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Umbral y Valle, mano a mano

30 de enero de 2014
por Miguel Munárriz
Francisco Umbral
2 Comentarios

Recupero esta entrevista que le hice a Francisco Umbral  con motivo de su libro: Valle Inclán. Los botines blancos de piqué (Planeta), publicada en El Mundo, el 16 de febrero de 1998, como un recuerdo para quien fue un magnífico «escritor de periódicos» tan constante como incisivo, siempre atento a la actualidad y con una inmensa altura literaria. Leída de nuevo, compruebo que está de actualidad, no solo por Valle y las obras que siguen representándose en los teatros de Madrid (Luces de bohemia, Las comedias bárbaras), sino también porque estamos en el bicentenario del nacimiento del general Prim, sobre el que Valle trabajaba antes de morir.

Se lo dedico a mi querido amigo y gran escritor, Ernesto Pérez Zúñiga, virtual marqués de Bradomín

 «EL CARLISMO DE VALLE-INCLÁN NO ES MÁS QUE UN ODIO A LO QUE MADRID SUPONE COMO PODER CENTRAL»

 Francisco Umbral ha escrito un libro sobre Valle-Inclán sabiendo que no le hacía ninguna falta a Don Ramón María. Pero a él, sí. En esta biografía interior de Valle iba buscando «las claves de una escritura», pero se ha dejado apasionar por los conflictos morales del autor y por la Historia de España. Con Valle-Inclán. Los botines blancos de piqué (Planeta) ha vuelto al dandi, al maudit y a la estética de un escritor singular que vivió los vaivenes de una España convulsa.

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Pregunta.- Primo de Rivera calificó a Valle-Inclán de eximio escritor y extravagante ciudadano. ¿Los políticos hablan de escritores que no han leído?

Respuesta.- El político actual -ya hemos descendido de nivel- no suele referirse a los escritores, se refiere a los periodistas: «Los periodistas canallas de Felipe González», «la prensa canallesca», etcétera. Pero no pasan de ahí, a los escritores no llegan. Primo de Rivera no habría leído a Valle pero lo de eximio, que es un topicazo, le sonaba muy bien.

P.- Valle se opuso siempre a la sociedad burguesa. Primero desde posturas tradicionalistas y más tarde como revolucionario. Parece que en ambas buscaba más la estética que la política.

R.- Su más clara asignación política fue el carlismo. Yo digo en un libro que el carlismo de Valle-Inclán no es más que un antimadrileñismo, un odio a lo que Madrid supone como poder central. Javier María Pascual, que fue un escritor carlista, habla de la farsa del madrileñismo, ese conglomerado de escritores, marquesas, putas, políticos, banqueros, académicos…, eso que, visto desde la perferia, resulta ser una masa que se mueve, donde puede pasar de todo. Es lo que le molesta y repugna a Valle. En cambio, encuentra en el carlismo una pureza militar, una pureza campestre, una guerrilla de derechas, pero saludable, generales que duermen en tiendas de campaña como antaño los Reyes Católicos. Eso le parece mucho más noble que el contubernio madrileño.

P.- Su visión ácida y su disconformidad fue permanente; incluso cuando los del 98 dejan atrás el radicalismo, Valle aparece aún más iconoclasta.

R.- Llega un momento en el que se desengaña del carlismo. Lo explica muy bien en el final de La guerra carlista y en el final de Las sonatas. Se decepciona, bueno, se decepciona Bradomín que es su alter ego en el siglo XIX. Entonces, Valle va pasando a la izquierda. Yo diría que la progresión política de Valle es esta trilogía: Azaña o la República, Lenin o la Revolución Soviética y Bakunin o el Anarquismo; y ahí acaba, en el anarquismo, un anarquismo destructivo, como cuando dice en Luces de bohemia que hay que implantar la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol o que Barcelona sólo se salvará destrozándola, que esa Barcelona no vale, que hay que hacer otra. O cuando le dice a Rómulo Gallegos que para arreglar el problema de México no queda más solución que el degüello. Y ahí está Chiapas, claro, si hubieran degollado a todo el PRI, ya estaría resuelto.

P.- Es decir, que Valle recorre lo que usted ha llamado la órbita inversa; no se hace de derechas siendo mayor sino todo lo contrario.

R.- Azorín empieza de anarquista y luego se hace de derechas, pero Valle va cada vez más lejos. Esa es la órbita racional de un hombre que cada vez va siendo más de izquierdas. La otra órbita, la del involucionismo hacia posiciones más burguesas, tanto de personas como de partidos, es la habitual, pero no es lo lógico, lo lógico en un hombre como Valle es ser más revolucionario en vista de que la sociedad no cambia. O empeora.

P.- Pero lo normal es agotarse con la edad, al adquirir una posición de mayor confort.  UMBRAL 2 images3R4G2I36

R.- Pero él no tuvo nunca mucho confort; tuvo, sí, más respeto, pero él no cambia, él muere escribiendo un folletón sobre la verdad del asesinato de Prim. Valle era un militarista que planteaba el problema de España en términos militares, y él muere en Galicia aclarando la muerte de Prim y deja ese folletón sin terminar. Quiero decir que él sigue en lo suyo, hablando de un militar que prometía una revolución para traer la República. O sea, que estuvo en la brecha hasta el último momento.

P.- En su tiempo Valle sufrió las dificultades que suponía ver representadas algunas de sus obras…

R.- No había técnica.

P.- Se dijo que no era verdadero teatro, pero se adelantó.

R.- Por eso es un actor actual, del siglo XX, cuando la gente estaba todavía en el teatro del XIX.

P.- ¿Ahora tendría que ver con el cine?

R.- En concreto con Luces de bohemia, sí. Esta obra es una película. Y en la novela El ruedo ibérico, por ese continuo juego de planos, ese barajeo de las situaciones, de los personajes, en donde mezcla varias acciones a la vez. Eso es cine. Y luego están los elementos estéticos: cómo fija una sombra, una luz, una esquina…, o la velocidad con la que transcurre todo. Lo único que le hace anticinematográfico es el lenguaje. En el cine no se puede hablar así, es maravilloso para leerlo o para verlo en un teatro porque el teatro tolera ese lenguaje y hasta el verso, pero el cine, no.

P.- Dice Valle que a él le falló la época. ¿Cree que a usted también le falló? UMBRAL 5 imagesJ14ZZ7DB

R.- Yo creo que las épocas no tienen porqué fallar, la prueba es que en los 40 años de Dictadura surgieron muchos valores, ya clásicos, como Buero Vallejo, Cela, los pintores de El Paso… Hay que saber aprovechar la época en la que vive uno porque no tienes otra. Valle decía que le había fallado porque a lo mejor hubiera preferido vivir en la época de Isabel II para darle aún más caña. Quizá le falló en el teatro porque era un teatro muy técnico, pero Valle-Inclán aprovechó la época al máximo.

P.- ¿Cuáles serían hoy las bestias pardas para el Valle periodista?

R.- Pues seríamos casi todos porque él dijo aquello de que el periodismo avillana el estilo y nos encontraría villanos a todos.

P.- ¿Es Valle-Inclán un precursor del realismo mágico?

R.- Está en García Márquez; Del amor y otros demonios es puro Valle. Influyó mucho también en Carpentier.

P.- Cito de su libro: «Una ciudad con varios genios perorando en los Cafés tiene poco que envidiar a Atenas».

R.- Era un momento en el que Azaña tenía su tertulia en el Ateneo, y también Unamuno; Valle tenía su tertulia de La Granja del Henar; Ramón, en el Pombo. Eso no lo tenemos hoy. Hasta la Guerra Civil, Madrid era Atenas, era como tener a Sócrates en una plaza y a Platón en la otra, y eso no se había dado nunca, quizá se dio en el Siglo de Oro. Existía una categoría mayor que la Academia y era tener tertulia propia.La última a la que yo asistí fue a la de Gerardo Diego, en el Gijón. En aquella tertulia había escritores como Buero, que me habló de tú a tú desde el primer día. Por allí iban Garciasol, Aldecoa, Hierro, Celaya, Fernán-Gómez, UMBRAL 7 imagesNRFUZNS3 gente que venía del exilio como Ernestina de Champourcin. Yo he conocido a casi todos los del 27, a Dámaso, a Guillén… a casi todos.

Umbral sube y baja la pierna de la mesa buscando una postura cómoda. La escayola no está invadida de firmas como suele ser habitual. Ha escrito sobre ella un poema. Le pido que lo lea y él lo recita: «Esta escayola es Grecia/ el Partenón de mi pie/ el mármol de mi gloria/ pedestre./ Este pie izquierdo lo ha elegido la Academia/ para empezar mi estatua/ por algún sitio,/ puede empezar el besapié».

Sea.

 

Mis veinte cuentos preferidos

22 de enero de 2014
por Miguel Munárriz
cuentos
5 Comentarios

UN RELATO BREVE Y CASI REAL

Cree en el maestro –Poe, Maupassant, Kipling, Chejov– como en Dios mismo: Horacio Quiroga: “Decálogo del perfecto cuentista”

LIBROS 2 Para empezar dos frases sobre el cuento: La primera de Mariano Baquero Goyanes: «Un cuento se recuerda íntegramente o no se recuerda», y la segunda de Julio Cortázar: «El cuento “es una máquina literaria de crear interés”. Los cuentos anteriores al siglo XIX no conocían su verdadera expresión como género porque no tenían tradición literaria pero la antología de cuentos de este jueves comienza con autores del XIX que vienen de la mano del Romanticismo y traen nuevos modos de escribir. Una especie de arranque de lo que será la literatura actual, que en su momento originó un giro de ciento ochenta grados ya que, salvo excepciones, hasta el XIX la concepción literaria del cuento no gozaba de la libertad y la elasticidad de la del siglo XX. Empezamos, pues con…

“El corazón delator”

POE

Edgar Alan Poe (1809-1849), cobra importancia en Europa por la difusión que de él hace el poeta francés Mallarmé, y sobre todo Baudelaire, quien le traduce sus cuentos. Poe se distancia de sus predecesores románticos, que aún practican en sus escritos el canto a la naturaleza o la exacerbación sentimental, aunque también hubo autores que brillaron con historias autóctonas como las gestas de la Conquista del Oeste de James Fenimore Cooper y El último mohicano, y antes que él Washington Irving, autor conocido en España, sobre todo por Los cuentos de La Alhambra. Estamos en la primera mitad del siglo XIX, en donde Poe comparte lectores con R.W. Emerson (uno de los santones de la época), Thoreau, conocido por el Walden o la vida en el bosque, y Nathaniel Hawthorne (magnífico, tanto como cuentista como autor de novelas de largo aliento). El leitmotiv de “El corazón delator” es la venganza de un muerto.

Un tema sobre el retorno del más allá que Poe había tratado en otros cuentos como “Ligeia” o “El gato negro”. En “El corazón delator”, cuya voz narradora es la primera persona –un monólogo, en realidad– un asesino confiesa su crimen, obsesionado por el sonido de los latidos del corazón del muerto que se interpone en el momento en que está hablando con los policías que han ido a verle a su casa. Es Poe un autor analítico y exacto que reflexiona sobre lo misterioso, al que Pablo Neruda definió como un escritor sumido “en su matemática niebla”. Horror e intelectualidad que el escritor norteamericano desarrolló en sus ensayos, Filosofía de la composición.

