En el año 2011, estando ya al final de mi mandato como Delegado del Principado de Asturias en Madrid, me llamó Marifé Santiago, a la sazón directora del Departamento de Educación y Cultura del gabinete del presidente Rodríguez Zapatero, para hablarme de Ángel Gutiérrez, personaje indispensable del teatro, sobre todo en Rusia, aunque en aquellos momentos dirigía el teatro Chéjov en Madrid. Marifé Santiago, mujer fundamental en el ámbito de la cultura -poeta, narradora, doctora en Filosofía y profesora de Estética y Teoría de las Artes en el Instituto Universitario Alicia Alonso de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid- me puso en antecedentes sobre Ángel Gutiérrez porque, además de ser paisano mío, contábamos con la oportunidad de estar en el año dual España-Rusia. Había, pues, que hacer un homenaje a quien había sido tan importante para la cultura rusa y que tanto había hecho por las relaciones culturales ente ambos países. Sobraban los motivos: Asturiano universal. Niño de la guerra en Rusia. Maestro del Teatro. Catedrático emérito de interpretación en la RESAD. Heredero y transmisor del método Stanislavsky en España… Así que nos pusimos manos a la obra y organizamos en la Delegación una jornada de homenaje a Ángel Gutiérrez, en la que participaron también el embajador de Rusia en España, Alexander I. Kuznetsov y el director de la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), Ángel Martínez Roger.
Marifé me presentó a Ángel y los dos quedamos en vernos unos días antes del acto porque en mi intervención yo quería resaltar el drama de un niño que se despierta una mañana aterrado bajo las bombas en una guerra inútil, levantada por un general más inútil aún. Nos vimos, le hice mil preguntas y de la conversación salió este texto que leí entonces como prueba de mi gratitud a una vida dedicada a los demás.
ESPAÑA-RUSIA A TRAVÉS DE UN SOLO HOMBRE…
…o LA FELICIDAD ES ESTAR DESCALZO SOBRE LA HIERBA
Cuando tenía seis años, a Ángel Gutiérrez le gustaba subir a la montaña con Mariano, un pastor de ovejas. Era un tiempo en el que la felicidad se parecía a estar descalzo sobre la hierba. En septiembre de 1937 arrancan a Angelín Gutiérrez de su pueblo, Pintueles, y durante un mes vive en un orfanato de Gijón con dos de sus tres hermanas. Él recuerda que enfermó del shock. Fiebre y bombas. En octubre los reúnen en un patio, les dan un número y una bolsita de cacahuetes y por la noche los llevan a todos al muelle en donde les espera un gran barco de carga. Ángel recuerda con nitidez los llantos de las despedidas, pero a ellos ningún familiar los acompaña. La madre de los tres niños trabaja día y noche en un hospital y al padre lo han fusilado. Suben a los niños en grupos al barco. La hermana mayor –solo un año más que Ángel-, pone sus pies en la cubierta, pero la otra, -con solo cinco años- queda retenida en el muelle. Es demasiado pequeña y no puede ir. La arrancan de sus brazos y la llevan a un hospicio en Oviedo, en el edificio que muchos años más tarde sería el Hotel de la Reconquista. El poeta Ángel González contaba que por los ventanales de ese hospicio veía a las matronas amamantar a los pequeños huérfanos.
El barco zarpa desde el muelle de Gijón. Ángel oye llantos y gritos de mujeres y también la melodía de un tango cuyas notas se escapan por una ventana: “Silencio en la noche, ya todo está en calma”. Al niño Ángelín le sube la fiebre y ya no le abandonará hasta llegar a San Petersburgo, entonces Leningrado. Allí los reciben con banderas, con globos y con flores, y aquel niño febril y hambriento dice descubrir el amor en el calor de las mujeres que le abrazan y que le endulzan con caramelos. Pero la felicidad dura poco; tras dos años de internado llevan a su hermana a Ucrania y nunca más se volverán a ver.
