Yo no sé qué haría sin ellos. Henry James les dedicó una novela que tituló así, precisamente, Los periódicos (Alba). Escrita en 1903, y situada en Londres, cuenta las peripecias de una pareja de jóvenes periodistas, en ese momento de la juventud en donde van tan unidos el amor y las inquietudes profesionales, en permanente búsqueda de la noticia.
En los periódicos yo sigo siendo un buscador de algo que me provoque sensaciones diferentes, y por eso sigo tintándome los dedos con el papel. Sensaciones diferentes que a veces encuentro en algún columnista, en algún reportaje, en un suceso pequeño, tal vez. Oí un día decir a Juan Cruz que en un periódico siempre se encuentra un libro, y yo, sin preguntarle por el significado de la frase me inventé algo así como lo que estoy contando ahora. Y siempre encuentro algo, que a veces es un libro pero que la mayoría es un concepto que te traslada al mundo que buscas, que deseas, que anhelas, que necesitas, y que tiene relación con la literatura, con la música, la pintura, la poesía o con la justicia poética, como lo que cuenta Luis Doncel desde Berlín: «Y tras 80 años, justicia en la Universidad. Ingebord Rapopot logra a los 102 años el doctorado que los nazis le negaron en 1938 por ser judía».
La literatura y el cine han contado vida y milagros de este género. Por citar solo algunos:
¡Noticia bomba! (Anagrama), de Eveleyn Waugh, es una novela de un humor feroz en la que a partir de la confusión de apellidos al mandar cubrir una guerra en África se desencadena una sátira brutal sobre el género.
Umberto eco, con Número cero (Lumen) ha escrito una denuncia de la prensa como corresponde a estos momentos de envilecimiento de los medios. La trama va sobre un periódico ficticio que sirve de presión y manipulación con un equipo de periodistas, que no saben que viven en una farsa haciendo números cero. Eco denuncia así ciertos vicios de la profesión y pone sobreaviso de la desinformación galopante.
Con Sostiene Pereira, Antonio Tabucchi, con el transfondo de un periódico lisboeta en plena dictadura salazarista cuenta una historia de compromiso, ética y censura.
Gabriel García Márquez no contó en sus libros precisamente una historia de periodistas pero ese mundo atraviesa muchas de sus historias, sobre todo Diario de un náufrago y Noticia de un secuestro.
Tal vez haya sido el cine el que más ha tratado el tema del periodismo. Tenemos grandes ejemplos como: Primera plana (1974), de Billy Wilder. Todos los hombres del presidente (1976), de Alan J. Pakula. El americano impasible (2002), de Phillip Noyce, basada en la magnífica novela homónima de Graham Greene, o Buenas noches y buena suerte (2005), dirigida por George Clooney.
Pero ahora hay que encender el ordenador cada día y entrar en los otros periódicos, los digitales, los que, de momento, no tienen que rendir cuentas a ningún gran grupo o al poder financiero o a las corporaciones del Ibex 35. En los kioscos de prensa cada vez dedican más espacio a las cabeceras de periódicos y revistas «alternativas» e «independientes» de muy variado signo y contenidos: Mongolia, El Estado Mental, Diagonal, Tinta Libre, la Marea, Jot Down…
Son nuevos tiempos para el periodismo que vive ahora la imperiosa necesidad de renovarse o morir. Esperemos que de la muerte nos salve la renovación porque de no ser así perecerá la democracia, ese débil eslabón ciudadano del que tenemos, tanto el botón de despegue y mejora como el contrario: el del hundimiento, por el que cada vez hay más intereses que están pujando con fuerza.