“El guardagujas”

El segundo autor del que quiero hablar es Juan José Arreola (1918-2001). Su nombre desapareció del panorama literario hace algunos años sin que aquí se le rindieran los honores que merecía. Y cuando digo honores no sólo pienso en premios y reconocimientos sino en lectores, que al final debería ser casi lo único que necesita un escritor. Yo manejé durante un tiempo Confabulario Personal, una edición de Bruguera, en la colección Narradores de Hoy, que hizo las delicias de los lectores en 1980, también por los otros escritores que publicaron en ella: Sciascia, Pavese, Cheever, Thomas Wolfe, Roberto Arlt… El libro de Arreola, fragmentario y libérrimo, comienza con una autopresentación titulada “De memoria y olvido” en la que cuenta su vida en dos páginas, cuyas primeras tres líneas dicen así: “Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años”. Desde esa lectura fui devoto de este maestro de la ironía y leí con fruición cuanto encontraba, bien poco por cierto, puesto que su obra se resume en 500 páginas. Él y Augusto Monterroso fueron pronto mis aliados en la distancia corta. De Juan José Arreola guardo un recuerdo especial porque tuve la fortuna de mantener con él, en 1990, unas charlas por teléfono muy sustanciosas. A la sazón preparaba yo el primer Encuentro de Literatura Hispanoamericana, que titulé Realidad y Ficción, entre los que participaron Augusto Monterroso, Mario Benedetti, Arturo Azuela, Jorge Edwards, Julio Ramón Ribeyro y Adolfo Bioy Casares. Y entre los escritores a invitar pensé también en Arreola. Conseguí su número de teléfono de su casa en México y lo llamé, con tan buena suerte que contestó él mismo y durante dos o tres días mantuvimos varias conversaciones.

Aunque Arreola tenía un compromiso con un programa semanal de televisión, se sentía muy feliz con la propuesta y en todo momento tuve la impresión de que terminaría enviándole el billete de avión, pero al cabo, cuando creí oportuno que deberíamos cerrar las fechas para el viaje, Arreola le pasó el teléfono a su hija, quien con mucha amabilidad me puso los pies en la tierra: “A sus 72 años y con la responsabilidad del programa…”. Lo que me quedó de  aquellos días fue su fértil imaginación, su discurso ágil, simpático y cultísimo y me envolvió durante horas en la trama de La Regenta –yo le llamaba desde Oviedo, ciudad que él no conocía, e inmediatamente se situó en la novela de “Clarín”– y me describió con exactitud topográfica la ciudad en la que yo vivía hacía tantos años pero que él me descubrió entonces con palabras precisas y apasionadas. Tanto tiempo después, el recuerdo de aquellas charlas se podría resumir en estas reflexiones suyas: “El arte de escribir consiste en violentar las palabras, ponerlas en predicamento para que expresen más de lo que expresan”. Arreola ha escrito precisamente así y ha conseguido que las palabras vulgares y archiconocidas adquieran brillos nuevos.

“Bola de sebo”

Decía Flaubert en una carta a Maupassant (1850-1893) que el talento era cuestión de mucha paciencia. Maupassant, autor de Bel ami, aprendió mucho de Flaubert, y no sólo en lo literario. El maestro ejerció con él de padre adoptivo o de hermano mayor y compartieron clases de escritura y de seducción. Son tiempos del Naturalismo con el que Maupassant dice no estar totalmente integrado ya que su escritura no radiografía la realidad si no es bajo el prisma de lo artístico. Maupassant, como su maestro Flaubert, busca la palabra exacta (le mot juste) para expresar lo que quiere decir, así como “el verbo para animarlo y el adjetivo para calificarlo”, pero también, y a diferencia de su maestro Flaubert, Maupassant entra a veces en otra realidad con derivaciones fantásticas. Eso, unido a una enfermedad venérea que le produce la caída del cabello, terribles migrañas y le roba la visión hasta el punto de causarle alucinaciones, acelera su entrada en picado en los relatos fantásticos creyéndose, y alegrándose por ello, un genio loco. No olvidemos que estamos a punto de acabar el siglo XIX en que la relación entre el  genio y la locura era un tópico que se había popularizado enormemente.

No se trata de hacer paralelismos ni establecer influencias, que las hay, pero por situarlos en el tiempo, Maupassant nace en 1850 en Francia; un año antes Poe moría en América, víctima del alcohol. Naturalmente que entre ambos hay concomitancias. Poe no sólo practicó el género de lo sobrenatural sino que también indagó en el detectivesco al que aportó inteligencia e incluso humor. Maupassant leyó a Poe y enriqueció el género fantástico. Su condición de enfermo contribuyó sin duda a la elaboración de temas extraordinarios, aportando su personal locura a sus escritos.

STEVENSON

“El diablo en la botella”

El mismo año de 1850 nacía en Inglaterra Robert Louis Stevenson. Quien haya leído La isla del tesoro comprenderá la intención del autor de “ser abogado de la juventud”, aunque al mismo tiempo sabía que lo joven sólo dura un tiempo y que “nadie puede tener para siempre veinticinco años”, como escribe en el prólogo de sus ensayos. Stevenson escribió esta novela para Lloyd Osbourne, un niño de doce años, hijo de su mujer, Fanny. Una noche de verano, en la que acostumbraban a dibujar y a contarse historias, el escritor pintó el mapa de una imaginaria isla del tesoro. Para satisfacer el apetito imaginativo del niño, Stevenson hizo crecer la historia hasta convertirla en la novela que todos conocemos. Esta aventura será también un viaje iniciático para su protagonista, el joven Jim, que de huérfano desvalido pasará a convertirse en nada menos que todo un hombre, obligado por la fuerza del destino a tomar importantes decisiones. Stevenson creó un mundo fascinante, además de en la novela citada, en El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde, El señor de Ballantrae y en La flecha negra.

“La dama del perrito”

Contemporáneo de ellos es Chéjov, que nace en Rusia en 1860 y sólo vive 44 años, los mismos que Stevenson, uno más que Maupassant y cuatro más que Poe. Vivió una infancia aterrorizada por la violencia paterna, con quien mantuvo una reacción de rechazo reflejada en su correspondencia. Su gran vocación fue la medicina. Se hizo médico y lo practicó con tanta pasión como la literatura. De ambas disciplinas llegó a decir: “La medicina es mi mujer legítima, la literatura, mi amante”. Mezcló ambas pasiones en algunos de sus relatos, como “Una triste historia” o “La  sala número 6”. Es Chéjov un hombre ilustrado, que cree en la ciencia como motor de progreso, que construye una obra lúcida en la que el teatro adquiere una grandeza comparable con sus bellos y perfectos cuentos, uno de los más conocidos es “La dama del perrito”. Chéjov sabía muy bien cómo administrar la respiración del relato, tanto en los diálogos como en las descripciones o en los silencios.  Ana, la dama del cuento, en un ejemplo de concisión narrativa, le dice a Gurov: “El tiempo pasa deprisa, y, sin embargo, una se aburre mucho aquí”. Chéjov practica una pintura realista, literaturizada hasta el punto de convertirla en un mosaico creíble de la mezquindad humana.

“Un artista del hambre”

 Antón Pávlovich Chéjov me lleva a Frank Kafka (1883-1924), que vivió sólo 41 años, y me lo recuerda porque sus imaginarios son una radiografía del absurdo, una construcción de un mundo imposible, premonitorio de una hecatombe cultural. Después de leer La metamorfosis uno se pregunta qué es lo que hace que un ser humano escriba un relato así, y de la manera en que lo escribe. Una obra que es la máxima expresión de Kafka, cuya contumacia le hace escribir por las noches como si le estuvieran dictando. La metamorfosis la escribe en un mes y “La condena” en un día. Y lo extraordinario es que si su amigo Max Brod no salva del fuego parte de su obra nos hubiéramos quedado huérfanos de la descripción “física” de la angustia y la incertidumbre del hombre moderno.

KIPLING

“La ciudad de la noche pavorosa”

Con Rudyard Kipling (1865-1936) hemos dado un salto –a pesar de nacer en 1865, muy cerca en el tiempo de los anteriores escritores– que nos sitúa en coordenadas geográficas tan distantes como India, y también vitales (Kipling nace súbdito de la corona imperialista inglesa y luego es un escritor victoriano en la Inglaterra victoriana). Es un autor perseverante y disciplinado aunque nada tiene que ver con las vidas que acabamos de comentar ni tampoco con el contenido de sus escritos. Como poeta no creo que tenga la fuerza del novelista, género con el que ha encontrado un sitio en las lecturas juveniles, algunas celebradas por el cine, como El libro de la selva. Rudyard Kipling escribió sobre la jungla como puede escribir un hombre de ciudad, es decir, tomando la selva como un tema literario más, no como hizo Horacio Quiroga que se internó en sus Cuentos de la selva como una experiencia personal. Kipling tenía una visión de europeo colonialista, lo que le aleja de lo profundo para centrarse en lo idílico y literario.

“Colinas como elefantes blancos”

En Toronto (EEUU), nació Ernest Hemingway (1899-1961). Don Ernesto, como le decían en España (también a Gerald Brenan lo llamaron don Geraldo), vivió en París sus comienzos literarios y periodísticos, se fue a África para contarlo y estuvo también en Cuba y en España, en donde vivió y bebió sin mesura, pero volvió a su Idaho privado para acabar sus días. Aquí nos encontramos con un modelo de escritor del siglo XX cuyo lenguaje depurado y coloquial llega a alcanzar cotas poéticas, eficacia estilística que aprendió en la redacción del periódico Kansas City Star. Su economía expresiva le sirve al autor para definir lo que sobre todo le importaba: el amor físico, la caza, la pesca, la guerra…, y la bebida. Respecto al cuento elegido – “Colinas como elefantes blancos”- destaco estas líneas del ensayo de Harold Bloom, Cómo leer y por qué  que ilustran el significado del título del cuento en el que una pareja discute sobre el posible nacimiento de un hijo en común: “El símil del título prefigura la historia con elegancia. Es la mujer, no el hombre, la que ve como “elefantes blancos” las alargadas y claras colinas del valle del Ebro. Los elefantes blancos, regalo proverbial que hacía el rey de Siam a los cortesanos que habían perdido su favor, pues el gasto de mantenerlos acabaría arruinándoles, se vuelven aquí metáfora de los hijos no queridos, y más aún de la relación sexual espiritualmente onerosa cuando el hombre no está a la altura”. Hemingway es un ejemplo de escritor que se levanta tras un estrepitoso fracaso como el que tuvo con la publicación de Al otro lado del río y entre los árboles, en 1950, para volver el mismo año con El viejo y el mar, obra maestra para escarnio de los críticos que le creían acabado.

“Emma Zunz”

De este cuento de Borges (1899-1986), incluido en el volumen El Aleph, dice su autor que su “argumento espléndido, tan superior a su ejecución temerosa”, se lo dio una tal Cecilia Ingenieros. Ya conocíamos la falsa modestia borgiana, pero en cualquier caso el cuento lo he escogido por no abundar en el género fantástico ni estar saturado de datos bibliográficos tan queridos por el escritor argentino o encajar en los pilares de casi todos sus textos: espejos, laberintos o bibliotecas, y también por tener un desarrollo lineal con un desenlace sorprendente. Su comienzo no puede ser más explícito: “El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguán una carta, fechada en Brasil, por la que supo que su padre había muerto”. Borges, tras un grave accidente ocurrido en 1938,  toma la decisión de escribir sólo relatos y en el prólogo a «El jardín de los senderos que se bifurcan» define de esta guisa el trabajo de escribir una novela: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros…”. Borges, como Monterroso y Carver, de los que hablaremos, han sido solo escritores de cuentos.

“Leopoldo (sus trabajos)”

Augusto Monterroso (1921-2003) fue un escritor con una peculiar ironía, influencia declarada de su maestro Cervantes, y con una obra breve, como su figura, pero tan grande como su corazón. Esto que parece sólo una frase, los que le conocimos sabemos que era así, y era fácil jugar a hacer frases con Monterroso, a quien sus amigos llamaban Tito. A propósito de esto Juan Cruz cuenta esta anécdota  ocurrida durante una charla en la embajada mexicana. Augusto estaba cabizbajo porque su mujer, Bárbara Jacobs, se había puesto enferma, y Cruz le hizo esta pregunta para animarle:

-Tito, ¿y a ti por qué te llamaron Tito?

– Mis padres: les daba vergüenza llamarme Monterroso.

