La literatura es un estado de ánimo. Sirve para que una secta de enfermos crónicos, los letraheridos, utilicen como alternativa terapéutica, un viejo antídoto secreto, el libro, para evitar lamerse las heridas propias o ajenas. La literatura sirve para reformatear el disco duro de la vida, para mal interpretar la historia, para sostener las vigas maestras del universo, para poder contar los siete días de la creación del mundo, para combatir la muerte. Para saberse inútil, para casi nada, para casi todo. Ramón Pernas. Premio de Periodismo Julio Camba, 2011, y Premio Azorín, 2014, por la novela Paradiso.
2 reflexiones de Daniel Pennac en Como una novela (Anagrama):
- Con motivo del pasado Día de la Madre, un Gran Almacén me mandó por mail una publicidad cuyo texto rezaba así: “Lo último en complementos, una novela apasionante, un móvil de diseño…”.
- Y ¿qué significa buscar tiempo para leer?, ¿de dónde podríamos quitar esa hora de lectura diaria, a los amigos, a la televisión, a la familia?, ¿es un grave problema sacar tiempo para leer? Desde el mismo momento en que se plantea el problema del tiempo para leer, es que no se tienen ganas. Si lo pensamos bien nadie tendría tiempo para leer, la vida es un obstáculo permanente para la lectura. “¡Cómo envidio que tengas tiempo para leer!; a mí ya me gustaría pero entre el trabajo, los niños, la casa, no tengo tiempo…”. El tiempo para leer es siempre un tiempo robado, ¿o acaso no lo robamos también para amar? El tiempo para leer, igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo de vivir. El oficio de vivir, el oficio de poeta, escribió Pavese. ¿Se ha visto alguna vez que un enamorado no encontrara tiempo para amar? La lectura no depende de la organización del tiempo social, es, como el amor, una manera de ser.
3 frases sobre la amistad:
- Aristóteles: “Los amigos se necesitan en la prosperidad y en el infortunio, puesto que el desgraciado necesita bienhechores, y el afortunado personas a quienes hacer bien. Es absurdo hacer al hombre dichoso solitario, porque nadie querría poseer todas las cosas a condición de estar sólo. Por tanto, el hombre feliz necesita amigos”.
- Platón: “La amistad es mutua y recíproca. Nadie es amigo de otra persona sin que sea considerado como amigo por la otra persona, es decir, es un continuo diálogo de entrega, de generosidad, de permanencia y de fidelidad”.
- San Agustín: “Muchas veces los amigos nos pervierten al adularnos y, en cambio, los enemigos nos corrigen al insultarnos”.
4 frases de cine:
- De ustedes depende. O aprendemos a pelear como equipo, o perderemos como individuos! (Un domingo cualquiera. 1999)
- Donde quiera que se encuentre el prejuicio, siempre nubla la verdad. (Doce hombres sin piedad. 1957)
- No es un problema grave si no lo conviertes en un problema grave. (Abierto hasta el amanecer. 1995)
- Recuerda que eres tan bueno como lo mejor que hayas hecho en tu vida. (Billy Wilder)
5 frases sobre los sueños:
- Amo a los que sueñan imposibles (Johann Wolfgang Goethe)
- Si deseas que tus sueños se hagan realidad, ¡despierta! (Ambrose Bierce)
- La única diferencia entre un sueño y un objetivo es una fecha (Edmundo Hoffens)
- Nada os pertenece en propiedad más que vuestros sueños (Friedrich Nietzsche)
- Si ha hecho castillos en el aire no ha perdido el tiempo; allí es donde deben estar. Ahora, ponga los cimientos. (Henry David Thoreau)
En su obra En busca del tiempo perdido (Alianza), Marcel Proust relata minuciosamente los lugares favoritos donde transcurriera su infancia, como el Combray de la primera parte: «Por el camino de Swan». También lo hizo Clarín con su Guimarán, territorio entre Gijón y Avilés. Son espacios míticos de cada escritor que han pasado de reales a literarios, al revés del Yoknapataupha de Faulkner, Santa María de Onetti o el Comala de Rulfo que pasaron de literarios a formar parte de la realidad mitificada de los lectores.
