía o con la justicia poética, como lo que cuenta Luis Doncel desde Berlín: «Y tras 80 años, justicia en la Universidad. Ingebord Rapopot logra a los 102 años el doctorado que los nazis le negaron en 1938 por ser judía».
La literatura y el cine han contado vida y milagros de este género. Por citar solo algunos:
¡Noticia bomba! (Anagrama), de Eveleyn Waugh, es una novela de un humor feroz en la que a partir de la confusión de apellidos al mandar cubrir una guerra en África se desencadena una sátira brutal sobre el género.
Umberto eco, con Número cero (Lumen) ha escrito una denuncia de la prensa como corresponde a estos momentos de envilecimiento de los medios. La trama va sobre un periódico ficticio que sirve de presión y manipulación con un equipo de periodistas, que no saben que viven en una farsa haciendo números cero. Eco denuncia así ciertos vicios de la profesión y pone sobreaviso de la desinformación galopante.
Con Sostiene Pereira, Antonio Tabucchi, con el transfondo de un periódico lisboeta en plena dictadura salazarista cuenta una historia de compromiso, ética y censura.
Gabriel García Márquez no contó en sus libros precisamente una historia de periodistas pero ese mundo atraviesa muchas de sus historias, sobre todo Diario de un náufrago y Noticia de un secuestro.
Tal vez haya sido el cine el que más ha tratado el tema del periodismo. Tenemos grandes ejemplos como: Primera plana (1974), de Billy Wilder. Todos los hombres del presidente (1976), de Alan J. Pakula. El americano impasible (2002), de Phillip Noyce, basada en la magnífica novela homónima de Graham Greene, o Buenas noches y buena suerte (2005), dirigida por George Clooney.
Pero ahora hay que encender el ordenador cada día y entrar en los otros periódicos, los digitales, los que, de momento, no tienen que rendir cuentas a ningún gran grupo o al poder financiero o a las corporaciones del Ibex 35. En los kioscos de prensa cada vez dedican más espacio a las cabeceras de periódicos y revistas «alternativas» e «independientes» de muy variado signo y contenidos: Mongolia, El Estado Mental, Diagonal, Tinta Libre, la Marea, Jot Down…
Son nuevos tiempos para el periodismo que vive ahora la imperiosa necesidad de renovarse o morir. Esperemos que de la muerte nos salve la renovación porque de no ser así perecerá la democracia, ese débil eslabón ciudadano del que tenemos, tanto el botón de despegue y mejora como el contrario: el del hundimiento, por el que cada vez hay más intereses que están pujando con fuerza.
Para Rocío Niebla, joven trabajadora por la democracia
Aquí no pasa nada/salvo el tiempo, escribió en un poema Ángel González. Aquí y ahora, Madrid se ha puesto por montera estos versos y se echado a la calle para lograr lo que desde hace un largo cuarto de siglo era impensable: que el poder cambie de manos.
Aunque los pactos están aún por producirse, los cambios vienen dados ya por los 19 concejales que ayudarán a Manuela Carmena a liderar un proyecto que, según su programa, pasaría por cinco puntos fundamentales: Paralizar los desahucios; Stop a la privatización de los servicios municipales; Ni una venta más del patrimonio público; Garantizar los suministros básicos (léanse la luz y el agua) para quienes no puedan pagarlos; Prestaciones sanitarias municipales para todos, es decir, incluidos los inmigrantes sin documentos, y Desarrollo de un plan urgente de inserción laboral para jóvenes y parados de larga duración. Lo dicho: la revolución de las urnas.
Los futuros 19 concejales ofrecen un panorama inusual en lo que se refiere a extracciones sociales, aspiraciones, historiales en movimientos sindical y ciudadano, etc. Hay un psicólogo clínico, un arquitecto, un guionista, una licenciada en Ciencias Políticas, una catedrática de Teoría del Conocimiento…, antiguos militantes de CCOO, de IU, hay quien ha estado vinculado a la Marea blanca, a movimientos prosaharauis, las hay del ámbito feminista o que apoyaron el 15M. Y entre ellos, un experto en software que desde su silla de ruedas intentará facilitar la accesibilidad a cuantos la necesitan. Puede parecer un batiburrillo de opciones, algo caótico e ingobernable, pero nada más lejos porque en una misma persona cabe un arquitecto que haya reivindicado el cambio desde la Puerta del Sol, cuyos ideales pasen por la solidaridad con los pueblos oprimidos, etc., etc. Esto es lo que ofrecen ahora los nuevos políticos. Sería muy aconsejable que el probable pacto pase por el tamiz de la comprensión y la altura de miras de los partidos involucrados; que ambos olviden la animadversión que mantuvieron durante la campaña y construyan el Madrid que tanto deseamos.
Yo deseo un Madrid limpio y silencioso, y así se lo pido al concejal de la cosa, que diría Umbral. No creo que sea tan difícil peatonalizar algunas calles estrechas, y de paso quitar los tarugos de hierro que un alcalde ya olvidado mandó colocar a diestro siniestro para que lo viandantes nos rompiéramos la crisma. Los agentes de movilidad deberían, futuro concejal, frenar ese impulso de bocinear como un poseso en cuanto el taxi que va delante se para un segundo o no sale inmediatamente del semáforo, o un autobús tarda más de la cuenta en salir de un atasco. Basta ya de tocapelotas metidos en su cabina metálica creyéndose los amos de la pista, de los tubos de escape sin silenciador de las motos, de los supuestos homicidas que van a pillarte hasta en un paso de cebra. Yo le pido a la nueva corporación un Madrid más cívico y culto, y menos chulesco,
Y esto es solo para la vía pública. Para las demás concejalías habrá tiempo para pedir. Porque ganas de mejorar las hay por doquier pero que nadie se duerma, que las urnas están ahí a la espera de un cambio nuevo. Y si no, que se lo pregunten a Esperanza Aguirre y Gil de Biedma: el Madrid de los chulapos y chulapas pa la zarzuela.
