Un artista nunca trabaja bajo condiciones ideales. En el caso de que existieran, su trabajo no existiría. Debe existir alguna clase de presión. El artista existe porque el mundo no es perfecto. El arte no sería útil si el mundo fuera perfecto, así como el hombre no buscaría la armonía si simplemente viviera en ella. El arte nació de un mundo que ha sido diseñado enfermo. (Andréi Tarkovski)
El pasado 24 de febrero di una charla en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, invitado por Azucena Pedraza y Ana Palmar, creadoras y titulares de la asignatura: “Drama, Narración y Subjetividad”, a las que conocí gracias a Eva García Perea, enfermera y profesora de la asignatura, «Enfermería de la mujer y enfermería de cuidados críticos y complejos». Eva está terminando su tesis que promete ser muy interesante y necesaria, basada en el dolor, concretamente en el seguimiento de personas con dolor.
Hay amistades recientes que en poco tiempo se instalan en tu vida de forma que, sin saber por qué, intuyes -y en poco tiempo constatas- que serán indelebles. A Eva la conocimos gracias a la escritora Paloma Sánchez-Garnica, autora, entre otras novelas, de La sonata del silencio (Planeta), convertida en serie de 9 capítulos que TVE comenzará a emitir en prime time próximamente. Con Paloma -y su marido, Manuel de Jorge-, a la que Palmira Márquez, directora de nuestra agencia Dos Passos, representa desde el año pasado, compartimos jornadas deliciosas y en una de ellas conocimos a Eva y a Emilio, un pediatra al que la literatura también le ha tocado con la varita. En la primera cena coincidimos inmediatamente en dos cosas que cada vez van más unidas a los que celebran la vida entre el espíritu y la materia, es decir, la literatura y el buen vino, y compartimos con Baco algunas lecturas felices, recuerdo entre ellas, Mi familia y otros animales (Alianza), de Gerald Durrel, una crónica ejemplar sobre la vida sencilla, escrita con humor y amor a los animales.
Bien, pero estaba en la charla con las futuras enfermeras -y algún enfermero- porque eran unos 60 alumnos, de los que un 90% eran chicas, que me puso en contacto con veinteañeros de los que hacía tiempo estaba desconectado. Y eso me deparó más de una agradable sorpresa.
Con un nombre de asignatura tan amplio como era “Drama, narración y subjetividad”, pude lanzarme por los laberintos de la poesía y el dolor, como parte central, y hablarles de César Vallejo, Paul Celan, Anna Ajmatova… de la que les conté una breve y escalofriante historia:
Anna Ajmátova (1889-1966) sufre la censura, el fusilamiento de su marido y el destierro de su hijo a Siberia. Escribe un largo poema sobre el horror que titula “Réquiem” que solo se publica en Rusia en 1989, es decir, cuando cae el muro de Berlín y le queda poco para que se desmorone por completo la antigua Unión Soviética. Uno de los grandes filósofos contemporáneos, Isaiah Berlin, va un día de 1946 a Moscú y visita a Anna Ajmátova. Es una noche llena de hallazgos por la que le costaría a la poeta que el régimen le suprimiera el carnet para comprar comida y todas las posibilidades para seguir ejerciendo su trabajo como traductora. Aquella hermosa mujer que había perdido pronto su belleza, a la que incluso el mismo Modigliani le había pintado más de un retrato, hacía cola ante una cárcel de Leningrado intentando averiguar si su hijo seguía vivo. Lo cuenta en RÉQUIEM:
En los terribles años del terror de Yezhov hice cola durante siete meses delante de las cárceles de Leningrado. Una vez alguien me “reconoció”. Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados, que naturalmente nunca había oído de mi nombre, despertó del entumecimiento que era habitual en todas nosotras y me susurró al oído (allí hablábamos todas en voz baja):
-¿Y usted puede describir esto?
Y yo dije:
-Puedo.
Entonces algo como una sonrisa resbaló en aquello que una vez había sido su rostro.