En 1941 Ángel Gutiérrez vive el cerco de Leningrado y trabaja haciendo fortificaciones; de nuevo el hambre y un viaje entre ventiscas a los Urales, un largo mes por la estepa blanca, a 42º bajo cero. Pero dos años después, comenzará una nueva etapa en la que estudia y termina la escuela. Aunque sus preferencias están más cerca de la pintura y de la música, para continuar su formación elige Dirección Teatral. Ángel tocaba ya el piano porque en Leningrado le habían llevado a círculos culturales donde descubren su vena musical al verle tocar tímidamente las teclas de un piano, y ya en Moscú recibe clases de armonía y contrapunto con el director de la orquesta del ballet Bolshoi. Ángel saca matrículas de honor y con 23 años consigue su primer trabajo en Taganrog, la ciudad natal de su admirado Chéjov en donde le invitan a dirigir el teatro que lleva el nombre del gran dramaturgo. Allí pasa tres años y en 1956, muerto ya Stalin, vive la época del deshielo político. Tras el XX Congreso del Partido Comunista Soviético salen a la luz algunos de los horrores del stalinismo y los jóvenes leen más y critican al régimen y, como pueden, se van liberando de tantos años oscuros.
Ángel Gutiérrez y Andréi Tarkovski se conocen en 1957. Trabajan juntos y Ángel actúa en el filme El espejo. Son tiempos de creación y descubrimientos, y con el filósofo asturiano Dionisio García, otro niño de la guerra que no regresó, se enzarzan en eternas disquisiciones sobre el sentido de la vida, sobre la misión del artista en la sociedad, sobre cómo salvar al mundo de la opresión. Ideales que continúan vivos en el corazón de Ángel Gutiérrez.
En 1967 viaja a España y en Hendaya conoce a su madre y a su hermana mayor que se había quedado con ella, pero vuelve a Rusia y no será hasta 1974 cuando regresa definitivamente. Hasta entonces su vida transcurre entre el teatro, el cine y la escritura de un guión sobre el destino y la odisea de los niños españoles de la guerra, que nunca pudo librar de la censura rusa. Se titulaba “A la mar fui por naranjas”, que es el primer verso de una canción popular asturiana, y que era el primer obstáculo con que se encontraba la censura al no entender nada. La primera estrofa de la canción dice así: “A la mar fui por naranjas/cosa que la mar no tiene/¡ay, mi dulce amor!,/ ese mar que ves tan bello/es un traidor”. Ángel Gutiérrez cree que la censura no actuaba así llevada solo por su celo a todo lo que no comprendía o que interpretaba que no era bueno para el régimen. Ángel estuvo diez años luchando para conseguirlo y supo mucho más tarde por los propios censores, a los que naturalmente ya conocía y hasta le apreciaban, que quien había estado en la sombra, en contra de que su proyecto viera la luz, había sido Dolores Ibárruri.
Contar lo que vivió Ángel a su regreso a España y hablar de su importancia como director teatral no me corresponde a mí. Como ven, la vida de Ángel Gutiérrez es una oportunidad para que un escritor la novele o un autor teatral la ponga un día sobre el escenario, a no ser que él mismo esté escribiendo sus memorias. A los que les haya despertado la curiosidad con el origen topográfico de nuestro héroe le diré que el pueblo de Ángel, Pintueles, está a los pies de la sierra del Sueve, es decir, que pertenece a la Comarca de Picos de Europa. Y por si acaso alguno le apetece esta primavera hacer una excursión siguiendo sus pasos, le diré que desde Oviedo se va por la Autopista A-64, en dirección Santander, y en Lieres, se debe tomar la Nacional 634, hacia Nava-Infiesto. Poco antes de llegar a Nava, conocida como la villa de la sidra, hay que entrar en la Comarcal-255, dirección Villaviciosa, y a solo 50 metros, un desvío les dejará en Pintueles, próspera localidad de unos 200 habitantes, en donde un otoño, hace ahora 87 años, el guaje Angelín correteaba en su Arcadia tras las ovejas, descalzo y feliz sobre la hierba, ajeno a la vida que le aguardaba.