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LA MEMORIA LITERARIA

05 de febrero de 2015
por Miguel Munárriz
0 Comentarios

Lo he contado en más de una ocasión. Con Emilio Alarcos Llorach tuve una relación de mucha cordialidad, claro que con él no podía ser de otra manera porque su temperamento cordial y afable y su bonhomía lo propiciaban. Josefina Martínez, su mujer, siempre contribuyó a ello, y con Ángel González y Susana Rivera pasamos momentos inefables en el Restaurante Casa Conrado, en Oviedo. Alarcos siempre dijo sí a todo lo que le propuse: presentaciones de libros, participación en mesas redondas o conferencias, prólogos o epílogos. Mi agradecimiento, por tanto, es infinito, por eso lo recuerdo ahora con esta entrevista que le hice en su casa, hacia 1993, y que me publicó La Nueva España. Su carácter irreverente está patente desde el titular de esta charla que él convirtió en una fiesta.

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Entrevista a Emilio Alarcos Llorach, miembro de la Real Academia: 

«LO MEJOR  DEL SIGLO DE ORO ES SHAKESPEARE»

«El primer libro importante que leíamos, y por obligación, era el Quijote«. Emilio Alarcos habla en plural al referirse a las lecturas que compartía con los de su generación. Después, cuando su memoria se va acercando más al presente utiliza la primera persona del singular: «En el Ateneo de Madrid», dice, «uno leía de todo, hasta El capital, de Marx, que por cierto no había quién se lo leyese». Su humor es inagotable, y durante el tiempo que dura la conversión, el profesor Alarcos va dejando caer con inteligencia una suave e insistente ironía; es capaz de manejar la charla entre bromas y veras y uno, al salir de su casa, se lleva la impresión de haber recorrido un itinerario vital largo y complejo, pero que, acompañado de la cordialidad sin límites de don Emilio, parece un corto paseo en primavera.

De niño leyó, como todos los niños, tebeos. En el colegio, la lectura más antigua que recuerda es Ivanhoe, de Walter Scott, pero, realmente, las lecturas que podríamos considerar más «serias» comienzan más tarde, durante el bachillerato. Tuvo la suerte de encontrarse con la importante biblioteca de su padre y uno de los primeros libros de aquellos años fue el Quijote de Avellaneda. «Lo llevaba al instituto», recuerda sonriendo, «para leerles los pasajes escabrosos a los amigos, porque es más escabroso que el de Cervantes».

Ángel y Emilio
Con Pepe Caballero
Con Carlos Bousoño

De su Valladolid natal recuerda las aburridas clases de Ciencias Naturales, «teníamos un profesor que nunca nos suspendía y nunca preguntaba la lección; sacaba a unos cuantos y les hacía leer unos párrafos del libro y preguntaba: «¿Cuál es la palabra esencial?», y a base de eso, él hablaba. «De modo que nos turnábamos para que siempre hubiese alguien en clase y nos íbamos a remar al Pisuerga, nos subíamos a una barca y mientras uno de los amigos leía, otro se encargaba de remar». «Otro de los recuerdos es el de estar leyendo El malvado Carabel, de Wenceslao Fernández Flórez, cuando llegaron las Brigadas italianas a Valladolid, en febrero del 37″. Ese recuerdo está inseparablemente unido a la suspensión de las clases y a la figura de Tovar, «que sabía lenguas», encaramado a la estatua de Colón, «vestido, naturalmente, de falangista, y arengándoles en italiano». A partir de ahí, el adolescente Alarcos se va depurando y leyendo muchas obras, «unas por obligación -que terminan por gustarte- y otras por devoción».

Su padre va comprando los libros que se publican de los poetas de la Generación del 27 y él los lee con 14 o 15 años. En su casa encuentra primeras ediciones de Dámaso Alonso y Gerardo Diego, que además eran amigos de su padre. «Con esa edad me aficioné a las lecturas poéticas». Lorca, Alberti, Salinas y Guillén, y entre tantos volúmenes le pregunto si se clasificaban, pero en aquella casa nadie tenía espíritu bibliotecario: «No, no era una biblioteca ordenada, donde uno sabe dónde está todo, era un poco como los Alarcos: indisciplinados». Ahora también le pasa a él con la suya: «El año pasado necesité a Gracián y no lo encontré, así que terminé comprándome otro».

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Con 17 años recuerda que los que le tuvieron más ocupado fueron los del 98, «especialmente Unamuno que nos presentaba esos problemas de la muerte». Algo después, hacia el año 40 lee a Miguel Hernández, «fundamentalmente El rayo que no cesa.  Vicente Aleixandre nunca me llegó a interesar del todo; era demasiado deslumbrante y rimbombante». A través del suplemento poético Albor, de un diario de Pamplona en el que habían publicado poemas a su amigo Manuel Alonso Alcalde, leyó por primera vez a un poeta que firmaba Blas de Otero, que le envió parte de lo que sería Pido la paz y la palabra. «Luego le mandé el trabajo, le gustó y tuve la ocasión de conocerle aquí, en Oviedo, en 1956, invitado por el SEU a dar un recital. Estaba lleno de estudiantes. Por allí estábamos el profesor Martínez Cachero y algún otro, pero los catedráticos se asomaron para ver lo que pasaba y se largaron. A los pocos días salió un artículo en La Nueva España con este titular. «Lo que no se ha dicho de Blas de Otero»; leído ahora se le ponen a uno los pelos de punta, era espantoso».

Si uno le pregunta a Emilio Alarcos por los libros que ha leído se da cuenta de que uno es un ingenuo y de que tendría que haber hilado más fino, haber intentado reducir sus recuerdos a media docena de autores, a lo sumo, pero luego se da uno cuenta de que todo eso no importa porque el placer de escucharle se triplica y uno se siente acunado por la profundidad de su voz y por  su inmensa sabiduría, que es más sabia, si cabe, porque Alarcos no alardea de ello. Le digo que me defina a Baroja con una frase, y dice: «El único del 98 que no se disfrazaba de nada». Y habla de Baroja, de su sencillez y rotundidad. «Decía siempre lo que le daba la gana y no se casaba con nadie, la prueba de ello es que se quedó soltero».

¿Y el teatro español del siglo de Oro?, le pregunto al profesor. «Ahora que no nos oye nadie», dice bajando la voz, «se le cae a uno de las manos; no sé si me van a reñir los clasicistas pero, en mi opinión, lo mejor del siglo de Oro es Shakespeare…, después, pues sí, Calderón, Lope, pero no tienen la consistencia de Shakespeare». Pido que me haga un repaso por los grandes autores y sus obras, que de una manera tópica, rescate algunas con las que se quedaría para siempre, y empieza por Cervantes, para seguir con Goethe y su Fausto, Rabelais, Dostoieski, el Ulises de Joyce, los poetas franceses hasta Valery…, ¿y del siglo XIX español?: «Galdós es un mundo aparte. La capacidad de creación  y de resurrección de una vida social como la de ese siglo está en los Episodios nacionales; leyéndolos, tiene uno una idea más clara de lo que fue la intrahistoria de la España del XIX que leyendo cualquier manual». De La Regenta piensa que está más construida que cualquier novela de Galdós, «a pesar de que la escribió mandándola a trozos a la editorial», dice, y tocándose la frente con el dedo índice, añade: «Pero es que la tenía aquí, en el culo, como decía aquel alemán».

Sus poemas en Luna…
Siempre sonriente

Al día siguiente de su fallecimiento escribí este artículo en la sección de Cultura de El Mundo, que mi jefe en «La Esfera» y mi amigo desde entonces, Juan Carlos Laviana, me ha mandado.