Augusto Tito Monterroso fue autor de cuentos y de fábulas. Una de ellas, “La oveja negra”, dice así: “En un lejano país existió hace muchos años una oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura”. Como saben, Monterroso es el autor del cuento más breve del mundo, titulado “El dinosaurio”, que dice así: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

MONTERROSO EL DINOSAURIO

“Parece una tontería”

Y el tercer autor que escribió sólo cuentos es Raymond Carver (1939-1988). Y poesía. Es un creador de mundos raros que se quedan en algún lugar del cerebro para producir inquietudes. Quien haya visto la película de Robert Altman, Vidas cruzadas, basada en varios cuentos de Carver, podrá recordar las sensaciones producidas por escenas como la del día de pesca de unos amigos que se encuentran un cadáver en el río, por poner sólo un ejemplo de la atmósfera creada por Carver en sus cuentos. Vidas cruzadas se basó en los relatos “Vecinos”, “Jerry, Molly y Sam”, “Bolsas”, “Tanta agua cerca de casa”, “¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?”, y el que he elegido en esta selección: “Parece una tontería”. Carver ha escrito bajo la influencia de Chéjov, al que brindó su particular homenaje en el cuento “Tres rosas amarillas”, en el que narra los últimos días del escritor ruso. Los relatos de Carver se ocupan de gente desarticulada, a la deriva, desconcertada por lo que ocurre en sus vidas, pero el escritor no se agota en introspecciones psicológicas para señalar las fuentes de la infelicidad sino que traza una cuidada selección de detalles tan aparentemente superficiales como reveladores, como pueden ser la inquietud y el desasosiego que son, a veces, la trabazón de esas vidas cruzadas.

“El nadador”

De John Cheever (1912-1982) elijo “El nadador”, un cuento que hace algunos años sirvió de título para una colección de sus relatos. En 1968 fue llevado al cine dirigido por Frank Perry y Sydney Pollack con un Burt Lancaster que decide llegar hasta su casa atravesando a nado las piscinas de sus vecinos. El protagonista, ausente desde hace un tiempo, es bien recibido por algunos, mientras que en otras propiedades el trato no es tan cordial (hay quien lo expulsa de la fiesta que está celebrando en su jardín). Cuando el nadador llega por fin a su casa se ha hecho de noche y tras ocho agotadoras millas se encuentra con la puerta cerrada y oxidada y el interior de la vivienda a oscuras. Cheever es un maestro del relato en los que pinta arquetipos humanos de una América tradicional, que transpiran el dolor de la pérdida, personal y social, que viven enganchados a una noria que no manejan y en la que están inmersos. Su estilo es punzante e irónico y la agudeza de sus historias puede producir la sensación de estar caminando sin red por una estrecha tabla colocada a gran altura.

“El infierno tan temido”

Los escritores del siglo XX pueden trasladarnos inquietud o miedo sin recurrir al relato gótico. El horror está en nosotros mismos, aunque el infierno sartriano lo situara en el otro, como ocurre en “El infierno tan temido” de Juan Carlos Onetti (1909-1994), uno de los grandes narradores del siglo. Exiliado en España, en el Madrid de la reconversión cultural e ideológica, fue un hombre cuyo deseo de desaparecer le hizo un día acostarse en la cama con la intención de no volver a levantarse, por lo que la ciudad se le quedó reducida al estrecho marco de su ventana. Colocó en su mesilla de noche el tabaco y la botella, y se acostó para siempre: «Si camino, es peor. Ya probé. Una vez», dijo. En El infierno tan temido el horror cotidiano ese palpa en la crueldad de Gracia César, la mujer de Risso, que, desde distintos lugares, le envía fotografías suyas al lado de diferentes hombres que elige para su venganza. Es uno de los cuentos en el que la carga existencialista, la angustia, la crueldad y la decadencia moral se multiplican hasta el paroxismo. Leer «Un sueño realizado», «Tan triste como ella», o cualesquiera de sus cuentos, es una ocasión para reencontrarse con un maestro indiscutible, un escritor que si bebió de Balzac, Henry James o Melville, dijo entregarse más a Faulkner: «Yo he leído páginas de Faulkner que me han dado la sensación de que es inútil seguir escribiendo».  Onetti es el creador de la más intensa geografía moral de la literatura en español. Su primera novela, El pozo (1939), es un verdadero análisis de la incomunicación y la soledad y, según Vargas Llosa, «marca el nacimiento de la nueva novela hispanoamericana».

“Un día perfecto para el pez plátano”

¿Qué sabemos de J.D. Salinger?, ¿qué nació en 1919?, cualquier cosa que digamos de él será porque lo hemos leído en los libros que han publicado, bien su hija, bien un biógrafo “no autorizado”. Pero hay otros casos tan flagrantes o más que el de Salinger, como son los de B. Traven y Thomas Pynchon,. Del primero nunca se ha visto una fotografía. Un día de 1997, Juan Bonilla y yo ideamos una forma de entrevistarle para La Esfera, el suplemento cultural de El Mundo que yo entonces coordinaba. Bonilla tendría que instalarse en una casa cerca de la suya, de la que solía salir lo imprescindible. La estrategia consistía en hacerse el encontradizo y simular la búsqueda de una calle o cualquier otra disculpa de modo que pudiera encenderse la chispa que iniciara una mínima charla, pero todo quedó en proyecto. Bernardo Atxaga escribió hace años para El País Semanal un reportaje titulado “Tras los pasos de Holden Caulfield”, el protagonista de El guardián entre el centeno, visitando los lugares que se citan en la novela. Enrique Vila-Matas cuenta que un día vio a Salinger subido a un autobús que cruzaba la Quinta Avenida de Nueva York. Tal vez lo viera en el mismo autobús en el que el protagonista de “El corazón de una historia quebrada”, un cuento cuasi inédito de Salinger, vio a la mujer de sus sueños. Los cuatro libros que publicó el escritor norteamericano tienen conexiones entre sí, que un lector interesado podrá ir descubriendo. Son, además de El guardián entre el centeno, Nueve cuentos, Franny y Zooey, Levantad, carpinteros la viga maestra  y Seymour: una introducción. El cuento «El corazón de una historia quebrada» lo tradujo Javier Marías y se publicó en la Revista Poesía, en 1978. En su introducción, Marías menciona veintidós cuentos más que Salinger publicó en revistas y que están reunidos en dos volúmenes, The Complete Uncollected Short Stories of J.D. Salinger –que el autor de Corazón tan blanco adquirió en Nueva York– en los que no constan el nombre de la editorial, ni la fecha, ni el copyright, por lo que, según Marías, se trata de un libro fantasma. Y como tal cuento fantasma he querido hablar hoy aquí, como corresponde al escritor del que estamos hablando, aunque por encontrarse en una publicación casi secreta me animo a recomendar otro mucho más accesible que está entre sus Nueve cuentos.

“Niños en su cumpleaños”

En 1959 Truman Capote leyó en The New York Times un artículo sobre el asesinato de los cuatro miembros de una familia en una apartada zona de Kansas. Le propuso entonces al editor de la revista The New Yorker escribir un reportaje en el que empleó seis años y publicó en el libro A sangre fría. Acompañado por su amiga, la escritora Harper Lee –autora de Matar un ruiseñor, que años más tarde dirigiera para el cine Robert Mulligan, interpretada por Gregory Peck– viaja a Kansas para realizar su investigación periodística y conocer a los dos asesinos de la familia, pero esa bajada a los infiernos le cuesta al escritor cinco años de escritura y un año para recuperarse, “si es que recuperarse es la palabra”, escribe Capote: “no pasa un día sin que algún aspecto de esa experiencia no proyecte su sombra sobre mi mente”. Capote es autor de novelas y cuentos inolvidables, como El arpa de hierba o El invitado del día de acción de gracias. A modo de  brevísimo resumen de su vida, copio este diálogo consigo mismo que el escritor publica en su “Autorretrato”:

P.: ¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?

R.:  Amor.

P.: ¿Y la más peligrosa?

R.: Amor.

«Una llamada telefónica»

Dorothy Parker (1893-1967) es una escritora con parecidas búsquedas amorosas. Fue Una dama neoyorkina y sufrió La soledad de las parejas, por jugar a situarla usando dos títulos de sus colecciones de cuentos. Con la Parker podemos intentar marcar su existencia en cantidades: un perro, dos matrimonios, tres (o más) amantes, cuatro intentos de suicidio y cantidades ingentes de perfume, alcohol y nicotina que “aromatizaban” las sesiones diarias en el hotel Algonquin de Nueva York, muy cerca de la fosforescente plaza de Times Square. Reuniones sociointelectuales que esta incómoda escritora libraba con los galácticos del momento: periodistas, escritores y gente de teatro, para los que desplegaba sofisticación y sensibilidad entubada en largos vestidos, que unía a una  cáustica ironía y a un empeño de ruptura del sueño americano, que cierta sociedad de entreguerras aún alimentaba. Fue una deslenguada estupenda a la que se le asignan frases tan geniales como: “A un hombre sólo le pido tres cosas: que sea guapo, implacable y estúpido”. O esta otra: “Cualquier mujer que aspire a comportarse como un hombre, seguro que carece de ambición”. A Dorothy Parker se la conoce menos en otros aspectos de la literatura, como, por ejemplo, la poesía, la crítica o el guion cinematográfico, porque sus cuentos han prevalecido como una muestra desgarrada del mundo del siglo XX al que se le empezaban a olvidar los sueños para entrar sin remedio en otra dimensión, menos risueña y tristemente adulta. Tal vez un preludio.

CORTAZAR

“Los venenos”

En este viaje me quedan solo cuatro autores: Cortázar, Rulfo, Lispector y Quiroga. Cuatro autores nacidos en el continente americano aunque Julio Cortázar lo hizo en Bruselas en 1914, pero muy pronto le llevaron a jugar rayuelas al barrio de Banfield, allá en Buenos Aires. Después de muchos años en París se convirtió en ciudadano francés, y algunos creyeron, al oírle hablar y arrastrar las erres –un defecto congénito- que había perdido la relación con su idioma. Cortázar forma parte de una amplia lectura generacional, y hay quien dice que si los mismos que leyeron Rayuela desde su publicación en 1963 hasta bien pasados los ochenta, resistirían hoy una relectura de aquella antinovela que nos llevó por las calles de París buscando a la Maga desesperadamente. Sus cuentos creo que han quedado con más fuerza en nuestra memoria y si pensamos en nuevos lectores estoy seguro de que “Autopista del sur”, “Final del juego”, “La señorita Cora” o el que hemos elegido de “Los venenos”, cuyo mundo infantil tan bien retrata Cortázar, captará otra vez adeptos. En plena actividad (poco antes había publicado un viaje imposible y juguetón, Los autonautas de la cosmopista, y dos alegatos en favor de Argentina y Nicaragua) muere en 1984. Se llevó las erres y una novela no escrita y siempre soñada.

“Diles que no me maten”

Juan Rulfo (1917-1986) era un hombre modesto y de pocas palabras. Álvaro Mutis, que leyó todo lo que Gabriel García Márquez escribía antes de publicarlo, cuando leyó Pedro Páramo fue inmediatamente a comunicárselo a su amigo Gabo. Márquez lo cuenta así: «… Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda! Era Pedro Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá -casi diez años atrás- había sufrido una conmoción semejante.» De sus cuentos he seleccionado “Diles que no me maten”, una obra maestra del género. En él, como en toda su obra, Rulfo mezcla el lenguaje popular con la más alta expresión literaria. Destaco algunos párrafos inéditos que un amigo que le conoció, y que desea permanecer en el anonimato, tiene anotados sobre Juan Rulfo: “Jamás habla de él ni de su obra, prefiere contar lo que ha leído. Está siempre actualizado, y ya leyó a cada nuevo escritor mexicano. Le apasiona leer. Cree -como muchos años después dirá Ángeles Mastretta en Buenos Aires- que los libros sólo existen si alguien está dispuesto a perderse en ellos. Rulfo se pierde dentro de sus lecturas. ¿Quizás también dentro de su propia obra?” (…) “Rulfo es un hombre triste, como sus historias. Sin embargo su obra tiene una fuerza enorme. ¿Dónde está aquella energía vital que se percibe pero que tan bien esconde? En el fondo, siempre tengo la sensación de que Rulfo se ríe de todos los que lo rodeamos, y que una vida interior muy propia, secreta, a la que no deja asomar a nadie, lo mantiene vivo y atento” (…) “Todos nos preguntamos si seguirá escribiendo. ¡Hace 30 años que no publicaba nada! Es un gran misterio. Algunas veces habla de unas cuartillas que ha tirado, de una novela que no termina, y de dos cajones llenos de papeles que no volvió a abrir desde que se mudó de casa. Nunca se sabe qué es verdad y qué no. Seguimos viéndonos durante diez años. En todo ese tiempo nunca supe su nombre completo: Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, como dice la Espasa. En 1985, enfermo, ya casi no sale de su casa. Se acabaron los encuentros en la librería. Se acabaron los viajes. En enero de 1986, Juan Rulfo, silencioso, parte para Comala. Pero no hay porqué preocuparse: «en México -escribe Rulfo- nunca muere nadie».

