Este post de hoy tiene un principio y un final muy distintos. Un principio para recordar varios espectáculos hermosos y un final para arremeter contra el Poder que persigue con fruición la cultura. El principio son cuatro encuentros con el arte: Miguel Poveda, La flauta mágica, VerSex y Hugo Fontela.
Tengo la suerte de que de vez en cuando algún amigo me llama y me pregunta si quiero acompañarle a un espectáculo para el que tiene dos entradas. Luis Eduardo Aute me llamó hace dos semanas porque Miguel Poveda actuaba en el Compact Gran Vía del 12 al 17 de este mes de enero y tenía entradas para uno de esos conciertos que venían avalados con el nombre de “Sonetos y Poemas para la libertad”. Los seis días que Poveda actuó en Madrid tuvo lleno total. Yo, cada vez que voy a ver y a escuchar a Miguel Poveda -y ya van unos cuantos conciertos, en el Real, en el Auditorio…- sé que voy a vibrar y a emocionarme como nunca, o mejor, como siempre. En este concierto estuve dos horas en vilo.
La escena es apoteósica por sencilla, Poveda no necesita nada más que su voz y sus movimientos, y una compañía de nueve músicos extraordinarios que hacen que los poemas que salen de su garganta, transformados en canción, llenen de lirismo y arte el escenario. Poemas de Borges, de Jaime Gil de Biedma, de Ángel González…, y uno de Aute, al que Poveda le rindió un homenaje que emocionó al maestro. Al final subimos a verle, a felicitarle por el regalo y nos dijo que aún arrastraba un resfriado de aúpa. Olé los artistas completos por su entrega, a los que la enfermedad los hace aún más grandes.
Este lunes me senté de nuevo en la fila siete del Teatro Real con mi amigo Daniel Romero-Abreu, a quien ya presenté en un post anterior en el que hablaba de Rigoletto. Esta vez se trataba de La flauta mágica, la ópera más misteriosa de Mozart, que estrenó en 1791 en Viena, poco antes de morir a los 35 años, y tras un tiempo desahuciado social y económicamente. Una ópera que es un cuento sobre el amor y una fábula filosófica en la que reúne la música culta con el recitativo a modo de zarzuela, lo que los alemanes llaman singspiel, y que en esta adaptación resuelven sobre la gran pantalla gigante del escenario a modo de homenaje al cine mudo, y concretamente a Buster Keaton, con una impresionante puesta en escena del australiano Barrie Kosky. Con esta obra Mozart envía un mensaje que resume los ideales de la Ilustración y que, como buen masón, encarna en la confrontación de la Luz contra las Tinieblas y del Bien contra el Mal.
VerSex es una acción teatral poético-literaria, y a veces musical, en la que varios escritores se suben al escenario del Teatro Alfil para contar una experiencia singular. Un trato con el sexo explícito a través de la creación artística. Fernando Marías y Raquel Lanseros (que también participan en el hecho creativo), hacen un espléndido papel como maestros de ceremonias y a lo largo de una hora y media dan entrada a varios escritores, que son distintos en cada función. Empezaron -empezamos, porque nuestra agencia Dos Passos participa en la producción-, el 12 de enero con Luis Eduardo Aute, Espido Freire, Ana Merino y Carlos Salem. La semana pasada, el día 19, Escandar Algeet, Adriana Moragues, Elvira Sastre y Fernando Valverde. Los escritores del martes, 26, fueron Luisgé Martín, Cristina Fallarás y Manuel Vilas. Han sido tres experiencias que ponen los pelos de punta por su profundidad en la indagación personal sobre el sexo, o te hacen reír por su valentía y desparpajo, todo depende de quién y con qué intención aborde el hecho lírico-sexual. ¿Realidad?, ¿Ficción?
En la galería Marlborough (Calle Orfila, 5 de Madrid) expone hasta el 13 de febrero, Hugo Fontela (Grado, Asturias, 1986). Su exposición tiene un sugerente título, “Pinturas extrañas” y yo tuve la suerte de estar la mañana del martes con él y disfrutar de su compañía y de su magisterio, es decir, que tuve el privilegio de recorrer con el artista una a una esas pinturas que de extrañas, a mí se me ofrecieron admirablemente cercanas e incluso familiares, tal vez por nuestro parentesco norteño. Unas, las blancas, por su expresión lírica y su apacible presencia zen, y otras, oscuras, un arte que plasma detritos, basura, residuos que son también una invitación a reflexionar por su carga matérica que flota en el espléndido espacio de la galería, creando un ambiente extraño y surreal.
Hugo Fontela ha sido desde su primera exposición con 18 años un pintor con una visión del arte impactante. En 2005 gana el premio BMW y se va a Nueva York. Ya es un artista que está buscándose en sus composiciones de los muelles neoyorquinos y que yo empiezo a admirar desde que Vicky Úrculo me invita a ver y a disfrutar de esa experiencia americana en 2008, con An American Vision, en el Centro Cultural Casa de Vacas del Retiro, siendo yo delegado del Principado de Asturias en Madrid. Hugo Fontela me recuerda en su sentido de búsqueda, al «El perseguidor» de Julio Cortázar, el protagonista del cuento sobre Charly Parker. Un saxofonista excepcional para el que la música es tiempo, y si el artista ve el tiempo de otra forma, así también verá la vida, y por tanto, el arte. La historia de «El perseguidor» es la de un artista en lucha constante, lo que lo convierte en un alma en busca del Arte como meta.