Adiós a todo aquello

 A Emilio Alarcos le llamábamos don Emilio aunque sin distancia, porque a don Emilio le hablamos siempre con el cariño con el que él nos trataba. Don Emilio fue una persona combativa, no sólo en su oficio de lingüista y de crítico literario, sino también en su postura civil.

Hace muchos años participó en una lectura poética de Blas de Otero cuando los adictos al régimen se rasgaban las vestiduras por hablar en público de semejante rojo. Escribió los mejores libros sobre él y sobre otros poetas, y nos descubrió a Angel González, con quien le unió una larga amistad.

Él mismo fue un poeta silencioso y satírico que en noches de alegría recitaba sus versos con voz ronquísima y armónica, o imitaba a Oliver Hardy y Stan Laurel (el gordo y el flaco), de los que tanto sabía, y participaba en conferencias o presentaciones de libros siempre que se le pedía. En diciembre tuve la suerte de estar con él de nuevo, sin imaginar que sería el ensayo de una despedida. Decirle adiós es recibir un duro golpe vallejiano, al que también nos enseñó a leer.

UN HÉROE DE NUESTRO TIEMPO

29 de enero de 2015
por Miguel Munárriz
0 Comentarios

En el año 2011, estando ya al final de mi mandato como Delegado del Principado de Asturias en Madrid, me llamó Marifé Santiago, a la sazón directora del Departamento de Educación y Cultura del gabinete del presidente Rodríguez Zapatero, para hablarme de Ángel Gutiérrez, personaje indispensable del teatro, sobre todo en Rusia, aunque en aquellos momentos dirigía el teatro Chéjov en Madrid. Marifé Santiago, mujer fundamental en el ámbito de la cultura -poeta, narradora, doctora en Filosofía y profesora de Estética y Teoría de las Artes en el Instituto Universitario Alicia Alonso de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid- me puso en antecedentes sobre Ángel Gutiérrez porque, además de ser paisano mío, contábamos con la oportunidad de estar en el año dual España-Rusia. Había, pues, que hacer un homenaje a quien había sido tan importante para la cultura rusa y que tanto había hecho por las relaciones culturales ente ambos países. Sobraban los motivos: Asturiano universal. Niño de la guerra en Rusia. Maestro del Teatro. Catedrático emérito de interpretación en la RESAD. Heredero y transmisor del método Stanislavsky en España… Así que nos pusimos manos a la obra y organizamos en la Delegación una jornada de homenaje a Ángel Gutiérrez, en la que participaron también el embajador de Rusia en España, Alexander I. Kuznetsov y el director de la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), Ángel Martínez Roger.

Marifé me presentó a Ángel y los dos quedamos en vernos unos días antes del acto porque en mi intervención yo quería resaltar el drama de un niño que se despierta una mañana aterrado bajo las bombas en una guerra inútil, levantada por un general más inútil aún. Nos vimos, le hice mil preguntas y de la conversación salió este texto que leí entonces como prueba de mi gratitud a una vida dedicada a los demás.

Ángel hace unos años…
Pintueles (Asturias)
… y en 2011

ESPAÑA-RUSIA A TRAVÉS DE UN SOLO HOMBRE…

…o LA FELICIDAD ES ESTAR DESCALZO SOBRE LA HIERBA

Cuando tenía seis años, a Ángel Gutiérrez le gustaba subir a la montaña con Mariano, un pastor de ovejas. Era un tiempo en el que la felicidad se parecía a estar descalzo sobre la hierba. En septiembre de 1937 arrancan a Angelín Gutiérrez de su pueblo, Pintueles, y durante un mes vive en un orfanato de Gijón con dos de sus tres hermanas. Él recuerda que enfermó del shock. Fiebre y bombas. En octubre los reúnen en un patio, les dan un número y una bolsita de cacahuetes y por la noche los llevan a todos al muelle en donde les espera un gran barco de carga. Ángel recuerda con nitidez los llantos de las despedidas, pero a ellos ningún familiar los acompaña. La madre de los tres niños trabaja día y noche en un hospital y al padre lo han fusilado. Suben a los niños en grupos al barco. La hermana mayor –solo un año más que Ángel-, pone sus pies en la cubierta, pero la otra, -con solo cinco años- queda retenida en el muelle. Es demasiado pequeña y no puede ir. La arrancan de sus brazos y la llevan a un hospicio en Oviedo, en el edificio que muchos años más tarde sería el Hotel de la Reconquista. El poeta Ángel González contaba que por los ventanales de ese hospicio veía a las matronas amamantar a los pequeños huérfanos.

El barco zarpa desde el muelle de Gijón. Ángel oye llantos y gritos de mujeres y también la melodía de un tango cuyas notas se escapan por una ventana: “Silencio en la noche, ya todo está en calma”. Al niño Ángelín le sube la fiebre y ya no le abandonará hasta llegar a San Petersburgo, entonces Leningrado. Allí los reciben con banderas, con globos y con flores, y aquel niño febril y hambriento dice descubrir el amor en el calor de las mujeres que le abrazan y que le endulzan con caramelos. Pero la felicidad dura poco; tras dos años de internado llevan a su hermana a Ucrania y nunca más se volverán a ver.

En 1941 Ángel Gutiérrez vive el cerco de Leningrado y trabaja haciendo fortificaciones; de nuevo el hambre y un viaje entre ventiscas a los Urales, un largo mes por la estepa blanca, a 42º bajo cero. Pero dos años después, comenzará una nueva etapa en la que estudia y termina la escuela. Aunque sus preferencias están más cerca de la pintura y de la música, para continuar su formación elige Dirección Teatral. Ángel tocaba ya el piano porque en Leningrado le habían llevado a círculos culturales donde descubren su vena musical al verle tocar tímidamente las teclas de un piano, y ya en Moscú recibe clases de armonía y contrapunto con el director de la orquesta del ballet Bolshoi. Ángel saca matrículas de honor y con 23 años consigue su primer trabajo en Taganrog, la ciudad natal de su admirado Chéjov en donde le invitan a dirigir el teatro que lleva el nombre del gran dramaturgo. Allí pasa tres años y en 1956, muerto ya Stalin, vive la época del deshielo político. Tras el XX Congreso del Partido Comunista Soviético salen a la luz algunos de los horrores del stalinismo y los jóvenes leen más y critican al régimen y, como pueden, se van liberando de tantos años oscuros.

Puerto Gijón 1930
La estepa rusa
Stalin

Ángel Gutiérrez y Andréi Tarkovski se conocen en 1957. Trabajan juntos y Ángel actúa en el filme El espejo. Son tiempos de creación y descubrimientos, y con el filósofo asturiano Dionisio García, otro niño de la guerra que no regresó, se enzarzan en eternas disquisiciones sobre el sentido de la vida, sobre la misión del artista en la sociedad, sobre cómo salvar al mundo de la opresión. Ideales que continúan vivos en el corazón de Ángel Gutiérrez.