“El hombre muerto”

El uruguayo Horacio Quiroga   (1878-1937) es el autor del tan celebrado Decálogo del prefecto cuentista. Su noveno mandamiento dice: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”.  “El hombre muerto” es una historia espeluznante. No tengo datos sobre lo que voy a decir pero es posible que Quiroga hubiese leído los Cuentos de soldados y civiles (1821), de Ambrose Bierce, escritor y periodista norteamericano, conocido como “Bitter Bierce” por la amargura de sus textos, que vivió y escribió de la crudeza de la guerra con ese grado de terror psicológico con que Quiroga afronta este cuento, en el que un hombre siente la muerte lentamente acercarse tras una caída en los campos de su propiedad, cerca de su casa y de los suyos. Y lo he elegido porque centra a la perfección las virtudes de Quiroga como escritor: la exigencia del lenguaje y la brevedad del relato. Recuerdo ahora la opinión de Horacio Quiroga sobre la construcción de sus cuentos porque, generalmente, los escritores inventan unas aproximaciones tan literarias que merece la pena conocerlas. Así como cuando le preguntaron a Monterroso: “Y usted cómo escribe”, él respondió: “Yo corrijo”, Quiroga manifestó los siguiente: “No lo sé; sospecho que lo construyo como aquel que fabricaba los cañones haciendo ante todo un largo agujero que, luego, rodeaba de bronce”

“La bella y la bestia o La herida demasiado grande”

Clarice Lispector (1920-1977) cierra estas presentaciones. He elegido un cuento que se publicó dos años después de su muerte. Es una narración en cascada, casi como un flujo de la conciencia, en la que una rica y elegante mujer de treinta y cinco años, se encuentra en la calle con un mendigo. Es para ella un instante insólito, porque le queda una hora para que su chofer venga a recogerla y entretanto piensa en cómo tomar un taxi con quinientos cruceiros en su bolso, que es una cantidad enorme para que le den cambio. La señora Carla de Sousa y Santos experimentará entonces un encuentro inesperado con la realidad que es, en el fondo, a lo que Lispector quiere referirse de paso: a cierta condición de la mujer –mujer de un banquero en este caso– una dama adinerada que nunca se mezcla con la gente y cuyos pensamientos, caóticos y fuera de toda lógica, hacen que zozobre y sienta de pronto el peligro de vivir. Este cuento es uno de tantos en los que la autora exploró el mundo femenino, porque aunque también tocó el tema de la mujer, la esposa, la madre y las relaciones con familiares y amigos, o la incomunicación, por ejemplo, en los que pertenecen a Lazos de familia, se adentró, con distintos recursos narrativos, en los que componen El viacrucis del cuerpo, cuentos más reflexivos, con un tono más erótico y con una manifiesta intención de ruptura. Clarice Lispector fue una mujer hermosa y elegante que supo observar y poner en solfa un mundo absurdo, injusto y lleno de miseria y dolor.

NOTA BENE
Todos estos escritores se inscriben en la tradición del cuento que mencionamos al principio. Muchos han entrado en la historia literaria solo por sus relatos:FOTO MARINA Arreola, Cheever, Chejov, Cortázar, Maupassant, Parker, Poe, Quiroga, Salinger, Borges, Carver y Monterroso. Un grupo heterogéneo que escribieron con la esperanza de influir en la historia. Estoy seguro de que la mejor guía de lectura es la recomendación de quien ha leído un libro y le propone a otro su lectura. Dicen que los libros con más lectores son los que funcionan mediante el boca a boca. Esa ha sido mi modesta pretensión, la de participar de esa zona privada que es la lectura de un buen libro en la que nada más entrar se obtienen grandes beneficios porque se viven muchas vidas al mismo tiempo, y eso, dicen, es un seguro contra la oxidación prematura.

Dedico este trabajo a Marina, la niña lectora de la fotografía, para que nunca pierda la magia que aprendió en los libros.

Visitando a Mr. Amis

16 de enero de 2014
por Miguel Munárriz
Martin Amis
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Martin Amis y Miguel MunárrizMARTIN AMIS:  “Cuando se compra una ideología, se ponen las semillas para la violencia”

Martin Amis, enfant terrible de las letras británicas, es un escritor respetado y leído tras haber publicado más de una docena de libros. Considerado uno de los grandes de las letras contemporáneas, Amis aborda cada nueva obra como un desafío respecto a la anterior, tanto en el argumento como en la estructura. El resultado son novelas tan dispares como Dinero o Campos de Londres, con fondo de salvajes sátiras; el tratamiento anticonvencional de La flecha en el tiempo, que desafía la linealidad narrativa, pasando por el relato policial psicológico de Tren nocturno, o la incursión en la memoria personal con el primer volumen, Experiencia, y el segundo, Koba el Temible, una crónica política del siglo XX y una visión osada sobre el comunismo, o mejor, sobre la tolerancia de los intelectuales occidentales con la doctrina soviética. En este post tomo como referencia el título de uno de los libros de entrevistas de Amis, Visitando a Mrs. Nabovok y otras excursiones (Anagrama), para recordar el largo encuentro que tuve con él en 2004 y que luego publiqué en la revista MAN. Lo recupero ahora aprovechando que Martin Amis tiene un nuevo libro en la calle: Lionel Asbo. El estado de Inglaterra (Anagrama).

España ha sido para Amis su segundo país en Europa. Su madre se trasladó hace muchos años a Ronda, sus dos hermanos también han elegido nuestro país para vivir e, incluso, los hijos de su primer matrimonio pasan muchos veranos aquí, con su abuela. “Ronda sigue siendo prodigiosa, se alza sobre una alta meseta dividida por una abismal garganta”, escribe en Experiencia. Amis ha sido siempre un buen observador de su entorno y ha escrito sobre personajes que han estado en lo más alto del ranking social y cultural, como Madonna, los Beatles, los Rolling Stones, Polanski, Karpov, Graham Green (Visitanto a Mrs. Nabokov…), pero también ha dejado en sus libros el recuerdo de figuras españolas como la de Antonio Ordóñez, con estas palabras: “Ordóñez era increíblemente guapo y carismático, los días de corrida tomaba las riendas de un coche de caballos y se paseaba en él con su glamourosa mujer y sus hijas (las dos jóvenes más glamourosas de la localidad)”. Esas dos hermosas criaturas –en expresión de Truman Capote refiriéndose a Marilyn– eran Belén y Carmen Ordóñez.

Martin Amis y Miguel MunárrizEn el primer encuentro, Martin Amis me estrechó la mano muy cordial. Habíamos quedado al atardecer en el lobby del hotel Wellington, donde se alojaba, precisamente un “hotel de toreros”. Sonrió y sentí que me miraba disimuladamente de arriba a abajo para comprobar, probablemente contrariado, que mi estatura era ostensiblemente superior a la suya. Yo estaba prevenido por la lectura de sus memorias, y me encorvé un poco para no sobresalir demasiado sobre su cabeza, cubierta de un cabello fino y rubio, algo encanecido y peinado hacia atrás con soltura. Vestía una americana beige, deportiva, sobre un polo turquesa, pantalones azul oscuro y zapatos marrones, y lucía un bonito bronceado que combinaba con el color de su pelo. Fumó durante todo el tiempo un tabaco de picadura con un ligero perfume dulzón. La facilidad para liarlos me recordó los episodios descritos en Experiencia sobre sus habituales estados de emporramiento juvenil. Sus días en Madrid transcurrieron entre entrevistas y sesiones de fotos a las que se sometió estoicamente; una conferencia multitudinaria, conducida con gran habilidad por el escritor mexicano Juan Villoro, y un viaje de ida y vuelta a Ronda, para visitar a su madre. Antes de cenar tomamos unos combinados imposibles a base de Campary con ginebra en el lobby del hotel en el que una de las tardes admiramos la figura esbelta de un torero –brillante de azul y oro– a punto de salir hacia Las Ventas.

La literatura de Amis está atravesada por la respiración del mundo en el que vive. Sus libros tocan siempre temas importantes, incluso en novelas policiacas, como Tren nocturno, en la que una mujer policía investiga el supuesto suicidio de una joven profesional que tiene todo en la vida: es guapa, tiene un buen trabajo y una relación sentimental estable, pero un día decide irse de este mundo sin motivo aparente. El lector de esta novela es tragado inmediatamente por la voracidad narrativa de Amis, cuya capacidad de reflexión sobre el ser humano hace que el lector zozobre en un terreno pantanoso. Incluso en temas así, con fondo de indagación policial, Martin Amis nos golpea elegantemente con la voz del compromiso, pero, dice, “sin involucrarse en su defensa a ultranza, porque cuando se compra una ideología, se ponen las semillas para la violencia”. Pero esta frase, rotunda como el mejor titular, no venía sola: “La ideología  es una droga sintética que se toma para convertirse en un héroe”. Amis vio cómo su padre sirvió a una ideología, y según él, ahí radicaban sus diferencias: “Si la ideología fuera una droga, sería como la heroína, y la religión, la metadona”, dijo. Siente el fracaso de las creencias y promulga “la no ideología”, pero sin apasionamiento, sin importarle que su interlocutor esté de acuerdo, como el que siente que su discurso es tan básico que nadie debería asombrarse. A pesar de eso, sus afirmaciones suelen ser motivo de polémica. Amis es elegante hasta en el diálogo político. Y es también lector de poesía, y amigo de poetas, –Robert Graves, Philip Larkin–, como lo fue su padre, Kingsley Amis. Bebe un sorbo de Campary y lía otro cigarrillo. Su mirada cambia al hablar de Milton y de otros poetas que ha leído, pero se oscurece cuando dice hablar de un género en peligro de extinción. “Muy poca gente lee poesía. Creo que cada vez menos, y eso es una verdadera tragedia”. Le recuerdo una de sus frases: “La traducción es como hacer una fotografía de una pintura, pero hay que leer a los grandes autores, aunque sean traducidos, para conocerlos”. Del Quijote, Amis escribió en su ensayo La guerra contra el cliché: “Por más que se trate de una inexpugnable obra de arte, el Quijote tiene un serio defecto: el de ser, francamente, ilegible”. Pero no debemos quedarnos en la anécdota, seríamos injustos si no añadiéramos que Amis hace una lectura interesante y moderna de nuestro más alto valor literario, con las dificultades añadidas al lector del siglo XXI. Así que para mi siguiente pregunta me apoyo en lo que Saul Bellow dijo sobre los escritores: “Existen los de clase A, que se ocupan más de los caracteres y los personajes, y los de clase B, que conciben más el mundo y su trasformación a través del lenguaje”, y se la planteo: “Teniendo en cuenta estas palabras, y recordando lo que ha escrito usted sobre el Quijote: ¿en qué lugar situaría a Cervantes?”, e inmediatamente pienso que le acabo de poner en un aprieto, pero me responde con una sonrisa socarrona y su respuesta me desarma: “Bueno…, Cervantes es un escritor A, B, C, D…”.  Se ha portado bien, vemos que ya no necesita seguir siendo un “chico malo”, ni en la literatura ni en la vida. Dice que desde que su padre murió ya no puede serlo, “no tendría mucho sentido, en tal caso me correspondería ser un hombre malo”, bromea.

Amis conoció la noticia del atentado del 11 M en Atocha estando en Montevideo, en donde vive gran parte del año con su mujer, Isabel Fonseca, y sus dos hijos.  Al ver las imágenes en televisión, dijo haber sentido un gran golpe que le hizo reaccionar y decidirse a aceptar su visita a Madrid: “Me sentí horriblemente  mal, desde allí vi los paraguas chorreantes y llorosos de Madrid y de toda España”. De nuevo la necesidad de la “no ideología” contra la política creada con mentiras; aceptar que sin creencias, el ser humano merece ayuda y solidaridad, sin más envolturas.

