Esta semana he tenido la oportunidad de vivir dos momentos bien distintos que, dadas sus dimensiones escenográficas, me situaron entre la realidad y la ficción en las que me muevo cada día. Uno fue el debate preelectoral que produjo ATRESMEDIA para sus canales de televisión y radio; el otro, la última película de Cesc Gay, titulada Truman.
Pero la realidad no estuvo precisamente en el debate político y la ficción en el film, sino todo lo contrario. Sentí la ficción durante las dos horas, aproximadas, que duró el debate de Antena 3, y viví la realidad durante las dos horas, aproximadas, que duró la peli del director catalán.
El debate de los políticos -Soraya Sáenz de Santamaría, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias- fue una puesta en escena que atrajo la atención de varios millones de ciudadanos y que a mí me pareció de un aburrimiento rayano en la mediocridad; como si hubiera asistido a una sesión teatral con un guión mediocre, cuyos personajes hablaran manejados por los hilos invisibles de sus no tan diferentes propuestas partidistas. Y no solo por ellos sino también por los comentarios posteriores que suscitó el debate a cuatro: que si lo ganó Iglesias, que si se sujetaba a un boli Bic, que si Rivera se movía, nervioso, más de la cuenta…, mientras Rajoy lo estaba disfrutando desde Doñana, el Camp David de nuestros presidentes patrios. Lo patético fue comprobar una vez más que los seres humanos, organizados como hasta ahora lo hemos hecho, seguimos haciendo muy poco para arreglar casi nada: ni el peligro del medioambiente (en Kioto perdimos la penúltima oportunidad), ni la Justicia que clama otra justicia en veredictos flagrantes de maltrato, violación y asesinato, ni en una educación y una sanidad plasmadas en un gran pacto nacional que esté a la altura de lo que nos merecemos, ni una protección -no solo basada en subvención económica, pero mucho menos en el desprecio- a la cultura…
Esa es la ficción con la que me encontré ante la pantalla pequeña. Sin embargo, entré en la realidad cuando me senté ante la pantalla grande con tres grandes del cine: Cesc Gay, Ricardo Darín y Javier Cámara. Un director que ya demostró en En la ciudad y en Una pistola en cada mano (por nombrar solo dos de sus cintas), la soltura con la que se mueve en exteriores y el respeto con el que trata a sus actores. Los exteriores, por cierto, rodados alrededor de la manzana de nuestra antigua casa (Regueros, Belén, Fernando VI, Salesas) que Cesc Gay maneja como si hubiera vivido en Madrid toda la vida. ¡Qué bien este Madrid tan cercano y vivible del barrio de Justicia! El guión está trazado con maestría en el que se mezclan sentimientos dramáticos y de comedia con el justo equilibrio para no caerse nunca del relato. Los dos actores son de una credibilidad emocionante. Cámara, para mí, está en su mejor papel, dándole la réplica a un Darín al que ya no me quedan elogios por hacer. Javier Cámara ofrece su mirada al espectador, es como si nos dejara estar a su lado, siguiendo el recorrido existencial de su gran amigo, enfermo de cáncer. Por ejemplo, cuando mira a Ricardo Darín y lo escucha, entre atónito y comprensivo, confesar al doctor que no va a seguir con la quimio. O sus silencios. La música, la luz, el ambiente creado dentro de la casa, el encuentro con el hijo en Ámsterdam, todo, en esta otra realidad que es el cine, se hace grande a medida que van pasando los minutos. La galería de importantes de la escena que pasan unos minutos ante el espectador son también una muestra del momento tan interesante por el que pasa cierto cine español: José Luis Gómez, Eduard Fernández, Elvira Mínguez y, por supuesto, Dolores Fonzi, cuya intervención rompe de vez en cuando el tono entre ambos actores ante la realidad dominante que los envuelve durante los cuatro días en que están juntos. Y claro, el perro, Truman, entrañable y fundamental.
Y para realidad y ficción, las dos entrelazadas en el recuerdo, la muerte de John Lennon, de la que el pasado 8 de diciembre se cumplieron 35 años. Un día nefasto en el que Mark Chapman, un joven cargado de problemas y de tendencias suicidas, le disparó cinco tiros a la puerta de su casa, en el famoso edifico Dakota, al lado de Central Park, una casa “maldita” por haber vivido en ella Boris Karloff, pero sobre todo porque Polanski rodó La semilla del diablo. Al monumento Strawberry Fields, la estrella que recuerda al cantante en el Central Park, solemos ir la reina y yo, cuando visitamos N.Y. y recordamos Imagine, la canción emblemática de John Lennon en la que una de sus estrofas, dice:
Nothing to kill or die for / and no religion too. / Imagine all the people / living life in peace…
Es decir:
Nada por lo que matar o morir,/ ni tampoco religión./ Imagina a todo el mundo,/ viviendo la vida en paz…