En 1967 viaja a España y en Hendaya conoce a su madre y a su hermana mayor que se había quedado con ella, pero vuelve a Rusia y no será hasta 1974 cuando regresa definitivamente. Hasta entonces su vida transcurre entre el teatro, el cine y la escritura de un guión sobre el destino y la odisea de los niños españoles de la guerra, que nunca pudo librar de la censura rusa. Se titulaba “A la mar fui por naranjas”, que es el primer verso de una canción popular asturiana, y que era el primer obstáculo con que se encontraba la censura al no entender nada. La primera estrofa de la canción dice así: “A la mar fui por naranjas/cosa que la mar no tiene/¡ay, mi dulce amor!,/ ese mar que ves tan bello/es un traidor”. Ángel Gutiérrez cree que la censura no actuaba así llevada solo por su celo a todo lo que no comprendía o que interpretaba que no era bueno para el régimen. Ángel estuvo diez años luchando para conseguirlo y supo mucho más tarde por los propios censores, a los que naturalmente ya conocía y hasta le apreciaban, que quien había estado en la sombra, en contra de que su proyecto viera la luz, había sido Dolores Ibárruri.

Contar lo que vivió Ángel a su regreso a España y hablar de su importancia como director teatral no me corresponde a mí. Como ven, la vida de Ángel Gutiérrez es una oportunidad para que un escritor la novele o un autor teatral la ponga un día sobre el escenario, a no ser que él mismo esté escribiendo sus memorias. A los que les haya despertado la curiosidad con el origen topográfico de nuestro héroe le diré que el pueblo de Ángel, Pintueles, está a los pies de la sierra del Sueve, es decir, que pertenece a la Comarca de Picos de Europa. Y por si acaso alguno le apetece esta primavera hacer una excursión siguiendo sus pasos, le diré que desde Oviedo se va por la Autopista A-64, en dirección Santander, y en Lieres, se debe tomar la Nacional 634, hacia Nava-Infiesto. Poco antes de llegar a Nava, conocida como la villa de la sidra, hay que entrar en la Comarcal-255, dirección Villaviciosa, y a solo 50 metros, un desvío les dejará en Pintueles, próspera localidad de unos 200 habitantes, en donde un otoño, hace ahora 87 años, el guaje Angelín correteaba en su Arcadia tras las ovejas, descalzo y feliz sobre la hierba, ajeno a la vida que le aguardaba.

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Con Ángel en la Delegación (a su derecha Marifé Santiago)

POESÍA Y TODO LO DEMÁS

22 de enero de 2015
por Miguel Munárriz
0 Comentarios
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Porque ese cielo azul que todos vemos/ni es cielo ni es azul…

 

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Los poetas Bartolomé (dcha.) y su hermano Lupercio

Empezaremos con poesía. Con un soneto que me gusta mucho, atribuido a Bartolomé Leonardo de Argensola  (Barbastro, siglos XVI-XVII) en el que habla de la belleza fingida de una mujer que usaba cosméticos (afeites). En este poema se hace mención al engaño a los ojos, a la imprecisión de los sentidos y a las falsas apariencias de la naturaleza. Los tres últimos versos son de una belleza y una precisión contundentes.

A UNA MUJER QUE SE AFEITABA Y ESTABA HERMOSA

Yo os quiero confesar, don Juan, primero:

que aquel blanco y color de doña Elvira

no tiene de ella más, si bien se mira,

que el haberle costado su dinero.

Pero tras eso confesaros quiero

que es tanta la beldad de su mentira,

que en vano a competir con ella aspira

belleza igual de rostro verdadero.

Mas, ¿qué mucho que yo perdido ande

por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos
ni es cielo ni es azul. ¿Y es menos grande
por no ser realidad tanta belleza?

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El poeta y escritor Javier Cellino ha publicado su última novela, La escuela del italiano (Ediciones Oblicuas, 2015) en la que yo he tenido el honor de participar escribiendo el prólogo. El director del suplemento de cultura de La Nueva España, Francisco García Pérez, elogió esta novela, lo cual, para cualquier escritor que vea al fin publicado su libro, es muy de agradecer. García Pérez (Oviedo, 1953) es Doctor en Filología, catedrático de Lengua Española y Literatura, escritor y periodista -ha sido dos veces galardonado con el Premio de la Crítica al columnismo- y un experto en la obra de Juan Benet. Todas son buenas razones, además de la ironía con que afronta la vida, para conocer solo un poco la solvencia de este decano de las letras en Asturias.

CRITICA A CELLINO

Página de La Nueva España

 UNA MAGNÍFICA NOVELA DE PERSONAJES

Prólogo a La escuela del italiano

Javier Cellino escribe desde que no sabía que su destino era precisamente ese, el de ser un escritor. Siendo yo un niño de unos 12 años me dijo que iba a escribir una novela que se titularía De entre las cenizas. Desconozco si lo llegó a hacer o si su argumento lo transformó más tarde en otra de sus creaciones. He dicho que es escritor porque Javier Cellino escribe desde siempre novelas, escribe en revistas y periódicos y también escribe poesía, que creo que es su auténtica pulsión literaria. Y lo mejor de todo eso es que puede disfrutar de sus libros, premiados y publicados.

Con La escuela de El italiano se adentra en una búsqueda identitaria que él tiene desde siempre alojada en su cerebro porque recurre a algunos rasgos de familia –Italia, Valladolid, artes plásticas, apellidos– sin que eso signifique, en absoluto, que los personajes o la historia sean autobiográficos, nada más lejos. Lo que hace Cellino, como buen escritor que observa su alrededor, es nutrirse de elementos que va colocando aquí y allá a medida que le encajen mejor en la historia. Imagino que podría tener suficiente carrete para un día tirar del hilo y construir una historia novelada, con tintes de saga familiar entre finales del siglo XIX y primera treintena del XX, que ahí le dejo a modo de propuesta para cuando quiera meterse en una obra de largo aliento.

La Escuela de El italiano es una novela realista, cuyo ritmo sostiene un equilibrio a lo largo de toda la lectura que la hace elegante y sobria. Mantiene en capítulos cortos dos historias paralelas que van creciendo en intensidad, de tal forma que en su transcurso el lector empieza a comprender el por qué una portera, llamada Aura, va escribiendo en un diario lo que  ocurre en la escalera de aquella casa señorial de un Valladolid entre 1951 y 1953, es decir, cuarenta y tres años antes de que el protagonista, Rafael Cruz, conozca una noticia sobre su vida que le ayudará a comprender su pasado. Con el leit motiv de un cuadro titulado La oscuridad, Cellino ha escrito una historia de personajes interesantes: Rafael, Sara, el Prior, Otto, Julián, Natalia, y un misterioso Jaime Aguirre, dibujados con mano maestra, que quedarán en el recuerdo del lector. Cuántas veces hemos dicho que la novela, a partir de 1975 –salvo Pijoaparte y poco más–, no ha construido muchos personajes que pervivan tras la lectura, como ocurría con los decimonónicos de Ana Ozores, Fortunata, o los más entrados en la primera mitad del siglo XX, como el antihéroe de J.D. Salinger, Holden Caulfield.

La escuela de El italiano es un fresco en el que el autor combina con éxito el amor, el arte, la amistad y los acontecimientos diarios de la historia reciente. Hay también un misterio, en lo que se refiere al descubrimiento de hechos vitales desconocidos, y una sabiduría en el manejo de los diálogos, inteligentes y perspicaces, entre los que se entrecruzan la pintura y la psiquiatría (no es gratuita la cita de Goethe que encabeza el libro: “La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma”), entre Rafael, el protagonista, Fray Pedro, el prior de un convento de Redentoristas e importante personaje en la historia; Julián, el rector de la universidad, y Sara, eje fundamental en la vida de Rafael. Todo esto, unido a los capítulos de la portera Aura, con su gracejo popular, y ajena por completo a la importancia capital de su relato, conforman un universo inolvidable.