Volvemos al amor en la poesía. ¿Era mayo el mes del amor? ¿Por qué para T.S. Eliot, abril era el mes más cruel? ¿O todos lo meses lo son, del amor y de la crueldad, por igual? Siete poetas para contarnos sus cuitas en forma de poema, para transmitir un sentimiento idéntico a lo largo de los siglos.
Garcilaso de la Vega (1503-1536). De obra corta, como su vida, Gracilaso nació en una familia ilustre y fue militar. Muchos de sus versos están en la memoria colectiva. Sus Églogas –la naturaleza: el agua, las flores, el río, el cielo– son en él de una exquisita sensibilidad.
ESCRITO ESTÁ EN MI ALMA / Garcilaso de la Vega
Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo
vos sola lo escribiste, yo lo leo
tan sólo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuando en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;
cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero
Bernardo de Balbuena (1568-1627). Autor de largos poemas narrativos –donde existen trozos de buena poesía- escribió en México un enorme poema de cinco mil octavas reales: Bernardo o la victoria de Roncesvalles, a la manera de Ariosto, o La grandeza mexicana para cantar la epopeya española en América.
PERDIDO ANDO, SEÑORA / Bernardo de Balbuena
Perdido ando, señora, entre la gente
sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida;
sin vos porque de mí no sois servida,
sin mí por que sin vos no estoy presente;
sin ser porque del ser estando ausente
no hay cosa que del ser no me despida;
sin Dios porque mi alma a Dios olvida
por contemplar a vos continuamente;
sin vida porque ausente de su alma
nadie vive, y si ya no estoy difunto
es en fe de esperar vuestra venida.
¡Oh, vos por quien perdí alegría y calma
miradme amable y volveréisme al punto
a vos, a mí, a mi ser, mi Dios, mi vida!
Luis de Góngora (1561-1627). Su personalidad se explica, en parte, por la orientación estética de su poesía. Adscrito al culteranismo (gongorismo), fue uno de sus mayores impulsores. La generación del 27 lo tomó como bandera en un homenaje promovido por Gerardo Diego.
DE UN CAMINANTE ENFERMO QUE SE ENAMORÓ DONDE FUE HOSPEDADO / Luis de Góngora
Descaminado, enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
Repetido latir, si no vecino,
distinto oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto
piedad halló, si no halló camino.
Salió el sol, y entre armiños escondida,
somnolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.
Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera error en la montaña
que morir de la suerte que yo muero.
Mª de Zayas y Sotomayor. En el tiempo en que vivió (siglo XVII), y por sr mujer, sorprende el comportamiento tan libre (en el terreno sexual) con que sus personajes femeninos se mueven. Como dijo Pardo Bazán: “en ella se da la picaresca de la aristocracia». En este poema indaga en el tema recurrente de las contradicciones amorosas.
AMAR EL DÍA / María de Zayas y Sotomayor
Amar el día, aborrecer el día,
llamar la noche y despreciarla luego,
temer el fuego y acercarse al fuego,
tener a un tiempo pena y alegría.
Estar juntos valor y cobardía,
el desprecio cruel y el blando ruego,
tener valiente entendimiento ciego,
atada la razón, libre osadía.
buscar lugar en que aliviar los males
y no querer del mal hacer mudanza,
desear sin saber qué se desea.
Tener el gusto y el disgusto iguales,
y todo el bien librado en la esperanza,
si aquesto no es amor, no sé qué sea.
Ángel González (1925). Su poesía es la representación de un tiempo, escrita por un hombre que amó la libertad en años amargos y oscuros. Una obra cuyo recorrido permanece intacto en sus convicciones desde su primer Áspero mundo hasta el último poema de su libro póstumo, Nada grave.
EN TI ME QUEDO / Ángel González
De vuelta de una gloria inexistente,
después de haber avanzado un paso hacia ella,
retrocedo a velocidad indecible,
alegre casi como quien dobla la esquina de la calle
donde hay una reyerta,
llorando avergonzado como el adolescente hijo de viuda
sexagenaria y pobre
expulsado de la academia vespertina en la que era
becario.
Estoy aquí,
donde yo siempre estuve,
donde apenas hay sitio para mantenerse erguido.
La soledad es un farol certeramente apedreado:
sobre ella me apoyo.
La esperanza es el quicio de una puerta
de la casa que fue desarraigada
de sus cimientos por los huracanes:
quicio-resquicio por donde entro y salgo
cuando paso del nunca (me quisiste) al todavía (te
odio)
del tampoco (me escuchas) al también (yo me callo),
del todo (me hace daño) al nada (me lastima).
No importa, sin embargo.
Los aviones de propulsión a chorro salvan rápidamente
la distancia que separa Tokio de Copenhague,
pero con más rapidez todavía
me desplazo yo a un punto situado a diez centímetros
de mí mismo,
deprisa,
muy deprisa,
en un abrir y cerrar de ojos,
en sólo una diezmilésima de segundo,
lo cual supone una velocidad media de setenta
kilómetros a la hora,
que me permite,
si mis cálculos son correctos,
estar en este instante aquí,
después mucho más lejos,
mañana en un lugar sito a casi mil millas,
dentro de una semana en cualquier parte
de la esfera terrestre,
por alejada que os parezca ahora.