Martin Amis ha vuelto a Montevideo para escribir otra novela. Y yo que creí que me enfrentaría a un autor difícil que me haría pasar horas olvidables…; nos despedimos con un abrazo sentido y el deseo de volver a vernos. En Montevideo, tierra de escritores, tiene una casa en la playa, lejos del bullicio de la ciudad, diseñada por Isabel Fonseca. “¿Tu mujer es arquitecta, o se dedica al diseño?”. “No”, dice riendo, “pero Isabel todo lo hace bien; ella puede dibujar o escribir, y lo hace estupendamente”. Se ríe feliz cuando habla de ella. “¿Y te gusta vivir allí?”, le pregunto, ingenuo. “Bueno”, responde, “cuando tu mujer empieza a decorar una casa, uno nota que es ahí donde va a vivir”.

AQUELLOS CHICOS BRITIHS. Breve apunte sobre su generación

La generación de escritores británicos que comparten podio con Martin Amis constituyen desde hace algunos años una suerte de edad de oro de las letras contemporáneas. Hacía mucho tiempo que no coincidían tantos nombres interesantes como en los últimos veinticinco años. Nombres que han ido consolidando su obra y ganando lectores para el bien de la comunidad literaria. Este grupo generacional reúne a narradores de la talla de Ian McEwan, Graham Swift, Julian Barnes, William Boyd, Hanif Kureishi, Kazuo Ishiguro y Salman Rushdie. Los tres últimos tienen sus raíces en culturas mestizas, pakistaní, japonesa e india, aunque han sido criados en Londres y se han educado en las universidades británicas. ¿Qué tienen en común estos escritores? Tal vez el haber vivido en la misma época –han nacido todos entre 1946 y 1951- y haber compartido lecturas –Saul Bellow, Vladimir Nabokov, Naipaul o Ángela Carter–. Por lo demás, sus libros son el reflejo de sus personalísimos puntos de vista, lo cual conforma una amplia visión de la complejidad contemporánea vista a través de un calidoscopio. Pero es inevitable que algunas de las preocupaciones de estos autores se hayan entrecruzado alguna vez en sus novelas en las que confluyen la metáfora social, el género negro o los personajes netamente urbanos en donde la política, las drogas o la música constituyen el trasfondo de su creación. Incluso la fantasía y la ciencia-ficción, géneros en los que, más de uno se ha adentrado buscando nuevos campos de experimentación literaria. En muchos de ellos hay un acercamiento a lo coloquial, un tratamiento singular de la memoria, un inquietante manejo de la prosa como vehículo de expresión, una sutil práctica de la sátira política, o, en casos como el de Boyd, el humor. Tren nocturnoTodos estos escritores han sido galardonados con premios importantes (Somerset Maugham, Booket Prize,  Fémina, etc.) y algunas de sus obras fueron llevadas al cine; en el caso de Kureishi como guionista de filmes generacionales en los años 80 como Mi hermosa lavandería o Sammy y Rosie se lo montan.

Mi selección personal: Tren nocturno, de Amis; Amor perdurable, de McEwan; El loro de Flaubert, de Barnes; La luz del  día, de Swift; Las nuevas confesiones, de Boyd; El dios de los suburbios, de Kureishi; Hijos de la medianoche, de Rushdie, y Los restos del día, de Ishiguro.

Acróstico para Ángel González

09 de enero de 2014
por Miguel Munárriz
Ángel González, Luna de Abajo, poemas
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ACRÓSTICO PARA Á.G.

Ahora sé que un papel puede cortar

Nuestros deseos como un cuchillo

Gélido, y atravesar

El corazón más impenetrable.

La tristeza de no verte puede con todo.

 

González, amigo,

Odio decírtelo, pero no es soportable que

No podamos hacer planes para quedar y…

Zas!,  que no vuelva a sonar el teléfono.

Así es de triste esta historia, escoria,

La historia más triste que conozco, pero voy a

Emplazarte a que escribas un nuevo poema. Te dejo esta

Z para que empieces. Tú eres capaz de todo.

 

Grupo Luna de Abajo

El grupo Luna de Abajo con Ángel González en La Felguera, Asturias, 1984.  De izq. a dcha: Noelí Puente, Miguel Munárriz, Helios Pandiella, Á.G., Alberto Vega y Ricardo Labra. Fotografía de Fernanda Burón

Luna de Abajo tiene una historia de más de 25 años, unida a la de Ángel González desde la publicación de Guía para un encuentro con Ángel González en 1985. Esta foto es de un año antes, mientras recopilábamos los artículos de amigos y compañeros de generación (Gil de Biedma, Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Paco Rabal…) para este libro que constituyó un hito en nuestra trayectoria porque constaba, además, de una antología temática, comentada por el mismo Ángel. Años después, escribió y publicó un poema dedicado al grupo que tituló con el nombre de nuestra editorial, de la que un día hablaré. Me despido con una información hasta el jueves, 16, en el que el día anterior habrá sido miércoles toda la mañana.

A partir del 11  y hasta el 26 de enero, se representará en la sala Guindalera de Madrid (Martínez Izquierdo, 20) la obra PALABRA SOBRE PALABRA, sobre textos de Ángel González. Las representaciones serán los siguientes días:

Sábado 11 de enero. 20:30 h. / Domingo 12 de enero: 19:00 h / Sábado 18 de enero. 20:30 h. / Domingo 19 de enero: 19:00 h. Sábado 25 de enero. 20:30 h.

Al final de la función del domingo 12 de enero, habrá un coloquio con el público en el que participarán  las actrices que intervienen en la obra: Iria Márquez y Ana Alonso, y Miguel Munárriz.

Más información en http://www.teatroguindalera.com/

Ángel González, segunda evocación

02 de enero de 2014
por Miguel Munárriz
Ángel González
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Ángel Gónzalez

El jueves pasado prometí publicar varios post sobre el poeta asturiano, fallecido hace 6 años un 12 de enero. Hoy, 2 de enero de 2014, pongo en marcha esta segunda evocación, la primera la escribió González para hablar de su madre, María Muñiz, y decía así:

PRIMERA EVOCACIÓN

Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo del viento,
era pequeña
de estatura,
la asustaban los truenos,
y las guerras
siempre estaba temiéndolas
de lejos,
desde antes
de la última ruptura
del Tratado suscrito
por todos los ministros de asuntos exteriores.

(…)

El próximo jueves, día 9, cerraré de momento esta trilogía para ocuparme también de otras cosas. Habrá que meterse en política, que están los tiempos de nuevo para mojarse, y espero que me lance alguna vez a las cosas del comer. Política, literatura y gastronomía, el triángulo perfecto.

Feliz Año Nuevo a mis hipotéticos lectores, y que 2014 traiga por fin alguna luz para los más desfavorecidos. Vamos ahora con estas palabras sobre el poeta:

Ángel González escribió la palabra pantorrilla en un poema. También escribió artritis en otro, y ortóptero y bisiesto y dipsomanía y tos. Palabras con las que quebraba el transcurrir amable de algún verso. Pero también se embarcó en la melodía nostálgica, de aroma adolescente, de un atardecer de verano en su Asturias natal, en el poema “Así nunca volvió a ser”, cuyos primeros cuatro versos dicen: ”Como llevaba trenza / la llamábamos trencita en la tarde del jueves. /Jugábamos a montarnos en ella y nos llevaba / a una extraña región de la que nunca volveríamos.”

Es la poesía de Ángel González la representación de un tiempo, escrita por un hombre que amó la libertad en años amargos y oscuros. Una obra cuyo recorrido permanece intacto en sus convicciones desde su primer Áspero mundo hasta el último poema de su libro póstumo, Nada grave.

Ángel GonzálezÁngel González fue un poeta asturiano –y el gentilicio no es baladí porque su poesía está llena de recursos irónicos, muy propios de la zona del norte de España donde vio la luz–, que vivió en Madrid –ciudad que le formó en los duros años de penitencia, que diría Carlos Barral–, y en Albuquerque, Nuevo México –en donde en 1972 comenzó a impartir clases de literatura española. Estos tres territorios conforman el imaginario vital y poético de Ángel González y en su poesía están reflejados estos ámbitos, como se puede apreciar en el soneto a Oviedo, su ciudad, a la que nombra como “ciudad de sucias tejas”; o en el hastío de un hombre que se busca en la palabra poética de “Aquí, Madrid, mil novecientos/cincuenta y cuatro: un hombre solo”, o en el canto de una visión fundida entre la realidad febril del poema “Crepúsculo, Alburquerque, invierno: “No fue un sueño, / lo vi: / la nieve ardía”.

En la poesía de Ángel González coexisten  también temas como la música, a la que recurre para escribir “Vals de atardecer”, “Estoy bartok de todo”, o “Revelación”; y otros en los que hunde sus raíces en la Historia, que Ángel González expresa de manera personalísima, poniendo una atención primordial en contar una historia personal envuelta en la Historia de todos.

La  suya –su historia– fue dura, como ya he dicho; había nacido en 1925 y aunque haya contado que la guerra la vivió de niño como un periodo de juegos secretos y libérrimos, también llegó teñida de sangre y de exilios, que el poeta transformó y lo ofreció al lector (no olvidemos la censura imperante) con la elegancia de la palabra justa. Así los poemas de “El derrotado”, “El campo de batalla”, “Inventario de lugares propicios al amor” o el “Discurso a los jóvenes”, todos de una gran carga social y política y un clarísimo desafecto a los vencedores.

El paso del tiempo produce en Ángel González una desazón que solo con el dominio de la palabra y un impecable sentido del ritmo hacen que tome distancia con sus versos gracias al empleo de la ironía. Y así tenemos prodigios como “Ayer fue miércoles toda la mañana /por la tarde cambió, se puso casi lunes”, o”Meriendo algunas tardes /no todas tienen pulpa comestible”, o este poema breve y punzante como un dardo: “Aquí no pasa nada, /salvo el tiempo /irrepetible / música que resuena, / ya extinguida, /en un corazón hueco, abandonado,/ que alguien toma un momento, /escucha /y tira».

Ángel González dijo que en sus poemas cabía todo: “Esto es un poema:/ aquí está permitido /fijar carteles,/tirar escombros, hacer aguas”…, o que la imposibilidad de lo inefable o el trágico destino de la perfección caminan por versos como estos: “Escribir un poema /marcar la piel del agua”. Nos enseñó que las palabras no siempre significan lo mismo, que la vida y la muerte son una sucesión de fértiles vientres de mujer / y cuerpos / y más cuerpos/ fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo…”, o que ahora, ya sin él, nos falta una palabra para poder continuar como si la muerte no hubiese pasado por nosotros.

El poeta, poco dado a mostrar en prosa lo que cantó con el verso, y con la perspectiva de haber vivido no sólo muchos años, sino “muchas veces mucho”, nos advirtió: “Mi muerte significa la ausencia, el alejamiento definitivo de la vida, y presiento que en ese oscuro reino de la no-existencia nada habrá que pueda herirme. A otros, no a mí, hará llorar mi muerte”.

El recuerdo de los años compartidos con él, de las lecturas y los viajes, de los libros publicados y las noches en las que aprendimos “el deseo de morder la vida”, me confirma una vez más que donde estaba Ángel González  se conciliaba lo mejor que había en cada uno de nosotros.

«No escribo como un hijo de Dios sino como un hijo de vecino»

26 de diciembre de 2013
por Miguel Munárriz
Ángel González
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Ángel González. Foto de Diego Sinova/El Mundo

El 12 de enero de 2014 se cumplirán seis años de la muerte de Ángel González. He previsto publicar varios post en su honor y me ha parecido de rigor comenzar con esta entrevista que le hice con motivo de su entrada en la Academia de la Lengua y que se publicó en La Esfera, el suplemento de libros de El Mundo, hace ya 16 años.  Para mí supone recuperar la voz de uno de los grandes de la poesía española del siglo XX; espero que sea un motivo de alegría para todos  los seguidores del poeta asturiano. Mi agradecimiento a Juan Carlos Laviana, subdirector de El Mundo, que me rescató en 1996 para causas mayores.