La escuela de El italiano es, para mí, una de las mejores novelas de Javier Cellino, cuya escritura depurada, en su cadencia seguramente pasada por el filtro de la poesía, tan cara al autor, deja constancia este arranque magnífico con el que dejo paso al lector, al que espero haberle abierto el apetito:

No mentiría del todo si aseguro que, cuando salió de la librería de Otto —a pesar de que su vestimenta era la habitual: unos pantalones vaqueros y una chaqueta de pana marrón con coderas del mismo color, y ese tipo de camisas a cuadros que acostumbraba a usar a diario—, el psiquiatra Rafael Cruz se había convertido en otra persona.

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ARTE. EL AURA DE LOS CIERVOS

MIGUEL ÁNGEL BLANCO /MUSEO DEL ROMANTICISMO (Hasta el 1 de marzo)

GRUPO MUSEO

Ruth, Miguel,Itziar, Palmira, Miguel Ángel, Berna y Máximo.

El pasado domingo nos esperaba una mañana gozosa. Berna González Harbour e Itziar de Francisco nos convocaron en el Museo del Romanticismo (calle San Mateo, 13) para presentarnos a Miguel Ángel Blanco, quien nos iba a hacer de cicerone de su exposición «El aura de los ciervos».  Allí estábamos, además, con Palmira Márquez, Máximo Gutiérrez y Ruth de las Heras (en la foto intentamos colocar nuestras cabezas ante las metopas de madera). Fue toda una experiencia que el artista se adentrara en el sentido de su obra y rememorara con pasión el proceso creativo. Después, en la más que agradable comida que celebramos en Bosco de lobos, el restaurante-biblioteca del Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM), tuvimos oportunidad de conocernos mejor y conocer el proyecto que Blanco está culminando para noviembre de este año y que promete ser una exposición atractiva y, seguro, multitudinaria.

He rescatado de la página del Museo estos fragmentos sobre la exposición:

«Una exposición de Miguel Ángel Blanco en la que la creación contemporánea convive con obras del Museo del Romanticismo, para evocar en el espectador una imagen mítica de la naturaleza. El artista parte de un grabado de Fernando Brambilla perteneciente a la colección de este museo junto a otras piezas de temática relacionada con un animal tan emblemático como el ciervo y las pone en relación con ocho libros-caja de su Biblioteca del Bosque.

El grabado de Fernando Brambilla Vista del Real Palacio de Riofrío tomada entre el Norte y Levante, con relámpago (foto del centro en blanco y negro) que se conserva en el Museo del Romanticismo, ha servido de base para realizar una selección de obras pertenecientes a la colección del museo que reflejan la fascinación por un animal con una carga simbólica ancestral y dan idea de las distintas facetas que tuvo en el período romántico su representación artística.

Cernunnos
F. Brambilla (1832)
Metopas y cornamentas

Estas obras se muestran junto a ocho libros-caja de Miguel Ángel Blanco pertenecientes a su Biblioteca del Bosque, siete de ellas realizadas ex profeso para la muestra. La exposición culmina con una instalación que escenifica la liberación del aura de los ciervos, utilizando metopas y cuernas procedentes del Museo Nacional de Ciencias Naturales, complementada por una intervención sonora que reproduce el entrechocar de las cornamentas y la berrea, convocando el misterio de la expansión del sonido en la naturaleza».

De Miguel Ángel Blanco ya di noticia en el post: «De fotos, arte, frases, recuerdos y olvidos», el 3 de abril de 2014, a propósito de su intervención en el Museo del Prado.

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  VA PENSIERO, UN LIBRO-JUEGO A TRES BANDAS

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Y acabamos con poesía. La de Va pensiero, un libro que ha editado Tito del Muro para Legua editorial y del que soy tan irresponsable como Julio Estrela, que lo hermoseó con sus fotografías, y como Luis Eduardo Aute, que cantó una canción en su estudio de pintura y que hemos introducido en el libro. Va pensiero es un libro que también juega con las palabras y persigue una intencionalidad política, social, amorosa. En el fondo es un cúmulo de ocurrencias que un día encontré escritas por un alter ego y que cuando las he vuelto a leer más me han parecido al autorretrato de un desconocido. Luis Eduardo Aute escribió este MICRÓLOGO para el libro:

La cosa es jugar, seguir jugando al juego de sacarle el jugo a las palabras, arrancarles el yugo que las atenaza y amenaza, amén de desnudarlas, desanudarlas del nudo que las ata y ataca…

La cosa es jugar extrayendo el jugo del ego del propio juego de palabras con palas de sueños sin dueños. Todo sea para que la palabra abra sentidos y sentimientos amuermados bajo un mármol de marmotas durmiendo en literas de aséptica literatura.

Va pensiero, de Miguel Munárriz, va en sentido contrario, com-pensando pensamientos lúdicos, lúcidos, con contrasentidos siempre sentidos mas no consentidos. Un indudable alarde de alas que arden desde las palabras más dudables…

Así también, Julio Estrela juega con imágenes que son como imanes de su imaginación. Juegos de espejos y espejismos sutiles, incluso a veces brutiles… que utiliza con desparpajo de párpados visionarios e invisibles, indistintamente, mas siempre distintos.

La cosa es jugar, jugar… mas nunca juzgar.

AUTE GRABA

Estrela graba la canción para Va pensiero

Bien, pues Va pensiero lo pondremos en marcha el día 29 con una fiesta en Factoría de Arte y Desarrollo donde brindaremos por la poesía con un cóctel Golden Autum, un cóctel con el que el editor del libro va a emular a Chicote y a Joaquín de las Muelas juntos. Aquí va este adelanto del libro:

EL CLUB DE LOS POETAS MUERTOS                                                     HE CUMPLIDO LOS 60:

Mi agenda 30 años después                                                                           ya soy un exsimbol

………                                                                                                                       ………

PATRIA O MUERTE                                                                                       CUBA 2.0

Propongo apátrida y vivo.                                                                                Se cayó el sistema

 

 

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Hace un tiempo, Luis Eduardo Aute nos escribió este poema en el que juega con las palabras. Ahora lo cuelgo aquí para decirle que el amor es mutuo.

enamoraDOS PASSOS

AUTE ESTUDIO

Aute en su estudio, corrigiendo pruebas para un libro

A dos passos del espejo,

en el reflejo,

mirándome os veo,

amaDOS PASSOTASS.

Fdo: Luisardo

 

Salud y hasta el jueves, 29.

