El escritor italiano Dino Buzzati publicó la novela El desierto de los tártaros, su obra maestra, en 1940. Una obra de gran profundidad y espíritu reflexivo, que fue precursora de la de Coetzee, según me recordó mi amigo Iñaki González, de la Fundación Mapfre. Estábamos degustando un cocido en el restaurante Casa Jacinto, en la calle del Reloj, y al hilo de las lecturas de las que conversábamos, Iñaki habló del Desierto de los tártaros, en la que estoy ahora inmerso, como una deuda de honor a la literatura, y como complemento a Esperando a los bárbaros, que tanto me había fascinado. La edición que yo tenía en casa aún sin leer es la de Debate, de 1991, con traducción de Esther Benítez (gracias por tus traducciones de Cesare Pavese) y prólogo de Juan Carlos Suñen, quien, en un momento dado, escribe: «… Así, también, la fascinación por un enemigo invisible en cuya espera se consumirá la vida del Magistrado es, en Esperando a los bárbaros, del surafricano J. M. Coetzee, sólo la más visible de las deudas que la novela reconoce a Buzzati…».
En esta lectura estoy ahora. Feliz y agradecido por la recomendación.
Con un título parecido, La llegada de los bárbaros, Joaquín Marco y Jordi Gracia firman un libro colectivo que recoge una amplia muestra de reseñas sobre el Boom latinoamericano, además de sendos prólogos de los compiladores. Un tomazo de más de 800 páginas que trata varios períodos: el que va entre 1960 y 1966, en el que Mario Vargas Llosa es la figura; otro desde 1967 a 1973, aquí aparecen Gabriel García Márquez y Miguel ángel Asturias, y un tercero que abarca desde 1973 a 1982, momento en que la literatura latinoamericana reconfirma el espacio que tiene hoy en el mundo y que ya vio Luis Harss en Los nuestros (editorial Sudamericana, 1964) , un libro de entrevistas a Borges, Asturias, Guimarães Rosa, Onetti, Cortázar, Rulfo, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa cuyo resultado, «sin proponérselo ni adivinar lo atinado de su predicción», creó el canon de lo que más tarde se llamaría Boom.