ÁNGEL GONZÁLEZ, POETA:  «No escribo como un hijo de Dios sino como un hijo de vecino»

 Miembro destacado de la Generación Poética del Cincuenta, Premio Príncipe de Asturias de las Letras y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, ocupará el sillón P tras leer mañana su discurso de ingreso en la Real Academia

EL MUNDO. LA ESFERA. 22 de marzo de 1997

Ángel González (Oviedo, 1925), poeta y profesor de Literatura en la Universidad Norteamericana de Alburquerque, en Nuevo México, lee mañana domingo el discurso de ingreso en la Real Academia. González, poeta de la llamada generación del cincuenta, compañero, entre otros, de Jaime Gil de Biedma, José Manuel Caballero Bonald, Claudio Rodríguez, Francisco Brines y José Agustín Goytisolo, se sentará a partir de ahora en el sillón P, el mismo que ocuparon anteriormente Azorín y Guillermo Díaz Plaja. Emilio Alarcos Llorach será quien responda al discurso. «Emilio hará unas reflexiones al hilo de lo que yo diga; ha trabajado algo forzado porque elegí este domingo de Ramos para leerlo hace muy poco tiempo». Entre sus trabajos de estudio y ensayo Ángel González publicó un libro sobre Antonio Machado (Júcar, 1979); estas primeras y deslumbrantes lecturas del poeta sevillano, y también la fascinación por la obra de Juan Ramón Jiménez -del que publicó un volumen de estudio y otro de antología en 1973- fueron influencias muy claras en su poesía. «Machado se aparta muy pronto del simbolismo; nada más empezar su carrera de poeta simbolista, que es admirable, se retira inmediatamente. Quiero hablar también de las actitudes sociopolíticas que mantiene, porque Machado sale con una simpatía por las causas populares que incrementan cada vez más su republicanismo, politizándose en un sentido muy distinto al que movió a la generación noventayochista. Luego empieza a marcar una dirección muy opuesta que acaba dejándole completamente solo respecto a su generación, a sus coetáneos más próximos».

En la biografía de Angel González existen etapas muy marcadas por diferentes episodios de gran tensión social, como la proclamación de la República, la revolución asturiana del 34 y la Guerra Civil. Ser hijo de una familia politizada «y en el lado de los que perdieron todas las batallas» determina muchas de sus actitudes ante la vida, «y, por tanto, frente al arte». El diagnóstico de una tuberculosis a los 19 años le obliga al reposo durante tres años en Páramo del Sil, León, donde su hermana ejercía de maestra. Durante ese tiempo descubre la poesía de Gerardo Diego, Rafael Alberti, García Lorca y «el Machado intimista de las Soledades». Tras estudiar la carrera de Derecho y la de Magisterio ejerce de maestro en un pueblo de la montaña leonesa. Mientras tanto escribe poemas, más como una pulsión que con la intención de publicarlos. No será hasta más adelante, después de una conversación con Carlos Bousoño y el aliento de Vicente Aleixandre, cuando se decide a dar sus versos a la imprenta (Áspero mundo, 1956), a los 31 años, «una edad razonablemente adulta». A partir de entonces comienza una nueva etapa que le llevará, «sin esperanza, con convencimiento», a ser considerado hoy como uno de los poetas vivos más importantes de este siglo.

Los años cincuenta, oscuros y difíciles, los empieza a vivir en Madrid como funcionario del Ministerio de Obras Públicas. Son años en los que González refleja su visión del mundo con poemas de tono biográfico, como “Aquí, Madrid, mil novecientos / cincuenta y cuatro: un hombre solo…”. Son también años de encuentros literarios y personales muy fructíferos vividos entre el humo de las conversaciones en las tertulias del Café Pelayo, el Gijón, el Oliver… «Fue muy importante para nosotros, sobre todo la tertulia del Café Pelayo, hoy convertido en una sucursal bancaria. Era un lugar de conspiración en donde se hablaba también de otras cosas, naturalmente, pero fue una especie de Contraministerio de Información por donde pasaron intelectuales, escritores y fotógrafos de toda Europa que venían buscando información que no podían tener de otra forma. Alfonso Sastre, Antonio Ferres, Juan García Hortelano, José Manuel Caballero Bonald y algunas veces también venían los de la llamada Escuela de Barcelona: José María Castellet, José Agustín Goytisolo, Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma. Era un lugar imprescindible en aquellos años de cerrazón y oscuridad». Su amistad con estos últimos hizo que frecuentara también los círculos catalanes. Antes de conocerlos, Vicente Aleixandre le recomendó la tertulia que semanalmente los reunía en casa de Carlos Barral. «Yo viví un año en Barcelona. La tertulia de Carlos Barral era muy notoria y también muy abierta. Yo llegué recomendado por Aleixandre. Recuerdo que aquel día pasaban por Barcelona Juan Goytisolo y Monique Lange y se habló sólo en francés. Yo estuve callado porque no me siento nada seguro en esa lengua; creo que fue José Agustín Goytisolo el que le dijo a Barral: «Oye, este de Madrid no será policía». Carlos llamó a Aleixandre y como yo, entonces, usaba algunas veces el segundo apellido (Muñiz) y otras el primero, Vicente no cayó en ese momento y Carlos dijo: «Seguro; si Vicente no sabe a quién nos mandó…»».

La ironía

En 1969, Emilio Alarcos, su primer crítico y uno de los mayores valedores de la poesía de Ángel González, dijo que el poeta procedía de una provincia (Asturias), que nunca se había distinguido por la abundancia de poetas, «acaso porque el asturiano, sin ser introvertido, suele esconder su intimidad goteándola sólo por el camino expresivo de la ironía». Muchos de los poemas de González se valen de ese recurso para burlar la censura. «Sí, la ironía, en principio, parecía que era un buen recurso. Y lo era. Pero yo creo que en mí es algo más, o acabó siendo algo más. Puede ser algo característico de la región donde he nacido; hay un tipo de asturiano que es un poco burlón, un poco escéptico, y puede que yo participe de esa cualidad colectiva, probablemente. También es una consecuencia del escepticismo que hay debajo de mis creencias que me impide aceptar que las cosas sean sólo de una manera. La ironía resuelve las contradicciones dejándolas planteadas como contradicciones vivas. No sólo es la forma de decir algo sino que es también su contenido».

Hay una frase de Jaime Gil de Biedma que define muy bien la trayectoria poética de Ángel González, una breve muestra donde están presentes la unidad de contrarios que él mismo estudió en la poesía de Antonio Machado. Gil de Biedma dijo admirar «la aleación de disparatamiento y de cordura en sus poemas». «Esto es parte de la visión irónica”, dice González, “la ironía no siempre nos hace sonreír sino que a veces nos pone en evidencia la existencia de contrarios, de cuestiones que parecen incompatibles pero que con la ironía se resuelven quedando vivas las dos. En cuanto a lo de disparatamiento y cordura, creo que sirve también para definir mi vida. Aspiro a ser bastante racionalista, pero a veces…».

La poesía de Ángel González es cálida y cercana. Desde su primer libro se aleja del lenguaje ampuloso, haciéndolo cotidiano y preciso. Esa cercanía con el lector, al que hace cómplice y solidario de sus poemas, la manifestó en la entrega del Premio Príncipe de Asturias cuando dijo que el poeta no existe, dando a entender que el poema es una creación colectiva. «El poema necesita para existir, digamos, de un intérprete, casi como si tratara de una partitura musical. Sin un receptor, el poema está incompleto y es el lector el que va ampliando el poema, dándole calidades y una cierta pátina que lo puede enriquecer».

Ocurrencias

La desmitificación del poeta como un ser tocado por los dioses también está presente en su obra cuando dice que escribe a partir de ocurrencias y no iluminado por la inspiración. «Hay gente que tiene habilidad y don para transformar en formas plásticas lo que ve, lo que mira. Eliot diferenciaba entre el poeta hijo de Dios y el hijo del vecino, frase que recogió muy bien Gil de Biedma; yo también creo que escribo, no como un hijo de Dios sino como un hijo de vecino». Y es que Ángel González habla en sus poemas de las cosas que les ocurren al común de los mortales. «Sí, yo creo que esa es una posibilidad de la poesía, no digo que sea la única, tal vez no es la forma más culta de hacer poesía, pero sí lo es de hacer poesía de verdad». Poesía que ha funcionado muchas veces como declaración de amor. Más de un lector se apropió de algunos de sus versos para conquistar a una mujer: «Si yo fuese Dios / y tuviese el secreto, / haría / un ser exacto a ti…». «Me lo habían dicho», responde sonriendo. Tiene Ángel González aún algo de tímido, como si todavía estuviera empezando, a pesar de que le paran por la calle -no solo porque le hayan reconocido en las fotos de los periódicos, sino porque le han leído- a pesar de que se diga que los únicos que leen poesía son los poetas. «Yo tengo lectores, seguramente poquísimos, pero muchos los encuentro en la calle y hablan conmigo. Sí que hay lectores de poesía, lo que pasa es que algunos poetas se lo ponen muy difícil. Ha habido modas y movimientos tan herméticos, tan difíciles que parecen ensayos, y eso ha alejado a algunos de la lectura de poesía. La poesía, cuando es relativamente clara y aborda temas que se reconocen y preocupan a muchos, o a bastantes, entonces sí tiene lectores, pero no pienso en ellos al escribir porque el lector soy yo; el poema tiene que quedar como yo quiero que quede como lector de lo que estoy escribiendo».

Ahora vuelve a tener un nuevo manojo de poemas que, como alguna vez ha dicho, van apareciendo en su cajón de manera misteriosa, a los que ha bautizado como Otoños y otras luces. «Es un libro que yo creo que está sin terminar, que escribí en largos otoños, aunque hay poemas que no responden a ese título. Es un libro en cierto modo otoñal».

González es un hombre que ha rozado el cielo con la poesía, tiene una importante obra a sus espaldas, es profesor de Literatura en la Universidad de Alburquerque, premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Príncipe de Asturias de las Letras, Académico de la Lengua, pero es también un hombre que toca cada día el suelo con las manos, que goza de la compañía de muchos y buenos amigos; noctámbulo, bebedor y cantante privado de boleros. “¿Cómo se ve Angel González  a los 72 años?”. «Pues fatal. No me veo nada bien, no puedo hacer un autorretrato; eso de «hombre, conócete a ti mismo», nada».

 

El alma de tu cuerpo

19 de diciembre de 2013
por Miguel Munárriz
Ángel González, Luis Eduardo Aute
2 Comentarios

Luis Eduardo Aute. © Archivo del autorDice Alberto Savinio en su Nueva Enciclopedia, a propósito de la entrada “Cultura”, lo siguiente: “La cultura tiene por objeto principal dar a conocer muchas cosas. Y cuantas más se conocen, tanta menos importancia se da a cada cosa: a más fe, menos fe absoluta. Conocer muchas cosas significa juzgarlas más libremente y, en consecuencia, mejor”.

Este extracto me ha hecho recordar a Luis Eduardo Aute, a lo que Aute representa en el arte, a lo que siempre ha hecho con la música que ha compuesto, con los cuadros que ha pintado y con las películas que ha dirigido. Es decir, que Aute ha practicado esta parte de la cultura a que se refiere Savinio en su excéntrico libro que, dicho sea de paso, es una atractiva manera de acercarse a las cosas cuando las cosas empiezan a no servir tal y como las conocemos. “Tan descontento estoy de las enciclopedias”, dice Savinio, “que me he hecho la mía propia para mi uso personal”. Esto también me recuerda a Eduardo en cuanto que todo lo que ha hecho ha sido construirse un mundo propio, a su medida, porque el que habitaba estaba incompleto, y así, 47 años después de que grabara su primer disco (antes sólo escribía para otros), los autistas hemos tenido la suerte de poder elegir una vida instalada en esas coordenadas lunáticas que Aute ha ido creando en cada canción, porque Aute, como Baudelaire, ya no escucha a la musa, sino solamente a la voz de su propio corazón.

“El amor en un país de ateos, es capaz de conseguir que adoren hasta la divinidad”, escribió el conde de Rochester. En ese mismo país de ateos, para Ángel González, si Dios está en alguna parte, es en la música.

