MARTIN AMIS: “Cuando se compra una ideología, se ponen las semillas para la violencia”
Martin Amis, enfant terrible de las letras británicas, es un escritor respetado y leído tras haber publicado más de una docena de libros. Considerado uno de los grandes de las letras contemporáneas, Amis aborda cada nueva obra como un desafío respecto a la anterior, tanto en el argumento como en la estructura. El resultado son novelas tan dispares como Dinero o Campos de Londres, con fondo de salvajes sátiras; el tratamiento anticonvencional de La flecha en el tiempo, que desafía la linealidad narrativa, pasando por el relato policial psicológico de Tren nocturno, o la incursión en la memoria personal con el primer volumen, Experiencia, y el segundo, Koba el Temible, una crónica política del siglo XX y una visión osada sobre el comunismo, o mejor, sobre la tolerancia de los intelectuales occidentales con la doctrina soviética. En este post tomo como referencia el título de uno de los libros de entrevistas de Amis, Visitando a Mrs. Nabovok y otras excursiones (Anagrama), para recordar el largo encuentro que tuve con él en 2004 y que luego publiqué en la revista MAN. Lo recupero ahora aprovechando que Martin Amis tiene un nuevo libro en la calle: Lionel Asbo. El estado de Inglaterra (Anagrama).
España ha sido para Amis su segundo país en Europa. Su madre se trasladó hace muchos años a Ronda, sus dos hermanos también han elegido nuestro país para vivir e, incluso, los hijos de su primer matrimonio pasan muchos veranos aquí, con su abuela. “Ronda sigue siendo prodigiosa, se alza sobre una alta meseta dividida por una abismal garganta”, escribe en Experiencia. Amis ha sido siempre un buen observador de su entorno y ha escrito sobre personajes que han estado en lo más alto del ranking social y cultural, como Madonna, los Beatles, los Rolling Stones, Polanski, Karpov, Graham Green (Visitanto a Mrs. Nabokov…), pero también ha dejado en sus libros el recuerdo de figuras españolas como la de Antonio Ordóñez, con estas palabras: “Ordóñez era increíblemente guapo y carismático, los días de corrida tomaba las riendas de un coche de caballos y se paseaba en él con su glamourosa mujer y sus hijas (las dos jóvenes más glamourosas de la localidad)”. Esas dos hermosas criaturas –en expresión de Truman Capote refiriéndose a Marilyn– eran Belén y Carmen Ordóñez.
En el primer encuentro, Martin Amis me estrechó la mano muy cordial. Habíamos quedado al atardecer en el lobby del hotel Wellington, donde se alojaba, precisamente un “hotel de toreros”. Sonrió y sentí que me miraba disimuladamente de arriba a abajo para comprobar, probablemente contrariado, que mi estatura era ostensiblemente superior a la suya. Yo estaba prevenido por la lectura de sus memorias, y me encorvé un poco para no sobresalir demasiado sobre su cabeza, cubierta de un cabello fino y rubio, algo encanecido y peinado hacia atrás con soltura. Vestía una americana beige, deportiva, sobre un polo turquesa, pantalones azul oscuro y zapatos marrones, y lucía un bonito bronceado que combinaba con el color de su pelo. Fumó durante todo el tiempo un tabaco de picadura con un ligero perfume dulzón. La facilidad para liarlos me recordó los episodios descritos en Experiencia sobre sus habituales estados de emporramiento juvenil. Sus días en Madrid transcurrieron entre entrevistas y sesiones de fotos a las que se sometió estoicamente; una conferencia multitudinaria, conducida con gran habilidad por el escritor mexicano Juan Villoro, y un viaje de ida y vuelta a Ronda, para visitar a su madre. Antes de cenar tomamos unos combinados imposibles a base de Campary con ginebra en el lobby del hotel en el que una de las tardes admiramos la figura esbelta de un torero –brillante de azul y oro– a punto de salir hacia Las Ventas.
La literatura de Amis está atravesada por la respiración del mundo en el que vive. Sus libros tocan siempre temas importantes, incluso en novelas policiacas, como Tren nocturno, en la que una mujer policía investiga el supuesto suicidio de una joven profesional que tiene todo en la vida: es guapa, tiene un buen trabajo y una relación sentimental estable, pero un día decide irse de este mundo sin motivo aparente. El lector de esta novela es tragado inmediatamente por la voracidad narrativa de Amis, cuya capacidad de reflexión sobre el ser humano hace que el lector zozobre en un terreno pantanoso. Incluso en temas así, con fondo de indagación policial, Martin Amis nos golpea elegantemente con la voz del compromiso, pero, dice, “sin involucrarse en su defensa a ultranza, porque cuando se compra una ideología, se ponen las semillas para la violencia”. Pero esta frase, rotunda como el mejor titular, no venía sola: “La ideología es una droga sintética que se toma para convertirse en un héroe”. Amis vio cómo su padre sirvió a una ideología, y según él, ahí radicaban sus diferencias: “Si la ideología fuera una droga, sería como la heroína, y la religión, la metadona”, dijo. Siente el fracaso de las creencias y promulga “la no ideología”, pero sin apasionamiento, sin importarle que su interlocutor esté de acuerdo, como el que siente que su discurso es tan básico que nadie debería asombrarse. A pesar de eso, sus afirmaciones suelen ser motivo de polémica. Amis es elegante hasta en el diálogo político. Y es también lector de poesía, y amigo de poetas, –Robert Graves, Philip Larkin–, como lo fue su padre, Kingsley Amis. Bebe un sorbo de Campary y lía otro cigarrillo. Su mirada cambia al hablar de Milton y de otros poetas que ha leído, pero se oscurece cuando dice hablar de un género en peligro de extinción. “Muy poca gente lee poesía. Creo que cada vez menos, y eso es una verdadera tragedia”. Le recuerdo una de sus frases: “La traducción es como hacer una fotografía de una pintura, pero hay que leer a los grandes autores, aunque sean traducidos, para conocerlos”. Del Quijote, Amis escribió en su ensayo La guerra contra el cliché: “Por más que se trate de una inexpugnable obra de arte, el Quijote tiene un serio defecto: el de ser, francamente, ilegible”. Pero no debemos quedarnos en la anécdota, seríamos injustos si no añadiéramos que Amis hace una lectura interesante y moderna de nuestro más alto valor literario, con las dificultades añadidas al lector del siglo XXI. Así que para mi siguiente pregunta me apoyo en lo que Saul Bellow dijo sobre los escritores: “Existen los de clase A, que se ocupan más de los caracteres y los personajes, y los de clase B, que conciben más el mundo y su trasformación a través del lenguaje”, y se la planteo: “Teniendo en cuenta estas palabras, y recordando lo que ha escrito usted sobre el Quijote: ¿en qué lugar situaría a Cervantes?”, e inmediatamente pienso que le acabo de poner en un aprieto, pero me responde con una sonrisa socarrona y su respuesta me desarma: “Bueno…, Cervantes es un escritor A, B, C, D…”. Se ha portado bien, vemos que ya no necesita seguir siendo un “chico malo”, ni en la literatura ni en la vida. Dice que desde que su padre murió ya no puede serlo, “no tendría mucho sentido, en tal caso me correspondería ser un hombre malo”, bromea.
Amis conoció la noticia del atentado del 11 M en Atocha estando en Montevideo, en donde vive gran parte del año con su mujer, Isabel Fonseca, y sus dos hijos. Al ver las imágenes en televisión, dijo haber sentido un gran golpe que le hizo reaccionar y decidirse a aceptar su visita a Madrid: “Me sentí horriblemente mal, desde allí vi los paraguas chorreantes y llorosos de Madrid y de toda España”. De nuevo la necesidad de la “no ideología” contra la política creada con mentiras; aceptar que sin creencias, el ser humano merece ayuda y solidaridad, sin más envolturas.
Martin Amis ha vuelto a Montevideo para escribir otra novela. Y yo que creí que me enfrentaría a un autor difícil que me haría pasar horas olvidables…; nos despedimos con un abrazo sentido y el deseo de volver a vernos. En Montevideo, tierra de escritores, tiene una casa en la playa, lejos del bullicio de la ciudad, diseñada por Isabel Fonseca. “¿Tu mujer es arquitecta, o se dedica al diseño?”. “No”, dice riendo, “pero Isabel todo lo hace bien; ella puede dibujar o escribir, y lo hace estupendamente”. Se ríe feliz cuando habla de ella. “¿Y te gusta vivir allí?”, le pregunto, ingenuo. “Bueno”, responde, “cuando tu mujer empieza a decorar una casa, uno nota que es ahí donde va a vivir”.
AQUELLOS CHICOS BRITIHS. Breve apunte sobre su generación
La generación de escritores británicos que comparten podio con Martin Amis constituyen desde hace algunos años una suerte de edad de oro de las letras contemporáneas. Hacía mucho tiempo que no coincidían tantos nombres interesantes como en los últimos veinticinco años. Nombres que han ido consolidando su obra y ganando lectores para el bien de la comunidad literaria. Este grupo generacional reúne a narradores de la talla de Ian McEwan, Graham Swift, Julian Barnes, William Boyd, Hanif Kureishi, Kazuo Ishiguro y Salman Rushdie. Los tres últimos tienen sus raíces en culturas mestizas, pakistaní, japonesa e india, aunque han sido criados en Londres y se han educado en las universidades británicas. ¿Qué tienen en común estos escritores? Tal vez el haber vivido en la misma época –han nacido todos entre 1946 y 1951- y haber compartido lecturas –Saul Bellow, Vladimir Nabokov, Naipaul o Ángela Carter–. Por lo demás, sus libros son el reflejo de sus personalísimos puntos de vista, lo cual conforma una amplia visión de la complejidad contemporánea vista a través de un calidoscopio. Pero es inevitable que algunas de las preocupaciones de estos autores se hayan entrecruzado alguna vez en sus novelas en las que confluyen la metáfora social, el género negro o los personajes netamente urbanos en donde la política, las drogas o la música constituyen el trasfondo de su creación. Incluso la fantasía y la ciencia-ficción, géneros en los que, más de uno se ha adentrado buscando nuevos campos de experimentación literaria. En muchos de ellos hay un acercamiento a lo coloquial, un tratamiento singular de la memoria, un inquietante manejo de la prosa como vehículo de expresión, una sutil práctica de la sátira política, o, en casos como el de Boyd, el humor. Todos estos escritores han sido galardonados con premios importantes (Somerset Maugham, Booket Prize, Fémina, etc.) y algunas de sus obras fueron llevadas al cine; en el caso de Kureishi como guionista de filmes generacionales en los años 80 como Mi hermosa lavandería o Sammy y Rosie se lo montan.
Mi selección personal: Tren nocturno, de Amis; Amor perdurable, de McEwan; El loro de Flaubert, de Barnes; La luz del día, de Swift; Las nuevas confesiones, de Boyd; El dios de los suburbios, de Kureishi; Hijos de la medianoche, de Rushdie, y Los restos del día, de Ishiguro.