«En un lugar de la Mancha, el día que iban a matar Santiago Nasar era un día luminoso y frío de abril y la heroica ciudad dormía siesta…» Con el arranque de cuatro grandes obras de todos los tiempos hemos comenzado este relato que rinde homenaje a los principios de algunas novelas que han quedado grabadas para siempre en nuestro subconsciente. Una invitación para leerlas de nuevo.
No hay ninguna fórmula magistral para escribir el primer párrafo de una novela. El escritor que logre enganchar al lector con el destello de un inicio trepidante, poético, insinuador, inquietante o recopilador de los que va a leer a continuación…, tendrá un trecho del camino andado. Al menos su arranque habrá quedado para los anales. Los principios de novelas que he recogido en este post son de obras muy conocidas y sus autores forman parte de la historia literaria. Hay una segunda parte que corresponde a escritores de la agencia Dos Passos, pero solo de aquellas novelas que publicaron en 2013. Empecemos, pues, por el principio, por nuestro escritor más universal, y por la novela que nos sitúa como referentes en el mundo de la cultura.
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes.
Roth es un escritor al que siempre acudo. Es posible que tenga otros arranques merecedores de estar aquí, pero esta novela fue la primera que leí de él, en 1979, aparte de que no está nada mal comenzar así un relato:
“El sueño de su vida no consistía en ser rico, famoso, poderoso y, ni siquiera, feliz… sino, simplemente, en ser civilizado”. Cuando ella era buena. Philip Roth.
Gastby no ha sido nunca uno de mis preferidos. Ahora tengo una nueva oportunidad de reconciliarme con esta novela, gracias a que José C. Vales me regaló una nueva traducción en la editorial Nórdica. Sea como fuere, este comienzo me parece antológico.
“En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza: Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien –me dijo– ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas…” El gran Gastby. F. Scott Fitzgerald.
Esta es, quizá, con el Quijote, el otro arranque de novela que quedará en nuestra memoria para siempre. De momento, hace casi 50 años que la publicó.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Cien años de soledad. Gabriel García Márquez.
Otro principio memorable. Aquí Camus ya nos está adelantando cómo es el protagonista de esta obrita (en número de páginas) que tanto marcó a los lectores de mi generación.
Este comienzo lo utilizó Nabokov en su novela Ada o el ardor:
“Todas las familias felices se parecen; pero cada familia desgraciada lo es cada una a su manera”. Ana Karenina. Leon Tolstoi.
De Salinger y El guardián…, poco puedo decir que no haya contado ya. Esta es una novela que sigue un best-sellers desde 1951.
“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada”. El guardián entre el centeno. J.D. Salinger.
De Josep Conrad contaré una anécdota que publicó Enrique Vila-Matas en El País. En una travesía en barco, el escritor le pidió a un marinero llamado Jacques que leyera lo que había escrito. “A la mañana siguiente Conrad se acercó a Jacques y le preguntó si le había interesado lo que había leído. Tras un breve pero tremendo silencio, obtuvo esta respuesta. “¡Ya lo creo”. Quiso entonces saber Conrad si le había resultado clara la historia. “Por supuesto, perfectamente”, dijo su primer lector.
“Era marino, pero también vagabundo, mientras que la mayoría de los marinos suelen llevar, si se puede decir así, una vida sedentaria. Son de espíritu hogareño, y su casa, el barco, está siempre con ellos, como también lo está su patria, el mar. Un barco se asemeja mucho a otro y el mar es siempre el mismo”. El corazón de las tinieblas. Josep Conrad.
Si hay una novela que en solo seis palabras resuma el clima de las siguientes 400 páginas es esta de mi paisano don Leopoldo (“La heroica ciudad…”)
«La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles…». La Regenta. Leopoldo Alas “Clarín”.
Aunque en realidad, Cortázar lo resuelve en solo cuatro palabras. Las de este comienzo, también generacional, qué le vamos a hacer.
“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua”. Rayuela. Julio Cortázar.
Nada pudo añadir a estos cuatro principios que no lo cuenten ellos: Dostoyesvki, Austen, Goethe y Mann.
“Una tarde, el joven Iván Karamazov, luego de cursar estudios y haber y trabajar como periodista en Moscú regresó a su ciudad natal. Su padre, Teodoro Karamazov, era un terrateniente muy dado a las francachelas y al vino, quien tras dos matrimonios que terminaron en tragedia, (su primera mujer lo abandonó y su segunda esposa murió loca) vivía en compañía de sus criados”. Los Hermanos Karamazov. Fiódor Dostoyevski.
“Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa”. Orgullo y prejuicio. Jane Austen.
“4 de mayo de 1771. ¡Cuánto me alegro de haber marchado! ¿Qué es, amigo mío, el corazón del hombre? ¡Dejarte, cuando tanto te amaba, cuando era tu inseparable, y hallarme bien! Sé que me perdonas. ¿No estaban preparadas por el destino esas otras amistades para atormentar mi corazón? ¡Pobre Leonor! Pero no fue mi culpa. ¿Podía pensar que mientras las graciosas travesuras de su hermana me divertían, se encendía en su pecho tan terrible pasión? Sin embargo, ¿soy inocente del todo?”. Werther. Goethe
“Un modesto joven se dirigía en pleno verano desde Hamburgo, su ciudad natal, a Davos-Platz, en el cantón de los Grisones. Iba a hacer una visita de tres semanas”. La montaña mágica. Thomas Mann.
Esta novela de Gabo incumple todas las reglas de la estrategia narrativa revelando al lector lo que va a ocurrir después. Pero el maestro consigue llevarnos en vilo hasta el final.
“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la madrugada para esperar el buque en que llegaba el obispo”. Crónica de una muerte anunciada. Gabriel García Márquez.
¿Publicaría hoy Nabokov, sin gran escándalo, esta novela?
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta”. Lolita. Vladimir Nabokov.
Aquí van dos comienzos con el sueño de trasfondo. Proust se duerme “apenas apaga la bujía” y le da paso a Kafka, que se despierta transformado.
1. “Durante mucho tiempo he estado acostándome temprano”. En busca del tiempo perdido. Marcel Proust.
2. “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. La metamorfosis. Franz Kafka.
Mi afición por Sabatini comenzó en los años 50, cuando vi la película homónina protagonizada por Stewart Granger. Este arranque me parece redondo.
“Nació con el don de la risa y la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese fue todo su patrimonio”. Scaramouche. Rafael Sabatini.
Melville usa solo dos palabras para empezar a contar una historia. Menos será imposible encontrar.
“Llamadme Ismael”. Moby-Dick. Herman Melville.
Hay defensores y detractores de El túnel. Yo he de decir que este comienzo me cautivó entonces. El mundo de los ciegos, siempre tan inquietante en toda la obra de Sabato.
“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”. El túnel. Ernesto Sabato.
Claro que pocos como Dickens (1812-1870) para resumir la historia de la humanidad, tan idéntica de una época a otra. ¿Pensamos en hoy, por ejemplo?
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo”. Historia de dos ciudades.Charles Dickens.
Tal vez parezca anodino este comienzo pero adentrarse en esta novela es sufrir con el protagonista la agonía de una dictadura sin piedad. Este es el Gran Hermano al que espero no nos conduzcan tantas equivocaciones.
“Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece”. 1984. George Orwell.
Magistrales líneas y determinante pregunta en esta novela imprescindible de Mario Vargas Llosa.
“Desde la puerta de La Crónica, Santiago mira la avenida Tacna sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”. Conversación en La Catedral. Mario Vargas Llosa.
Páramo estuvo allí y se encontró con los fantasmas de su pasado.
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Pedro Páramo. Juan Rulfo.
Y aquí está esta segunda parte de comienzos de novela. Son algunos de los escritores que pertenecen a DOS PASSOS y que han publicado su obra el año pasado, por eso no están todos los que son. Tal vez alguno de estos arranques quede para la historia:
“En San Ireneo de Arnois todo el mundo comentó la llegada de la señorita Prim”. El despertar de la señorita Prim. Natalia Sanmartin Fenollera.
“Kento nació en el invierno de 1962 en un sórdido y pequeño prostíbulo del centro de Tokio, uno de los más lúgubres y antiguos del barrio de Kabukicho. Su madre era una prostituta”. El viaje de Tanaka. David Cantero.
“No sé quién soy. Tengo casi cuarenta años, un trabajo estable y bien remunerado como creativo de una de las agencias publicitarias más solventes de Europa, y un currículum que acredita cada paso de mi vida laboral. Mi nombre figura en mi expediente universitario, en los certificados de mis masters, en mis notas del colegio, mi DNI, mi pasaporte y el libro de familia de mis padres, con mi fecha y lugar de nacimiento, el número de tomo y la página del registro donde me inscribieron al nacer. Todo oficial, todo correcto, todo legalmente constatado. Pero no sé quién soy”. Mientras pueda pensarte. Inma Chacón.
