Libros, libros, libros, libros, más libros por favor, que toda la vida son libros, y los sueños… libros son
(Versión libro de la canción «Cine, cine», de Luis Eduardo Aute)
Ayer fue miércoles toda la mañana, y he vuelto a entretenerme mirando libros en Santa Bárbara, la librería de lance de Julio Sanz y su mujer, la encuadernadora Fernanda González. La librería está en el centro de la plaza de Santa Bárbara y hace tiempo que en su trasera adosaron una floristería. Ayer vi un cartel que rezaba: «Cerrado por vacaciones hasta septiembre», pero se refería a septiembre del año pasado, así que parece evidente que también las flores han sido pasto de la crisis. Julio me dice que vende menos que nunca, que la venta de libros ha bajado considerablemente, que qué tal me va a mí, y hablamos de lo mismo de lo que hablamos casi a diario los que estamos inmersos en este bucle melancólico de la cultura. Adiós a los libros, adiós a los cines y a los teatros… «Adiós a las librerías», me dice Julio, y me señala Paradox, la librería que se ve desde la suya, en la cercana calle de Santa Teresa. Y claro, para él ese cierre supone un decrecimiento de sus ventas porque los que leemos, nos gusta recorrer las tiendas de libros. La librería Paradox tenía 36 años de vida y en sus estanterías y escaparates lucieron siempre muy ufanos la novela y la poesía, la filosofía, la historia y el ensayo, que allí tuvieron siempre un lugar destacado. Pero los adioses a las librerías hace tiempo que lo venimos sufriendo con Fuentetaja, La avispa, La regenta, Rumor… :«Tras 37 años de actividad, la histórica librería madrileña Rumor echó el cierre el pasado 1 de octubre de 2012”, decía la nota de un periódico.
Es la Ceremonia del adiós, de Simone de Beauvoir, en la que relata los últimos años con Jean-Paul Sartre, los que transcurren desde el Mayo del 68 hasta su muerte, en 1980. Años de compromiso intelectual y político con sectores radicales de la izquierda. Es el Adiós a todo eso, de Robert Graves, que fue su despedida de un tiempo amargo. Es la hecatombe del sector cultural, de la industria que hace que nuestro cerebro se llene de energía, pero no solo de la parte izquierda o de la derecha, porque el hemisferio izquierdo del cerebro se encarga de las funciones del habla, la escritura, las matemáticas y la lógica, mientras que en el derecho viven los sentimientos, las emociones, la creatividad y las habilidades del arte y la música. Es decir, de todo lo que necesitamos para vivir. Al menos algunos.
Las cifras oficiales del declive son de escándalo. En Madrid, en 2011, se celebraron 5.000 conciertos menos que en 2008. La comunidad ha perdido casi 70.000 espectadores de música clásica. Los espacios para conciertos de música sinfónica han descendido de 20 a 6. Han cerrado 67 salas de cine en cinco años y hay 15 librerías menos. Desde 2008, 600.000 espectadores han dejado de ir al teatro y se celebran 500 funciones menos. Desde 2007 hemos perdido 400 espectáculos de danza. En 2004 había 131 museos, en 2010, 123.
Los medios lo dicen, pero nunca es suficiente. El diario francés Liberation publicó esta noticia: “En España, la cultura está ahogada por la crisis”. En el verano de 2012 publicó una portada con los colores de la bandera de España y este titular: “Perdidos!”
Pero tranquilos, que aún queda un resquicio para la esperanza. El titular de ayer de un periódico era este: Un científico español es elegido mejor Investigador Joven de Alemania». ¿Científico español en Alemania?, «quillo, ¿dónde vas a estar mejor que aquí?, no ves lo aburridos que son los alemanes: ¡Tío, vente pa España!». Así nos va.
OBITUARIO
Me llamó la atención este obituario que leí en El País el 13 de octubre, firmado por Miquel Alberola. Su titular: Vicente Lluch, el constructor que tradujo a Sartre, y el subtitular: El empresario valenciano relanzó la editorial Prometeo y terminó con la elección a dedo de las falleras mayores, me llevaron inmediatamente a su lectura, que ahora quiero compartir.
El empresario Vicente Lluch de Juan se ha llevado a la tumba a los 79 años la condición de ser el único constructor valenciano que, por ahora, ha traducido a Jean-Paul Sartre. Además de haberlo leído, que es otro hito en el gremio, Lluch logró la inasequible armonización del ladrillo con el existencialismo, quizás impelido por un temperamento y una trayectoria que lo situaron a años luz de la leyenda más oscura de la burguesía valenciana. Fue, por encima de todo, un hombre de diálogo y mesura, aunque se tenía por “muy radical como cristiano y como político”.
Hijo del abogado y escritor Luis Lluch Garín y formado con los jesuitas, su adolescencia en un chalet del barrio de Marxalenes fue decisiva en su pensamiento y su conducta social. El contacto con los obreros, la pobreza y el hambre lo decantaron, primero, hacia la Hermandad Obrera de Acción Católica y, luego, hacia la fundación del Partido Socialista Universitario con otros estudiantes como Tomás Llorens, por cuya actividad fue detenido.
La cárcel de Carabanchel, que gustaba definir como su universidad, culminó su formación con compañeros como Julio Cerón, Luis Martín Santos, Simón Sánchez Montero o Luis Solana. Tras el presidio, del que fue salvado por las influencias de su padre, que era un hombre del Movimiento, y a instancias del entonces arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, controló una promoción de viviendas sociales de Cáritas y se quedó para siempre en el negocio de la construcción.
A la llegada de la democracia, Lluch militó en el PSOE, pero dejó el partido, según su propio testimonio, cuando Felipe González defendió a Alfonso Guerra “ante la corrupción de su hermano” porque “la inmoralidad no se perdona a la gente de izquierdas”. En esos años venció las tentaciones de dedicarse a la política, aunque siempre mantuvo su compromiso cívico, y su única participación oficial fue en la Junta Central Fallera, donde influyó para cambiar el reglamento y que las falleras mayores no fueran elegidas a dedo.
Siempre detrás de los focos, Lluch fue una pieza clave durante la Transición en la Comunidad Valenciana. Tras la transformación en sociedad anónima, relanzó la editorial Prometeo, fundada por Vicente Blasco Ibáñez en 1917, y fue uno de los fundadores y presidente del foro Club Jaime I, que en esos años convulsos desempeñó una intensa labor conciliadora en una Valencia abstraída y enfrentada en la batalla de símbolos y nominaciones.
En los últimos años, el empresario, que estaba orgulloso de haberle negado la mano a Manuel Fraga porque había firmado sentencias de muerte, transformó su compañía inmobiliaria en el grupo empresarial Luz Bulevar, repartió juego a sus hijos, renunció a las obligaciones y a las concesiones y se consagró a la lectura, las puestas de sol y su familia. Ahora ya ha alcanzado la transparencia total.
La pregunta de rigor al Hermano Lobo: ¿Cuándo bajará el Gobierno el IVA cultural?