Hugo Fontela ha trabajado en su estudio madrileño estos cuadros, algunos de gran formato, y es una suerte tenerlo cerca, aunque el tirón de Nueva York siga siendo tan fuerte. Sin duda tendrá que acostumbrarse a un viaje permanente de ida y vuelta, él, que ya es un pintor universal.
El final es otra vez esa España negra solaniana que cíclicamente aparece
«Que la vida iba en serio/uno lo empieza a comprender más tarde”, dicen los dos primeros versos de “No volveré a ser joven”, el poema que Jaime Gil de Biedma publica en su libro Poemas póstumos, en 1968. Gil de Biedma fue un ejecutivo en la empresa de su padre, pero como él mismo ha escrito en el poema “En el nombre de hoy”, de su libro Moralidades (1966): “… a vosotros pecadores/como yo,/ que me avergüenzo/de los palos que no me han dado,/señoritos de nacimiento/por mala conciencia escritores/de poesía social…”. Jaime Gil de Biedma fue un poeta riguroso y lúcido, a caballo siempre entre una identidad personal -rojo y maricón, como habían dicho de Federico sus asesinos-, y la realidad en la que vivió, infestada de cretinos que blandían su verdad como bandera.
“En un viejo país ineficiente/algo así como España entre dos guerras/civiles…”, escribió en el poema “De vita beata”, del mismo libro, un Gil de Biedma desencantado de la vida y de la poesía. Así era España en 1968, un viejo país ineficiente, y me temo que también lo sigue siendo hoy, en 2016, leyendo el artículo “Pensiones de autor”, de José María Guelbenzu, en El País del pasado domingo. Un análisis de la última realidad cultural, del penúltimo atropello a los que creían vivir en un país decente y se han despertado en otro más oscuro, más incierto y más pobre, en el que los políticos les roban sus pensiones porque no quieren hacerlas compatibles con los derechos de autor de unos libros, escritos en ese país ineficiente, y publicados en esta España deshilachada y rota por los puños, parafraseando a Ángel González, amigo y compañero de generación de Gil de Biedma, a quien, de no estar muerto, este Gobierno de iletrados le habría birlado también su pensión.
“Los artistas”, dice Guelbenzu en su artículo, “son gente que, por temperamento, suelen ir con la intención por delante, a menudo con la verdad por delante, y al poder no le gusta que le metan el dedo en el ojo. Como no le gusta la gente estudiosa, porque se vuelve crítica”. Y entonces, leyendo este párrafo, me vienen al recuerdo aquellos años infames, del dominio por la fuerza y por la gracia de Dios de un ser inútil e ineficiente, cuando los jóvenes airados de entonces queríamos que se diera la vuelta a la tortilla para que la democracia amparara los derechos humanos y no tuviéramos que pelear para que la cultura ocupara el lugar que debe ocupar en una sociedad sana. “A los gobiernos se les llena la boca a la hora de hablar de Cultura”, sigue diciendo Guelbenzu. “A Miguel de Cervantes y Saavedra, que lo tuvieron como puta por rastrojo en su época, lo celebran, lo recelebran y recontracelebran mientras se pavonean de que fue el escritor que inventó la novela moderna y el creador de un icono mundial (otro maltratado como él): Alonso Quijano. Ahí sí que sueltan dinero para poder lucirse”.
“No es el mío, este tiempo”, y he vuelto a Gil de Biedma, en su poema “De senectute”. No es tuyo, Jaime, ni es nuestro, añado yo. Este tiempo es de los canallas que campan por sus respetos. Manuel Gutiérrez Aragón dijo en la entrevista al ABC del sábado, que a este Gobierno “no se le había visto una buena disposición con la cultura”, y que creía que era “por descuido, no por ideología”. ¡Por favor!, ¡en qué mundo vive este señor académico! Machacan a los escritores, a los pintores, a los actores con sus impuestos y sus persecuciones por haber querido ganarse la vida con honradez, pero también persiguen la masa crítica de los creadores que con su obra aspiran a cambiar este mundo por otro mejor. O es que ya nadie se acuerda de la utopía.
Este poema de Jaime Gil de Biedma es una sextina que escribió en 1962 para su libro Moralidades pero la censura lo prohibió y tuvo que publicarlo en México en el 66. En España apareció dos años después, en su libro Poemas póstumos. Es lamentable pensar que el poeta lo hubiera escrito hoy y el mensaje sería el mismo. La sextina es un modelo de estrofa muy querido por este poeta, con versos octosílabos o endecasílabos (en este caso con los de 11 sílabas). Obsérvese que las palabras del final de cada verso siempre son las mismas: España, demonios, gobierno, historia, pobreza, hombres…
APOLOGÍA Y PETICIÓN
¿Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno,
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?
De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.
Nuestra famosa inmemorial pobreza
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno,
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.
A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.
Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
puede y debe salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios.
Quiero creer que no hay tales demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia.
Son ellos quienes han vendido al hombre,
los que le han vertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.
Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia.
Hasta el jueves, 3 de febrero.