El pasado 17 de abril leí en la contra de El País que el militar acusado del asesinato del cantautor chileno Víctor Jara tendrá que responder por cargos de tortura y ejecución extrajudicial ante un juez en Estados Unidos. El reportaje se titulaba, “Justicia al fin para Víctor Jara”, y lo firmaba Silvia Ayuso desde Washington.
«Cuentan los que acompañaron a Víctor Jara en sus última horas en el estadio Chile, uno de los símbolos más siniestros de la dictadura de Augusto Pinochet, que los torturadores no lograron borrarle del todo la sonrisa al trovador del Gobierno de Salvador Allende ni cuando lo golpearon brutal y repetidamente, antes de acribillarlo a balazos. En su cuerpo se hallaron más de 40 disparos”.
Víctor Jara –tengo yo escrito en mi novela autobiográfica de ficción– había muerto en los primeros meses del golpe de Pinochet contra la democracia de Salvador Allende. Lo habían asesinado los militares después de llevarlo al tristemente famoso estadio de fútbol de Santiago. En la misma noche del golpe, el 11 de septiembre de 1973, en El Aaiún, en donde me habían invitado para una estancia de 14 meses con todos los gastos pagados, un compañero llegó gateando hasta mi litera en el campamento de Hatarrambla, a dos kilómetros de la playa de El Aaiún, para susurrarme medio muerto de miedo que acababa de escuchar en la radio que habían matado a Salvador Allende, tras una lucha denodada junto a algunos leales en el Palacio de la Moneda. Lo veríamos años después en un documental de Miguel Littín, quien tras el golpe de Estado se exilió en México y en 1985 regresó a Chile para filmar una crónica de la dictadura. La cinta inspiró el libro de Gabriel García Márquez Aventura de Miguel Littín clandestino en Chile.
“Pero el tiro que acabó con su vida fue el que recibió en la nuca, casi a quemarropa, después de que sus torturadores se divirtieran jugando con él a una mortal ruleta rusa. Fue el 16 de septiembre de 1973, cinco días después del golpe de Estado contra Allende y de la posterior detención de Jara junto con cientos de compañeros en la Universidad Técnica del Estado (UTE). El estadio Chile, hoy estadio Víctor Jara, sería todavía testigo mudo de muchos más horrores en los comienzos de la larga dictadura de Pinochet (1973-1990)”.
Las canciones de Víctor Jara se mezclaron en mi vida con la lectura de Sumerhill, de A.S. Neill, un libro de pedagogía libertaria. Yo era entonces un idealista y de Neill me interesaba la propuesta de libertad que emanaba de la experiencia en la escuela que él había dirigido. No era un pedagogo con un método basado en la reflexión teórica, como lo fueron Freire, Reich o Bruno Munari, a quienes leí a finales de los 70, años en que la música latinoamericana estuvo mucho tiempo sonando en los tocadiscos de entonces. No había día que no escucháramos a Inti Illimani, a Claudina y Alberto Gambino, a Quilapayún o a Mercedes Sosa, pero la tragedia de Víctor Jara elevaba sobre todos ellos el nivel de compromiso, eran años en que no había artículo o debate en el que no se pusiera sobre el tapete el compromiso del intelectual.
“Cuatro décadas más tarde, la familia de Víctor Jara, que nunca dejó de buscar justicia, puede empezar a sonreír otra vez. Un juez de Florida ha ordenado esta semana que el hombre identificado como su asesino, Pedro Pablo Barrientos, responda ante la justicia por cargos de tortura y ejecución extrajudicial. Hace años que Barrientos, un exoficial del Ejército chileno, fue señalado como el torturador de Jara que apretó el gatillo del tiro de gracia. Uno de sus suborfinados, el soldado José Adolfo Paredes, lo identificó formalmente en unn tstimonio entregado a la justicia chilena en 2009. El juez que lleva el caso en Chile, Miguel Vázquez, no tuvo dudas de su culpabilidad y en diciembre de 2012 lo procesó como autor de homicidio calificado. Poco antes, un programa de la televisión había descubierto que Barrientos llevaba una vida tranquila y discreta en Deltona, Florida, donde desde los años noventa se dedicaba a la compraventa de coches. (…) Junto con el bufete de abogados Chadbourne & Parke LLP, el CJA interpuso en septiembre de 2013 una demanda en nombre de la viuda de Jara, Joan, y de su hija Amanda, acusando a Barrientos de cargos por delitos de tortura, asesinato extrajudicial y crímenes de lesa humanidad. Tras conocer la decisión de este martes del juez de Orlando, Florida, Roy Dalton, la abogada del CJA Almudena Bernabéu celebró que se abra por fin la posibilidad de que uno de los principales responsables de la muerte del cantautor chileno vaya a tener que responder ante la justicia”.
