El periodista gijonés Víctor Robledo acaba de publicar el libro Bufandas al cielo. Historias del Sporting de siempre, una recopilación de historias humanas del Sporting de Gijón que comienzan con la fundación de este equipo legendario, del que, gracias a su afición, también se podría decir que es mucho más que un club. Bufandas al cielo son 44 relatos relacionados con otras tantas figuras vinculadas a la más que centenaria historia rojiblanca, que el autor presentó hace unos días en Mareo, junto a Quini. Este es el capítulo que Víctor Robledo dedica a mi padre, y que yo ahora, orgulloso y agradecido, cuelgo en el post de este jueves.
Munárriz perdió el barco de su vida
Por Víctor Robledo
José María, un chaval vasco de 18 años, se presentó en la delegación del Frente de Juventudes de Gijón un día cualquiera de 1940 con cara de susto. No llevaba consigo más que un petate con algo de ropa y unas pocas monedas. Al funcionario que le atendió le contó angustiado que había llegado a Gijón esa misma mañana desde su Deusto natal para continuar viaje por mar hasta Santa Cruz de Tenerife, donde le esperaba su padre desde la Guerra Civil, pero se había despistado un rato paseando por el puerto y cuando se quiso dar cuenta su barco ya había partido. Como estaba solo en una ciudad desconocida y no sabía adónde ir, había ido preguntando por la calle a unos y otros hasta dar con aquella oficina. El funcionario le dijo que no se preocupara. Tras hacer unas gestiones le consiguió una habitación donde dormir las primeras noches y puso a su disposición las instalaciones de la delegación, comedor incluido, mientras encontraban alguna forma de solucionar lo suyo.
Durante días, José María deambuló por el Frente de Juventudes sin más forma de matar las horas que jugar al billar o al tenis de mesa con otros chavales de su edad que frecuentaban el local. Una mañana escuchó a un pequeño grupo hablar del equipo de fútbol que tenían en la delegación, los Flechas Verdes, y les preguntó si podía entrenar con ellos. Él era el portero del equipo de su pueblo. Los compañeros lo citaron a la tarde siguiente en el campo de La Florida, muy cerca de la zona de El Bibio, y tanto paró José María en el entrenamiento que un directivo del Cimadevilla presente allí por casualidad se le acercó al acabar el entrenamiento y le ofreció entrar en su equipo a cambio de una pequeña ficha. José María, que sabía que ese dinero le vendría muy bien para desenvolverse por su cuenta en Gijón, no dudó ni medio segundo en aceptar su propuesta.
En la siguiente reunión con sus compañeros de junta, el directivo del Cimadevilla anunció entusiasmado que había fichado a un auténtico porterazo vasco, un tipo de 1’90 y enormes reflejos llamado José María Munárriz. No les dio mucho tiempo a disfrutar de él. Menos de un mes después, el Cimadevilla visitó el campo de Buenavista para jugar un amistoso contra el Oviedo. Entonces era habitual que un día a la semana, normalmente los miércoles o jueves, el Oviedo y el Sporting recibieran a algún club regional para preparar el partido del domingo. Munárriz tuvo otra de sus tardes memorables y nada más acabar la sesión, el entrenador oviedista pidió a su presidente que fichara cuanto antes al tremendo portero que había traído el Cimadevilla porque estaba convencido de que no iban a encontrar a otro así.
Las negociaciones por Munárriz fueron largas y complejas. El Cimadevilla pedía más dinero de lo normal; el Oviedo daba menos de lo justo. Finalmente, los dos clubes acabaron alcanzando un acuerdo pendiente sólo de quedar plasmado por escrito. Lo que ninguno imaginaba entonces era que la historia de Munárriz había llegado ya a oídos de un directivo del Sporting, que lo buscó por Gijón para negociar directamente con él y presentarle una oferta imposible de rechazar. El directivo le prometió algo de ropa, una habitación pagada en una pensión durante todo un año y una ficha de 3.500 pesetas. Munárriz, abrumado de tanto que le cambiaba la vida por momentos, aceptó la propuesta del Sporting mientras Oviedo y Cimadevilla amagaban con romper relaciones por haberse frustrado la operación.
El viaje a Canarias de José María Munárriz no llegó a realizarse nunca. Se quedó a vivir toda la vida en Asturias acompañado de su familia, que acabó viniendo con él. Fue precisamente en esa época cuando el Sporting pasó a denominarse oficialmente Real Gijón por una orden del gobierno franquista que prohibió el uso de extranjerismos en los nombres de asociaciones hasta 1970, aunque el Sporting nunca dejó de ser Sporting en todas las conversaciones. Munárriz estuvo cedido un tiempo en el Cimadevilla y La Felguera, pasó por el Deportivo Gijonés y antes de que acabara la temporada 47-48 se incorporó por fin a la primera plantilla rojiblanca. Permaneció cinco años en el equipo, dos en Primera y tres en Segunda, con más de cincuenta partidos disputados. Él era, por ejemplo, quien ocupaba su portería el día que el Sporting ganó por primera vez al Real Madrid en Chamartín con el mítico gol de Pío tras un pase suyo en profundidad. «El partido acabó 1-0, y Munárriz de portero», solía resumir con guasa cuando alguien le preguntaba por ello. Después jugó un año en el Avilés, dos en el España de Tánger y pasó por algunos clubes asturianos más antes de retirarse.
