SIEMPRE ES PRIMAVERA (TOLSTOI)
Libros que relaten los últimos días de escritores y otras personalidades hay unos cuantos. Pessoa, Chejov, Lord Byron, Kant, Che Guevara, Virginia Woolf… Ahora que voy teniendo eufemísticamente más perspectiva, contemplo el paso del tiempo por acontecimientos que he visto nacer y morir, o inaugurarse y clausurarse, aunque al principio pensara que serían eternos (Ná, ná, ná es eterno, que cantaba Camarón): Adolfo Suárez presidente, Juan Carlos I nombrado Rey, etc. Los hemos visto subir y bajar, empezar y terminar, su compromiso y su cese, o lo que es peor, su muerte. Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta, que escribió Pablo Neruda; la noticia de Carrillo, de estranjis con peluca por Madrid. Los Beatles como fenómeno musical, un cuarteto de imberbes formidables de los que quedan vivos solo dos. El tiempo pasa y nos hace más sabios, que dijo aquel, aunque yo preferiría que pasara más lento y ser un poco menos listo, pero, en fin, es lo que hay.
Antes de recordar algunos de estos libros sobre “los últimos días de”, pido atención a esta cita extraída de Resurrección (1899), última novela de Leon Tolstoi, un libro sobre la injusticia de las leyes humanas y la hipocresía de la iglesia institucionalizada. Son, sobre todo, palabras para momentos como el que vivimos, en el que los profesionales de lo público continúan practicando políticas de tierra quemada. Pero que no se crean que siempre va a ser así –Tolstoi dixit– porque siempre es primavera.
“Por mucho que cientos de miles de personas, reunidas en un corto espacio de terreno al que se han apegado, se esfuercen en llenar el suelo de piedras para que no crezca nada en él; por mucho que limpien ese terreno hasta de la última brizna de hierba; por mucho que impregnen el aire con el humo del carbón y el petróleo, por mucho que corten los árboles y obliguen a marcharse a todos los animales y aves, la primavera, hasta en la ciudad, siempre es primavera”.
LOS ÚLTIMOS DÍAS DE…
De Los tres últimos día de Fernando Pessoa. Antonio Tabucchi
Antes tengo que afeitarme, dijo él, no quiero ir al hospital con esta barba, se lo ruego, vaya a llamar al barbero, vive en la esquina, es el señor Manacés.
Pero es que no hay tiempo, señor Pessoa, replicó la portera, el taxi está ya en la puerta, sus amigos han llegado ya y le están esperando en el recibidor.
No importa, respondió, todavía queda tiempo.
Se arrellanó en la pequeña butaca donde el señor Manacés acostumbraba a afeitarle y se puso a leer las poesías de Sá-Carneiro.
El señor Manacés entró y le dio las buenas noches. Señor Pessoa, dijo, me han dicho que no se encuentra bien, espero que no se trate de nada grave.
Le colocó una toalla alrededor del cuello y empezó a enjabonarlo, cuénteme algo, dijo Pessoa, usted, señor Manacés, conoce muchas anécdotas interesantes y ve a mucha gente en su establecimiento, cuénteme algo.
De Tres rosas amarillas. Raymond Carver
Chejov. La noche del 22 de marzo de 1897, en Moscú, salió a cenar con su amigo y confidente Alexei Suvorin, editor y magnate de la prensa; era un revolucionario, un self-made man cuyo padre había sido soldado raso en Borodino. Al igual que Chejov, era nieto de un siervo. Tenían eso en común: sangre campesina en las venas. Pero tanto política como temperamentalmente se hallaban en las antípodas. Suvorin, sin embargo, era uno de los escasos íntimos de Chejov, y Chejov gustaba de su compañía.
De Che, la vida por un mundo mejor
Pacho O’Donnell, autor del prólogo, reproduce el testimonio de lo ocurrido en la aldea boliviana de La Higuera el 9 de octubre de 1967. Un relato de los últimos instantes de la vida de Ernesto Che Guevara, narrado por su verdugo, el sargento boliviano Mario Terán, a su ministro del Interior, Antonio Arguedas.
«¡Serénese y apunte bien! -me dijo como si me ordenase-. ¡Va usted a matar a un hombre!
Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y comenzó a regar muchísima sangre. Recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y el corazón.
Ya estaba muerto».