(El apellido Barrientos me devuelve a la memoria los días en los que cantábamos de extranjis las canciones que traían los ecos de Paco Ibáñez desde París: «Soldadito de Bolivia, soldadito boliviano/ armado vas de tu rifle, que es un rifle americano/Te lo dio el señor Barrientos, soldadito boliviano/regalo de Mr. Johnson, para matar a tu hermano/para matar a tu hermano, soldadito de Bolivia/para matar a tu hermano…»).
Entonces, autores como Eduardo Galeano con Las venas abiertas de América Latina nos predisponía para discutir sobre la necesidad de un cambio radical en el mundo y nos “legitimaba” para exigirle al Gobierno un acercamiento real a los “países hermanos”. La revolución cubana aún latía en el corazón de muchos de nosotros, desconocedores de aquella realidad porque a lo sumo habíamos viajado a Francia o a Italia, países en los que se vivía la tranquilidad de lo que entonces llamábamos despectivamente “democracia burguesa” o “de libertades formales”. Cuando Felipe González dijo que prefería morir asesinado en el metro de Nueva York que vivir una larga vida en Moscú se lió un buen escándalo en la izquierda extraparlamentaria, aunque ya veníamos avisados desde las declaraciones de González en Barcelona en 1978 cuando manifestó que el PSOE renunciaría al marxismo, lo cual les daba un vuelco ideológico que preparaba el triunfo en las elecciones del 82. Alfonso Guerra actuó de apagafuegos diciendo que nadie había dicho en el partido que se fuera a abandonar el marxismo como factor ideológico, y que él dijo muchas veces que ser solo marxista no era ser marxista. Y concluía: Y yo, desde luego, soy marxista”. Eran tiempos en que importaba decir bien las cosas y en que las palabras tenían un componente intelectual que hoy se ha perdido.
“Cierto es, admitió, que resulta “decepcionante” que el juez desestimara los cargos por crímenes de lesa humanidad, porque «el asesinato de Víctor Jara, y los miles de crímenes cometidos durante el régimen de Pinochet, deberían ser llamados por lo que son: un crimen contra la humanidad». No obstante, acotó en conversación con este diario, la decisión judicial es un vuelco en el caso. Y es que aunque la familia de Jara lleva décadas denunciando públicamente el asesinato del artista, recordó, «un ámbito formal, un juicio, una audiencia, una comisión de la verdad jamás ha habido en relación con este crimen. Entonces, después de 42 años, este es un paso gigante, para Chile sobre todo». Con las manos destrozadas por las palizas, Víctor Jara todavía logró escribir unos últimos versos a lápiz en una libreta que pudo entregarle a uno de sus compañeros y que hoy conserva la Fundación Jara. “¡Canto, qué mal me sales / cuando tengo que cantar espanto! / Espanto como el que vivo / como el que muero, espanto”. Las heridas de Víctor Jara y de su familia empiezan a curar con cuatro décadas de retraso”.
La canción de Víctor Jara, Te recuerdo Amanda, fue uno de los emblemas para la generación que quisimos cambiarlo todo. Para hacer un paralelismo entre los dictadores y la lengua, en el Curso General de Lingüística, Saussure decía que la lengua tiende a ser estable, a defenderse de la novedad y que aunque es un producto de la sociedad se adquiere como una herencia, por lo que sus vinculaciones con el pasado son más fuertes que la innovación. Eran tiempos de búsqueda de significados y significantes que constituyeron para mí un pequeño mundo con el que siempre he navegado a favor de los vientos del arte, el cine, el teatro, la novela y la poesía.
Esta es la canción más bella de Víctor Jara, que él cantaba con voz dolida y humilde:
Te recuerdo Amanda
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha
la lluvia en el pelo
no importaba nada
ibas a encontrarte con él
con él, con él.
Son cinco minutos,
la vida es eterna
en cinco minutos,
suena la sirena
de vuelta al trabajo
y tú caminando
lo iluminas todo,
los cinco minutos
te hacen florecer.
Te recuerdo Amanda
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha
la lluvia en el pelo
no importaba nada
ibas a encontrarte con él
con él, con él, con él
que partió a la sierra
que nunca hizo daño
que partió a la sierra
y en cinco minutos
quedó destrozado,
suena la sirena
de vuelta al trabajo
muchos no volvieron,
tampoco Manuel.
Te recuerdo Amanda
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
Muy emocionado con esta entrada de tu blog, quizás por recordar tiempos desde un punto de vista ideológico donde eramos mas inocentes y pensábamos que otro mundo era posible pero sobre todo mucha tristeza por la gente ejecutada en manos de cualquier dictadura. Felicidades