Como en aquella charla en la facultad hubo un poco de todo, también les conté anécdotas de ahora mismo, que pasan en las redes sociales, que es algo que ellos dominan a la perfección.
En una época crítica para los escritores profesionales, ya no digamos para los que se dedican a la lírica, Internet es un vivero para la poesía, que sirve para muchas cosas: para superar una crisis, para aliviar enfermedades… o sencillamente para disfrutar, como esta iniciativa: “Palabras prestadas. Versos con cinco palabras”, que dos personas imaginativas pusieron en marcha. Charles Olsen y Lilián Pallarés tuvieron la idea de esta web en un aeropuerto de Cerdeña. “Como estábamos aburridos en el aeropuerto», dice Pallarés, «le pedí a Charles cinco palabras para hacer un poema. Él se entusiasmó tanto que me pidió otras cinco».
Las cinco palabras que Pallarés le dio a Olsen fueron:
algas, poeta, vino, clínica y metafóricos
Y esas palabras se transformaron en este poema:
En la clínica de San José una poeta estornuda versos metafóricos… frases como vino tinto con cuerpo de algas infinitas.
Antes de acabar la charla escribí en la pizarra que estaba detrás de mí y que, como en mi infancia ocupaba casi toda la pared, mis cinco palabras:
amor, silencio, poema, ventana y lúgubre
Quería incitarlos a que construyeran su propio poema, y para ello me aventuré a escribir el mío:
El amor no puede ser silencio
pero tiene el peligro
de salir por la ventana
como un poema lúgubre
Al final de un encuentro de casi dos horas, invité a un coloquio a aquellos jóvenes, a los que vi prestarme atención en todo momento, incluso a más de uno, y a más de una, tomar notas, siquiera para comprobar que en verdad habían prestado la atención que yo había intuido, y me encontré con que eran muchos los que levantaban la mano para participar. Empezaban hablando desde el pupitre pero cuando me decían que habían leído a este o a aquel poeta, yo les invitaba a salir a leer el poema. Y dicho y hecho, se colocaban a mi lado y leían en el móvil el poema que les gustaba: de Rubén Darío, de César Vallejo, de Ángel González, de Baudelaire…
La experiencia fue doblemente gratificante porque yo no esperaba aquello. Fui con el prejuicio de quien vive al margen de la realidad de los estudiantes y salí aprendiendo una buena lección que continuó hasta el día siguiente en que me encontré con un correo electrónico de una de las alumnas que me envío un poema con las cinco palabras que yo garabateé en el encerado. El poema, magnífico, lo firmaba Samantha Bermejo Boya, a la que le he pedido permiso para contarlo, que escribió lo siguiente:
«Soy alumna de enfermería y ayer estaba en la ponencia dada por usted. Dado mi interés por la literatura y como nos propuso, me gustaría enseñarle el poema escrito a partir de las cinco palabras que dijo hoy durante la clase».
Y este es el poema que Samantha envió sin título pero al que le podríamos poner, por ejemplo:
DESCRIPCIÓN DEL AMOR EN CINCO PALABRAS
No se puede amar en silencio
igual que no se puede describir el amor con palabras
o igual que no puedo escribir este poema sin recordarte,
sin seguir viendo tus lágrimas diciendo adiós desde la ventana.
Creo que no hay cosa más ruidosa que el amor.
Desde las risas que nos provocamos casi sin motivo,
desde el corazón rebotando contra el pecho cada vez que nos acercamos,
el golpe de nuestros dientes o el movimiento de nuestros labios,
hasta las tablas de madera crujiendo aguantando el peso de nuestros cuerpos,
o el grito ahogado que no podemos controlar al vernos marchar.
Aquel que crea que el amor tiene silencio es porque nunca ha amado,
es aquel que intenta encender una cerilla mojada en medio de un lúgubre destino,
es aquel que niega estar loco, aun estando enamorado.
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Y este fue mi feliz encuentro con la magia de la vida. Quien la probó, lo sabe.