La muerte de Virginia. Leonard Wolf
El 28 de marzo de 1941 Leonard Wolf, (1880-1969) escribió a lápiz con mano temblorosa la palabra «Muerta» en uno de los diarios de bolsillo de su esposa. Horas antes, instantes efímeros en el destino de la vida de ambos, Virginia Woolf (1882-1941) se adentró en el río Ouse con los bolsillos de su abrigo llenos de piedras y se ahogó. Era el final de una larga y dolorosa agonía, provocada por el trastorno bipolar que no le fue diagnosticado en vida, y que se vio intensificada por el estallido de la Segunda Guerra Mundial y el desmoronamiento de cuantos cimientos personales la escritora británica luchó por edificar a lo largo de su frágil existencia.
Esos últimos años, el sufrimiento desgarrador de quien siempre tuvo la muerte «a flor de piel» en su imaginación, como aseguró su marido en su autobiografía, vuelven a estar de actualidad después de que la universidad de Sussex anunciara la compra de ocho dietarios personales de la escritora, fechados entre 1930 y 1941, por los que la institución británica pagó 73.500 euros en una subasta en Sotheby’s en diciembre. En ellos, la autora de «La señora Dallloway» reflejaba su actividad cotidiana, desde citas amistosas y profesionales a sus pensamientos y sensaciones. Se trata de una valiosa aproximación a la figura de una de las escritoras más importantes y fascinantes del siglo pasado, cuya vida ha hecho correr tantos ríos de tinta como los que ella derramó en cuadernos. Inés Martín Rodrigo.
CAMUS
Albert Camus (1913-1960), que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1957, fue hasta el final de su vida ese hombre discreto, obsesivamente inquieto, que, por apego a sus orígenes africanos, revistió su talento con una capa de humildad, como lo hacen los bereberes para protegerse de los vientos y el frío del desierto. Como lo hizo San Agustín, a quien dedicó parte de sus estudios de filosofía.
Los últimos días de la vida de Albert Camus, cuenta Carmen Grimau, es un libro minúsculo de José Lenzini. Basta con 143 páginas para contornear sobradamente al autor que se comió el siglo XX francés. Lenzini conoce muy bien a Camus. Le ha dedicado varios libros. Lo quiere. Y se nota. El abordaje es sentimental, y lo es en el mejor de la palabra. Lenzini recrea, basándose en testimonios, lo que pudo pasar hace exactamente 50 años:
El 4 de enero de 1960, el Facel-Vega que conducía el riquísimo Michel Gallimard (sobrino del gran patrón Gaston Gallimard) se estrelló contra un árbol. Mató al escritor en el acto. Una recta había animado a Michel a pisar el acelerador, la carretera helada hizo el resto. Segundos antes, Camus preguntó por el nombre del pueblo al que iban acercándose. Petit-Villeblevin, contestó Michel. Silencio en el coche. Camus oye los neumáticos patinar, tensa sus piernas instintivamente, no ve nada, «¡Endereza… Ende…!» grita.
Así de tonta, así de absurda, la muerte súbita. Encontraron en el bolsillo de nuestro hombre un billete de tren. Cambió de idea para no hacer un feo a Michel, pues ya no le quedaban apenas amigos. Tenía 47 años.
POST SCRIPTUM
La noticia es de El País del lunes, 9 de junio. He extractado lo más sangrante. Dice así:
El exilio y la marginación que sufrió muchos años en vida persiguen a Miguel Ángel Asturias (1899-1974) incluso en la eternidad, ganada por libros clásicos latinoamericanos y la concesión del premio Nobel en 1967. Guatemala, su país, por el que tanto hizo desde la literatura, casi lo ha olvidado y solo tiene silencio para él en el 40º aniversario de su muerte, sucedida en Madrid hace hoy cuatro décadas.
Una fecha inadvertida en su país y un despropósito si se considera que Ciudad de Guatemala ha sido nombrada Capital Iberoamericana de la Cultura 2015.
“Ni siquiera estábamos advertidos”, reconoce la jefa de información del Ministerio de Cultura, Claudia Velásquez. “Te agradecemos que nos alertaras. Vamos a emitir un boletín al respecto y lo distribuiremos a la prensa”. Es el tiempo que corroe la memoria de uno de los precursores del boom latinoamericano por obras como El señor presidente y Hombres de maíz.
¿Y digo yo, que la jefa de información del Ministerio de Cultura de Guatemala, la tal Claudia Velásquez, necesita que la adviertan de la efeméride de sus próceres culturales? ¡Que la trasladen al de Agricultura, que se equivocó de Ministerio!
SILOGISMO
Guatemala ha sido nombrada Capital Iberoamericana de la Cultura 2015
Al premio nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias no lo recuerdan en su tierra
Guatemala no puede ser Capital Iberoamericana de la Cultura 2015
Los grandes son interesantes hasta a la hora de morirse.