LA ASTURIAS QUE UN TRASTERRADO IMAGINÓ DESDE MÉXICO
Paco Ignacio Taibo I publicó este libro en 1985, ilustrado por Antonio Suárez, pintor del grupo El Paso. En esos años yo conocí a los dos, pero sobre todo tuve una amistad a lo largo con Taibo, quien cada verano volvía a Asturias. Él y su gran amigo Ángel González se dedicaban a vivir intensamente y a celebrarlo con sus amigos. Disfrutar de una buena mesa con ellos, reírnos de las ocurrencias de cada uno, y del resto de personajes que en la vida ovetense de los años ochenta y noventa contribuían a hacerlo todo más agradable, como Emilio Alarcos Llorach, Juan Benito Argüelles, Lola Lucio, Marcelo Conrado, el doctor Cortina -cardiólogo de Ángel, que le decía, sin éxito: «Puedes beber un buen whisky, pero, ¡no fumes!-, Pimpe, Faustino Álvarez…, era una delicia irrepetible. Antes de que Paco Ignacio publicara Asturias imaginada organizamos en el patio de la casa de Alberto Vega y Paula Granados, en Langreo, una cena muy divertida para enseñarles las pruebas, antes de imprenta, del libro Guía para un encuentro con Ángel González que poco después publicamos los amigos de Luna de Abajo, jóvenes intrépidos que en lo cultural no se nos ponía nada por delante. ¡Menudos emprendedores! En aquella cena memorable, Ángel y Taibo, que entonces tenían 60 y 61 años, respectivamente, rieron y cantaron como niños; Ángel, guitarra en mano ya bien entrada la noche, se arrancó con algunas canciones de tono irreverente -muy irreverente- que nos hacían doblarnos de risa.
El libro sobre Ángel se publicó y volvimos a reunirnos para presentarlo. Lo hicimos por partida doble: la primera en la Caja de Ahorros de Oviedo, en la plaza de la Escandalera, a cuya mesa nos encaramamos los miembros de Luna de Abajo con nuestro ínclito homenajeado, que por aquel entonces había sido invitado por la universidad para impartir un año de clase, en calidad de profesor invitado a petición de Alarcos, a pesar de la oposición de Martínez Cachero, catedrático de literatura española. Aquel día asistimos al feliz reencuentro del profesor y el poeta, puesto que Cachero fue a la presentación y al final se dieron un emotivo abrazo. El día anterior a la presentación me llamaron de presidencia del gobierno de Asturias para preguntarme en calidad de qué debería ir el presidente Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos, a la sazón colaborador del libro con una semblanza sobre el poeta, como muchos otros autores que habían participado (Benet, Gil de Biedma, J.A. Goytisolo, Paco Rabal, etc.). Era una pregunta retórica para que el presidente estuviera también en la mesa, así que yo, radical como era entonces y poco diplomático, necesité un segundo para contestar que podríamos reservarle un asiento en primera fila. ¿Resultado?: no apareció por allí.
La segunda presentación la organizamos unos días después en el Palacio de la Ferrería, en Nava, a pocos kilómetros de Oviedo, en pleno paraje idílico de bosques de robles que beben las aguas minerales del río Fuensanta. El Palacio tiene una torre medieval y está asentado en plena falda de la sierra de Peñamayor, que se eleva a casi 1.200 metros. Ahí pasamos una de las noches más memorables gracias a la generosidad de Carlos Cecchini, a quien llamábamos Bibi, y su mujer, Berta Arias. La convocatoria fue masiva y asistieron todos, incluso poetas de fuera de Asturias que aquella noche se quedaron a dormir en La Ferrería. Bibi y Berta, como perfectos anfitriones, se encargaron de todos los detalles. Carlos había sido un personaje entrañable de la vida ovetense en los años 70 y 80. Campeón de lucha sambo, cuando se casó con Berta, hija de importantes empresarios, se convirtieron en auténticos mecenas de la literatura, la música y el arte. Por ejemplo, sostuvieron unos años a un coro de cámara, al que yo pertenecí, que se llamó Coro La Ferrería; publicaron una antología de poetas asturianos, también un libro sobre La Regenta con artículos de firmas importantes e ilustraciones de grandes pintores. Era un momento dulce para cualquier iniciativa cultural, con Eduardo Úrculo, Gustavo Bueno, Orlando Pelayo, o como fue el caso de Los Cuadernos del Norte, que dirigió Juan Cueto; el nacimiento del premio Tigre Juan de novela o la asociación Tribuna Ciudadana por donde pasaron Rafael Alberti, Jorge Guillén, Mario Bunge y el más largo etcétera que puedo nombrar.
Pero yo había empezado con Paco Ignacio Taibo I y su libro Asturias imaginada y aquí vuelvo. Recupero de este libro el capítulo dedicado a Luna de Abajo y al momento que señalé al principio de la presentación doméstica del libro sobre Ángel que estábamos a punto de mandar a imprenta.
