La exposición de Raoul Dufy en el Thyssen de Madrid (hasta el 17 de mayo) es una muestra gozosa de un pintor que trabajó con ahínco la luz. Supone disfrutar de un artista que va más allá de la elección de sus temas mundanos y festivos y del empleo de los colores puros. Dufy es también un pintor que busca pronto un estilo propio, lo que le lleva a reflexionar constantemente sobre el arte: «Sería interesante que hiciese un cuadro lo bastante verdadero, lo bastante profundo, lo bastante «interior», para provocar en el público el goce de la vista que acabo de experimentar, y las ramificaciones del pensamiento de lo que ese espectáculo ha sido, para mí, un punto de partida».
Con 23 años el ayuntamiento de su ciudad le concede una beca que le permite entrar en la Escuela de Bellas Artes de París, en el taller de Bonnat, un magnífico pintor que tuvo alumnos ilustres, como Tolouse-Lautrec, Edvard Munch y Braque, entre otros. Dos años después, en 1902, le presentan a Berthe Weill, que le abre su prestigiosa galería, y le brinda la ocasión de exponer en el Salón de los Independientes, en 1905, en donde Dufy tiene una revelación al ver el cuadro «Lujo, calma y voluptuosidad», de Henri Matisse. Esta obra puntillista, cuyo título proviene de los versos de Baudelaire: «Allí todo es orden y belleza/ lujo, calma y voluptuosidad», hace que Dufy sienta la relación con la serie de los bañistas de Cézanne, lo que le lleva a abrazar el fauvismo, y a expresar su gusto por los colores puros y el encanto por las playas, haciendo de su temas preferidos, vibrantes regatas, palmeras, casinos, hipódromos y orquestas.
La exposición, de 93 piezas, abarca sus inicios impresionistas, el paso al fauvismo, un periodo constructivo con visos cubistas; la estampación de tejidos, la cerámica, y su actividad de ilustrador con, entre otros proyectos, El Bestiario, de Apollinaire.
Raoul Dufy dejó una estela de pintor con alegría de vivir. «Dufy es el placer», dijo de él Gertrude Stein, aunque no le ayudara nada esta frase. Abrió ventanas al mar y nos sumergió en un ensueño de colores y de sensaciones placenteras, de tardes luminosas entrevistas por balcones a medio cerrar por contraventanas de madera. Durante su estancia en EE.UU., en 1950-51, tenía entonces 74 años, el TIME lo apodó «El abuelito de lo chic moderno».
2 NOVEDADES LITERARIAS
Guillermo Roz: Malemort, el impotente (Alianza): «Malemort, un joven campesino enamoradizo, cae flechado por Juliette con la que se casa al poco tiempo. Pero las ansias de ésta por mantener una vida mejor hacen que el matrimonio sea fugaz. Los rumores de ese fracaso dicen que ha sido la impotencia de Malemort». Con esta obra, Guillermo Roz ganó el XVI Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones.
Berna González Harbour: Los ciervos llegan sin avisar (RBA): «Carmen, una economista en paro, decide echar la vista atrás y resolver un enigma enterrado en el pasado. ¿Fue ella testigo de un accidente mortal o de un crimen?». Lorenzo Silva ha dicho: «Berna González Harbour ha sabido entender un talante tan peculiar como el de los policías y convertir todo lo que sabe por su oficio en ficción y literatura».
Óscar Díaz, Premio de poesía Félix Grande con La rosa hermética
Desde hace ya unos cuantos años me convocan en Langreo como jurado de un premio de poesía que lleva el nombre de Alberto Vega, poeta y amigo al que he dedicado uno de mis post más sentidos. Pues bien, en 2013, Óscar Díaz fue uno de los ganadores. Ahora, Javier Cellino -miembro del jurado-, me cuenta la buena nueva de que Óscar acaba de ganar también el premio «Félix Grande». Esta es la noticia.
Efe.- «El langreano Óscar Díaz ha ganado el XI Premio Nacional de Poesía Joven «Félix Grande», otorgado anualmente por la Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes (Madrid). La rosa hermética es el título del poemario, por el que recibirá 5.000 euros y la publicación del libro dentro de la colección literaria de la Universidad Popular, del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes. Óscar Díaz nació en 1997 en Sama (Asturias), es estudiante de Bachillerato y cuenta con varios reconocimientos literarios, como el premio de poesía Alberto Vega, 2013, y el accésit en las XIII Olimpiadas de Filosofía convocadas por la Sociedad Asturiana de Filosofía».
Y todo esto con solo 18 años. ¡Felicidades Óscar!
MUJERES ENCONTRADAS AL TEATRO
El martes pasado asistí al Conde Duque, dentro del ciclo Ellas Crean, a la representación teatral de Mujeres encontradas, de Fernando Beltrán. He de decir que esta obra se basa en un libro de Beltrán muy singular por lo que supone la traslación al arte escénico de una obra en la que se conjugan la escultura, la fotografía y la poesía con una gran dosis de imaginación. Los “culpables” de hacernos vibrar se llaman La Confluencia y, además de las personas de este colectivo artístico que están en la sombra, solo tres intérpretes –Julio Béjar, Chencho Nzo y Leticia Valle (¿algo que ver con la de Rosa Chacel?)- cubren con encantamiento el escenario durante una hora, que más bien parece un minuto. Así lo cuentan en su programa:
Ocho mujeres: la galerista, la pintora, la musa, la psicóloga, la escritora, la anciana, la remordida y la virtual, escogidas entre las cuarenta y dos mujeres-poema que componen el libro Mujeres encontradas de Fernando Beltrán. Ocho objetos encontrados en la calle, transformados en esculturas, manipulados poéticamente, expuestos y leídos, son escenificados en un viaje sensorial donde confluyen la poesía, la danza, la música y las artes plásticas. La caja negra del teatro es ocupada por la caja blanca de una galería de exposiciones para romper las fronteras del arte y lograr un encuentro entre la palabra, el movimiento, el sonido y la obra fotográfica, poética y escultórica de Fernando Beltrán.
Autoría: Fernando Beltrán
Dirección y dramaturgia: Ascensión Rodríguez
Intérpretes: Julio Béjar, Chencho Nzo y Leticia Valle
Composición musical: La jeunesse desemparée, Juan Manuel Cidrón y Chencho Nzo
Coreografía: Leticia Valle
Producción: La Confluencia – colectivo escénico
Diseño gráfico: Daniel Ortega
Colaboración: Paco Cañizares, Pura Delgado, Lola Valls y Carlos de Paz