Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y otros edificios mágicos de la literatura en español
«El coronel Aureliano Buendía apenas sí comprendió que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad»
Leí Cien años de soledad en 1969, dos años después de haber sido publicada. Yo tenía 18 años y vivía con mis padres, que me pagaban la suscripción al Círculo de Lectores. Acostumbrado a leer narrativa española –Cervantes, Valle, Baroja, los del Cincuenta; y algo del teatro de Lope, Buero, Jardiel Poncela…–, la novela de García Márquez se me lanzó a la yugular desde la primera página y entre alegría y llanto me dejó exhausto. Fue el primer relámpago literario, al que más tarde seguirían Cortázar, Borges, Vargas Llosa, Macedonio Fernández y otros escritores latinoamericanos con los que hice toda mi carrera de lector in fabula.
Gabriel García Márquez tardó dieciocho meses en escribir Cien años de soledad. Cuando la terminó, en 1966, vivía en México D.F. con su mujer, Mercedes Barcha, y sus dos hijos. La novela fue publicada el 5 de junio de 1967, por la editorial Sudamericana de Buenos Aires. Mercedes Barcha, la mujer que supo que sería su esposa cuando él no pasaba de los 13 años y con la que se casó en 1958 en la iglesia del Perpetuo Socorro, de Barranquilla, ha sido una figura decisiva en la vida del escritor.
García Márquez dedicó esta novela a Jomi García Ascot y a su esposa, María Luisa Elío, ambos escritores e inmigrantes en México, como él, por haberle apoyado durante la época tan difícil que vivió mientras escribía el libro. La historia de la fundación de Macondo por los patriarcas José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán fue un éxito desde la tirada inicial de 8.000 ejemplares que fueron vendidos en los primeros 15 días.
El original fue enviado por correo a la editorial en dos partes, porque debido a las dificultades económicas, los García Márquez-Barcha no pudieron pagar el primer envío completo. Pero la historia de esta novela la cuenta mejor que nadie el propio García Márquez, recogida en un libro de conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza:
“La historia de Cien años de soledad me estuvo dando vueltas en la cabeza unos quince años. Pero no encontraba el tono que me la hiciera creíble a mí mismo. Un día, yendo para Acapulco con Mercedes y los niños, tuve la revelación: debía contar la historia como mi abuela contaba las suyas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre para conocer el hielo… Sin Mercedes no habría llegado a escribir el libro. Ella se hizo cargo de la situación. Yo haba comprado meses atrás un automóvil. Lo empeñé y le di a ella la plata calculando que nos alcanzaría para vivir unos seis meses. Pero yo duré año y medio escribiendo el libro. Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada. Logró, no sé cómo, que el carnicero fiara la carne, el panadero, el pan y que el dueño del apartamento nos esperara nueve meses para pagare el alquiler. Se ocupó de todo sin que yo lo supiera: inclusive de traerme cada cierto tiempo quinientas hojas de papel. Nunca fallaron aquellas quinientas hojas. Fue ella la que, una vez terminado el libro, puso el manuscrito en el correo para enviárselo a la Editorial Sudamericana… Llevó el manuscrito al correo mientras pensaba: ¿Y si después de todo resulta que la novela es mala?».
Del libro El olor de la guayaba. Conversaciones de Gabriel García Márquez con Plinio Apuleyo Mendoza.
Más Márquez
Cuando Beatriz de Moura decidió publicar todas las novelas del comisario Maigret habló con Gabriel García Márquez para que este apadrinara la colección. Le pasó El hombre en la calle, con la que inauguraría la línea editorial, y Gabo se encontró al fin con la novela que le había ocasionado la búsqueda más ansiosa de su vida. García Márquez lo cuenta en el prólogo a esa novela, que para mí es uno de los textos que reflejan la maestría de este escritor que todo lo que ha escrito, lo ha elevado a una categoría superior. Estas líneas son el comienzo de esa historia tan corta como apasionante que Gabriel García Márquez escribió en Cartagena de Indias en 1993:
“Uno de los cuentos que más me impresionaron en mi breve juventud fue para mí un enigma sin solución hasta hace seis meses. No sabía cuál era su título, ni quién lo había escrito, ni en qué idioma, ni en qué antología lo había leído. Necesité cuarenta y cuatro años de averiguaciones para saberlo todo. Pero ese no fue el final: ahora que he podido leerlo de nuevo me ha parecido tan impresionante como lo recordaba, en efecto, pero por motivos distintos”.
De “El mismo cuento distinto”, prólogo a El hombre en la calle, de George Simenon (traducida por Carlos Pujol), primera novela de la colección “Maigret”, publicada por la editorial Tusquets en febrero de 1994.