Munárriz fijó su residencia en La Felguera al poco de llegar a Gijón. Entrenó a varios equipos de fútbol base de la cuenca minera y ejerció también como árbitro. Era un hombre afable y simpático, vestía con suma elegancia y siempre estaba dispuesto a contar cualquier anécdota como la primera vez. Tenía la cartera llena de fotos, los cajones de su casa llenos de recortes de prensa y el pueblo lleno de amigos. Bendito barco aquel que partió puntual. Bendito despiste el suyo.
Este es el obituario que El País publicó el 9 de julio de 2007
José María Munárriz, un histórico del Sporting
Por Javier Cellino
José María Munárriz Santamaría nació en Deusto (Bilbao), en 1922, y falleció en La Felguera (Asturias) el 30 de junio de 2007. Tenía 85 años. Protagonizó la primera victoria del Sporting de Gijón sobre el Real Madrid en Chamartín.
Quién iba a decirle al niño que pegaba patadas a un balón de trapo en su Deusto natal que 22 años después de su nacimiento iba a ser protagonista de una de las mayores gestas deportivas del Sporting de Gijón. Y es que el domingo 14 de febrero de 1948 -quizás a las cinco de la tarde, como en las grandes citas- el Sporting vencía, por primera vez en su historia, al Real Madrid en el antiguo Chamartín (un saque suyo de puerta, después de una nueva parada -los diarios deportivos madrileños destacaban en titulares al día siguiente que Munárriz salvó el partido- permitió al delantero centro, Pío, marcar el gol de la victoria).
El niño que creció hasta convertirse en un mozarrón de 1,90 de estatura, repartió su trayectoria deportiva entre el Círculo Popular de La Felguera, el pueblo de Asturias donde vivía, y el Sporting de Gijón, en donde completó ocho temporadas, cinco de ellas como titular en primera división. Después, año 1952, ocupó la portería del Avilés, que por primera y única vez en su historia disputó la liguilla de ascenso a primera división, para, a la temporada siguiente, fichar -nada menos que por 100.000 de pesetas de entonces- por el España de Tánger.
Hace días que se nos fue el contemporáneo de Piru Gainza y de Telmo Zarra, entre otros, el único futbolista que fue también entrenador y árbitro, el amigo generoso que derrochaba simpatía por las cuatro esquinas de su corpulenta humanidad, el padre de Miguel y de Chema, el que vivió por y para el fútbol -su cartera era un museo de fotografías-, el que acostumbraba a decir, con un tono jocoso pero humilde a la vez, que el partido terminó cero a cero, y Munárriz de portero.
Hoy
Desde entonces, la historia reciente del Sporting ha tenido cambios importantes, entre los que se cuentan la bajada a Segunda División, una emocionante subida a Primera, el fallecimiento de su entrenador, Manuel Preciado, nuevamente la caída y la reconstrucción de su campo, El Molinón. Pero como Gijón no se acaba nunca, he rescatado una fotografía de Daniel Mordzinski, uno de los artistas más relevantes y con más ingenio que he conocido, que refleja el encuentro en el Salón del Libro Iberoamericano de 2005, que ese año coincidió con el centenario del Sporting, y que Mordzinski inmortalizó en el terreno de juego. Sirva también como homenaje a este magnífico ser humano que es capaz de sacar del modelo todo lo que el modelo no sabe que tiene. Ahora Daniel no está pasando por su mejor momento porque alguien, con ineficacia manifiesta, ha destruido sus archivos fotográficos, es decir, su vida profesional.
Este es un extracto de la noticia:
El fotógrafo argentino afincado en París Daniel Mordzinski ha perdido la práctica totalidad de su archivo fotográfico. El fruto de casi treinta años de trabajo -sus negativos, copias y diapositivas de 1979 a 2006- se encontraba en un despacho de la redacción de Le Monde cedido a la corresponsalía de El País guardado en un archivador. Cuando llegó el 7 de marzo al despacho se encontró con que había sido vaciado sin previo aviso. En una desesperada búsqueda Daniel Mordzinski encontró el archivador en el sótano sin rastro alguno de las fotografías. El grueso de la obra de Daniel Mordzinski lo constituían, además de su labor como corresponsal gráfico de El País, innumerables retratos de los más importantes escritores iberoamericanos de varias generaciones como Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Camilo José Cela, entre muchos otros.
Querido Daniel, esta es la foto del equipo de escritores de Primera División, una pequeñísima muestra de tu forma de mirar a través del objetivo de la cámara, ese otro ojo con el que cada día dejas constancia de tu amor por todo lo que haces.
Miguel que emotivo tu blog hoy, me ha emocionado mucho, me viene a la memoria la planta imponetente de Muna, como tu madre le nombró siempre ¡ Qué grande! Tengo que hacerme con ese libro : Bufandas al cielo.