“Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre, lo que se dice, recta”. Albert Camus
Hace unas semanas cenamos con unos amigos intelectuales y entre los temas de conversación salió el fútbol. Bien es verdad que se solventó rápidamente porque dos de ellos anunciaron su ignorancia y alejamiento del deporte rey e, incluso, hubo quien declaró su animadversión, que dicho sea de paso, yo comprendí inmediatamente porque hace muchos años también fui de su misma opinión. Hoy ya no la comparto porque como buen converso soy un fiel seguidor de ese deporte y salto de admiración cuando Messi, Neymar, Suárez e Iniesta perpetran alguna de sus jugadas antológicas.
Antes de seguir debo aclarar que al principio usé la palabra intelectual con toda intención porque lo que quiero contar es la magia que el fútbol ha ejercido siempre en personas nada sospechosas de estar alienadas por seguir con pasión estas competiciones deportivas.
Empezaré con Albert Camus. El premio Nobel de Literatura tuvo que dejar de jugar, como tantos en aquella época, por culpa de la tuberculosis. Jugó, y muy bien, en el RUA -Racing Universitario de Argel-, de portero y de delantero. Lo cuentan sus dos más importantes biógrafos. Uno, Herbert R. Lottman, quien recuerda la respuesta del filósofo y dramaturgo a un amigo cuando le preguntó, ¿fútbol o teatro? «El fútbol”, respondió Camus, “sin dudarlo”. Olivier Todd, el otro biógrafo, dice que fue un buen goleador y que “bajo una gran gorra, también ocupa el puesto de delantero centro…».
Oliver Todd, Albert Camus. Una vida (Tusquets)/Herbert R. Lottman, Albert Camus (Taurus).
26 de mayo de 1928. Campo del Sport del Sardinero, de Santander. Final de Copa de España entre el Barcelona y la Real Sociedad. El portero del Barça era un húngaro llamado Platko, que, frente al delantero centro guipuzcoano, Cholin, a punto de marcarle un gol, se lanzó a sus pies evitando que el balón entrara bajos los palos, recibiendo a cambio una patada en la cabeza que le dejó sobre el césped, inmóvil durante unos minutos. Nada grave. Tras seis puntos y una venda blanca que le rodeaba la cabeza ensangrentada volvió a salir al terreno de juego bajo el trueno de aplausos y vítores de la afición.
Rafael Alberti estaba allí. Con 26 años era uno de los miles de emocionados espectadores y, ante la valentía del guardameta, escribió este poema que al día siguiente apareció en primera página de La Voz de Cantabria:
Oda a Platko
Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.
No nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
Camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiente en la yerba de otro país.
¡Tú, llave, Platko, tu llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda al cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por ti, sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias.
No, nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar.
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza.
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana,
mandó el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin plumas,
escalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡Y todo por ti, Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario al viento abrió una brecha.
Nadie, nadie se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
¡Oh, Platko, Platko, Platko
tú, tan lejos de Hungría!
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.
Miguel Hernández vivió algo parecido a lo de Rafael Alberti. Hernández apoyaba con entusiasmo a su equipo local, el Orihuela, cuando presenció con horror el choque de Lolo, el portero, contra uno de los postes laterales, que queda tumbado como un muñeco sin vida bajo la portería. Y escribe esto:
Elegía al guardameta
«A Lolo, sampedro joven en la portería del Orihuela”
Tu grillo, por tus labios promotores,
de plata compostura,
árbitro, domador de jugadores,
director de bravura,
¿no silbará la muerte por ventura?
En el alpiste verde de sosiego,
de tiza galonado,
para siempre quedó fuera del juego
sampedro, el apostado
en su puerta de cáñamo añudado.
Goles para enredar en sí, derrotas,
¿no la mundial moscarda?
que zumba por la punta de las botas,
ante su red aguarda
la portería aún, araña parda.
Entre las trabas que tendió la meta
de una esquina a otra esquina
por su sexo el balón, a su bragueta
asomado, se arruina,
su redondez airosamente orina.
Delación de las faltas, mensajeras
de colores, plurales,
amparador del aire en vivos cueros,
en tu campo, imparciales
agitaron de córner las señales.
Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.
Combinada la brisa en su envoltura
bien, y mejor chutada,
la esfera terrenal de su figura
¡cómo! fue interceptada
por lo pez y fugaz de tu estirada.
Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.
Y te quedaste en la fotografía,
a un metro del alpiste,
con tu vida mejor en vilo, en vía
ya de tu muerte triste,
sin coger el balón que ya cogiste.
Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza.
Aplaudieron tu fin por tu jugada.
Tu gorra, sin visera,
de tu manida testa fue lanzada,
como oreja tercera,
al área que a tus pasos fue frontera.
Te arrancaron, cogido por la punta,
el cabello del guante,
si inofensiva garra, ya difunta,
zarpa que a lo elegante
corroboraba tu actitud rampante.
¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,
se eliminó tu vida.
Nunca más, eficaz como un camino,
harás una salida
interrumpiendo el baile apolonida.
Inflamado en amor por los balones,
sin mano que lo imante,
no implicarás su viento a tus riñones,
como un seno ambulante
escapado a los senos de tu amante.
Ya no pones obstáculos de mano
al ímpetu, a la bota
en los que el gol avanza. Pide en vano,
tu equipo en la derrota,
tus bien brincados saques de pelota.
A los penaltys que tan bien parabas
acechando tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas,
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto.
El marcador, al número al contrario,
le acumula en la frente
su sangre negra. Y ve el extraordinario,
el sampedro suplente,
vacío que dejó tu estilo ausente.
“Efectivamente, de joven, el fútbol llegó a ser para mí una verdadera pasión. Jugaba al fútbol con las canicas en casa, jugaba a diario un partidillo informal en el Campo Grande, y jugaba al año cuarenta o cincuenta partidos serios, de noventa minutos y en campo reglamentario, en la finca del colegio”. Estas palabras son de Miguel Delibes, que jugó de delantero. Era, como él mismo se describió, “más o menos fino, pero me faltaban condiciones físicas -no era corpulento- y me sobraba respeto a las defensas contrarias”.
Gerardo Diego cantó también su emoción futbolera en este poema:
El balón de fútbol
¿Tener un balón ? Dios mío.
Qué planeta de fortuna.
Vamos a los Arenales :
cinco hectáreas de desierto,
cuadro y recuadro del puerto.
Qué olor la Tabacalera.
-Suelta ya el balón. Incera.
-No somos once. -No importa.
Si no hay eleven hay seven.
Qué elegante es el inglés :
decir sportman, team, back ;
gritar goal, córner, penalty.
(Aún no se ha abierto el Royalty.)
-Marca tú la portería :
textos y guardarropía.
-Somos siete contra siete.
Un portero y un defensa,
dos medios, tres delanteros ;
eso se llama la uve.
Y a jugar. Vale la carga.
pero no la zacandilla.
Yo miedo nunca lo tuve ;
(Una brecha en la espinilla.)
Ya se desinfla el balón.
Sopla tú fuerte la goma.
Ata ya el cuero marrón.
El de badana en colores
déjase a los menores
para botar con la mano.
Mañana a la Magdalena
a jugar contra el « Piquío ».
Y al « Plazuela », desafío.
Tener un balón, Dios mío.
La lista de intelectuales aficionados al fútbol es larga: Jacques Derrida, Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Chillida, Pasolini, Eduardo Galeano, Elías Querejeta, Javier Marías, Ángel González, Mario Benedetti, Luisgé Martín… En mi lejana niñez no tuve a mi alrededor ninguna figura de ese calibre que me ayudara a pensar que si a él le gustaba… Entonces no llegué a pensar que algo tendría el futbol cuando tantos lo bendicen; más bien al contrario, siendo yo, como era, enemigo de sumarme al gusto mayoritario, e imagino que tras “sufrirlo” en casa cada fin de semana, con más motivo.
Sea como fuere, lo cierto es que allá cada uno con sus cosas. Tampoco es que se me haya despertado el afán evangelizador y apostólico de la conversión de nadie al fútbol. Simplemente he aprendido a pasármelo bien de vez en cuando durante 90 minutos. Pero solo de vez en cuando.