El pasado domingo, 13, fallecía en Oviedo Juan Benito Argüelles, una persona extraordinaria con la que durante muchos años mantuve lazos de amistad e intelectuales muy fuertes. Estuve en su funeral el lunes, y el martes, a petición de Juan Cruz, El País publicó el siguiente obituario.
UN HOMBRE DE PRINCIPIOS
Juan Benito Argüelles ha sido, junto a Lola F. Lucio, el promotor de cuantas actividades culturales se desarrollaron en Oviedo en los últimos 40 años. Estudió Derecho y Letras y como catedrático de Francés ejerció la enseñanza en la Universidad de Oviedo y en institutos de Asturias. Fue secretario de Camilo José Cela, fundador de la Alianza Francesa de Oviedo, cofundador del Premio Tigre Juan, y en 1980, de Tribuna Ciudadana, que fue, y lo sigue siendo, una importante asociación cultural.
Con unos principios democráticos y con el entusiasmo de hacer de Oviedo una ciudad más rica culturalmente, Benito y Lola, con 12 de los suyos —como en el poema de Manuel Machado sobre el destierro de El Cid—, lograron hacer crecer un proyecto necesario en la España de la Transición, nombrado Bien de Interés Cultural. La primera conferencia, sobre Lorca, fue impartida por Martínez Nadal; acudieron a su llamada los más prestigiosos escritores, políticos, artistas y periodistas de todo el mundo: Alberti, los poetas de la Generación del 50, Bunge, Adolfo Suárez, Guerra…, todo, dentro de un marco pluralista y con especial preocupación por mantener el equilibrio en la participación de las tendencias.
Juan Benito definió así la filosofía de Tribuna: “La cultura, cuando es auténtica, es algo gozoso, gratificador y divertido”. Sus amigos Ángel González, Alarcos, Cueto, Gustavo Bueno y Paco Ignacio Taibo se unieron al entusiasta proyecto de Juan y Lola, que dejaban su casa a los conferenciantes que se quedaban con su amistad.
José Agustín Goytisolo decía que se iba a declarar insolvente para venir a vivir a Oviedo al cobijo de Lola y Juan. Muchos son los escritores que sin duda recordarán con cariño los días pasados con ellos: Manuel de Lope, Vicent, Bousoño, Bryce o Caballero Bonald, quien en 1994 escribió: “Como casi nadie ignora, Juan Benito Argüelles es un viajero romántico francés que se perdió un día por algún intrincado laberinto de la montaña asturiana”, o Cela que dijo: “Juan Benito no es un hombre de fines sino de principios y piensa más en las razones y en las trayectorias que en los resultados”.
Tuve la fortuna de presidir durante tres años esta “reunión de intelectuales” cuando me dio el relevo Juan, hasta hoy presidente honorífico, habiendo sido una de las etapas profesionales más interesantes de mi vida.
En 1994, un año después de haberme propuesto para continuar su labor como presidente de Tribuna Ciudadana, la Asociación organizó un homenaje en el Paraninfo de la Universidad de Oviedo, en el que participé junto a Emilio Alarcos Llorach, Gustavo Bueno, José María Laso, Antonio Masip, José Luis Mediavilla y José Ignacio Gracia Noriega.
Poco después se publicó el libro al que se unieron con un texto: Alfredo Bryce Echenique, José Manuel Caballero Bonald, Camilo José Cela, Juan Cruz, José Agustín Goytisolo, Manuel Lombardero, Manuel de Lope y José Llamas.
Ángel González, desde Nuevo México, escribió una introducción a aquel libro que tituló “Extenso preámbulo a un prólogo brevísimo” que se le pidió al tiempo que a los demás para que el libro estuviera en la calle con mucha rapidez, y por eso escribió: “No conozco el libro que me propongo prologar, no sé quiénes son sus autores; temo que ni siquiera esté todavía escrito cuando redacto estas líneas. La escritura de un prólogo a un libro inexistente puede parecer un acto de irresponsable petulancia, pero, considerando el asunto que el supuesto libro se propone tratar no creo que haya por mi parte ni petulancia ni irresponsabilidad. Mi viejísima familiaridad con el tema o el sujeto – que también así puede llamarse, y en este caso es más propio- al que está dedicado me permite saber cómo debe ser el libro imaginario que me propongo prologar”.
A continuación escribió sobre su amigo J.B las más bellas palabras que podemos imaginar.
Mi texto de homenaje, que titulé BENITIANA, decía así:
Conozco a Juan Benito desde hace algunos años -muchos menos que todos los que hoy prestan su voz a este homenaje-, y desde entonces no ha dejado de sorprenderme su personalidad inquieta, ese constante amor a la cultura y, sobre todo, su arrolladora facilidad para hacerme sentir querido, embaucado por su cálida forma de ofrecer su amistad sin condiciones.