El niño y el basiliscoAute habla del amor como de un milagro, como una unión común, o sea, una comunión, un acto amoroso en el que dos alcanzan el orgasmo y se transforman en dioses. Entre la música y esa unión de dos cuerpos en armonía “El verbo se hizo carne / tuya/ y carne / mía/ y conjugó entre nosotros”.  Y en el tándem Amor-Dios estos versos finales de “El universo” nos llevan al apoteosis de la carne en su más alta espiritualidad: “Disuelto en tus entrañas / de líquidos secretos / desentrañaba el nudo / de Dios y su Misterio”, y  encabeza este poema con una cita de Cioran que dice: “En pleno delirio sexual, cualquiera tiene el derecho a compararse con Dios”. La canción “Sin tu latido” contiene un verso en el estribillo, con el que titulo este escrito, que va más allá, a la unión del cuerpo y el alma: “Ay, amor mío, / qué terriblemente absurdo / es estar vivo / sin el alma de tu cuerpo / sin tu latido”.

Luis Eduardo Aute es un poeta que ha cantado al amor, las más de las veces a ese amor que se ha perdido y por el que se llora, como mandan los cánones; pero también lo ha desdramatizado, y ha fundido el amor y el humor. Así, desmitifica, ironiza y humaniza el tema amoroso con canciones como “Una de dos”, “Ay de ti, ay de mí” o “Pumpum, Pumpum” en la que tras contar que el corazón es insensible, que ni siente ni padece y que no es otra cosa que una víscera, que padece soplos, taquicardias, etc., termina diciendo que siente que se asfixia, que tiene un dolor que le golpea, que le traspasa ”… pumpum, pumpum, pumpum, / que me crucifica, pumpum, pumpum, pumpum, / cuando tú me dejas, corazón”.

Hace ya muchos años, una noche en que Luis Eduardo Aute actuaba en un cine de Oviedo –allí se juntó el cine, la música, la poesía (¿Eduardo preguntaría: ¿no es lo mismo?) –Aute supo que Ángel González estaba entre el público y le invitó a subir al escenario, conocedor del gusto del poeta por los boleros. Ángel González subió, carraspeó mientras le tomaba el pulso a  la guitarra, y se despachó a gusto con un par de boleros que contribuyeron a aumentar el clima de amor del que Eduardo se había encargado hacía rato de crear.

Hemos visto, pues, que Aute es un autor que maneja todos los registros poéticos y no sólo cuando se trata del amor y sus misterios sino también al adentrarse en el tema político, denunciando situaciones concretas –la guerra, la corrupción–, (hace tiempo que Aute vaticinaba que “La guerra que vendrá / será / la más hortera de todas las guerras / que ha habido y habrá”), u otras denuncias tan necesarias como la falta de ética, y me estoy refiriendo a La belleza: “…Y me hablaron de futuros / fraternales, solidarios, / donde todo lo falsario / acabaría en el pilón. / Y ahora que se cae el muro / ya no somos tan iguales, / tanto vendes, tanto vales, / ¡viva la revolución! / Reivindico el espejismo / de intentar ser uno mismo, / ese viaje hacia la nada / que consiste en la certeza / de encontrar en tu mirada / la Belleza”. Estas dos canciones están incluidas en el disco Segundos fuera que debe de ser uno de los más combativos que se han escrito, con títulos tan expresivos como “Todo es mentira”, “Va como va”, “Cómo te atreves” o el que da título al álbum.

Luis Eduardo Aute. AnimalLa obra poética de Luis Eduardo Aute es de una coherencia máxima. Desde sus alegatos contra los burgueses o sus versos a favor de la libertad desde Rosas en el mar, pasando por los Aleluyas como una marca de la casa inconfundible, hasta ese destello poético que es “Alas y balas” que, por cierto, apuntaba ya  en uno de los versos de Aire: “…algo más que los vuelos y revuelos / de tus alas y balas”, o como en “Alevosía” que avanzaba lo que vendría después en su disco Animal (“Más que amor, lo que siento por ti / es el mal del animal”), un disco en el que me gustaría detenerme porque me parece una de las aventuras más interesantes en las que se metió el artista; más tarde vendría una nueva aventura en forma de película dibujada llamada Un perro llamado dolor, que es otra forma sublime que tiene Aute de atraparnos en la Belleza. O en su última película dibujada, la más reciente a la que acompaña las canciones de El niño y el basilisco.

Con Animal, Aute escribe lo que él llama Poemigas y experimenta con todo: con la música, la letra, la voz y hasta con los tiempos de cada canción. La más larga, Ánimo, animal dura 4 minutos, 43 segundos, y la que menos 0,30; entre ambas, y hasta un total de 25 poemigas, los hay de 1,40, de 0,58 o de 1,03 minutos. Un experimento por el que planean las vanguardias, Duchamp, Buñuel, Eluard, y también el cine, la literatura y el caligrama en un original juego de hacer versos. El final es una invitación a comprarse “la próxima vez un libro de reclamaciones”, y concluye: “Como si no hubiera otra cosa que hacer, / tú, / ¡hala…! / leyendo estas incontenidas incontinencias / sin-con, sin-con, sin-con- / tenido”.

Luis Eduardo Aute. Siglo XXILuis Eduardo Aute escribió “Siglo XXI”, una canción-homenaje al poeta argentino Santos Discépolo, autor del tango Cambalache, cuya letra sigue teniendo idéntica vigencia que cuando la escribió (“…el que no llora no mama / y el que no afana es un gil”). La primera estrofa de la canción de Aute dice así: “Siglo XX, cambalache, problemático y febril /anunció Santos Discépolo, un poeta del 2000 / y profeta en aquel tango que cantó a la corrupción / que gobierna las cloacas de la humana condición”. El tango está en algunas de las canciones de Luis Eduardo Aute y aparece de una forma u otra: en el bandoneón que suena de fondo en “Aire, aire”; en el homenaje a Carlos Arjona en forma de elegía en “Che, qué mal” o en su particular versión del cambalache de nuestro tiempo a que hacíamos referencia, en “Imán de mujer”, en donde vuelve a recordar: “Que el mundo fue y será una porquería / ya lo dijo Enrique Santos / y hoy tengo un día de esos en que sufro / toda esa poesía cruel, / aunque me temo que yo mismo soy quien / me produzco más espanto / al verme comprendiendo las razones de Caín / matando a Abel”.

Con esta declaración decididamente Autista he intentado acercarme a la obra poética de uno de los autores vivos más importantes del siglo XX. Un autor por el que respiran Aleixandre, Carlos Edmundo de Ory, Lorca, Monterroso, Sábato, Scott Fritgerald, Goya, Quevedo, Jacques Brel, Stevenson…, y que nos ha dado canciones como “Al alba”, “Las cuatro y diez”, “Mira que eres canalla”, “Albanta” “No te desnudes todavía”, o todas las que componen uno de sus últimos y mejores discos: Intemperie.

Este año la efeméride es importante: Aute  (Manila, 1943) ha cumplido 70 años. Una buena ocasión para unirse a su compromiso y leer otra vez su poesía, la poesía que está en todo lo que Eduardo hace, y en todas sus canciones, porque Aute escribe poemas a los que le pone música, lo que los convierte en nuevos poemas. Felicidades, maestro. De colofón, copio aquí tu auterretrato:

ANIMAL de MANILA

sería

este autémata

que ya

soy

De librerías y teatro

12 de diciembre de 2013
por Miguel Munárriz
librerías, teatro
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Shakespeare and CompanyLIBRERÍAS. «Las mejores librerías del mundo» es el título del reportaje que lleva en portada el último número de El País Semanal. Una llamada de atención para letraheridos como yo. Y digo una llamada de atención no solo porque al verlo sé que devoraré esas páginas que me harán entrar virtualmente en esos templos del saber que son estas librerías con pedigree, sino porque, en estos tiempos de indefinición, es también un reportaje que reivindica el libro en papel. Qué raro se me hace ponerle apellido -libro en papel, libro físico…-, querido y admirado Gutenberg. El repor en cuestión se abre con unas palabras de Jorge Carrión «Elogio a las librerías con historia», y, por citar solo cuatro de ellas, mencionaré el artículo de Antonio Muñoz Molina sobre  la Strand de Nueva York, el de Santiago Gamboa con la librería Umberto Saba de Trieste; La Central de Barcelona, de la que escribe Jordi Soler, y de la librería Shakespeare and Company, cuyo artículo titula «Un misterio», y firma Enrique Vila-Matas.

Y como a mí me pierde el oficio he de decir que fui librero y que inauguré, junto a mi socio Javier Cellino, una librería en La Felguera, Langreo, justo frente al colegio de los Dominicos donde durante años me ensimismé con las clases de matemáticas y química y tomaba vuelo con las de lengua y literatura. Langreo fue siempre un lugar culto pero en aquellos años se vivía la algarabía del cambio de régimen, con el consiguiente ánimo revolucionario, en donde te desayunabas con los trabajadores del sector Naval quemando neumáticos, con la siderurgia revuelta por los trabajadores de Duro Felguera, o las reivindicaciones mineras que en las manifestaciones hacían estallar la dinamita  que sacaban de los pozos. Un ambiente propicio para todo menos para vender demasiada poesía, aunque sí algunos Cortázar, y sobre todo libros «militantes» como El capitalismo tardío, de Ernest Mandel, El hombre unidimensional, de Marcuse, El arte de amar, de Erich Fromm, y por supuesto, a Marx y Engels, y todo Camus, Sartre y Simone de Beauvoir.

Lorca la abrimos en noviembre de 1979. Javier y yo éramos, y somos, primos, y fuimos más primos aún porque nos embarcamos en una aventura sin retorno de la que, aparte de la satisfacción de vivir rodeados de libros, nos dio fundamentalmente dos cosas:  la experiencia de tener un negocio propio, o sea de satisfacer el gusanillo de emprender, como se dice ahora, y sobre todo la alegría de volver a ser un asiduo de las librerías y recuperar el sabor a novedad que se nos empezaba a quitar por emplear todo el tiempo a cuidar la hacienda propia. De aquellos polvos han pasado ya 34 años y me alegro de seguir entrando en las librerías y sentir el mismo cosquilleo al descubrir nuevos títulos y autores que llevarme a casa. La librería se llamaba Lorca y puedo decir, sin que entonces lo supiera, que se parecía a la Shakespeare and Company que Sylvia Beach fundara en  1919 en París, al menos en la cantidad de fotografías de escritores que en ambas librerías colgaban en las paredes. Podría  decir que «Lorca es una  librería», parafraseando a Paco Ignacio Taibo I, que en uno de los capítulos de sus Memorias dijo de la librería Cervantes de Oviedo, en donde trabajó de jovencito: «Cervantes es una librería».

Syilvia BeachRespecto al artículo de Vila-Matas sobre la Shakespeare and Company, confieso que siento debilidad por esa librería que la norteamericana Syilvia Beach abrió en el número 12 de rue de l´Odeon, entre 1919 y 1941, y que desde 1962 otro librero reabrió en el 37 de la rue de la Bûcherie, en el Barrio latino de París. Gracias a que Beach escribió sus memorias de librera en un libro delicioso y lleno de encanto y buen rollo, los adictos al género podemos compartir con ella el deseo de hacer convivir el negocio de los libros con la edición y el conocimiento de escritores que hacen de tu librería su segunda casa. En la escala que le correspondió a Lorca convocamos lecturas poéticas, conferencias y edición de libros y revistas con los autores locales y regionales con los que nos relacionábamos:James Joyce dibujado por Brancusi Alberto Vega, Víctor Botas, José Luis García Martín, aunque también con Ángel González, Luis Sepúlveda, Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo… y, naturalmente, en la Shakespeare lo hacían con James Joyce, cuya primera edición del Ulises la financió Sylvia; con Ernest Heminway, Larbaud, Gertrude Stein o George Antheil, que vivía en el piso de encima de la librería y al que le gustaba entrar en casa trepando por la fachada; como dice Vila-Matas «hay pruebas fotográficas», y se puede comprobar viendo este libro.

Durante los años de la librería Shakespeare and Company, en la época de entreguerras, conviven escritores anglosajones y franceses con artistas plásticos españoles, que marcan, como hiciera Picasso, nuevos rumbos en el arte y sobre los que tendremos que volver a hablar en otra ocasión.

