ME GUSTA encontrar relaciones entre las cosas. Todas las cosas tienen sus enlaces ocultos. La canción «Escuela de calor», de Santiago Auserón/Juan Perro, por ejemplo, me sirve para conectar el momento de corrupción política con los movimientos ciudadanos. Me gustaría pensar que los cambios que se avecinan serán para mejorar, aunque este país me parece a mí que tiene poco remedio. Y a las pruebas me remito, y es que íbamos demasiado bien y cuando aquí algo va bien, viene alguien y ¡zas!, lo jode.
Arde la calle al sol de poniente
hay tribus ocultas cerca del río
esperando que caiga la noche
La calle habla. Siempre lo ha hecho, pero ahora más. Esta pintada en el paso de peatones de la calle Fernando VI, cerca de la de Génova, está hablando, como lo hicieron entonces las pintadas de Mayo del 68: «Debajo de los adoquines hay playas», o «La imaginación al poder». Esta es la respuesta ciudadana a las tropelías de los partidos. Ellos se lo han buscado. Parece que volvemos a aquella canción, medio himno de la Transición en 1976, que Jarcha cantó y mi generación coreó con esperanza: «Habla pueblo, habla».
Se podría haber puesto a la puerta de cualquier otro Banco, pero eligió este de la calle Velázquez, esquina Goya. Los pobres serán pobres, pero no tontos. Su sentido de la comunicación y el marketing le ha colocado en unos de los centros más glamourosos y concurridos de Madrid. Está ya dicho en la foto anterior: son los políticos los que viven a costa de nuestra pasividad. Pero están cambiando las tornas…, ¡quién lo diría!, habrá que volver a darle la vuelta a la tortilla.
Esta foto la tomé en Fuentidueña de Tajo, el día que fui con el equipo de rodaje de nuestro documental, que dirigió Sonia Tercero Ramiro, por los mismos caminos que transitaron en 1937 John Dos Passos y Ernest Hemingway para «Tierra española». Ahora estamos en fase de prelanzamiento para 2015. Se titula «Robles. Duelo al sol» y el hilo conductor es el nieto del autor de Manhattan Transfer, John Dos Passos Coggin. Pero a lo que íbamos: la foto. Cuando vi el cartel sobre la puerta metálica no daba crédito. Dice, quiere decir: «Ya en casa. Hurra». La entrada, como se ve, es un vergel que los propietarios cuidan con esmero. Hablé con ellos y, aunque mencioné el cartel -sin apurarlos en absoluto,claro- para ver si me decían que era una broma o que su nieto lo había escrito así, y qué gracia, jajaja…, pero no, ellos, orgullosos con su casa, y muy amables, me hablaron de sus flores: rosas, pensamientos…
Me envía Guillermo Roz una foto de Libro de navíos y borrascas (Ediciones Noega), de Daniel Moyano, con esta dedicatoria: «Para Dolly y Juan Carlos Onetti con el cariño de muchos años». Guillermo, que sabe de mi antigua amistad con Moyano, y de mi admiración por su literatura y su magia al contar las historias, me la manda con una misiva: «Me encontré con este libro dedicado en la expo de Onetti en Casamérica, y me acordé de ti». Qué sencillo. Y qué complejo. Qué mecanismo complejo y sencillo al mismo tiempo se pone en marcha en nuestro cerebro en una milésima de segundo para relacionar las cosas. El cerebro emocional. Las funciones biológicas del sistema nervioso ya no son tan misteriosas gracias a la investigación. Pero a mí me importa más el misterio de las emociones. La emoción de Roz al ver la dedicatoria de Moyano, la mía al recibir la foto y el mensaje de mi amigo Roz… Y las conecto con una nueva: el recuerdo emocionado que me trae el nombre de Daniel Moyano en relación con Javier Rodríguez Marcos, cuando nos conocimos gracias a que Javier andaba metido en su tesis sobre el escritor argentino. Me escribió y fue a verme a Oviedo para que habláramos de él. Ese hilo invisible y emocional que sin saberlo lanzó Moyano me une a Roz y a Rodríguez Marcos porque las emociones se producen sin que las hayamos planeado. William James definía las emociones como una secuencia de sucesos que comienza con un estímulo y termina con un sentimiento cargado de pasión. En este caso, la pasión de los tres es, evidentemente, por la escritura musical de Daniel y por su figura civil y estimulante. Por cierto, yo tengo esta misma edición de Libro de navíos y borrascas, que el editor de Noega, Álvaro Díaz Huici, hizo en Gijón en 1984. La he buscado y he vuelto a leer la dedicatoria.
Leila Guerriero escribió el martes, 29 de octubre, un artículo en la última de El País titulado Acapulco. Invito a leerlo porque el tema es terriblemente turbio y descorazonador, pero aparte de eso porque quiero, con las últimas frases, recordar otro episodio ocurrido en Madrid recientemente. Lean: «¿Puede un gobierno combatir al narco cuando no puede, siquiera, identificar al enemigo? ¿Cuándo decide -y convence a sus ciudadanos- de que el peor enemigo son las víctimas?». ¿No suena demasiado a la desfachatez acusadora del consejero de sanidad con Teresa Romero, entonces convaleciente por contagio de Ébola? El poder usa siempre idénticos y sucios artilugios. Ya empezamos así este post: Viven por encima de nuestras pasividades».
Esta calle, que corre lateral al recién inaugurado Mercado de Barceló, tiene una acera ancha que en breve se llenará de civilización en forma de trajín de carritos con verduras, pescados entre hielo o panes recién hechos que darán al entorno la vidilla que transmiten los mercados de abastos. Lo que yo quiero resaltar es que esta calle también se ha inaugurado… pero sin los bolos de hierro con los que el anterior alcalde sembró en casi todas las aceras de Madrid. Unos trabucos que son una trampa para despistados que se parten las espinillas si levantan la vista un par de metros. Trampas que, todo hay que decirlo, desaparecen en cuanto se entra en el Barrio de Salamanca. Madrid, una ciudad magnífica que destrozan día a día nuestros munícipes: tráfico denso por calles por donde apenas cabe un coche, bocinas retumbantes y caprichosas por doquier, suciedad galopante, contaminación insoportable, agentes de movilidad que dan miedo… Menos mal que la hacemos grande los sufridos habitantes.
Pocoyo en PoeMad, por Daniel (el travieso) Mordzinski
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