LAS NOCHES DEL NADAL Y TARTINI

15 de enero de 2015
por Miguel Munárriz
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LA NOCHE DEL NADAL

En Dos Passos comenzamos bien el año. El 6 de enero Palmira y yo acompañamos a José C. Vales y a su mujer, Belén Bermejo, a Barcelona- porque en el transcurso de una cena en el Hotel Palace, y hacia las 11,30 de la noche, se desvelaría el nombre del ganador del premio más prestigioso de las letras españolas: el Nadal. Fue una cena cargada de suspense en la que los comensales nos manejábamos entre el pescado y los pseudónimos, la xocolata del postre y el ¡tachán! del nombre del premiado de la 71ª edición del Premio. A la hora prevista, la presentadora del acto abrió el sobre y resultó ganadora la novela Cabaret Biarritz, del escritor, José C. Vales (Zamora, 1965). Se levantó el autor y una cohorte editorial lo llevó en volandas al estrado, perseguido por la marea de flashes. Allí, y en cuanto contó de qué iba su novela, se percibió el interés por leerla, sumado al interés que suscitó el propio autor, traductor, licenciado en Filología Hispánica y especializado en Filosofía y Estética de la Literatura Romántica. Vales diría después a la prensa que Cabaret Biarritz retrata un acontecimiento ocurrido en la ciudad francesa a través de los recuerdos de una treintena de testigos que participan en una investigación sobre unos crímenes que han ocurrido en 1925; personajes tan variopintos como aristócratas, buscavidas, prostitutas, criados. El mediador de todas estas voces es un periodista y los testigos de los sucesos investigados son todos esos personajes que «no siempre dicen la verdad, aunque el único que lo sabe es el lector, porque es el único que sabe que se trata de una novela». Los alegres años veinte, «cuando el mundo salía de una verdadera catástrofe y la gente quería beberse todo el champán posible», resultan interesante para el novelista, porque está poblado de gentes que «aprecian en todo su valor la libertad y la pasión», entre ellas «mujeres que deciden ser valientes y libres». Vales fue contando todo esto y más a los medios de comunicación que lo tuvieron secuestrado todo el día siguiente. La noche del premio había hecho un adelanto, con varios comedores repletos de comensales que asentían y sonreían ante la promesa de una lectura que se podrá materializar a partir del 3 de febrero, cuando la editorial Destino ponga el libro en los escaparates de todas las librerías. ¡Qué ganas de leerlo!, exclamó Ignacio Vidal-Folch, sentado a nuestra mesa. Cerca de él estaba el hijo de Ana María Matute, a quien el maestro de actores José María Pou homenajeó leyendo unas páginas de Primera memoria (Premio Nadal, 1959).

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José C. Vales con el galardón del Premio. Efe.

José C. Vales triunfó aquella noche como un torero -sin plaza- (recuérdese que toreaba en Barna y allí reconvirtieron la plaza de toros en un centro comercial), y fue vitoreado hasta por los más graves del lugar y alrededores, léanse Artur Mas, Xavier Trias, José María Lasalle y demás capitostes que ante la magnitud de la prosa valesiana doblaron la cerviz como buenos anfitriones de la cosa. El jurado (Lorenzo Silva, Andrés Trapiello, Clara Sánchez y Germán Gullón), se portó bien, quiero decir que leyó bien y premió bien y elogió bien y descubrió una voz literaria que solo conocían unos pocos miles de buenos lectores que se emborracharon con la magia de su primera novela, El pensionado de Newelke, a la que el autor, en un rapto de modestia suele referirse como «un cuento de fantasmas» y que seguramente es una de las novelas que no le dio tiempo escribir a Wilkie Collins.


El autor y su agente; solo y con su compañera. Fotos de Ludovic Assémat, foreign rights de Dos Passos

LA NOCHE DE GIUSEPPE TARTINI

Ernesto Pérez Zúñiga vivió el pasado diciembre una de las experiencias más emocionantes, gracias a su novela La fuga del maestro Tartini (Alianza, 2013), ganadora del XXIV premio Torrente Ballester, «una novela que traslada al lector a los lugares sagrados de la memoria y su incisiva nostalgia a través de la vida de Giuseppe Tartini, uno de los más importantes músicos del siglo XVIII, y autor de la sonata conocida popularmente como El trino del diablo», en palabras de Benito Garrido.

Zúñiga fue invitado a Pirano (Eslovenia), cuna del músico, y según me contó él mismo, «Fue como vivir la continuación de la novela, que empecé a buscar en aquel mismo lugar en el verano del 2006. La ciudad era la misma pero, a diferencia de los viajes anteriores, esta vez la ciudad me estaba esperando». La presentación se desarrolló el día 8 de diciembre de 2014. A partir de la media noche, Ernesto iba a cumplir 43 años. La novela la había comenzado con 35.

VISITA PIRANO

Vista nocturna de Pirano

La escritora Beatriz Rodríguez, (La vida real de Esperanza Silva. Casa de Cartón, 2014), me envió las fotografías que acompañan este texto. Así cuenta el autor aquella experiencia:

«Me había invitado Franco Juri, un humanista extraordinario, director del Museo de la Ciudad, primer embajador de España en Eslovenia, escritor y caricaturista. Nos alojaron en una suite del hotel Tartini, en el mismo hotel donde me había alojado otras veces, en habitaciones sencillas. Esta vez, gracias a la cortesía de la directora del hotel, nos esperaba una gran habitación con vistas al mar y a la plaza ovalada donde se levanta la estatua del músico, junto al puerto y la casa donde vivió Tartini y donde hoy está el museo en el que me había quedado tantas veces mirando los manuscritos de Tartini, su violín y su máscara mortuoria.

Crtomir Siskovic
El libro en el Museo
Juri y Ernesto

Franco Juri nos llevó, el día antes de la presentación, a cenar en el restaurante maravilloso que han abierto en la planta baja de la casa, donde estaba el pozo del agua que bebía en su infancia el protagonista de la novela. Allí comimos un pescado excelente y probaríamos por primera vez el vino malvasía que nos iba a acompañar durante toda la estancia.
Al día siguiente, por la mañana, me recibió el Alcalde de la Ciudad, Peter Bossman, y me dijo lo especial que era para ellos que un escritor escribiera sobre Tartini y Pirano. Yo le contesté que una ciudad que tiene por emblema a un músico y no a un guerrero es digna de la belleza memorable de su música.

CHEF

Con el chef

Por la tarde, me esperaban nuevas sorpresas: nada más entrar en el salón de plenos del Ayuntamiento, donde iba a ser la presentación bajo un cuadro inmenso de Tintoretto hijo, encontré al coro de la Comunitâ degli italiani a Pirano, vestido como en la época del músico, que cantó composiciones vocales de Tartini desconocidas por mí hasta el momento. Después de la introducción de la embajadora de España en Slovenia, Anunciada Fernández de Córdova, que tuvo al generosidad de venir, comenzó la charla con Franco Juri, en italiano y esloveno. Una muchacha del coro leía fragmentos de la novela traducidos al italiano ante el público que abarrotaba la sala: escritores, periodistas, especialistas en la obra de Tartini, gentes de Pirano. Y Duska Zytko, gran conocedora de Tartini, y simpatiquísima conservadora del museo de la ciudad.
Al final del acto, me quedé con la boca abierta al ver aparecer a uno de los mejores violinistas del mundo, Crtomir Siskovic, del que tenía varios discos con las sonatas de Tartini. Llevaba en la mano ese mismo violín que tantas veces había visto en la vitrinas del museo, donde ahora también había un ejemplar de mi novela. Interpretó dos sonatas bellísimas e inéditas, que me dejaron destrozado de emoción y agradecimiento.
Para mi asombro, se vendieron todos los libros en español que el Museo había llevado a la presentación.
Luego fuimos a la casa de Tartini y en un gran salón, normalmente vedado a los visitantes, tuvo lugar el convite que había preparado la Comunitâ degli italiani a Pirano. No podía creerlo. Era el mismo salón que tantas veces había imaginado, y en el que había vivido los personajes de mi novela: Giuseppe de niño, su madre Caterina, donde habían tenido lugar todas las tremendas pasiones y rebeldías de su historia. Era mejor que en mi imaginación, con paredes pintadas con frescos antiguos y con aquel coro, que en un momento del convite, se puso a cantar, esta vez, por mi cumpleaños, al que nos estábamos acercando. Cantaron Solamente una vez y canciones tradicionales de Istria, y al terminar me lancé a dar un enorme abrazo a la directora del coro, que me estaba haciendo ese inolvidable regalo, para que lo viviera, como decía, la canción; solamente una vez. Todo aquella noche continuaría viviendo dentro de un cuento, y también hubo sitio para el personaje golfo de la novela, el diablo, tan aficionado al jazz, cuando uno de los miembros se quitó el traje del XVIII y se puso a tocar el piano por Thelonius Monk. El malavasía nos acompañó hasta la madrugada en una taberna escondida del puerto, donde el tabernero no paraba de sacar botellas, y acabó aún mejor que nosotros».