TEATRO. El breve tiempo que pasé al frente del Teatro Fernán Gómez, uno de los centros públicos –aún– del ayuntamiento de Madrid, fue para mí una experiencia profesional que me permitió trabajar con algo tan sensible como la representación de las pasiones y las miserias de la vida, y me descubrió el talento y el coraje de sus protagonistas, y a veces también la mezquindad y la estulticia del género humano. Nada nuevo bajo el sol.

El 1 de diciembre (estando ya extramuros de la institución por arbitraria decisión de una de las personas que dejarán el recuerdo más nefasto de su paso en las labores culturales municipales, a la sazón Fernando Villalonga y su séquito de acólitos protegidos, Timothy Chapman, Jaime Morate y José Tono Martínez), volví al teatro el último día de El divorcio de Fígaro. El director de la obra, Alfonso Lara, y uno de los actores, Juan Antonio Molina, insistieron en que fuera porque, según ellos, tenía que disfrutar la obra que solo unos meses antes les había contratado. Así que me apoyé en el hombro y en la sonrisa de Palmira Márquez y nos dejamos llevar por el genio del autor, Ödön von Horváth.

La obra parece como si se acabara de escribir hace unas horas. Una breve muestra, a ver si les suena:

Frente al portal del palacio del Conde de Almaviva, están tomando el sol ANTONIO, antiguo jardinero, y PEDRITO, anterior mozo de cuadras del Conde, ahora administrador del palacio.
ANTONIO: (Fumando) ¿Qué dice el periódico?
PEDRITO: (Leyendo) Nada. Que la cosa marcha.
ANTONIO: ¿Dónde?
PEDRITO: En nuestro país. El resto del mundo se hunde. Sólo nosotros vamos hacia arriba
ANTONIO: No estaría mal que además se notara.

Siempre estaré agradecido a Juan Antonio Molina por haberme propuesto representar esta obra, tan bella como desconocida en nuestro país. El divorcio de Fígaro es una adaptación de su director y actor principal, Alfonso Lara, que realizó un gran trabajo de adecuación del texto porque la obra original se escribió para ser representada en más de tres horas. También pensó en la crisis, claro, y redujo a siete los personajes que cumplen con maestría y dominio de la escena y dan voz a los 22 con que fue escrita.

Josef von Horváth, tal era el nombre real del dramaturgo, nació en 1901 en Hungría, y murió en París en 1938. Cuando cumplió ocho años hicieron noble a su padre, de ahí la preposición «von” alemana, lo trasladan a Múnich y, en adelante, será el alemán su auténtica lengua. En 1933, con el régimen nazi en alza huye a Viena y en 1938 cambia su residencia a París, y muere fulminado por un rayo en los Campos Elíseos; él, que tenía un miedo cerval a las tormentas eléctricas. Solo dos años antes había escrito El divorcio de Fígaro.

Mi profunda felicitación a Alfonso Lara, Juan Antonio Molina, Inma Isla, Micaela Quesada, Manuel Brun, David Sánchez y Raquel Guerrero por estar a la altura de un texto con tantos matices y por habernos dado la oportunidad de formar parte esencial de la vida rica del teatro. Espero que continúen disfrutando de él y que la voz de Ödön von Horváth, tan crítica con el fascismo y sus peligros, siga resonando en los escenarios. No sabemos si el dramaturgo intuyó la cercanía de la muerte pero, un año antes, imbuido en la construcción de una nueva novela, escribió una carta a un amigo en la que decía: “Hace falta que escriba este libro. ¡Es urgente! No tengo tiempo para escribir grandes novelas porque soy pobre y debo trabajar para comer… Yo también soy un hijo de nuestro tiempo”.

J.D. Salinger o el cuento de un hombre sin historia

05 de diciembre de 2013
por Miguel Munárriz
Salinger
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J. D. Salinger

Jerome David Salinger (Nueva York, 1919–Cornish, Nuevo Hampshire, 2010) fue siempre un escritor perseguido por la polémica. Su deseo de invisibilidad le costó demasiados rompederos de cabeza al no poder mantener a raya a los periodistas que buscaban nuevas historias. Hace unos días,  Andrea Aguilar publicó en El País que tres cuentos inéditos del escritor “habían llegado a una página de intercambio de archivos de música, a la que sólo se accede por invitación”, y, según el criterio de varios expertos, se confirmaron “que los tres cuentos filtrados son de Salinger y se encuentran custodiados en los archivos de dos universidades estadounidenses, Princeton y el Centro Harry Ransom de Texas”. El cuento custodiado en Princenton (The Ocean Full of Bowling Balls) lo escribió para la revista Harper’s Bazaar pero lo retiró antes de que fuera publicado, en una reacción típicamente salingeriana, y, según Reuters, «el acuerdo con la universidad establece que el relato no pueda ser publicado hasta el 2060”.

Después de su primer éxito con El guardián entre el centeno, en 1951, J.D. Salinger se convirtió en un mito y se hizo famoso sin pretenderlo. Siempre había sentido un gran desprecio por las biografías literarias, huyendo de cualquiera que se le acercara con «aviesas intenciones». Ian Hamilton, el único que en vida del escritor consiguió publicar un libro sobre él (En busca de J.D. Salinger, Edhasa, 1988), arrastró una sonada polémica al ser demandado por el escritor y pasar por un proceso que terminó dando la razón al biógrafo. Salinger, por supuesto, no le concedió entrevistas y el libro salió sin fotografía de solapa ni una sola línea sobre su vida, detalles que, aún hoy, continúan estando absolutamente prohibidos. Hamilton realizó una labor biográfica basada en pesquisas al modo detectivesco y el resultado es más bien un retrato  de Salinger a partir de testimonios de personas que le habían conocido. De esta forma llegamos a saber que todo lo que le ocurría en la vida real lo trasladaba a las páginas de sus libros: matrimonios fracasados, rechazo de la sociedad literaria, crítica, budismo zen, poesía oriental, odio a editores, etc. Muchos de sus personajes son fieles reproducciones de antiguos conocidos suyos, a veces con un ánimo vengativo hacia «las mujeres traicioneras y falsas», y algunas de sus historias están llenas de uniones impetuosas y equivocadas como las que él mismo vivió.

A la vista de todo esto, sorprende que la “fotografía” de Salinger sea la de un hombre “al que le encantaba conversar, le gustaba la gente y era dado a hacer imitaciones». Todos los testimonios obtenidos por Hamilton coinciden en dibujar al escritor como un tipo «moreno, delgado y apuesto… e insoportablemente arrogante».  Los escritores por los que sintió respeto fueron Kafka, Flaubert, Tolstoi, Chejov, Dostoievski, Proust, Rilke, Lorca, Keats, Rimbaud, Blake, Coleridge…, como se puede observar, ningún autor vivo y mucho menos norteamericano. De hecho, estaba convencido de que después de Melville no había existido otro escritor estadounidense realmente bueno. Parece ser que en su juventud fue bien aceptado por las mujeres y que tuvo bastante novias. Según él había dos clases de chicas: las que despreciaba inmediatamente y aquellas de las que se enamoraba y, a continuación, «semidespreciaba». A Oona O’Neill no pudo devaluarla fácilmente. Era la hija del dramaturgo Eugene O’Neill, era guapa y tenía relevancia social. Cuando Salinger se enteró por los chismes de la prensa de la amistad de Oona con Charles Chaplin, que entonces tenía 54 años, fingió indiferencia, pero unas semanas más tarde, cuando esta se casó con el cómico mostró a las claras su malestar.

Primera edición de El guardián entre el centenoEl 16 de julio de 1951 publicó El guardián entre el centeno y el mismo día The New York Times lo comentó diciendo que «era una primera novela insólitamente brillante». En octubre había alcanzado ya el cuarto lugar en la lista de los más vendidos en The Sunday Times y se mantuvo durante siete meses. En 1968 fue proclamado uno de los 25 libros más vendidos de los Estados Unidos desde 1895, y en 1970 había sido traducido a 30 idiomas. Solo un año después de haberlo publicado, en el invierno del 52, y huyendo del éxito, Salinger buscó retiro en Nueva Inglaterra. Se instaló en el pequeño pueblo de Cornish, en New Hampshire, Vermont, abrazó la religión oriental y con ese gesto no sólo se apartó “de la América corrompida” sino que puso tierra por medio a los perseguidores de biografías.

Desde 1965 Salinger permaneció en silencio. En el 70 devolvió con intereses un adelanto de 75.000 dólares que había aceptado de su editorial (Littel, Brown). Pero se sabía que continuaba escribiendo. Hubo quien dijo que conservaba en su caja de caudales al menos dos extensos manuscritos. Se sabe que se casó y se divorció de su mujer, Claire, y que solo se había alejado una sola vez de su casa para acompañar a su hijo Matthew a Broadway, en donde actuaba como protagonista en una obra de teatro. Mientras tanto, las escasas fotos furtivas que se  publicaban contribuían a reforzar el mito de uno de los escritores invisibles que, como B. Traven y Thomas Pynchon, forjaron su leyenda con su largo e inquietante silencio. Sus editores se extrañaban de que se negara a que su biografía saliera en la solapa o en la contraportada de ninguno de sus libros, pero Salinger estaba convencido de que el texto era lo primordial, que el escritor no debería existir y que el lector crítico, educado y atento sabría separar el grano de la paja.

J. D. Salinger

En 1997, en mi etapa de La Esfera, el suplemento cultural de El Mundo, propuse una especie de juego para conseguir una entrevista con Salinger. Un periodista tendría que instalarse en Cornish, en una casa cerca de la suya, para observar los movimientos del escritor y aprovechar que tan pronto como pusiera el pie en la calle, hacerse el encontradizo y simular la búsqueda de una dirección o cualquier otra disculpa de modo que pudiera encenderse la chispa que iniciara la charla, pero todo quedó en proyecto. Hace unos años Bernardo Atxaga escribió para El País Semanal un reportaje, con fotografías de José Manuel Navia, titulado “Tras los pasos de Holden Caulfield”, nombre del protagonista de El guardián entre el centeno, y visitó los lugares reales que se citan en la novela. Enrique Vila-Matas cuenta que un día vio a Salinger subido a un autobús que cruzaba la Quinta Avenida de Nueva York. Pero tratándose de nuestro autor, y ya metido en especulaciones, tal vez lo viera en el mismo autobús en el que viajaba Justin Horgenschlag, el protagonista de “El corazón de una historia quebrada”, cuento que no está entre los tres inéditos de los que habla Andrea Aguilar con que he empezado esta historia. Este cuento lo tradujo Javier Marías y se publicó en el número 29 de Poesía, en los años 80, una colección de revistas imprescindible para gourtmets literarios, que en aquellos años gloriosos de la Transición publicaba (asombro total, empezaron en 1979, ¡qué tiempos!) el Ministerio de Cultura. En su introducción, Javier Marías menciona veintidós cuentos más que Salinger publicó en revistas y que están reunidos en dos volúmenes, The Complete Uncollected Short Stories of J.D. Salinger –que el autor de Corazón tan blanco adquirió en Nueva York– en los que no constan el nombre de la editorial, ni la fecha, ni el copyright, por lo que, según Marías, se trata de un libro fantasma.  Y como tal cuento fantasma he creído muy oportuno mencionar hoy aquí, en esta página para amigos, como corresponde a la talla del escritor del que estamos hablando.

Para el lector curioso que quiera bucear en el universo de J.D. Salinger, sus libros tienen conexiones entre sí, y es una delicia ir descubriéndolas. Además de El guardián entre el centeno, su mundo está resumido en Nueve cuentos, Franny y Zooey, Levantad, carpinteros la viga maestra  y Seymour: una introducción.

Salud y feliz lectura. Hasta el próximo jueves, 12 de diciembre.

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Miguel Munárriz

Ayer fue miércoles
toda la mañana

He decidido salir a la palestra cada jueves. Este blog se llama “Ayer fue miércoles toda la mañana”, en honor al poeta Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), que escribió este poema que comienza con ese verso y que en el siguiente le da la vuelta: “Por la tarde cambió: se puso casi lunes”.

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