Volvemos al amor en la poesía. ¿Era mayo el mes del amor? ¿Por qué para T.S. Eliot, abril era el mes más cruel? ¿O todos lo meses lo son, del amor y de la crueldad, por igual? Siete poetas para contarnos sus cuitas en forma de poema, para transmitir un sentimiento idéntico a lo largo de los siglos.
Garcilaso de la Vega (1503-1536). De obra corta, como su vida, Gracilaso nació en una familia ilustre y fue militar. Muchos de sus versos están en la memoria colectiva. Sus Églogas –la naturaleza: el agua, las flores, el río, el cielo– son en él de una exquisita sensibilidad.
ESCRITO ESTÁ EN MI ALMA / Garcilaso de la Vega
Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo
vos sola lo escribiste, yo lo leo
tan sólo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuando en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;
cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero
Bernardo de Balbuena (1568-1627). Autor de largos poemas narrativos –donde existen trozos de buena poesía- escribió en México un enorme poema de cinco mil octavas reales: Bernardo o la victoria de Roncesvalles, a la manera de Ariosto, o La grandeza mexicana para cantar la epopeya española en América.
PERDIDO ANDO, SEÑORA / Bernardo de Balbuena
Perdido ando, señora, entre la gente
sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida;
sin vos porque de mí no sois servida,
sin mí por que sin vos no estoy presente;
sin ser porque del ser estando ausente
no hay cosa que del ser no me despida;
sin Dios porque mi alma a Dios olvida
por contemplar a vos continuamente;
sin vida porque ausente de su alma
nadie vive, y si ya no estoy difunto
es en fe de esperar vuestra venida.
¡Oh, vos por quien perdí alegría y calma
miradme amable y volveréisme al punto
a vos, a mí, a mi ser, mi Dios, mi vida!
Luis de Góngora (1561-1627). Su personalidad se explica, en parte, por la orientación estética de su poesía. Adscrito al culteranismo (gongorismo), fue uno de sus mayores impulsores. La generación del 27 lo tomó como bandera en un homenaje promovido por Gerardo Diego.
DE UN CAMINANTE ENFERMO QUE SE ENAMORÓ DONDE FUE HOSPEDADO / Luis de Góngora
Descaminado, enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
Repetido latir, si no vecino,
distinto oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto
piedad halló, si no halló camino.
Salió el sol, y entre armiños escondida,
somnolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.
Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera error en la montaña
que morir de la suerte que yo muero.
Mª de Zayas y Sotomayor. En el tiempo en que vivió (siglo XVII), y por sr mujer, sorprende el comportamiento tan libre (en el terreno sexual) con que sus personajes femeninos se mueven. Como dijo Pardo Bazán: “en ella se da la picaresca de la aristocracia». En este poema indaga en el tema recurrente de las contradicciones amorosas.
AMAR EL DÍA / María de Zayas y Sotomayor
Amar el día, aborrecer el día,
llamar la noche y despreciarla luego,
temer el fuego y acercarse al fuego,
tener a un tiempo pena y alegría.
Estar juntos valor y cobardía,
el desprecio cruel y el blando ruego,
tener valiente entendimiento ciego,
atada la razón, libre osadía.
buscar lugar en que aliviar los males
y no querer del mal hacer mudanza,
desear sin saber qué se desea.
Tener el gusto y el disgusto iguales,
y todo el bien librado en la esperanza,
si aquesto no es amor, no sé qué sea.
Ángel González (1925). Su poesía es la representación de un tiempo, escrita por un hombre que amó la libertad en años amargos y oscuros. Una obra cuyo recorrido permanece intacto en sus convicciones desde su primer Áspero mundo hasta el último poema de su libro póstumo, Nada grave.
EN TI ME QUEDO / Ángel González
De vuelta de una gloria inexistente,
después de haber avanzado un paso hacia ella,
retrocedo a velocidad indecible,
alegre casi como quien dobla la esquina de la calle
donde hay una reyerta,
llorando avergonzado como el adolescente hijo de viuda
sexagenaria y pobre
expulsado de la academia vespertina en la que era
becario.
Estoy aquí,
donde yo siempre estuve,
donde apenas hay sitio para mantenerse erguido.
La soledad es un farol certeramente apedreado:
sobre ella me apoyo.
La esperanza es el quicio de una puerta
de la casa que fue desarraigada
de sus cimientos por los huracanes:
quicio-resquicio por donde entro y salgo
cuando paso del nunca (me quisiste) al todavía (te
odio)
del tampoco (me escuchas) al también (yo me callo),
del todo (me hace daño) al nada (me lastima).
No importa, sin embargo.
Los aviones de propulsión a chorro salvan rápidamente
la distancia que separa Tokio de Copenhague,
pero con más rapidez todavía
me desplazo yo a un punto situado a diez centímetros
de mí mismo,
deprisa,
muy deprisa,
en un abrir y cerrar de ojos,
en sólo una diezmilésima de segundo,
lo cual supone una velocidad media de setenta
kilómetros a la hora,
que me permite,
si mis cálculos son correctos,
estar en este instante aquí,
después mucho más lejos,
mañana en un lugar sito a casi mil millas,
dentro de una semana en cualquier parte
de la esfera terrestre,
por alejada que os parezca ahora.