CORO

Coro de la Comunitâ degli italiani a Pirano

 

Y UNA NOCHE MÁS: PREMIO DOS PASSOS A LA PRIMERA NOVELA

Ayer presentamos la novela ganadora del I Premio Dos Passos (Ámbito Cultural, Galaxia Gutenberg y Dos Passos Agencia Literaria). El ganador, entre 1086 manuscritos presentados, fue Roberto Wong (Tampico, México, 1982) con su novela París D.F. Se encargó de hablar con el autor, la periodista y directora de Lectura Sumergidas, Emma Rodríguez.

Roberto Wong colabora con artículos en revistas como Letras Libres y Tierra Adentro en torno a la literatura y el arte. Entre sus textos se encuentran notas sobre David Hockney, Felisberto Hernández y Jean Ferry, entre otros, aunque también ha colaborado con ensayos y divagaciones varias.

Desde hace cinco años mantiene un blog con reseñas de libros bajo la idea que toda crítica es, como apunta Oscar Wilde, una de las formas de la autobiografía. Viajante entusiasta, ha vivido en Londres y en la Ciudad de México y, actualmente, radica en San Francisco.

Roberto Wong ya forma parte de los escritores de la Agencia Dos Passos.

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Roberto Wong por Paul Simcock

 

ASTURIAS IMAGINADA

08 de enero de 2015
por Miguel Munárriz
1 Comentario

 LA ASTURIAS QUE UN TRASTERRADO IMAGINÓ DESDE MÉXICO

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Paco Ignacio Taibo I publicó este libro en 1985, ilustrado por Antonio Suárez, pintor del grupo El Paso. En esos años yo conocí a los dos, pero sobre todo tuve una amistad a lo largo con Taibo, quien cada verano volvía a Asturias. Él y su gran amigo Ángel González se dedicaban a vivir intensamente y a celebrarlo con sus amigos. Disfrutar de una buena mesa con ellos, reírnos de las ocurrencias de cada uno, y del resto de personajes que en la vida ovetense de los años ochenta y noventa contribuían a hacerlo todo más agradable, como Emilio Alarcos Llorach, Juan Benito Argüelles, Lola Lucio, Marcelo Conrado, el doctor Cortina -cardiólogo de Ángel, que le decía, sin éxito: «Puedes beber un buen whisky, pero, ¡no fumes!-, Pimpe, Faustino Álvarez…, era una delicia irrepetible. Antes de que Paco Ignacio publicara Asturias imaginada organizamos en el patio de la casa de Alberto Vega y Paula Granados, en Langreo, una cena muy divertida para enseñarles las pruebas, antes de imprenta, del libro Guía para un encuentro con Ángel González que poco después publicamos los amigos de Luna de Abajo, jóvenes intrépidos que en lo cultural no se nos ponía nada por delante. ¡Menudos emprendedores! En aquella cena memorable, Ángel y Taibo, que entonces tenían 60 y 61 años, respectivamente, rieron y cantaron como niños; Ángel, guitarra en mano ya bien entrada la noche, se arrancó con algunas canciones de tono irreverente -muy irreverente- que nos hacían doblarnos de risa.

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Luis Ríus, Taibo y Ángel en Cuernavaca

El libro sobre Ángel se publicó y volvimos a reunirnos para presentarlo. Lo hicimos por partida doble: la primera en la Caja de Ahorros de Oviedo, en la plaza de la Escandalera, a cuya mesa nos encaramamos los miembros de Luna de Abajo con nuestro ínclito homenajeado, que por aquel entonces había sido invitado por la universidad para impartir un año de clase, en calidad de profesor invitado a petición de Alarcos, a pesar de la oposición de Martínez Cachero, catedrático de literatura española. Aquel día asistimos al feliz reencuentro del profesor y el poeta, puesto que Cachero fue a la presentación y al final se dieron un emotivo abrazo. El día anterior a la presentación me llamaron de presidencia del gobierno de Asturias para preguntarme en calidad de qué debería ir el presidente Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos, a la sazón colaborador del libro con una semblanza sobre el poeta, como muchos otros autores que habían participado (Benet, Gil de Biedma, J.A. Goytisolo, Paco Rabal, etc.). Era una pregunta retórica para que el presidente estuviera también en la mesa, así que yo, radical como era entonces y poco diplomático, necesité un segundo para contestar que podríamos reservarle un asiento en primera fila. ¿Resultado?: no apareció por allí.

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Palacio La Ferrería

La segunda presentación la organizamos unos días después  en el Palacio de la Ferrería, en Nava, a pocos kilómetros de Oviedo, en pleno paraje idílico de bosques de robles que beben las aguas minerales del río Fuensanta. El Palacio tiene  una torre medieval y  está asentado en plena falda de la sierra de Peñamayor, que se eleva a casi 1.200 metros. Ahí pasamos una de las noches más memorables gracias a la generosidad de Carlos Cecchini, a quien llamábamos Bibi, y su mujer, Berta Arias. La convocatoria fue masiva y asistieron todos, incluso poetas de fuera de Asturias que aquella noche se quedaron a dormir en La Ferrería. Bibi y Berta, como perfectos anfitriones, se encargaron de todos los detalles. Carlos había sido un personaje entrañable de la vida ovetense en los años 70 y 80. Campeón de lucha sambo, cuando se casó con Berta, hija de importantes empresarios, se convirtieron en auténticos mecenas de la literatura, la música y el arte. Por ejemplo, sostuvieron unos años a un coro de cámara, al que yo pertenecí, que se llamó Coro La Ferrería; publicaron una antología de poetas asturianos, también un libro sobre La Regenta con artículos de firmas importantes e ilustraciones de grandes pintores. Era un momento dulce para cualquier iniciativa cultural, con Eduardo Úrculo, Gustavo Bueno, Orlando Pelayo, o como fue el caso de Los Cuadernos del Norte, que dirigió Juan Cueto; el nacimiento del premio Tigre Juan de novela o la asociación Tribuna Ciudadana por donde pasaron Rafael Alberti, Jorge Guillén, Mario Bunge y el más largo etcétera que puedo nombrar.

Pero yo había empezado con Paco Ignacio Taibo I y su libro Asturias imaginada y aquí vuelvo. Recupero de este libro el capítulo dedicado a Luna de Abajo y al momento que señalé al principio de la presentación doméstica del libro sobre Ángel que estábamos a punto de mandar a imprenta.

 

Con la Luna de Abajo

(De Asturias imaginada, de Paco Ignacio Taibo)

 

Colectivo artístico-poético, justifica que la Unesco haya señalado a Langreo como el lugar más culto de Europa, en proporción con el número de habitantes.

Luna de Abajo se conforma así: Noelí Puente, Miguel Munárriz, Alberto Vega, Ricardo Labra y Helios Pandiella.

Todos ellos organizaron, diseñaron, editaron un libro que se titula Guía para un encuentro con Ángel González. Para celebrar el libro fui con Ángel a Sama y allí los conocí.

La celebración se hizo en un patio pequeño, con una mesa bien provista y casi tan grande como el patio. Sobre una silla, las revistas y los libros de poesía que Luna de Abajo ya publicó.