QUEREMOS TANTO A JULIO
Leí Rayuela con 23 años y me quedé enganchado a esta novela, o antinovela, que solicitaba la interacción del lector en las múltiples formas de abordar su lectura. Me entusiasmé con el Club de la Serpiente, con Horacio Oliveira -sobre quien escribí un poema que titulé «Horacio Oliveira regresa a Buenos Aires»-, y claro, con la Maga, a quien yo también busqué por los puentes del Sena. Con Julio Cortázar entré en el mundo del jazz y me aficioné a Charlie Parker (inolvidable su Johny Carter, de El perseguidor) y a Louis Armstrong («enormísimo cronopio» en La vuelta al día en 80 mundos). Pero descubrí el poder hipnótico de la literatura de Julio Cortázar en 1973, cuando cayó en mis manos una selección de sus cuentos, una edición de tapas duras y blancas, publicada en la editorial catalana Leteradura que alguien me prestó a cambio de Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos. El primer cuento era «Autopista del sur» y fue la segunda vez, desde Cien años de soledad, en que sentí un vértigo que me incitó a partir de entonces a buscar otras formas de contar las cosas.
Pero la historia que quiero recordar hoy es la de uno de sus últimos libros, Los autonautas de la cosmopista. En este libro, escrito a cuatro manos con su entonces esposa, la fotógrafa Carol Dunlop, está de nuevo el Cortázar tierno y juguetón que se pone el mundo por montera porque con casi 70 años emprende un viaje por la autopista del sur, París-Marsella, con la obligación de no salir en ningún momento de la autopista, lo cual está terminantemente prohibido por la ley francesa. Pero antes lo solicitan a las autoridades, aunque como veremos después, al no recibir respuesta, una tarde de mayo de 1982 cargan lo necesario en su Wolkswagen, a la que llamarán Fafner, como el dragón de El anillo de los nibelungos, de Wagner, (ellos serán El Lobo y La Osita), y escribirán en un diario todo lo que va ocurriendo a su alrededor. Y en su cabeza.
Esta es la carta que Cortázar escribió al Director de la Sociedad de Autopistas de París y que no recibió nunca respuesta, «y de cómo en vista de ello los expedicionarios decidieron ignorar tan inclasificable conducta y llevar a buen término lo que en ella se explicaba de la manera más galana y detallada»:
París, 9 mayo 1982 Sr. Director de la Sociedad de las Autopistas / 41 bis, Avenue Bosquet /75007 París Sr. Director: Hace algún tiempo su Sociedad me pidió autorización para publicar en una de sus revistas, uno de los pasajes de mi cuento titulado La autopista del sur. Por supuesto otorgué con viva satisfacción dicho permiso.
Me dirijo ahora a usted para solicitarle a mi vez una autorización de naturaleza muy diferente. Junto con mi esposa, Carol Dunlop, también escritora, estudiamos la posibilidad de una “expedición” un tanto alocada y bastante “surrealista” que consistiría en recorrer la autopista entre París y Marsella a bordo de nuestro Wolkswagen Combi, equipado con todo lo necesario, deteniéndonos en los 65 paraderos de la autopista, a razón de dos por día, es decir empleando algo más de un mes para cumplir el trayecto París-Marsella sin salir jamás de la autopista.
Aparte de la pequeña aventura que esto representa, tenemos la intención de escribir paralelamente al viaje un libro que contaría en forma literaria, poética y humorística las etapas, acontecimientos y experiencias diversas que sin duda nos ofrecerá tan extraña expedición. Dicho libro se llamará quizá París-Marsella en pequeñas etapas, y está claro que la autopista será su protagonista principal.
Tal es nuestro plan, que llevaría a cabo con el apoyo de algunos amigos encargados de abastecernos cada diez días (aparte de lo que encontraremos en los paraderos de la autopista). El único problema está en que, según creemos saber, un vehículo no puede permanecer más de dos días en la autopista, y por esa razón nos dirigimos a usted para pedirle la autorización que, llegado el momento, nos evitaría tener dificultades en los diferentes peajes.
Si piensa usted que nuestra idea de escribir un libro sobre el tema no resulta desagradable para su Sociedad, y que no hay inconveniente en autorizarnos a “vivir” un mes desplazándonos a razón de dos paraderos por día, me agradecería recibir su respuesta lo antes posible, puesto que quisiéramos partir hacia el 23 de este mes. Queda igualmente entendido que de ninguna manera quisiéramos que nuestro proyecto fuera difundido por la prensa pues, siendo conocidos como escritores, podríamos ver perturbada nuestra soledad de expedicionarios. Llegado el día, nuestro libro se encargaría de contar la historia al público en general.
Agradeciéndole por adelantado su buena voluntad con respecto a este proyecto, le ruego acepte, señor Director, mis sentimientos más sinceros, así como los de mi esposa. Firmado: Julio Cortázar.
Carol Dunlop no pudo ver publicado el libro. Falleció de leucemia con treinta y seis años. Julio Cortázar moriría dos años después. Escribió para ella estas palabras:
«A ella le debo, como le debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato. Bien sé, Osita, que habrías hecho lo mismo si me hubiera tocado precederte en la partida, y que tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista».