En el año 1996 me llamó Juan Carlos Laviana, adjunto a la dirección de El Mundo, y me dijo: «Me ha dado tu teléfono Silvia Fernández [en aquellos años directora de comunicación de ediciones B]; me gustaría hablar contigo sobre la posibilidad de que coordinaras La Esfera, nuestro suplemento de cultura». ¿Y qué es lo que se puede responder ante semejante propuesta? Como aquellos años fueron una fiesta, al menos para mí, como el París que siempre recordó Hemingway, Laviana me mandó un billete de avión, y ya en El Mundo hablamos durante toda la mañana. Luego me invitó a comer y se llevó a Manu Llorente, entonces y ahora redactor jefe de cultura, continuamos hablando hasta las cinco de la tarde y volvimos al periódico. ¿A qué?, «Voy a presentarle a Pedro J., el próximo director de La Esfera», me dijo. Esto que cuento lo hago por dos motivos: el principal es porque nunca me cansaré de agradecer a Juan Carlos Laviana, autor del magnífico libro Los chicos de la prensa (Nickel Odeón, 1996) todo lo que hizo por mí y todo lo que aprendí de él. El otro motivo es que Manu Llorente me pidió que en mi primera entrevista tenía que estrenarme nada menos que con el primer espada del periódico, con Francisco Umbral, a propósito de su nuevo libro, Los cuadernos de Luis Vives (Planeta). Empecé a trabajar en El Mundo el 19 de agosto del 96 y la entrevista se publicó el 6 de octubre.
Pero antes diré que llevo unos días sumido de nuevo en La noche que llegué al café Gijón (Destino), de Fancisco Umbral, y compruebo que me sigue gustando como antes, tal vez más porque el paso del tiempo nos hace comprender mejor la vida de un escritor de memorias. Umbral las terminó de escribir en 1976 y en ellas habla del Madrid de la época, de las miserias franquistas, de los escritores que conoció, leyó y admiró, de sus lecturas en las distintas pensiones en las que vivió y del periodismo. En resumen, de la forja de un escritor en una ciudad en blanco y negro. A lo largo de todo el libro está presente la escritura de un ensayo que lo situaría en un grado importante de la intelectualidad, se trata de la biografía de Larra, que él titularía Anatomía de un dandy y que Alfaguara publicaría en su colección «Los ojos abiertos», en 1965.
Esta memoria de Umbral se cierra con una frase lapidaria, una reflexión ácida ante la muerte de Ramón Gómez de la Serna, con el que, dice, «moría mi sueño arcádico, que realmente había muerto mucho antes»: «¿Para qué insistir en la literatura, me preguntaba yo, sin esperanza ya de que la literatura fuese la salvación de nada, sino el más mediocre compromiso con la Historia? Había que empezar donde él había terminado. En el desencanto».
Esta es la entrevista, a la que recorté partes alusivas a asuntos que han perdido actualidad (aunque he dejado otros), y que titulé así:
«Soy todo lo monárquico que puede ser un republicano»
Francisco Umbral publica Los cuadernos de Luis Vives, su memoria de artista adolescente
Al llegar a la dacha de Francisco Umbral un perro vecino ladra inquieto. Yo sé que ahí no es porque en el «santuario» de Umbral lo que debe reinar es el silencio. María España sale en ese momento a ver si el cartero llamó esa mañana. Le pregunto y amablemente me conduce por un camino de piedra que abre en dos el coqueto jardín que rodea la casa. Veo el magnolio del que habla Umbral en el atrio-prólogo a Las palabras de la tribu. «Ahora viene», me dice María, y sale él de rosa y azul picassianos. Parece que yo haya estado allí desde siempre. Dentro de la casa están la mesa camilla, el sillón de mimbre en donde él se sienta para inmediatamente colocar sus largas piernas sobre la mesa, como en la foto del premio Príncipe de Asturias. Esta sí es la casa que buscaba, el perro vecino deja de dar la lata y siento que acabo de entrar en otro reino, un reino felino, aunque «Loewe», la gata, no se deje tentar por la curiosidad de un extraño. «Seguro que te ha visto», me dice Umbral, «te estará observando desde algún sitio. Luego vendrá».
Por dónde empezar, me digo. «¿Por dónde empezamos, querido?, ¿quieres hablar aquí o nos vamos a comer?», me pregunta. A Umbral se le ha desarrollado el olfato de tanto convivir con «Loewe», aunque ella no se entere, «como los seres que más amamos. Como las chicas. En fin» (lo cuenta en el Atrio a Los cuadernos de Luis Vives) y comienza presentándome su antigua herramienta, con la que aún escribe sus artículos: «Esta es mi pobre máquina, que tiene treinta y cinco años. Ahí está esa otra Olivetti roja, que es francesa; es roja porque los franceses son más imaginativos».
