«Amor más poderoso que la vida». Jaime Gil de Biedma
El amor es uno de los grandes temas de la poesía. Walt Whitman escribió que “Aquel que camina una sola legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral”. Para escribir de amor, “para aprenderle”, como cantó Jaime Gil de Biedma, no es necesario sentirlo en el momento –así lo expresan estos poemas– y es el tiempo el que nos hace cantar lo que se pierde. Pero el poeta que canta al amor lo siente, lo ha sentido o lo inventa, el caso es que lo que sin duda pretende es transmitirle al lector el raudal de sentimientos amorosos con lo único que tiene a su alcance, y que es precisamente lo que le coloca en la más alta cota de la sabiduría, porque la humilde herramienta con la que el poeta trabaja nuestro corazón es con el lenguaje, con la belleza de la palabra escrita.
Los versos que he seleccionado están llenos de amor, de un amor que se manifiesta a través de sus diversos prismas, es decir, el del amor loco, encendido y exultante de vida y pasión; en el desengaño de amor por cuya herida se llora; en las contradicciones que producen la ebriedad de sus efectos, e incluso en el amor a la divinidad, que nos transmite con su verbo encendido la carnalidad del sentimiento. Y se escriben también con esa misma pasión que da alegría de vivir, o bien todo lo contrario, con la melancolía del tiempo ido, con la mirada triste del poeta que añora lo que ha perdido y que no se sabe si se volverá a recuperar.
Todos los grandes poetas tienen la edad del tiempo, o sea, de la eternidad, porque con sus poemas han atravesado la frágil línea que separa a los mortales de la tierra y los eleva a las nubes del Olimpo. Ellos siguen siendo personas normales y corrientes, faltaría más, pero lo que han escrito nos ha servido a nosotros para escalar el monte más alto de la belleza y la imaginación, para conmovernos sin movernos de nuestro cómodo y beato sillón. El amor entra así en nuestras vidas para decirnos que no estamos solos, que los que escriben, además de que hayan querido apuntalar con sus poemas el dolor y la pérdida, nos ayudan a vivir y a reflexionar sobre este tema, fundamental en la literatura y en la vida, que es el amor.
Publiqué Los mejores poemas de amor. Desde Quevedo a nuestro días, en el año 2006, en la editorial Only Book. El librito costaba un euro y tuvo una distribución estupenda. En más de una ocasión, algunos conocidos me han dicho que estando en la boda de unos amigos este libro era el regalo elegido por los novios para repartir a los postres, supongo que a las mujeres, ya sabemos cómo nos las gastamos aquí. De los poetas que seleccioné para el libro recojo hoy ocho para no ser exhaustivo, aunque en próximas entregas podría ampliar la nómina. Empezaré por Quevedo porque se atreve a definir el amor en un soneto que es la más alta expresión del oxímoron (¿acaso no es un oxímoron el amor?).
Francisco de Quevedo (1580-1645). De vida azarosa por los avatares de la declinante política española del XVII, sufrió destierro y prisión. Su literatura es la voz desgarrada de un poeta inmerso en su época. El poema, “Amor constante más allá…” es uno de los más hermosos de nuestra lengua, según muchos estudiosos, cuyo tema es el del amor vencedor de la muerte.
SONETO AMOROSO DEFINIENDO EL AMOR / Francisco de Quevedo
Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un malpresente,
es un breve descanso muy cansado;
es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde, con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado;
es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero parasismo;
enfermedad que crece si es curada.
Este es el niño Amor, este es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
Lope de Vega (1562-1635). Es el poeta lírico más extraordinario de su época. Cristiano y católico, su desordenada vida le llevó a repetidos arrepentimientos. De esos arrebatos nació una obra equiparable con las mejores. Poco después de dejar los estudios escribió esto: “Cegóme una mujer, aficionéme, / perdóneselo Dios”.
DESMAYARSE, ATREVERSE / Lope de Vega
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor: quien lo probó lo sabe.
María de Zayas y Sotomayor. Perteneció a la literatura del XVII y en ese tiempo, naturalmente, sorprende el comportamiento tan libre -en el terreno sexual- con que sus personajes femeninos se mueve. Como dijo Pardo Bazán, «En ella se da la picaresca de la aristocracia». Suyas son también las Novelas ejemplares y amorosas.
QUE MUERA YO, LISEO / María de Zayas y Sotomayor
Que muera yo, Liseo, por tus ojos,
y que gusten tus ojos de matarme;
que quiera con tus ojos alegrarme,
y tus ojos me den mil enojos.
Que rinda yo a tus ojos por despojos
mis ojos, y ellos en lugar de amarme
pudiendo con sus rayos alumbrarme,
las flores me convierten en abrojos.
Que me maten tus ojos con desdenes,
con rigores, con celo, con tibieza,
cuando mis ojos por tus ojos mueren.
¡Ay, dulce ingrato! que en los ojos tienes
tan grande deslealtad como belleza,
para unos ojos que a tus ojos quieren.
