Para Yolanda Sáenz de Tejada, que vive en Jaén
En tiempos de penuria intelectual, crítica, filosófica y cultural, rescato la figura de Baltasar de Alcázar, poeta y gourmet, contemporáneo de Cervantes, a quien, estoy seguro, la vida le pareció breve. Su mano nos conduce al universo de la poesía jocosa del Siglo de Oro, un buen pretexto para esbozar una sonrisa mientras se acerca el 27-S
BALTASAR DE ALCÁZAR (1530-1606) fue un poeta sevillano que practicó con éxito la poesía satírica. No tuvo tanto reconocimiento con los poemas de corte amoroso y sí en cambio acertó con los de tono festivo y jocoso con descripciones de la vida placentera alrededor de buenas pitanzas.
Fue un gran lector de los poetas latinos como Juvenal y, sobre todo, de Marcial (102 d. C.), del que algunas veces consigue “atrapar” la esencia de sus Epigramas, composiciones cuyo origen fueron inscripciones en tumbas y monumentos, que han logrado elevarse a la categoría lírica gracias a la capacidad reflexiva de sus autores que dotan a sus versos de velocidad y economía de medios. Véase este de Marcial:
Soledad en compañía
No te sorprenda en nada que rechace
tu invitación
para una cena de trescientos, Néstor:
no me gusta cenar a solas.
“Cena jocosa» es el poema más conocido. Una composición costumbrista en la que cuenta en tono juguetón una historia que interrumpe porque la cena está ya dispuesta sobre la mesa: morcillas, queso y buen vino, con el consiguiente elogio a las tabernas; aquello que luego cantaría Gabinete Caligari: “bares, qué lugares”.
Baltasar de Alcázar vivió una vida con posibles y disfrutó de todo, también de la poesía, que aunque no tuvo demasiado favor del público es indudable que lo pasó bien escribiendo. Algo burdo en sus aproximaciones a la mujer, en el poema “Preso de amores”, escribió: Tres cosas me tienen preso/de amores el corazón:/la bella Inés, y jamón/y berenjenas con queso.
Murió a los 76 años y hasta el último momento conservó la simpatía para describir sus comidas, incluso en los momentos duros de su obligada dieta que consistían en huevo pasado por agua para desayunar, a mediodía carne de ave, asada y cocida, y tostadas en vino azucarado para la cena.
Este es el poema más famoso de Baltasar de Alcázar escrito en redondillas, estrofa formada por cuatro versos octosílabos, en rima: abba, que muestra a la perfección su carácter vital y divertido.
CENA JOCOSA
En Jaén, donde resido,
vive don Lope de Sosa,
y direte, Inés, la cosa
más brava dél que has oído.
Tenía este caballero
un criado portugués…
Pero cenemos, Inés,
si te parece, primero.
La mesa teneos puesta;
lo que se ha de cenar, junto;
las tazas y el vino, a punto;
falta comenzar la fiesta.
Rebana pan. Bueno está.
La ensaladilla es del cielo;
y el salpicón, con su ajuelo,
¿no miras qué tufo da?
Comienza el vinillo nuevo
y échale la bendición:
yo tengo por devoción
de santiguar lo que bebo.
Franco fue, Inés, este toque;
pero arrójame la bota;
vale un florín cada gota
deste vinillo aloque.
¿De qué taberna se trajo?
Mas ya: de la del cantillo;
diez y seis vale el cuartillo;
no tiene vino más bajo.
Por Nuestro Señor, que es mina
la taberna de Alcocer:
grande consuelo es tener
la taberna por vecina.
Si es o no invención moderna:
vive Dios, que no lo sé;
pero delicada fue
la invención de la taberna.
Porque allí llego sediento,
pido vino de los nuevos,
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voime contento.
Esto, Inés, ello se alaba;
no es menester alaballo;
solo una falta le hallo:
que con la priesa se acaba.
La ensalada y salpicón
hizo fin; ¿qué viene ahora?
La morcilla. ¡Oh, gran señora,
digna de veneración!
¡Qué oronda viene y qué bella!
¡Qué través y enjundias tiene!
Paréceme, Inés, que viene
para que demos en ella.
Pues, ¡sus!, encójase y entre,
que es algo estrecho el camino.
No eches agua, Inés, al vino,
no se escandalice el vientre.
Echa de los trasaniejos,
porque con más gusto comas;
Dios te salve, que así tomas,
como sabia mi consejo.
Mas di: ¿no adoras y precias
la morcilla ilustre y rica?
¡Cómo la traidora pica!
tal debe tener especias.
¡Qué llena está de piñones!
Mocilla de cortesanos,
y asada por esas manos
hechas a cebar lechones.
¡Vive Dios, que se podía
poner al lado del Rey
puerco, Inés, a toda ley,
que hinche tripa vacía!
El corazón me revienta
de placer. No sé de ti
cómo te va. Yo, por mí,
sospecho que estás contenta.
Alegre estoy, vive Dios.
Mas oye un punto sutil:
¿No pusiste allí un candil?
¿Cómo remanecen dos?
Pero son preguntas viles:
ya sé lo que puede ser:
con este negro beber
se acrecientan los candiles.
Probemos lo del pichel(*).
¡Alto licor celestial!
No es el aloquillo tal,
ni tiene que ver con él.
¡Qué suavidad! ¡Qué clareza!
¡Qué rancio gusto y olor!
¡Qué paladar! ¡Qué color,
todo con tanta fineza!
Mas el queso sale a plaza,
la moradilla va entrando,
y ambos vienen preguntando
por el pichel y la taza.
Prueba el queso, que es extremo:
el de Pinto no le iguala;
pues la aceituna no es mala;
bien puede bogar su remo.
Pues haz, Inés, lo que sueles:
saca de la bota llena
seis tragos. Hecha es la cena;
levántense los manteles.
Ya que, Inés, hemos cenado
tan bien y con tanto gusto,
parece que será justo
volver al cuento pasado.
Pues sabrás, Inés hermana,
que el portugués cayó enfermo…
Las once dan, yo me duermo;
quédese para mañana.
(*) Pichel: vaso, jarra.