Umbral está rodeado de cuadros, de libros, de memoria, que le arropan. «Antes todo duraba más. El otro día le dije a Julia Otero que ahora vivíamos en el recambio continuo: el automóvil, las bragas de usar y tirar, porque antes las bragas eran para toda la vida, y me dice: podía haber puesto usted el ejemplo de los calzoncillos. Enseguida salió la feminista, hay que tener un cuidado con ellas…».
La visita, la entrevista, es por su último libro, pero quiero empezar por el premio, porque ahora ya es un Príncipe. Le pregunto por el discurso. «Aún no está terminado», pero me lo lee con esa voz de radiofonista de noche, con ritmo lírico, mientras de vez en cuando recoloca sus sempiternas gafas de joven airado. Cuando creo que he aprehendido algunas de las frases más hermosas que han salido de su pluma, exclama: «¡No me jodas, no lo grabes!» Y aquí estoy de nuevo, intentando contar nuestra charla mientras guardo celosamente un secreto casi real.
– Los pobres, Umbral, ocho millones de pobres de solemnidad, los has metido en tu columna de EL MUNDO. En cuántas columnas se acuerdan de los pobres, de los negros, de los jubilados.
– Es que el columnista de hoy se limita a poner lo que ha dicho el político el día anterior. De lo otro no se ocupa nadie, no se ocupó Felipe, ni se ocupa éste…, andan con los papeles [con este se refería a Aznar]. Pero a mí me parecen mucho más urgente los pobres. En mis columnas hay más de sociología que de política, me preocupa más el estado real de una sociedad, las costumbres, que el trapicheo político; ¡hombre!, a los políticos hay que seguirlos también porque son muy divertidos.
Las manos. «Lo que más me gustó de mí era las manos», dice en Los cuadernos… «Por eso necesitaba dar conferencias, para lucirlas». Y añade: «También me gustaban mis pies, pero no se puede dar una conferencia con los pies». Umbral mueve sus manos mientras habla. Son finas, burguesas, aunque no tenga tras de sí diez generaciones de ocio. Pero tampoco de trabajo manual, «artesano», como decía su abuela. La única justicia en la que cree Umbral es en la justicia poética, pero hay que seguir siendo rojo; lo hizo durante el franquismo, el felipismo, y ahora. «Tienen que ir resolviéndose las cosas porque esta política ultraliberal, no puede ser».
– ¿Y el culebrón del CESID?
– Con los papeles tienen sujeto a Felipe. Aznar prefiere jugar con eso y tenerlo controlado. También le sirve como arma para no dejarle hacer oposición. En cuanto le vea muy duro le saca un papel. En este momento hay que escuchar a los jueces porque los políticos lo están desnaturalizando.
[Me gustaría saber qué pensaría ahora Umbral de la situación actual. De la llegada de nuevos partidos, de los pactos o no pactos para formar Gobierno, de la corrupción tan escandalosa, del asalto a la cultura con el 21% de IVA…, pero mejor continuar con la entrevista].
– Monarquía o República, ¿es esa la cuestión?
– Ese es un problema que tendrá que plantearse en España, pero ahora tenemos otros más urgentes, los parados, los viejos, Europa. Ahora hay que gobernar. No es el momento.
– Me da la impresión de que así se podría esperar eternamente.
– No. Cuando este Rey abdique en el Príncipe, porque creo que lo hará, ése será el momento. Este señor se ganó la monarquía el 23-F, se ganó la corona por cojones. El príncipe Felipe tiene todos los títulos para ser Rey, pero hoy la monarquía, aparte de ser hereditaria, hay que ganársela. Yo creo que eso, el príncipe de Gales lo ha visto claro. Pero Juan Carlos hoy lo ganaría seguro. Yo soy todo lo monárquico que puede ser un republicano. Y eso se lo digo al Rey como te lo estoy diciendo a ti. [Tampoco ha podido ver la abdicación. Es posible que la actuación del nuevo monarca no le pareciera demasiado mal].
– Loewe» sigue sin aparecer.
– La vino a buscar un novio, aunque siempre está por aquí, conmigo; cuando estoy escribiendo y noto que me estoy poniendo un poco coñazo, que me estoy poniendo pedante, hago una ruptura rápida: está lloviendo, o viene la gata. Eso Eliot lo hacía muy bien; eso responde a la conciencia dispersa del hombre del siglo XX.
Cuando Umbral habla de su madre en el último párrafo de Los cuadernos de Luis Vives se pregunta si está haciendo literatura, para responderse: «Entonces vale más dejarlo». De la novela apenas hemos hablado, pero no me ha reprochado que él, lo que quería era hablar de su libro. Entonces, lo mejor será leerlo.