En 1988 llamé por teléfono a tres escritores para convocarlos a una mesa redonda sobre Cine y Literatura que, con el nombre de «A sangre fría», formaría parte de los Encuentros Literarios Narrativa 80. Como se verá a continuación fracasé estrepitosamente con los tres. Al menos, las conversaciones me dieron para contarlo en las páginas de la revista Hojas Universitarias, que dirigía con mano maestra el periodista y escritor Juanjo Barral, y también para rescatarlas ahora, 36 años después (frente al pelotón de fusilamiento…)
1.- NUNCA SEGUNDAS PARTES FUERON BUENAS
Una conversación telefónica con Manuel Vázquez Montalbán
La segunda vez que tuve que llamar a Manuel Vázquez Montalbán me ocurrió igual que la primera, aunque la llamada fuera por motivos distintos. Una voz de mujer madura y de expresión correcta, me dijo que el escritor estaba de viaje, que llamara el lunes a las nueve de la mañana.
La primera vez no me había dado tiempo a imaginarme la expresión de mi interlocutor –tan rápido fue todo–, un rostro que, por segunda vez y con el resabio de lo anterior, dibujé en mi cabeza recordando las solapas de sus libros, rechoncha y con un rictus más marcado quizá por la caída del bigote. Volvería a hablar con el auténtico padre del detective Pepe Carvalho, de la casta de los outsider, incorregible mirón que, en mi opinión, nada tenía que ver con un Poncela de rostro aceituna y movimientos de felino en primavera.
A las nueve en punto del lunes previsto marqué los números de su casa en Barcelona y lo mismo que si el auricular estuviese cosido a su brazo, dijo ¿sí?, instantáneo y seco como una endivia sin anchoa. Me identifiqué lo mejor que supe y le esbocé el proyecto: “A sangre fría”. Ese era el título a proyectar para el coloquio sobre Cine y Literatura. Todavía estaba yo pergeñando el bigote de marras cuando la voz imperturbable de Vázquez-Carvalho, tan de vuelta de todo tipo de debates, me soltó un rotundo no sin pararse a consultar su agenda, siquiera para que el amable peticionario no se viera obligado a escribir lo que sigue. Un retortijón de intestinos me puso camino del váter, igual que a su detective en La soledad del manager. Si llego a tener una chimenea cerca hubiera quemado La crítica de la razón dialéctica, de Lefevbre, junto a Asesinato en el comité central. Mientras, me iría preparando unos fideos a la cazuela con botifarra de bisbo, una patata troceada, cebolla rallada, pimiento, tomate…
2.- LOS ARTISTAS DUERMEN HASTA MUY TARDE
Una conversación telefónica con Terenci Moix
Una voz de mujer contestó al teléfono de Terenci Moix. Como es mi costumbre, nunca pregunto con quién hablo; en realidad no me importa saber si se trata de una secretaria o de alguien que se coló en el piso para desvalijarlo, pero esta vez casi me inclinaría a pensar que se trataba de su madre, dado el tono y la familiaridad con que me hablaba de él. Me dijo entre otras cosas que estaría despierto. Cumplí la promesa de insistir, dejando pasar un tiempo prudencial sobre la hora convenida para que se despertara a gusto. Contestó él directamente.
-¿Terenci del Nilo?- No lo dije pero lo pensé. Lo que sí hice fue pronunciar su nombre con el mejor acento que supe: ¿Terensi Mosh? Algo así.
Terenci se mostró amable en todo momento. No dijo que no, aunque tampoco que sí. El programa le parecía atractivo pero, lo más probable era que por esas fechas pensaba viajar a Jordania. No le pregunté exactamente adónde: ¿Gaza?, no lo creo, tal vez Jerusalen. ¿Cruzaría caminando sobre el lago Tiberiades? Me acordé de Javier Bauluz, con su Pulitzer en la mochila, agazapado tras unos escombros, el dedo en el disparador de su cámara pacificadora. Le dije que el coloquio se celebraría en el Teatro Campoamor.