Consciente de esa circunstancia,
en muchas ocasiones emprendo largos viajes;
pero apenas me desplazo unos milímetros
hacia los destinos más remotos,
la nostalgia me muerde las entrañas,
y regreso a mi posición primera
alegre y triste a un tiempo
–como dije al principio:
alegre,
porque sé que tú eres mi patria,
amor mío;
y triste,
porque toda patria, para los que la amamos,
–de acuerdo con mi personal experiencia de la patria–
tiene también bastante de presidio.
Así,
en ti me quedo,
paseo largamente tus brazos y tus piernas,
asciendo hasta tu boca, me asomo
al borde de tus ojos,
doy la vuelta a tu cuello,
desciendo por tu espalda,
cambio de ruta para recorrer tus caderas,
vuelvo a empezar de nuevo,
descanso en tu costado,
miro pasar las nubes sobre tus labios rojos,
digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente,
y si cierras los ojos cierro también los míos,
y me duermo a tu sombra como si siempre fuera
verano,
amor,
pensando vagamente
en el mundo inquietante
que se extiende –imposible– detrás de tu sonrisa.
Felipe Benítez Reyes (1960). Su personalidad intelectual es tan proteica que encontramos su huella en la poesía, en la novela, el periodismo y el ensayo. Su prosa, según Almudena Grandes, “es la más brillante, la más personal, la más envidiable (…) de todas cuantas han producido los escritores españoles de su generación”.
ADVERTENCIA / Felipe Benítez Reyes
Si alguna vez sufres —y lo harás—
por alguien que te amó y que te abandona,
no le guardes rencor ni le perdones:
deforma su memoria el rencoroso
y en amor el perdón es sólo una palabra
que no se aviene nunca a un sentimiento.
Soporta tu dolor en soledad,
porque el merecimiento aun de la adversidad mayor
está justificado si fuiste
desleal a tu conciencia, no apostando
sólo por el amor que te entregaba
su esplendor inocente, sus intocados mundos.
Así que cuando sufras —y lo harás—
por alguien que te amó, procura siempre
acusarte a ti mismo de su olvido
porque fuiste cobarde o quizá fuiste ingrato.
Y aprende que la vida tiene un precio
que no puedes pagar continuamente.
Y aprende dignidad en tu derrota
agradeciendo a quien te quiso
el regalo fugaz de su hermosura.
José Agustín Goytisolo (1928-1999). De su poesía dijo Vázquez Montalbán que no fue sólo una propuesta ideológica limitada a dar una alternativa al capitalismo franquista sino que aspiró a la construcción de un nuevo humanismo: «Tu destino está en los demás/ tu futuro es tu propia vida/tu dignidad es la de todos». Cantautores , como Paco Ibánez y Joan Manuel Serrat musicaron sus poemas.
A VECES / José Agustín Goytisolo
A veces
alguien te sonríe tímidamente en un supermercado
alguien te da un pañuelo
alguien te pregunta con pasión qué día es
hoy en la sala de espera del dentista
alguien mira a tu amante o a tu hombre con
envidia
alguien oye tu nombre y se pone a llorar.
A veces
encuentras en las páginas de un libro una
vieja foto de la persona que amas
y eso te da un tremendo escalofrío
vuelas sobre el Atlántico a más de mil kilómetros
por hora y piensas en sus
ojos y en su pelo
estás en una celda mal iluminada y te acuerdas
de un día luminoso
tocas un pie y te enervas como una quinceañera
regalas un sombrero y empiezas a dar gritos.
A veces
una muchacha canta y estás triste y la quieres
un ingeniero agrónomo te saca de quicio
una sirena te hace pensar en un bombero o
en un equilibrista
una muñeca rusa te incita a levantarle las
falda a tu prima
un viejo pantalón te hace desear con furia
y con dulzura a tu marido.
A veces
explican por la radio una historia ridícula
y recuerdas a un hombre que se llama
Leopoldo
disparan contra ti sin acertar y huyes pensando
en tu mujer y en tu hija
ordenan que hagáis esto o aquello y enseguida
te enamoras de quien no hace
ni caso
hablan del tiempo y sueñas con una chica
egipcia
apagan lentamente las luces de la sala y ya
buscas la mano de tu amigo.
A veces
esperando en un bar a que ella vuelva escribes
un poema en una servilleta de
papel muy fino
hablan en catalán y quisieras de gozo o lo
que sea morder a tu vecina
subes una escalera y piensas que sería bonito
que el chico que te gusta te violara
antes del cuarto piso
repican las campanas y amas al campanero
o al cura o a Dios si es que existiera
miras a quien te mira y quisieras tener todo
el poder preciso para mandar que en
ese mismo instante se detuvieran todos
los relojes del mundo.
A veces
sólo a veces gran amor.
SEPTOPLASTIA
Palabreja. Pero hay una más: Turbinoplastia, es decir intervención quirúrgica que corrige la desviación del tabique nasal. Y ya está. Uno se deja llevar y entra en el quirófano -el mío era el número 14, me fijé bien al entrar bajo el dintel de la puerta-, donde me esperaba un anestesista simpático que antes de que empezara a dormirme me dijo: «Dentro de un rato vendré a despertarte, y no sabes lo feliz que me hace que me hagan caso». No me digan que no es una frase digna de Bogart.
Una operación, cualquier operación, tiene sus dosis de intensidad. Y aunque los médicos saben, y también firmas un consentimiento, que existe un riesgo, la verdad es que no lo piensas. Mejor no pensarlo, claro. Mejor vivir como si fueras eterno. El caso es que hay momentos en los que la cabeza empieza a elucubrar, desde que te aíslan para ponerte vías en vena con suero o hacerte algunas preguntas como, «¿Sabes de qué te van a operar?», y ante tu cara de asombro se ríen porque lo que quieren es asegurarse de que todo está OK. Eso es lo que uno quiere, que todo esté OK, y no KO.
La experiencia tiene su bemoles. Yo soy de natural tranquilo y positivo, y el caso es que mi organismo siempre ha reaccionado como un campeón, pero no quiero imaginar a los que no pueden controlar las señales negativas de un cerebro inquieto. Estoy aún viviendo esa experiencia porque el postoperatorio es delicado, pero pronto volveré a olisquear el aire como el sabueso de los Baskerville, o no, que este era un perro diabólico, mejor de Lassie, tan limpia ella y con tan buen rollo.
DEMOCRACIA
Democracia no es una palabreja; es una palabra hermosa. Democracia es igual a Poder del Pueblo, ahí es nada.
El domingo de la próxima semana saldremos a votar. Desde 1978 son ya muchas las veces que lo hemos hecho, y espero que las que te rondaré morena. Vuelven unas elecciones en las que el voto puede cambiar el sesgo político de unos años atrás. Gran parte de la sociedad está cansada, harta de advertir que eso no es lo que quieren, pero al final, en la noche del escrutinio comprobaremos si el hartazgo se transforma en castigo, en pedir y esperar un nuevo rumbo a las costumbres, o no. Como en otras ocasiones, el 24 no hay que ir a las urnas tapándose la nariz porque no hay alternativa; no sabemos si las posibles alternativas de estas elecciones resultarán luego trigo limpio. Lo que yo tengo meridianamente claro es que sin auténtica participación democrática no se espanta el miedo, y el miedo es un producto genuino de la ignorancia. Hay que ser claro y rotundo, armarse de imaginación e ilusionarse una vez más para que no nos ocurra lo que Ángel González escribió en el poema:
ELEGIDO POR ACLAMACIÓN
Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy -silencio-
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.
Los poetas y los novelistas siempre nos consuelan porque al leerlos tenemos la impresión de que eso es lo que pensamos y hemos querido decir. Por eso, Benito Pérez Galdós ya sabía todo esto de la casta que ahora vuelve a estar tan de moda.
“Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose, hipócritas, en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías comerciales y los menesteres de la grande y pequeña industria. Y por último, hijo mío, verás si vives que acabarán de poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis vuestra Santa Madre Iglesia».
Y es tan verdad como que lo estamos sufriendo desde que los partidos han creado su propias reglas para sobrevivirnos, aunque nada es para siempre (salvo un diamante, pero no están las cosas para frivolidades). «¿Qué hacer?», que dijo Lenin, pero tampoco le hagamos mucho caso. Allá cada uno con su conciencia, pero luego que no diga que pasaba por aquí.
El jueves que viene más, pero por narices que de la palabreja no hablaré
El pasado 17 de abril leí en la contra de El País que el militar acusado del asesinato del cantautor chileno Víctor Jara tendrá que responder por cargos de tortura y ejecución extrajudicial ante un juez en Estados Unidos. El reportaje se titulaba, “Justicia al fin para Víctor Jara”, y lo firmaba Silvia Ayuso desde Washington.
«Cuentan los que acompañaron a Víctor Jara en sus última horas en el estadio Chile, uno de los símbolos más siniestros de la dictadura de Augusto Pinochet, que los torturadores no lograron borrarle del todo la sonrisa al trovador del Gobierno de Salvador Allende ni cuando lo golpearon brutal y repetidamente, antes de acribillarlo a balazos. En su cuerpo se hallaron más de 40 disparos”.
Víctor Jara –tengo yo escrito en mi novela autobiográfica de ficción– había muerto en los primeros meses del golpe de Pinochet contra la democracia de Salvador Allende. Lo habían asesinado los militares después de llevarlo al tristemente famoso estadio de fútbol de Santiago. En la misma noche del golpe, el 11 de septiembre de 1973, en El Aaiún, en donde me habían invitado para una estancia de 14 meses con todos los gastos pagados, un compañero llegó gateando hasta mi litera en el campamento de Hatarrambla, a dos kilómetros de la playa de El Aaiún, para susurrarme medio muerto de miedo que acababa de escuchar en la radio que habían matado a Salvador Allende, tras una lucha denodada junto a algunos leales en el Palacio de la Moneda. Lo veríamos años después en un documental de Miguel Littín, quien tras el golpe de Estado se exilió en México y en 1985 regresó a Chile para filmar una crónica de la dictadura. La cinta inspiró el libro de Gabriel García Márquez Aventura de Miguel Littín clandestino en Chile.
“Pero el tiro que acabó con su vida fue el que recibió en la nuca, casi a quemarropa, después de que sus torturadores se divirtieran jugando con él a una mortal ruleta rusa. Fue el 16 de septiembre de 1973, cinco días después del golpe de Estado contra Allende y de la posterior detención de Jara junto con cientos de compañeros en la Universidad Técnica del Estado (UTE). El estadio Chile, hoy estadio Víctor Jara, sería todavía testigo mudo de muchos más horrores en los comienzos de la larga dictadura de Pinochet (1973-1990)”.
Las canciones de Víctor Jara se mezclaron en mi vida con la lectura de Sumerhill, de A.S. Neill, un libro de pedagogía libertaria. Yo era entonces un idealista y de Neill me interesaba la propuesta de libertad que emanaba de la experiencia en la escuela que él había dirigido. No era un pedagogo con un método basado en la reflexión teórica, como lo fueron Freire, Reich o Bruno Munari, a quienes leí a finales de los 70, años en que la música latinoamericana estuvo mucho tiempo sonando en los tocadiscos de entonces. No había día que no escucháramos a Inti Illimani, a Claudina y Alberto Gambino, a Quilapayún o a Mercedes Sosa, pero la tragedia de Víctor Jara elevaba sobre todos ellos el nivel de compromiso, eran años en que no había artículo o debate en el que no se pusiera sobre el tapete el compromiso del intelectual.