La sidra salpicaba sobre los libros y entraba la noche. La mujer de Helios sacó a su hijo muy chiquito para que viera el comportamiento de la cultura asturiana cuando bebe.

Los del patio de junto sacaron sillas y se sentaron, al otro lado de la parte baja, para escuchar. Al final de las canciones aplaudían los del patio vecino.

Ángel y yo estábamos exultantemente felices; era como estar con nosotros mismos, cuarenta años antes.

Pero hay cosas que son diferentes.

Entonces: No cantes tan alto, que nos pueden oír.

Ahora: Que nos oigan en Marte.

Entonces: No digas eso, que nos pueden oír.

Ahora: Digo lo que quiero.

Entonces: No escribas eso, que nos pueden leer.

Ahora: Escribo como quiero.

 

Y no es fácil que Luna de Abajo advierta cómo los dos veteranos maestros gozan con la España de hoy, cómo miran todas las críticas como si los que critican ignoraran la palabra sufrir.

Ángel y yo estamos cantando, en el patio, bajo una luna de arriba que ya se ve clara, por todo lo que los de la Luna de Arriba ni sospechan.

Al fin Noelí nos dice: «¿Fuísteis siempre tan alegres vosotros dos?»

No, siempre no. Antes no nos dejaban.

 

La poesía de Luna de Abajo, en líneas generales, es un poco triste, un poco desilusionada, un poco solitaria. Ángel y yo los perdonamos, sobre todo porque los vecinos del patio vecino aplaudieron mucho la última canción.

Alberto Vega me entrega un libro titulado Memoria de la noche. Son los suyos unos poemas emocionados y tensos, dolorosos también. En uno de ellos afirma:

Amigo, aquí no hay inocentes.

Cada signo es un lazo, cada gesto

algo que se aventura fugazmente

rasgando esta atmósfera impalpable

de recuerdos que serán un día.

Blasfemar desde los márgenes del siglo

o amanecer desnudo y sonriente

a nadie salva:

Está escrito en las cuevas y tormentas,

en las tumbas de los que no eligieron,

en teatros y selvas y banderas…

Somos todos o ninguno los culpables.

 

Un revuelo de angustias me invade en este instante. Pero no hay que ceder. No hemos podido cantar tanto como quisimos en las viejas noches de Sama de Langreo.

– Vosotros sois tan jóvenes.- Y lo dice Noelí,muy sorprendida. Más me sorprendo yo.

Ángel toma la guitarra e improvisa; han sacado botellas, retiraron las fuentes, se olvidan los relojes. Alguien me cuenta que Antonio Suárez se llevó mi equipaje en su automóvil.

– ¡Voy a cantar desnudo!

Por suerte me lo impidieron, ya no está mi cuerpo para venestates.

 

Munárriz es muy alto; tiene una barba a medio sembrar, mira inclinanbdo la cabeza para tener de mí una imagen cercana.

– ¡Estoy entre poetas. Por ellos brindo!

– No nos importe (dice Ángel). Parecemos normales.

La Luna de Abajo ya ha dejado de mirarnos como se mira una reliquia salida del remoto pasado; ya nos quieren y nos besarían sino fuera que…

Ángel y yo estamos tan contentos; la luna está tan alta, el alma es tan,ligera, el vino sabe bien, somos tan jóvenes…

 

Me acerco a Ángel, vaso con vaso, dime Ángel, dime:

– ¿Volverías a vivir lo vivido?

– No, no.

– ¿Querrías ser, de nuevo, joven?

– ¿Para qué? Estoy viviendo juventud de nuevo.

 

Las gentes que separa la pared muy baja, comienzan a cantar. Ya nada nos separa. ¡Qué noche, qué gran noche! -«Pero habrá que partir y salir de la luna». Y me resigno.

 

 Yo también me resigno a no volver a verte, querido Paco. Pero me queda el recuerdo de los días pasados con vosotros, con Ángel y contigo. Por eso hago como tú, escribo Para parar las aguas del olvido.

Grupo Luna de Abajo

Noelí, Miguel, Helios, Ángel, Alberto y Ricardo. Bar El Tope. La Pomarada, La Felguera. Interior noche, 1985

FELIZ NAVIDAD Y MEJOR 2015

25 de diciembre de 2014
por Miguel Munárriz
0 Comentarios

 

Si algún lector entra hoy en el blog quiero que encuentre algo nuevo en él. Aunque solo sea para desearle lo mejor para el 2015 y decirle que volveré con nuevas historias, pasada la Navidad, el 8 de enero, justo el día antes que habrá sido «miércoles toda la mañana».

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EL JARDÍN DE LA MEMORIA

18 de diciembre de 2014
por Miguel Munárriz
0 Comentarios

El 10 de diciembre presenté en el Café La Palma, El jardín de la memoria (Galaxia Gutenberg), la novela de Lea Vélez cuya presentación habíamos previsto para el 28 de noviembre pero que no pudo celebrarse a causa del fallecimiento de Carlos Vélez, padre de la autora. El Café se llenó de amigos con los que compartimos unas horas de agradable charla con chocolate. Allí conté que El jardín de la memoria es la historia de Lea Vélez junto a su marido, George Collinson, enfermo de cáncer. Lea lo cuenta sin dramatismo añadido a la agonía de George, y trufa la narración con otra sobre Francesc Boix, un fotógrafo español en el campo de exterminio de Mauthausen y testigo en el juicio de Núremberg, más un episodio determinante en las vidas de la familia de George en Gran Bretaña, que conoceremos a partir de las cartas de Stephen, su hermano pequeño, que en 1957 morirá de leucemia. El jardín de la memoria es, a pesar de lo leído anteriormente, una novela sobre el amor y la vida, cuya belleza excede todo comentario. Hay que leerla para vivirla. 

 

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Este es el arranque de la novela:

“Tramadol, Ibuprofeno, jarabe para los picores de Richard y crema hidratante. Ya lo tenía todo. Cuando le di la visa al farmacéutico recordé que me faltaba otra cosa.

-Ah, y un certificado de defunción, por favor.

La sonrisa amable del tendero se quedó congelada. Pronto reaccionó y fue a por él. Volvió con un formulario de los que hay que escribir una letra en un recuadro. Me irritan se tipo de papeles. Pensé que por suerte no lo tenía que rellenar yo y sentí un extraño placer por haberlo dejado desconcertado. Él se puso nervioso sin motivo. Yo estaba tranquila, igualmente sin motivo-

-Me han dicho que lo tenga en casa, por si llega la muerte en mitad de la noche –le dije como si él supiera de quién le estaba hablando.

Él asintió como si realmente lo supiera.

Y es que me siento así. Como si todo el mundo leyera en mis ojos lo que pasa. O quizá es que deseo que lo sepan. Evitaría explicar. No suena muy normal que me presente ante los desconocidos diciendo: “Hola, me llamo Lea y mi marido se está muriendo”.

 

 Antecedentes:  Palmira Márquez, agente de Lea Vélez, le escribe este mensaje en 2012

“Lea, acabo de entrar en casa. Había dejado allí tu novela y me encuentro a Miguel emocionado. Lleva 82 páginas y me dice que está absolutamente impresionado, que es perfecta, bella y triste y que no tiene palabras. Veámonos el lunes. Un beso y enhorabuena”.