-¿Ah, sí?, ¿y qué voy a hacer yo en semejante sitio con lo tímido que soy? –No me lo creí.
Contesté que el Teatro era muy acogedor y que lo haríamos aún más íntimo proyectando con los focos unos haces de luz de colores: rojo, amarillo, azul…
-¡Ah, no!, en tal caso una luz blanca. Una potente luz blanca como se la ponían a Marlene Dietrich en una película que, además, acababa de volver a ver. Podría ser Berlín Occidente donde encarnaba a Erika von Sclutow, examante de un mandamás nazi durante la postguerra europea. O Pánico en la escena, de Hitchcock, donde era una vedette de music hall y se le notaban los polvos de arroz para resaltar su blancura.
-¡Pero Terenci!, a ella la empolvaban con arroz…
-¿Y qué?
Al final puede que se haya ido a Jordania y puede que no se haya encontrado a Bauluz. De lo que Moix podía estar seguro es de que lo de los focos iba en serio. Lo que no le dije es que proyectaríamos A sangre fría, basada en la novela de Truman Capote y, aunque no se lo pregunté, a Capote lo adoraba. Eso sí me lo creo.
3.- ¿ENCONTRARÍA A LA MAGA?
Una conversación telefónica con Pere Gimferrer
Hablar con Pere Gimferrer es algo parecido a introducirse en un laberinto. Primero hay que establecer contacto con una legión de voces que van entreabriendo cortinas (o rasgándolas), hasta dar con él.
-Planeta, ¿dígame?…, sí, tiene que marcar usted este otro número.
-Planeta, buenos días… –Y vuelta a empezar. Despacho a despacho.
-¿Digui?, sí, ¿de parte?
Es como si la voz abriera un canal y lo volviera a cerrar y se deslizara por pasillos llamando a puertas y más puertas hasta dar con la elegida, la esperada, aunque creas que ya no esperas nada.
Cuando Gimferrer contesta te parece mentira y la satisfacción te invade al haber resistido tantas voces que repiten la misma pregunta. Otra pregunta, muy distinta, es la que venía a mi mente mientras aguardaba. La misma con la que Cortázar comienza Rayuela y que el mismo Gimferrer toma prestada como cita en “Poema en Londres” (Arde el mar, 1979): ¿Encontraría a la Maga?
Asturias le suena a Pere Gimferrer a música celestial. Solo estuvo una vez y el recuerdo es una combinación entre lo literario y lo campestre. Un cóctel en el que se agitan algunas calles. De una de ellas sale Ana Ozores para cruzar la plaza de la Catedral (también llamada de Alfonso II, el Casto: la castidad y la lujuria se mezclan en los pilares (Pérez de Ayala) de esta vetusta (Clarín) ciudad de sucias tejas (Ángel González). Y un paisaje también mítico: las majestuosas montañas de Covadonga. A Gimferrer le gustan las leyendas astures, las poderosas alturas de los picos, los osos asesinos de reyes y hasta la Basílica.
-Es un paisaje sublime; incluso la Basílica, aunque sea un pastiche, no queda mal allí -explica.
Me tiene colgado al teléfono más tiempo del que yo pude pensar. Me pide que hable con un autor asturiano que le envió hace tiempo su último libro de poemas y al que no llegó a contestar.
-Es un hermoso libro. Tú lo conocerás, se titula Estuche.
-¿Estuche?, no, lo siento. No recuerdo…
-Bueno, Estuche es la traducción castellana; el libro está escrito en asturiano.
Claro, es Estoriu, de Antón García. Me manda de emisario, a modo de carta que él nunca llegó a escribir. Asturias, ya digo, es para Gimferrer una explosión de verdes y grises salpicados de hojas impresas, aunque en las de Pere Gimferrer le salga el cine a raudales: Dick Bogarde y Silvana Mangano, Lauren Bacall y Cary Grant, o Marilyn, “esa hermosa criatura”, como Truman Capote escribió en su “Diálogo entre dos máscaras mundanas”, de su inolvidable Música para camaleones.