Con la Luna de Abajo
(De Asturias imaginada, de Paco Ignacio Taibo)
Colectivo artístico-poético, justifica que la Unesco haya señalado a Langreo como el lugar más culto de Europa, en proporción con el número de habitantes.
Luna de Abajo se conforma así: Noelí Puente, Miguel Munárriz, Alberto Vega, Ricardo Labra y Helios Pandiella.
Todos ellos organizaron, diseñaron, editaron un libro que se titula Guía para un encuentro con Ángel González. Para celebrar el libro fui con Ángel a Sama y allí los conocí.
La celebración se hizo en un patio pequeño, con una mesa bien provista y casi tan grande como el patio. Sobre una silla, las revistas y los libros de poesía que Luna de Abajo ya publicó.
La sidra salpicaba sobre los libros y entraba la noche. La mujer de Helios sacó a su hijo muy chiquito para que viera el comportamiento de la cultura asturiana cuando bebe.
Los del patio de junto sacaron sillas y se sentaron, al otro lado de la parte baja, para escuchar. Al final de las canciones aplaudían los del patio vecino.
Ángel y yo estábamos exultantemente felices; era como estar con nosotros mismos, cuarenta años antes.
Pero hay cosas que son diferentes.
Entonces: No cantes tan alto, que nos pueden oír.
Ahora: Que nos oigan en Marte.
Entonces: No digas eso, que nos pueden oír.
Ahora: Digo lo que quiero.
Entonces: No escribas eso, que nos pueden leer.
Ahora: Escribo como quiero.
Y no es fácil que Luna de Abajo advierta cómo los dos veteranos maestros gozan con la España de hoy, cómo miran todas las críticas como si los que critican ignoraran la palabra sufrir.
Ángel y yo estamos cantando, en el patio, bajo una luna de arriba que ya se ve clara, por todo lo que los de la Luna de Arriba ni sospechan.
Al fin Noelí nos dice: «¿Fuísteis siempre tan alegres vosotros dos?»
No, siempre no. Antes no nos dejaban.
La poesía de Luna de Abajo, en líneas generales, es un poco triste, un poco desilusionada, un poco solitaria. Ángel y yo los perdonamos, sobre todo porque los vecinos del patio vecino aplaudieron mucho la última canción.
Alberto Vega me entrega un libro titulado Memoria de la noche. Son los suyos unos poemas emocionados y tensos, dolorosos también. En uno de ellos afirma:
Amigo, aquí no hay inocentes.
Cada signo es un lazo, cada gesto
algo que se aventura fugazmente
rasgando esta atmósfera impalpable
de recuerdos que serán un día.
Blasfemar desde los márgenes del siglo
o amanecer desnudo y sonriente
a nadie salva:
Está escrito en las cuevas y tormentas,
en las tumbas de los que no eligieron,
en teatros y selvas y banderas…
Somos todos o ninguno los culpables.
Un revuelo de angustias me invade en este instante. Pero no hay que ceder. No hemos podido cantar tanto como quisimos en las viejas noches de Sama de Langreo.
– Vosotros sois tan jóvenes.- Y lo dice Noelí,muy sorprendida. Más me sorprendo yo.
Ángel toma la guitarra e improvisa; han sacado botellas, retiraron las fuentes, se olvidan los relojes. Alguien me cuenta que Antonio Suárez se llevó mi equipaje en su automóvil.
– ¡Voy a cantar desnudo!
Por suerte me lo impidieron, ya no está mi cuerpo para venestates.
Munárriz es muy alto; tiene una barba a medio sembrar, mira inclinanbdo la cabeza para tener de mí una imagen cercana.
– ¡Estoy entre poetas. Por ellos brindo!
– No nos importe (dice Ángel). Parecemos normales.
La Luna de Abajo ya ha dejado de mirarnos como se mira una reliquia salida del remoto pasado; ya nos quieren y nos besarían sino fuera que…
Ángel y yo estamos tan contentos; la luna está tan alta, el alma es tan,ligera, el vino sabe bien, somos tan jóvenes…
Me acerco a Ángel, vaso con vaso, dime Ángel, dime:
– ¿Volverías a vivir lo vivido?
– No, no.
– ¿Querrías ser, de nuevo, joven?
– ¿Para qué? Estoy viviendo juventud de nuevo.
Las gentes que separa la pared muy baja, comienzan a cantar. Ya nada nos separa. ¡Qué noche, qué gran noche! -«Pero habrá que partir y salir de la luna». Y me resigno.
Yo también me resigno a no volver a verte, querido Paco. Pero me queda el recuerdo de los días pasados con vosotros, con Ángel y contigo. Por eso hago como tú, escribo Para parar las aguas del olvido.
De tus palabras, de esa imagen en blanco y negro, de lo que no citas y yo recuerdo, llegan las huellas de un pasado que nos identifica. Carne de cuenca minera, humos diseminados por las laderas de los montes, y sí, también risas.