Consciente de esa circunstancia,
en muchas ocasiones emprendo largos viajes;
pero apenas me desplazo unos milímetros
hacia los destinos más remotos,
la nostalgia me muerde las entrañas,
y regreso a mi posición primera
alegre y triste a un tiempo
–como dije al principio:
alegre,
porque sé que tú eres mi patria,
amor mío;
y triste,
porque toda patria, para los que la amamos,
–de acuerdo con mi personal experiencia de la patria–
tiene también bastante de presidio.
Así,
en ti me quedo,
paseo largamente tus brazos y tus piernas,
asciendo hasta tu boca, me asomo
al borde de tus ojos,
doy la vuelta a tu cuello,
desciendo por tu espalda,
cambio de ruta para recorrer tus caderas,
vuelvo a empezar de nuevo,
descanso en tu costado,
miro pasar las nubes sobre tus labios rojos,
digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente,
y si cierras los ojos cierro también los míos,
y me duermo a tu sombra como si siempre fuera
verano,
amor,
pensando vagamente
en el mundo inquietante
que se extiende –imposible– detrás de tu sonrisa.
Felipe Benítez Reyes (1960). Su personalidad intelectual es tan proteica que encontramos su huella en la poesía, en la novela, el periodismo y el ensayo. Su prosa, según Almudena Grandes, “es la más brillante, la más personal, la más envidiable (…) de todas cuantas han producido los escritores españoles de su generación”.
ADVERTENCIA / Felipe Benítez Reyes
Si alguna vez sufres —y lo harás—
por alguien que te amó y que te abandona,
no le guardes rencor ni le perdones:
deforma su memoria el rencoroso
y en amor el perdón es sólo una palabra
que no se aviene nunca a un sentimiento.
Soporta tu dolor en soledad,
porque el merecimiento aun de la adversidad mayor
está justificado si fuiste
desleal a tu conciencia, no apostando
sólo por el amor que te entregaba
su esplendor inocente, sus intocados mundos.
Así que cuando sufras —y lo harás—
por alguien que te amó, procura siempre
acusarte a ti mismo de su olvido
porque fuiste cobarde o quizá fuiste ingrato.
Y aprende que la vida tiene un precio
que no puedes pagar continuamente.
Y aprende dignidad en tu derrota
agradeciendo a quien te quiso
el regalo fugaz de su hermosura.
José Agustín Goytisolo (1928-1999). De su poesía dijo Vázquez Montalbán que no fue sólo una propuesta ideológica limitada a dar una alternativa al capitalismo franquista sino que aspiró a la construcción de un nuevo humanismo: «Tu destino está en los demás/ tu futuro es tu propia vida/tu dignidad es la de todos». Cantautores , como Paco Ibánez y Joan Manuel Serrat musicaron sus poemas.
A VECES / José Agustín Goytisolo
A veces
alguien te sonríe tímidamente en un supermercado
alguien te da un pañuelo
alguien te pregunta con pasión qué día es
hoy en la sala de espera del dentista
alguien mira a tu amante o a tu hombre con
envidia
alguien oye tu nombre y se pone a llorar.
A veces
encuentras en las páginas de un libro una
vieja foto de la persona que amas
y eso te da un tremendo escalofrío
vuelas sobre el Atlántico a más de mil kilómetros
por hora y piensas en sus
ojos y en su pelo
estás en una celda mal iluminada y te acuerdas
de un día luminoso
tocas un pie y te enervas como una quinceañera
regalas un sombrero y empiezas a dar gritos.
A veces
una muchacha canta y estás triste y la quieres
un ingeniero agrónomo te saca de quicio
una sirena te hace pensar en un bombero o
en un equilibrista
una muñeca rusa te incita a levantarle las
falda a tu prima
un viejo pantalón te hace desear con furia
y con dulzura a tu marido.
A veces
explican por la radio una historia ridícula
y recuerdas a un hombre que se llama
Leopoldo
disparan contra ti sin acertar y huyes pensando
en tu mujer y en tu hija
ordenan que hagáis esto o aquello y enseguida
te enamoras de quien no hace
ni caso
hablan del tiempo y sueñas con una chica
egipcia
apagan lentamente las luces de la sala y ya
buscas la mano de tu amigo.
A veces
esperando en un bar a que ella vuelva escribes
un poema en una servilleta de
papel muy fino
hablan en catalán y quisieras de gozo o lo
que sea morder a tu vecina
subes una escalera y piensas que sería bonito
que el chico que te gusta te violara
antes del cuarto piso
repican las campanas y amas al campanero
o al cura o a Dios si es que existiera
miras a quien te mira y quisieras tener todo
el poder preciso para mandar que en
ese mismo instante se detuvieran todos
los relojes del mundo.
A veces
sólo a veces gran amor.
Poesía del amor para un tiempo de primavera donde los sentimientos reverdecen, fantástica entrada esta semana en tu blog que como siempre comparto en mi Facebook.