“Cuatro décadas más tarde, la familia de Víctor Jara, que nunca dejó de buscar justicia, puede empezar a sonreír otra vez. Un juez de Florida ha ordenado esta semana que el hombre identificado como su asesino, Pedro Pablo Barrientos, responda ante la justicia por cargos de tortura y ejecución extrajudicial. Hace años que Barrientos, un exoficial del Ejército chileno, fue señalado como el torturador de Jara que apretó el gatillo del tiro de gracia. Uno de sus suborfinados, el soldado José Adolfo Paredes, lo identificó formalmente en unn tstimonio entregado a la justicia chilena en 2009. El juez que lleva el caso en Chile, Miguel Vázquez, no tuvo dudas de su culpabilidad y en diciembre de 2012 lo procesó como autor de homicidio calificado. Poco antes, un programa de la televisión había descubierto que Barrientos llevaba una vida tranquila y discreta en Deltona, Florida, donde desde los años noventa se dedicaba a la compraventa de coches. (…) Junto con el bufete de abogados Chadbourne & Parke LLP, el CJA interpuso en septiembre de 2013 una demanda en nombre de la viuda de Jara, Joan, y de su hija Amanda, acusando a Barrientos de cargos por delitos de tortura, asesinato extrajudicial y crímenes de lesa humanidad. Tras conocer la decisión de este martes del juez de Orlando, Florida, Roy Dalton, la abogada del CJA Almudena Bernabéu celebró que se abra por fin la posibilidad de que uno de los principales responsables de la muerte del cantautor chileno vaya a tener que responder ante la justicia”.
(El apellido Barrientos me devuelve a la memoria los días en los que cantábamos de extranjis las canciones que traían los ecos de Paco Ibáñez desde París: «Soldadito de Bolivia, soldadito boliviano/ armado vas de tu rifle, que es un rifle americano/Te lo dio el señor Barrientos, soldadito boliviano/regalo de Mr. Johnson, para matar a tu hermano/para matar a tu hermano, soldadito de Bolivia/para matar a tu hermano…»).
Entonces, autores como Eduardo Galeano con Las venas abiertas de América Latina nos predisponía para discutir sobre la necesidad de un cambio radical en el mundo y nos “legitimaba” para exigirle al Gobierno un acercamiento real a los “países hermanos”. La revolución cubana aún latía en el corazón de muchos de nosotros, desconocedores de aquella realidad porque a lo sumo habíamos viajado a Francia o a Italia, países en los que se vivía la tranquilidad de lo que entonces llamábamos despectivamente “democracia burguesa” o “de libertades formales”. Cuando Felipe González dijo que prefería morir asesinado en el metro de Nueva York que vivir una larga vida en Moscú se lió un buen escándalo en la izquierda extraparlamentaria, aunque ya veníamos avisados desde las declaraciones de González en Barcelona en 1978 cuando manifestó que el PSOE renunciaría al marxismo, lo cual les daba un vuelco ideológico que preparaba el triunfo en las elecciones del 82. Alfonso Guerra actuó de apagafuegos diciendo que nadie había dicho en el partido que se fuera a abandonar el marxismo como factor ideológico, y que él dijo muchas veces que ser solo marxista no era ser marxista. Y concluía: Y yo, desde luego, soy marxista”. Eran tiempos en que importaba decir bien las cosas y en que las palabras tenían un componente intelectual que hoy se ha perdido.
“Cierto es, admitió, que resulta “decepcionante” que el juez desestimara los cargos por crímenes de lesa humanidad, porque «el asesinato de Víctor Jara, y los miles de crímenes cometidos durante el régimen de Pinochet, deberían ser llamados por lo que son: un crimen contra la humanidad». No obstante, acotó en conversación con este diario, la decisión judicial es un vuelco en el caso. Y es que aunque la familia de Jara lleva décadas denunciando públicamente el asesinato del artista, recordó, «un ámbito formal, un juicio, una audiencia, una comisión de la verdad jamás ha habido en relación con este crimen. Entonces, después de 42 años, este es un paso gigante, para Chile sobre todo». Con las manos destrozadas por las palizas, Víctor Jara todavía logró escribir unos últimos versos a lápiz en una libreta que pudo entregarle a uno de sus compañeros y que hoy conserva la Fundación Jara. “¡Canto, qué mal me sales / cuando tengo que cantar espanto! / Espanto como el que vivo / como el que muero, espanto”. Las heridas de Víctor Jara y de su familia empiezan a curar con cuatro décadas de retraso”.
La canción de Víctor Jara, Te recuerdo Amanda, fue uno de los emblemas para la generación que quisimos cambiarlo todo. Para hacer un paralelismo entre los dictadores y la lengua, en el Curso General de Lingüística, Saussure decía que la lengua tiende a ser estable, a defenderse de la novedad y que aunque es un producto de la sociedad se adquiere como una herencia, por lo que sus vinculaciones con el pasado son más fuertes que la innovación. Eran tiempos de búsqueda de significados y significantes que constituyeron para mí un pequeño mundo con el que siempre he navegado a favor de los vientos del arte, el cine, el teatro, la novela y la poesía.
Esta es la canción más bella de Víctor Jara, que él cantaba con voz dolida y humilde:
Te recuerdo Amanda
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha
la lluvia en el pelo
no importaba nada
ibas a encontrarte con él
con él, con él.
