ANA MAª MATUTE, NOVELISTA
Llegué a Madrid en 1996 invitado por Juan Carlos Laviana, subdirector de El Mundo, para sustituir a Manuel Hidalgo en La Esfera, el suplemento de cultura. Mi amigo, el escritor José Manuel Fajardo, que tantas páginas me ayudó a llenar de buena prosa y sabiduría, fue el primero en decirme que Ana Mª Matute estaba acabando la redacción de Olvidado Rey Gudú, que ese mismo año publicó la editorial Espasa. Noticias como esa, o como que Pérez Reverte se estrenaba con el primer Alatriste, que publicaba nuevo libro Benedetti o Umbral, hacían que el oficio mereciese la pena.
Para mí, la Ana María Matute que adoro se remonta a los tiempos remotos de la trilogía Los Mercaderes: Primera memoria, Los soldados lloran de noche y La trampa. También de La torre vigía y muchos otros, una Ana Mª cargada de fuerza social y política. Siempre mantuvo ese pulso e hizo crecer en cada novela su talento literario. He leído mucho a los autores de su generación, la del 50, conocidos también como la generación de la Berza, escritores que vivieron la tragedia de ser sensibles en una sociedad que los consideraba, como poco, raros. Había que reflejar la hipocresía y el pesimismo y lidiar al mismo tiempo con la censura. Esos sí fueron malos tiempos para la lírica, pero ahora tampoco podemos dormirnos porque después de un periodo de crecimiento de la industria cultural estamos asistiendo al cierre de periódicos, de cines y de pirateo indiscriminado del talento ajeno, y quien aún no se haya dado cuenta de que la ideología de la derecha ha vuelto a colocar sus garras en la cultura, es que la cultura le queda muy lejos de sus aspiraciones en la vida.
Este es mi modesto homenaje a Ana Mª Matute, una escritora rebelde que luchó por elevar el grado de civismo en una España vencida por los bárbaros. Que las musas la tengan en su gloria. Gracias Ana Mª.
La mala noticia comenzó así:
La escritora Ana Mª Matute, premio Cervantes en 2010, académica y una de las grandes autoras de la posguerra, ha fallecido este miércoles (25 de junio de 2014) en su domicilio de Barcelona a un mes de cumplir 89 años. Hace sólo unos meses, fue la encargada de entregar la última edición del premio Nadal en su ciudad, donde había nacido el 26 de julio de 1925.
ANA Mª MATUTE: “ESCRIBIR ES UNA FORMA DE PROTESTA Y UNA FORMA DE PREGUNTA»
Josefina Aldecoa y Ana Mª Matute compartieron mesa de debate en Oviedo en 1993. Los Encuentros literarios se llamaban Otra mirada sobre el mismo paisaje y las escritoras invitadas, además de ellas, fueron Cristina Peri Rossi, Ana Mª Moix, Carme Riera, Carmen Gómez Ojea, Clara Janés, Blanca Andreu, Inmaculada Mengíbar y Marina Mayoral. El pretexto, escribimos entonces en el programa de mano, es «Intentar saber qué domina en la escritura, ¿el carácter, la educación?; ¿para quién escribir?, ¿qué modelos imitar?, o debatir sobre el problema que supone descubrir una identidad aletargada o bajo la sombra de unos esquemas de comportamiento, etc.,etc”. En la contra del libro que se publicó después decíamos que ese volumen “reflejaba aquellos Encuentros con los que se pretendió mirar con independencia, libertad y sentido crítico la realidad de cada día”.
Aquel 2 de diciembre en que comenzaban las charlas Ana Mª Matute llegó algo quejosa a causa de una leve torcedura de tobillo, pero con el buen humor que le permitían sus 67 años de entonces. Tal vez fuese la escritora más longeva porque, según dijo, había empezado a escribir a los cinco años, «pero por una razón muy obvia: yo escribí porque no sabía hablar. Igual que ahora tampoco sé hablar, pero entonces menos, porque era una niña tartamuda y era horroroso». Eso hizo que la niña Ana Mª se sintiera discriminada en el colegio y los niños se rieran de ella porque era tartamuda. Empezó oyendo los cuentos que le leía su niñera y cuando leyó por su cuenta fue cuando decidió ser escritora. «Me recuerdo leyendo los cuentos de Andersen, y al abrir el cuento y ver en la página, arriba, Hans Christian Andersen, yo recuerdo que decía, Ana Mª Matute». La soledad también ayuda en ese empeño: » La soledad es un buen campo de cultivo para un escritor”, dice Matute, “en realidad es un oficio muy solitario, muy solidario pero muy solitario. Me encerraba en el cuarto oscuro, el cuarto del miedo, el cuarto en el que si mis hermanos entraban alguna vez, salían llorando, pero yo enseguida me portaba mal para que me metieran en el cuarto oscuro porque por lo menos me dejaban en paz». Las niñas de la guerra tuvieron todo en contra para dedicarse a lo que era su inclinación verdadera. ‘Las monjas nos decían: Leer, poco; novelas, nunca’. Y claro, yo fui novelista».
Pero en ese tiempo, Ana Mª era solo una niña. Luego, ese impulso fue creciendo en ella y sintió que si no continuaba escribiendo se moriría. «Pero después vino la conciencia de escritora, la rebeldía. Para mí, escribir es una forma de protesta y una forma de pregunta porque yo creo que un escritor no resuelve problemas, más bien los plantea, y cuando uno se siente indignado y estafado, como nos sentíamos nosotros, los adolescentes que empezamos a escribir después de la guerra, tiene que manifestar esa indignación, esa protesta y esa pregunta de alguna manera. Y para el que ha nacido escritor nada mejor que la literatura, claro».
Ana Mª Matute rompió totalmente con sus amigos de la época juvenil, unos amigos burgueses que pensaban que escribir estaba mal y que era algo intolerable. Rompió con ese mundo y fue cuando empezó a conocer escritores, bien es verdad que aún en ciernes, «porque en la zona donde yo vivía en Barcelona, vivían también muchachos jóvenes como los Goytisolo, Carlos Barral, que había hecho una especie de seminario encima de la editorial, y nos reuníamos allí con José Mª Castellet y muchos otros».
Lo mismo ocurría en Madrid con Josefina Aldecoa que en la facultad de letras coincidió con Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre, José María Valverde, Rafael Sánchez Ferlosio… Eran tiempos en los que las clases de la universidad eran muy poco estimulantes. «Estaba prohibido casi todo», dice Josefina Aldecoa, «yo he llegado a tener con el sello de censura Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez».
Aldecoa y Matute nacieron en 1926 y vivieron el mismo «tiempo hostil, propicio al odio», como escribió Ángel González (1925) en un poema. «Pasábamos la vida en las tabernas», continúa Aldecoa, «eran los refugios naturales. Sin un duro siempre, reuníamos el dinero y se pagaba. Algunas veces bebíamos vino y cuando teníamos un poco más de dinero, otras cosas. Hay tabernas en Madrid en las que hemos agotado cosechas completas de aguardiente con guindas». Y Ana María apostilla: «Oh, sí, y estaba muy rico, por cierto».
Merecido recuerdo a una grande.