Recuerdo la primera vez en que me acerqué a su casa para pedirle que colaborara en la presentación de un libro. Llevaba yo un recorte de prensa casi modo de guía para peregrinos. El artículo lo firmaba José Ignacio Gracia Noriega y en él se hablaba de la casa de Juan Benito, en Independencia, 18 (su celebrado palacio de invierno), y avisaba al caminante de que era un segundo piso con trampa, puesto que antes había que pasar por el Principal, lo que lo convertía en un tercero. Ahora, el brillante ascensor que se ha incorporado a la tranquila vida vecinal, ya no tiene en cuenta esas licencias poéticas.
Independencia 18 ha sido siempre como una versión de Velintonia de provincias, aunque también por aquí pasaron poetas, pintores, filósofos y políticos venidos de la Corte. En una de las fotos que ilustraban el artículo se veía una habitación muy ordenada y una cama. El pie, decía: “Aquí duerme el poeta Ángel González cuando viene de Albuquerque”.
En el amplio salón de la calle Independencia se ha hablado de todo, se han librado justas literarias de altura, bellísimas lecturas poéticas, disquisiciones filosóficas, proyectos políticos utópicos, se han celebrado caídas de dictaduras, se ha reído a placer y se han hecho amigos que, con Juan Benito como núcleo, hicieron de su palacio de invierno un punto cálido de encuentro. La abundante mata de pelo blanco de J.B., a pesar de estar tan acostumbrado a verla pasear por Oviedo, en las altas paredes de su casa, embellecidas por los libros y los cuadros, me producía una impresión distinta. He de confesar que las primeras veces me hizo pensar en un gurú o en un patriarca de rostro bondadoso. Ahora, en cambio, creo que cada vez se parece más a todos los que en la historia del mundo han estado en el antisantoral de las cosas.
La amistad de Juan Benito es una amistad completa, hospitalaria y coral porque allí estaban su casa, sus libros, el buen vino seleccionado atentamente antes de descorchar la botella. Así, con la misma generosidad, incluyó a todos sus amigos, con los que hoy comparto este homenaje, y otros muchos como Eduardo Úrculo, Orlando Pelayo, Paco Manzanares o Ángel González.
Tal vez fuera Tribuna ciudadana su contribución más notoria y notable a la causa cultural de la Transición. Los que hemos estado a su lado durante estos años sabemos que lo que siempre caracterizó el trabajo de Juan Benito al frente de Tribuna fue una envidiable tenacidad para resistir calamidades, que algunas fueron, y su capacidad para repartir juego cultural y democrático con sabia mano izquierda.
Voy a esbozar un itinerario benitiano, a modo de brevísimo diccionario de bolsillo, una guía doméstica para andar por J.B. He aquí algunas de las palabras que se me ocurren:
A de Amistad. Amistad a lo largo, como en el poema de Gil de Biedma. Pero esta A que inaugura este diccionario se puede extender a otras muchas, por ejemplo, a la A de Amoroso, o a la A de Actor.
C de Cela. Porque no podríamos olvidar su importante contribución a la obra celiana, que tanto leyó, corrigió, aireó y, probablemente, hasta mejoró. Y ya que estamos en ello, a esta C se le podría añadir otra acepción: la de Cachondo.
G de Gastrónomo. De lo que pueden dar fe sus amigos de la Cofradía de la Buena Mesa, o de la de los Quesos, de los que tanto sabe Juan Benito. Se dice de él que es el autor del mejor ibro sobre quesos asturianos que aún no se ha escrito. La G da también para algo más en lo que J.B es un gourmet: la Generosidad.
H de Humor. Del bueno, del caritativo, del que empieza por uno mismo. Pero hay más haches: la de Honorable, la de Honrado.
I de Ironía. De la mejor escuela, la de la Generación del Cincuenta. El ingenio de los juegos de palabras. La cálida distancia intelectual. La cercanía de lo chispeante. La sonrisa. También la I de Interesante, de Inquieto.
L de Lector. La frase de Plinio: “Nulla dies sine linia” la completa J.B. con “Ni un día sin una línea… para ler”. La L de Liberal, de Lastres. La L mayúscula de Lola.
P de Político. Pero de la política de todos los días, la de la apuesta ciudadana, la que va ligera de equipaje, sin sillón, o con uno pequeño, floreado y de entrañables orejas, que nadie lo mueve sino él mismo cuando quiere atrapar un rayo de sol de la ventana. Pero además está la P de Polígloto, de Poético, de Paseante solitario (en eso, no en otra cosa, se parece a Rousseau), de Puelles, hasta cuya casa sube el suave eco gregoriano desde las mismas entrañas del Conventín de Valdediós.
T de Tigre Juan, de Tribuna Ciudadana, de Transgresor.
Admiro de J. B. su impecable figura civil, su dignidad y también el saber qué hacer en cada momento, y sobre todo cómo hacerlo. Cada vez que paso bajo su ventana alzo la vista para intentar vislumbrar alguna luz que me indique que está en casa. Me permito parafrasear los últimos versos de La casa encendida, de Luis Rosales, para expresar mi sensación:
Yo, como Rosales, al llegar a tu casa, Independencia 18, ya de noche
al mirar hacia arriba,
veo iluminadas, obradoras, radiantes, estelares, las ventanas,
-sí, todas las ventanas-.
Gracias, Benito, la casa está encendida.
Maravilloso