Son cinco minutos,
la vida es eterna
en cinco minutos,
suena la sirena
de vuelta al trabajo
y tú caminando
lo iluminas todo,
los cinco minutos
te hacen florecer.
Te recuerdo Amanda
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha
la lluvia en el pelo
no importaba nada
ibas a encontrarte con él
con él, con él, con él
que partió a la sierra
que nunca hizo daño
que partió a la sierra
y en cinco minutos
quedó destrozado,
suena la sirena
de vuelta al trabajo
muchos no volvieron,
tampoco Manuel.
Te recuerdo Amanda
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
«Amor más poderoso que la vida». Jaime Gil de Biedma
El amor es uno de los grandes temas de la poesía. Walt Whitman escribió que “Aquel que camina una sola legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral”. Para escribir de amor, “para aprenderle”, como cantó Jaime Gil de Biedma, no es necesario sentirlo en el momento –así lo expresan estos poemas– y es el tiempo el que nos hace cantar lo que se pierde. Pero el poeta que canta al amor lo siente, lo ha sentido o lo inventa, el caso es que lo que sin duda pretende es transmitirle al lector el raudal de sentimientos amorosos con lo único que tiene a su alcance, y que es precisamente lo que le coloca en la más alta cota de la sabiduría, porque la humilde herramienta con la que el poeta trabaja nuestro corazón es con el lenguaje, con la belleza de la palabra escrita.
Los versos que he seleccionado están llenos de amor, de un amor que se manifiesta a través de sus diversos prismas, es decir, el del amor loco, encendido y exultante de vida y pasión; en el desengaño de amor por cuya herida se llora; en las contradicciones que producen la ebriedad de sus efectos, e incluso en el amor a la divinidad, que nos transmite con su verbo encendido la carnalidad del sentimiento. Y se escriben también con esa misma pasión que da alegría de vivir, o bien todo lo contrario, con la melancolía del tiempo ido, con la mirada triste del poeta que añora lo que ha perdido y que no se sabe si se volverá a recuperar.
Todos los grandes poetas tienen la edad del tiempo, o sea, de la eternidad, porque con sus poemas han atravesado la frágil línea que separa a los mortales de la tierra y los eleva a las nubes del Olimpo. Ellos siguen siendo personas normales y corrientes, faltaría más, pero lo que han escrito nos ha servido a nosotros para escalar el monte más alto de la belleza y la imaginación, para conmovernos sin movernos de nuestro cómodo y beato sillón. El amor entra así en nuestras vidas para decirnos que no estamos solos, que los que escriben, además de que hayan querido apuntalar con sus poemas el dolor y la pérdida, nos ayudan a vivir y a reflexionar sobre este tema, fundamental en la literatura y en la vida, que es el amor.
Publiqué Los mejores poemas de amor. Desde Quevedo a nuestro días, en el año 2006, en la editorial Only Book. El librito costaba un euro y tuvo una distribución estupenda. En más de una ocasión, algunos conocidos me han dicho que estando en la boda de unos amigos este libro era el regalo elegido por los novios para repartir a los postres, supongo que a las mujeres, ya sabemos cómo nos las gastamos aquí. De los poetas que seleccioné para el libro recojo hoy ocho para no ser exhaustivo, aunque en próximas entregas podría ampliar la nómina. Empezaré por Quevedo porque se atreve a definir el amor en un soneto que es la más alta expresión del oxímoron (¿acaso no es un oxímoron el amor?).
Francisco de Quevedo (1580-1645). De vida azarosa por los avatares de la declinante política española del XVII, sufrió destierro y prisión. Su literatura es la voz desgarrada de un poeta inmerso en su época. El poema, “Amor constante más allá…” es uno de los más hermosos de nuestra lengua, según muchos estudiosos, cuyo tema es el del amor vencedor de la muerte.
SONETO AMOROSO DEFINIENDO EL AMOR / Francisco de Quevedo
Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un malpresente,
es un breve descanso muy cansado;
es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde, con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado;
es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero parasismo;
enfermedad que crece si es curada.
Este es el niño Amor, este es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
Lope de Vega (1562-1635). Es el poeta lírico más extraordinario de su época. Cristiano y católico, su desordenada vida le llevó a repetidos arrepentimientos. De esos arrebatos nació una obra equiparable con las mejores. Poco después de dejar los estudios escribió esto: “Cegóme una mujer, aficionéme, / perdóneselo Dios”.
DESMAYARSE, ATREVERSE / Lope de Vega
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor: quien lo probó lo sabe.
María de Zayas y Sotomayor. Perteneció a la literatura del XVII y en ese tiempo, naturalmente, sorprende el comportamiento tan libre -en el terreno sexual- con que sus personajes femeninos se mueve. Como dijo Pardo Bazán, «En ella se da la picaresca de la aristocracia». Suyas son también las Novelas ejemplares y amorosas.
QUE MUERA YO, LISEO / María de Zayas y Sotomayor
Que muera yo, Liseo, por tus ojos,
y que gusten tus ojos de matarme;
que quiera con tus ojos alegrarme,
y tus ojos me den mil enojos.
Que rinda yo a tus ojos por despojos
mis ojos, y ellos en lugar de amarme
pudiendo con sus rayos alumbrarme,
las flores me convierten en abrojos.
Que me maten tus ojos con desdenes,
con rigores, con celo, con tibieza,
cuando mis ojos por tus ojos mueren.
¡Ay, dulce ingrato! que en los ojos tienes
tan grande deslealtad como belleza,
para unos ojos que a tus ojos quieren.