“Por qué. La pregunta bombeó en su cabeza como un latido lento y angustioso que lucha por no ser el último. Por qué”. Margen de error. Berna González Harbour.
“¡Ahora iba a resultar que cualquier jovenzuelo podía conocer los principios y fundamentos sobre los que se sustenta el cultivo de los tulipanes! Eso era lo que pensaba Jonas Fou´fingers mientras observaba la tierra negra de su jardín”. El pensionado de Neuwelke. José C. Vales.
“Casi todas las escuelas psicológicas, desde el psicoanálisis clásico hasta la psicoterapia gestalt, prestan atención a ese lado del ánimo melancólico o desesperanzado que suele manifestarse hacia la mitad de la vida de las personas y que, en jerga poco científica, acostumbramos a llamar ´crisis de los cuarenta´”. La misma ciudad. Luisgé Martín.
“Se lo pregunté a mi padre la noche en que mi familia cumplía cinco años en el sótano. Cinco años desde el fuego. Yo llevaba algo menos. Nací poco después de que ellos entraran». El brillo de las luciérnagas. Paul Pen.
“Podría inventarme algo aparatoso para decorar el CV, operarme las tetas con la indemnización, montarle un pollo a mi empresa (ex empresa) y hasta casarme con Miguel. También puedo, simplemente, contar la verdad y buscar trabajo”. La piel de Mica. Paloma Bravo.
“- Me llamo Cristóbal Martínez-Bordiu, marqués de Villaverde. Soy el cirujano más importante de España… y, por si fuera poco, soy el yerno del Generalísimo. Tres razones para hacer lo que me sale de los huevos siempre que mis huevos me lo piden”. Si levantara la cabeza. Daniel Vázquez Sallés.
“Fue un golpe duro, seco, limpio. Ni siqueira sabe muy bien qué hacía en la cocina cuando cayó de bruces sobre el mármol del suelo, sobre el piso templado y relucuente”. La cáscara amarga. Jesús Ruiz Mantilla.
“El barrio se encontraba oculto por una colina y no era posible verlo desde ningún lado. Tampoco había letreros que señalaran en esa dirección. Un paseante casual solo podría descubrir su existencia si se quedaba un rato parado en la avenida y era tan observador como para detectar un reguero intermitente procedente de la curva”. El asunto Melkano. Alberto Llamas.
“Será porque he soñado que alguien grababa mi nombre en una lápida, como hacía aquel niño sobre la playa de Strugnano. Será porque esta mañana, mientras no conseguía levantar mis huesos del lecho, he cumplido tantos años que me avergüenza apuntarlos con esta tinta oscura como la puerta de Santa Caterina. Será porque después de varias décadas suena nítida la sonata que compuse en Ancona, también después de un sueño. Serán estas causas las que me determinan a dejar por escrito los hechos de mi vida antes de que se nublen definitivamente y los arrastre una última tormenta”. La fuga del maestro Tartini. Ernesto Pérez Zúñiga.
“Ha salido de la ducha secándose el pelo con una pequeña toalla que ahora está empapada. Se sienta en la cama, frente a la puerta del armario que tiene un espejo, y observa su nariz. Ayer, desde luego, no estaban, pero hoy tiene unas diminutas pecas que la cubren. Se acerca un poco más frunciendo el ceño, extrañada. Las cuenta, son al menos quince”. La vida real de Esperanza Silva. Beatriz Rodríguez Delgado.
THE END
La Puntilla:
Esta frase de Italo Calvino (1923-1985) habla de la realidad de nuestro país, aunque la haya escrito sin saber que eso ocurriría también en nuestro país. Esa es parte de la tragedia que encierra el mensaje.
“Un país que destruye la escuela pública no lo hace nunca por dinero, porque falten recursos o su costo sea excesivo. Un país que desmonta la educación, las artes o las culturas está ya gobernado por aquellos que solo tienen algo que perder con la difusión del saber».
«Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se presentó y me dijo: La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que usted era hermosa cuando era joven, me he acercado para decirle que yo la encuentro más hermosa ahora que entonces, me gusta menos su rostro de muchacha que éste que tiene ahora, devastado». Marguerite Duras, «El amante». 🙂
Los principios de los libros son fundamentales, sabes perfectamente que te va a gustar su lectura con un buen comienzo, incluso te paras y saboreas esas pocas frases leídas.
Anoche soñé que volvía a Manderlay.
Rebeca, de Daphne du Maurier.