A este mismo territorio de la memoria pertenece lo que voy a contar:
En los años 60, siendo aún un niño, compré mi primer libro por correo. Vi la oferta en una revista de sociedad y rellené el cupón de pedido. Pocos días después llegó el cartero al portal de la casa montado en su bicicleta, sopló el silbato varias veces y pronunció tan alto mi nombre seguido de la palabra ¡REEMBOLSO!, que mi madre se asustó. Pero pagó la tasa y me entregó el paquete algo sorprendida. El libro era Miguel Strogoff, la novela de Julio Verne, en la colección Bruguera con algunas ilustraciones, que mi padre, al verla dijo: «Ah, el correo del Zar. A este le quemaron los ojos».
El primer capítulo de la novela se titulaba “Una fiesta en el Palacio nuevo” y empezaba con este diálogo:
– Señor, un nuevo telegrama
– ¿De dónde procede?
– De Tomsk
– ¿La línea está cortada más allá de esa ciudad?
– Está cortada desde ayer.
En aquel territorio todo era un ir y venir de historias de cine, tebeos y libros tan inolvidables como Las aventuras de Dick Turpin, de W. Harrison Ainsworth; Cinco años de vacaciones o Un capitán de quince años, ambas novelas de Julio Verne.
De la poesía supe que existía porque la vivía a diario, absorto en la contemplación de la nieve en invierno, del mar en verano, del incesante paso de los trenes o de la imagen inolvidable de mujeres rotundas que cargaban en su cabeza, en perfecto equilibrio, un barreño repleto de ropa blanca recién lavada que luego extendían sobre la hierba. Más tarde supe que todo eso se podía poner en palabras, como lo hicieran Miguel Hernández en “La nana de la cebolla”, Lorca en “La casada infiel” o Dámaso Alonso en el largo poema, “Mujer con alcuza”, que comienza así: ¿Adónde va esa mujer, /arrastrándose por la acera,/ahora que ya es casi de noche,/con la alcuza en la mano?
… Pero, ¿que es esto de la literatura? Sea lo que sea la literatura, y hágase lo que se haga con las iniciativas para crear el hábito lector, y si al principio hemos hecho una tímida defensa de todo aquel que no quiera leer, lo cierto es que, para nosotros el mundo sería invivible si no fuera por la música, la pintura, el teatro, el cine, y, claro está, los libros: los ensayos, las novelas, la poesía, esa pobre hermana sufridora que, a pesar de no tener muchos lectores, bien es verdad que los que tiene la quieren a morir, porque: ¿nos hemos preguntado alguna vez qué es lo que podemos aprender de la poesía?, y no sólo para el creador, sino también para el novelista o para quien tiene el privilegio de ser un lector atento. Pues, entre otras cosas, sentir la gravedad de las palabras; apreciar la dependencia de cada palabra en su contexto; la concentración de una idea; la voluntad y precisión del lenguaje; la omisión de lo evidente o la exclusión de lo obvio. Joseph Brodsky lo dijo muy bien: “Desechar lo superfluo es el primer grito de la poesía”. El rasgo esencial de la literatura es que nos hace imaginar lo que significa ser otro ser humano distinto de nosotros. Si la literatura no sirviera más que para eso, ya estaría justificado su lugar en el mundo. Pero nos da algo más y es que nos trasporta al alma misma del lenguaje. En el fondo, los buenos lectores establecen un criterio práctico dividiendo los libros en dos clases: los que no vale la pena terminar y los que se deseará releerlos en el futuro, porque la literatura podrá no servir para nada; sin embargo, para quien la disfruta, como Proust decía, “es la verdadera vida”.
“No aceptes lo habitual como cosa natural, porque en tiempos de desorden, de confusión organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural. Nada debe parecer imposible de cambiar”. Bertolt Brecht.