Los dos poemas siguientes tienen el mismo título y desarrollan idéntico tema, el del amor en ausencia del amado. Va primero el de Boscán, escrito bastantes años antes que el de Medrano.
Juan Boscán (1495-1542). Según Menéndez Pelayo “los versos cortos de Boscán, sus coplas castellanas, son tan fáciles y sueltas como las del mejor poeta del Cancionero General”. En su tiempo, su fama fue mayor que la de Garcilaso, aunque sus mayores aportaciones radican en la introducción del terceto de Dante y de la canción petrarquesca.
QUIEN DICE QUE LA AUSENCIA / Juan Boscán
Quien dice que la ausencia causa olvido
merece ser de todos olvidado.
El verdadero y firme enamorado
está, cuando está ausente, más perdido.
Aviva la memoria su sentido;
la soledad levanta su cuidado;
hallarse de su bien tan apartada
hace su desear más encendido.
No sanan las heridas en él dadas,
aunque cese el mirar que las causó,
si quedan en el alma confirmadas.
Que si uno está con muchas cuchilladas,
porque huya de quien lo acuchilló,
no por eso serán mejor curadas.
Juan Medrano (1570-1607). Se cuenta entre la pléyade de la poesía tradicionalista del Siglo de Oro, agrupados entonces en escuelas provincianas, andaluza y salmantina. A pesar de ser sevillano fue incluso más horaciano que los de la escuela salmantina y muy amigo de los poetas más eminentes de su tiempo.
QUIEN TE DICE QUE AUSENCIA / Juan Medrano
Quien te dice que ausencia causa olvido
mal supo amar, porque si amar supiera,
¿qué, la ausencia?: la muerte nunca hubiera
las mientes de su amor adormecido.
¿Podrá olvidar su llaga un corzo herido
del acertado hierro, cuando quiera
huir medroso, con veloz carrera,
las manos que la flecha han despedido?
Herida es el amor tan penetrante
que llega al alma; y tuya fue la flecha
de quien la mía dichosa fue herida.
No temas, pues, en verme así distante,
que la herida, Amarili, una vez hecha,
siempre, siempre y doquiera, será herida.
Ángel González (1925). Es uno de los más valiosos poetas de la llamada Generación del Cincuenta. Ya en 1966 Max Aub, en un Manual de Historia de la Literatura Española, avanzó: “Canta con convencimiento –y fuerza– su esperanza, rompiendo sabiamente su verso”. Estas palabras juegan con el título de uno de sus grandes libros: Sin esperanza, con convencimiento. Leerle transforma la vida.
ME BASTA ASÍ / Ángel González
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos si hacernos daño
–de eso sí estoy seguro:
pongo
tanta atención cuando te beso–;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando –luego- callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
Constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)
Fernando Beltrán (1956). Precursor de “Poesía Entrometida” como recuperación del discurso social en la joven poesía de los noventa, reivindica la presencia de la imaginación como la auténtica identidad y valor añadido del hecho poético. Profesor del Instituto Europeo de Diseño y de la Escuela Superior de Arquitectura es fundador del estudio creativo El Nombre de las Cosas.
LA PALA DEL AMOR / Fernando Beltrán
hambrienta e insaciable, con forma de cuchara,
la pala del amor es una pala extraña, empuja eleva quiebra
engarza engulle, saca abismos de un charco
y una barca en sus redes cuando la hundes en tierra
y aparece de pronto el pez que cava
el túnel del amor, su pala extraña, rompe cruje
derriba inflama enferma, brota luz de los hoyos
más profundos y amontona después el sol hallado
entre las piernas frías de una alcoba
que no sabrá al final si ha sido
habitada o prestada, hueso o huésped,
si hace sombra al partir o quedó el fuego
doblado como ropa sobre el cuerpo desnudo de la silla
donde la intimidad calló mientras la piel hablaba,
la pala del amor es una pala extraña,
todos creen que la estrenan, pero nadie la observa
terca antigua manchada escrita de antemano,
gastada por los puños y oxidada en el hierro
que le da de comer a esa criatura
hambrienta e insaciable, con forma de cuchara
y en los bordes el filo más cortante, la pala del amor
su saliva de sangre, el hermoso albañil que antes
de empuñarla otra vez
escupió en cada una de sus llagas,
y esta vez sin saberlo eran mis manos.
Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695). El éxito y el renombre de Sor Juana fueron inmediatos. Nacida en México, niña prodigio, hija de vasco y de criolla. Es muy conocida su redondilla Contra las injusticias de los hombres al hablar de las mujeres, aunque no sea lo más valioso. Su obra maestra son novecientos setenta y cinco versos de once y siete sílabas, titulado Primer sueño.
EN QUE SATISFACE UN RECELO CON LA RETÓRICA DEL LLANTO / Sor Juana Inés de la Cruz
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.
y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía;
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo de tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.
Hoy es 23 de abril y celebramos el Día del Libro. Hoy es el día en que se les llena la boca a los medios de comunicación (sobre todo a las cadenas de televisión) hablando de libros, mientras que el resto del año no emplean ni un minuto porque lo tienen casi todo ocupado para pases de lencería fina. Hoy es el día que toca hablar de libros, como si en este país se leyera, como si este país no tuviera el índice más bajo de lectura del entorno europeo. Lo peor de todo es que hace tiempo que nos pasa factura, convirtiéndonos en ciudadanos menos imaginativos, y por lo tanto más ciegos y más manipulables, y destruyendo una industria que ha costado mucho esfuerzo levantar.