Los dos poemas siguientes tienen el mismo título y desarrollan idéntico tema, el del amor en ausencia del amado. Va primero el de Boscán, escrito bastantes años antes que el de Medrano.
Juan Boscán (1495-1542). Según Menéndez Pelayo “los versos cortos de Boscán, sus coplas castellanas, son tan fáciles y sueltas como las del mejor poeta del Cancionero General”. En su tiempo, su fama fue mayor que la de Garcilaso, aunque sus mayores aportaciones radican en la introducción del terceto de Dante y de la canción petrarquesca.
QUIEN DICE QUE LA AUSENCIA / Juan Boscán
Quien dice que la ausencia causa olvido
merece ser de todos olvidado.
El verdadero y firme enamorado
está, cuando está ausente, más perdido.
Aviva la memoria su sentido;
la soledad levanta su cuidado;
hallarse de su bien tan apartada
hace su desear más encendido.
No sanan las heridas en él dadas,
aunque cese el mirar que las causó,
si quedan en el alma confirmadas.
Que si uno está con muchas cuchilladas,
porque huya de quien lo acuchilló,
no por eso serán mejor curadas.
Juan Medrano (1570-1607). Se cuenta entre la pléyade de la poesía tradicionalista del Siglo de Oro, agrupados entonces en escuelas provincianas, andaluza y salmantina. A pesar de ser sevillano fue incluso más horaciano que los de la escuela salmantina y muy amigo de los poetas más eminentes de su tiempo.
QUIEN TE DICE QUE AUSENCIA / Juan Medrano
Quien te dice que ausencia causa olvido
mal supo amar, porque si amar supiera,
¿qué, la ausencia?: la muerte nunca hubiera
las mientes de su amor adormecido.
¿Podrá olvidar su llaga un corzo herido
del acertado hierro, cuando quiera
huir medroso, con veloz carrera,
las manos que la flecha han despedido?
Herida es el amor tan penetrante
que llega al alma; y tuya fue la flecha
de quien la mía dichosa fue herida.
No temas, pues, en verme así distante,
que la herida, Amarili, una vez hecha,
siempre, siempre y doquiera, será herida.
Ángel González (1925). Es uno de los más valiosos poetas de la llamada Generación del Cincuenta. Ya en 1966 Max Aub, en un Manual de Historia de la Literatura Española, avanzó: “Canta con convencimiento –y fuerza– su esperanza, rompiendo sabiamente su verso”. Estas palabras juegan con el título de uno de sus grandes libros: Sin esperanza, con convencimiento. Leerle transforma la vida.
ME BASTA ASÍ / Ángel González
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos si hacernos daño
–de eso sí estoy seguro:
pongo
tanta atención cuando te beso–;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando –luego- callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
Constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)
Fernando Beltrán (1956). Precursor de “Poesía Entrometida” como recuperación del discurso social en la joven poesía de los noventa, reivindica la presencia de la imaginación como la auténtica identidad y valor añadido del hecho poético. Profesor del Instituto Europeo de Diseño y de la Escuela Superior de Arquitectura es fundador del estudio creativo El Nombre de las Cosas.
LA PALA DEL AMOR / Fernando Beltrán
hambrienta e insaciable, con forma de cuchara,
la pala del amor es una pala extraña, empuja eleva quiebra
engarza engulle, saca abismos de un charco
y una barca en sus redes cuando la hundes en tierra
y aparece de pronto el pez que cava
el túnel del amor, su pala extraña, rompe cruje
derriba inflama enferma, brota luz de los hoyos
más profundos y amontona después el sol hallado
entre las piernas frías de una alcoba
que no sabrá al final si ha sido
habitada o prestada, hueso o huésped,
si hace sombra al partir o quedó el fuego
doblado como ropa sobre el cuerpo desnudo de la silla
donde la intimidad calló mientras la piel hablaba,
la pala del amor es una pala extraña,
todos creen que la estrenan, pero nadie la observa
terca antigua manchada escrita de antemano,
gastada por los puños y oxidada en el hierro
que le da de comer a esa criatura
hambrienta e insaciable, con forma de cuchara
y en los bordes el filo más cortante, la pala del amor
su saliva de sangre, el hermoso albañil que antes
de empuñarla otra vez
escupió en cada una de sus llagas,
y esta vez sin saberlo eran mis manos.
Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695). El éxito y el renombre de Sor Juana fueron inmediatos. Nacida en México, niña prodigio, hija de vasco y de criolla. Es muy conocida su redondilla Contra las injusticias de los hombres al hablar de las mujeres, aunque no sea lo más valioso. Su obra maestra son novecientos setenta y cinco versos de once y siete sílabas, titulado Primer sueño.
EN QUE SATISFACE UN RECELO CON LA RETÓRICA DEL LLANTO / Sor Juana Inés de la Cruz
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.
y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía;
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo de tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.