«John Berger escribe acerca de lo que verdaderamente importa». Susan Sontag
La lectura reciente de El toldo rojo de Bolonia (Abada, editores, 2011), un librito tan breve como hermoso de John Berger (Londres, 1926), que contiene algunas de las claves de su universo poético, artístico, social y literario, me recordó que hace 15 años tuve la fortuna de organizar para Alfaguara la presentación de su novela, King. Una historia de la calle.
Berger, tras publicar en 1995 su novela Hacia la boda, empezó a pensar en escribir un libro sobre los homeless, pero, «cada vez que me disponía a escribir me parecía más difícil. ¿Cómo evitar la superioridad, la caridad barata, la piedad?», escribió. Se le ocurrió entonces «que los homeless por lo general tienen perros y que si la historia fuese contada por un perro podría evitar esos riesgos y eludir cualquier tipo de juicio personal”. Así nació King, la novela que publicó Amaya Elezcano para Alfaguara en el año 2000, y que significó para mí un reto profesional porque, recién llegado al grupo mediático más importante del momento, no cabía la posibilidad de organizar una presentación convencional con el pintor y crítico de arte, autor de El sentido de la vista (Alianza, 1990), o de G. (Alfaguara, 1992), novela con la que había ganado en 1972 el prestigioso Booker Prize. John Berger también había escrito guiones, como el de Jonás, que cumplirá 25 años en el año 2000, la películas que Alain Tanner rodó en 1976 y que en aquellos años me impactó por su contenido utópico. Hace ya unos años, la cineasta Isabel Coixet organizó una exposición sobre otro libro de Berger, De la A a la X, en el que Aída, una mujer enamorada, escribe cartas a Xavier, su marido, preso político a quien no le permiten responder. Leonor Watling puso voz a Aída y participaron entre otras, las actrices Monica Bellucci, Penélope Cruz, Isabelle Huppert, María de Medeiros y Sarah Polley. Isabel Coixet le dedicó a Berger su película, La vida secreta de las palabras: «[Él] Me animó a hacerla. Las guerras se pueden contar desde las consecuencias», me dijo. En esta película, Coixet, la directora más personal e intimista de los últimos años, incluyó en la banda sonora, «Hope There´s Someone», la canción de Antony & The Johnsons, uno de los artistas más personales e intimistas de los últimos años.
Pero nos habíamos quedado en King. Una historia de la calle, la novela de John Berger con la que tuve que demostrar que era posible estar a la altura de las circunstancias. Claro que yo contaba con la ayuda de dos magníficos profesionales: Rosa Junquera y Gerardo Marín, que hicieron de aquella noche algo mágico. Lo primero que pensamos fue celebrarlo en la calle, como correspondía a un invitado tan ilustre con King, el perro callejero que narra esta historia. Berger vivía entonces en un pequeño pueblo de los Alpes franceses y llegó a la editorial con un queso de la región como regalo para su editora. Tenía entonces 74 años y su cara y sus manos tenían el aspecto de un rudo campesino, pero su amplia sonrisa y sus maneras joviales le hacían parecer un muchacho encandilado con la vida.
Hablamos con el ayuntamiento para que nos dejara ocupar la Plaza del Conde de Barajas, un lugar recoleto muy cerca del Mercado de San Miguel, de la Plaza Mayor y de la calle de Bringas, un entorno galdosiano que por unas horas recuperó el ambiente literario. Se montó un pequeño escenario, pusimos un micrófono que se alimentaba de la corriente de un bar cercano, colocamos un cartel, invitamos a Manuel Rivas como maestro de ceremonias del escritor, y pedimos a unos músicos callejeros que compartieran con el público una muestra de su saber hacer, sembramos de sillas parte del recinto… y al anochecer del 28 de septiembre de 2000… ¡ale hop!, comenzamos la fiesta. Surgió la palabra y la música y en un momento la plaza se llenó de poesía.
Al día siguiente, Rosana Torres lo contaba así en El País. «La de ayer también fue una historia de la calle. Por la tarde, en una pequeña plaza del casco histórico de Madrid, Berger volvió a meterse en la piel de los sin techo de la mano de Manuel Rivas, quien dijo: «Berger atrae y nos hace ver mejor y no dejar de plantearnos lo que le pasa al otro y por qué». Los dos leyeron, hicieron pintadas y, sobre todo, jugaron. No estuvieron solos. Se rodearon de músicos callejeros, esos que se ganan la vida a diario tocando para los que muchas veces les han convertido en parte del cotidiano mobiliario urbano. Y también se rodearon de textos que entroncan a través de imágenes poéticas con el mundo de Berger. Textos de Lorca, José Hierro, Claudio Rodríguez, César Vallejo, Ángel González… También la palabra de Berger se convirtió en sonido.
Y en un destacado, escribió: John Berger pide respeto a la sabiduría de los ‘sin techo’ al presentar su nuevo libro. La placita quedó abarrotada de gente que unas veces vitoreaba a los escritores y otras guardaba un silencio inhabitual en esa zona. Llamazares, Martín Largo, Felipe Vega, Pedro Guerra… Todos terminaron entusiasmados al grito de «¡capitalismo-canibalismo!».
Hoy, 23 de abril, Día del Libro, he querido recordar esta breve y emocionante historia de King, un libro que, gracias a la generosidad y la amplitud de miras de tanta gente, pudimos celebrar en la calle, como un auténtico ágora de las letras y de la vida.
Ayer fue miércoles
He decidido salir a la palestra cada jueves. Este blog se llama “Ayer fue miércoles toda la mañana”, en honor al poeta Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), que escribió este poema que comienza con ese verso y que en el siguiente le da la vuelta: “Por la tarde cambió: se puso casi lunes”.
toda la mañana