Han pasado dos años desde que Palmira le enviara a Lea este correo. Ayer, terminando de escribir estas líneas me pareció que había transcurrido demasiado tiempo y se lo pregunté a Lea mediante otro correo, y como estamos inmersos en la novela verité, esto es lo que me respondió: “Si, es alucinante. George murió el 2 de noviembre de 2011. Yo terminé la novela esas Navidades y se la debí enviar a Palmira en febrero de 2012, más o menos. El tiempo, el tiempo, inexorable, el maldito”.

 

 Escribe Lea en la página 55:

“Yo no soy el centro de esta historia. Lo es George. Es su vida. Es su infancia. Es su muerte. Vale, yo estoy aquí, tecleando esto. ¿Valentía? No lo creo. Mi única valentía es la de la lucha contra el pudor”.

Voy a adentrarme ya en este libro que me causó tanta impresión, diferente en esta segunda lectura aunque no menos impactante, incluso mejor, diría, intercalando breves lecturas como muestra de la intensidad del texto. Los que lo han leído les gustará recordar algún pasaje, y los que aún tienen la suerte de leerlo por primera vez, les ayudará a comenzar su lectura esta misma noche.

 

Lea Vélez

Lea Vélez

 

George, Lea, Stephen…

Stephen es el hermano de George y también de Ray y de la pequeña Gilly. Una familia rota por la enfermedad de Stephen, un crío de solo 10 años que en 1957 está en el hospital a causa de una leucemia. Lea rescata las cartas de este niño y las de sus padres, sobre todo de Connie, la madre cariñosa y sufriente que lleva el dolor de su niño enfermo sin remisión y de Tom, su marido, un ser que el propio George tiene en muy poca estima. Lea entra en ese universo infantil que nos llega a través de las cartas, de las dulces cartas de Stephen y de su madre, y en alguna ocasión también de sus compañeros de clase, y crea un clima de magia melancólica como solo sabe hacer un escritor con oficio cuando trata con materiales tan sensibles como los que subyacen en este libro.

 

Página 111. Un emocionante pasaje de la historia de amor cómplice entre George y Lea:

“He visto su cuerpo desnudo, hace un momento en la ducha. Mi marido es un residente de Mauthausen con aroma a jabón de alquitrán y a crema Neutrógena.

-Tienes  la cabeza llena de tumores y no has perdido la memoria, ni la capacidad de hacerme reír, ni el buen humor, ni el amor. Rebosas paciencia, nunca te quejas y eres feliz. Eso es ser un genio, mi amor. Un puto genio de la muerte.

Me aprieta más la mano.

-Nos reconocimos al instante

-Yo temblé por dentro en cuanto entré en el bar y te vi fumando junto a tu guitarra. Quise esconderme de ti.

-Llevabas un vestido blanco.

-No me acuerdo.

-Yo sí. Escapabas de mis ojos y eso me irritaba.

-Tenía miedo de que me gustaras demasiado… y de que no te fijaras en mí.

-Y ya lo ves… dio la casualidad de que sí.

–No es casualidad que haya un violinista en este barco –dije citando al capitán Bligh, el capitán de la Bounty. Esta es otra de nuestras frases familiares.

Le besé. Me estrujé contra su cuerpo.

 

-Es la libertad de la infancia.

-¿Qué?

-Esto. Me muero, os pierdo y extrañamente… me siento feliz. No hay misterios, no hay temores, hay esto y saberlo me hace libre. Es lo que te decía antes.

Le miré emocionada. Él cerró los ojos y dijo:

-Orson Welles sabía de lo que hablaba con aquello de Rosebud.

Me eché a reír. Los dos comenzamos a reír. ¿Dónde voy a encontrar otro genio de la vida que me quiera? ¿Otro que sepa qué demonios es Rosebud, qué significa verdaderamente la frase del capitán Bligh o dónde se busca la felicidad? Michael y Richard entran en la habitación y nos ven reír. Se ponen a jugar en el suelo, con los coches de carreras, sobre la alfombra, junto a esta cama que a los adultos nos parece tremenda y que para ellos es el mejor juguete de su infancia”.

Otra de las frases favoritas de la casa, como dice Lea, es “No hay nada peor que cortarse el dedo con un papel”, y como sé de la querencia de Lea Vélez por la poesía, le recuerdo uno de los poemas de Ángel González que más me gustan:

¿Sabes que un papel puede cortar
como una navaja?
Simple papel en blanco,
una carta no escrita
me hace hoy sangrar.

 

Invitación

Invitación

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dos momentos para sonreír:

  1. La puta metáfora del tigre (lo dice así antes de contarlo con detalle):

“Un oncólogo al que le pedimos una segunda opinión utilizó estas palabras para describir el cáncer de mi marido: “Mire, esto es como si viene un tigre, ¿vale? Nosotros tenemos una pistola y le disparamos. El tigre se marcha herido, pero al poco vuelve. Le disparamos de nuevo, pero la bala no lo mata… y así unas cuantas veces. Al fin nos quedamos sin balas y viene el tigre… y nos come”.

  1. El ecógrafo historiador:

El descubrimiento del ecógrafo llamado Paco Ordóñez, es divertidísimo [En la presentación pregunté por Paco Ordóñez mientras leía este párrafo porque Lea me había dicho que iría, y allí estaba, efectivamente]. Lea, que está escribiendo en paralelo a la historia de George, la de fotógrafo Francesc Boix, durante el tiempo que está preso en Mauthausen, y que al final de la guerra puede testificar en el juicio de Núremberg, nos vuelve a hacer reír. Mientras Ordóñez maneja la máquina de ecografías, ambos mantienen una charla que, en principio quiere ser intrascendente, como es preguntar por el nombre de Lea, de dónde viene o si es un diminutivo, y resulta que se descuelga como un experto en la Segunda Guerra Mundial y en especial en el Juicio de Núremberg. El hombre del ecógrafo, frente al que estaba Lea, “con las tetas fuera. Embadurnadas…” conocía al dedillo la historia de Boix, y tras corroborarla con ella, Lea escribe: “Efectivamente, mi examinador de tetas tenía razón…”.

Pág. 192: “Solo cuando el cáncer amenace el equilibrio del mundo, el hombre encontrará la voluntad para detenerlo. Porque cualquier enfermedad puede curarse si hay interés político y social para ello. Desgraciadamente, el remedio contra el cáncer no entra en los planes de estudio de las escuelas, ni en los programas electorales de los políticos, ni siquiera en las conversaciones cotidianas. El cáncer no apetece. Eso lo sé muy bien. Me he enterado de la peor manera posible”. [El caso de nuestro Ébola es claro].

 Traigo a colación esta historia:

En el último tercio del siglo XVIII, Percivall Pott, un cirujano de un hospital de Londres advirtió un marcado crecimiento de los casos de cáncer de escroto en su clínica. Sus pacientes eran invariablemente deshollinadores, niños huérfanos obligados a trabajar como aprendices en lo alto de las chimeneas para limpiar los tiros de cenizas. El doctor Pott lo describió como una enfermedad que produce una úlcera en el escroto, dolorosa, irregular y de mal aspecto que nunca había visto antes de la pubertad. Tenía claro que no estaba asociada a ninguna enfermedad de transmisión sexual y advirtió que los deshollinadores pasaban horas en contacto corporal con las cenizas y que estas se alojaban en ese lugar en donde entonces, a causa de la escasa higiene, terminaba formando las úlceras. En aquel tiempo había en Gran Bretaña más de 1.000 deshollinadores de menos de quince años, huérfanos que eran entregados a bajo precio “como aprendices” a los maestros deshollinadores. Estos datos, que  habitualmente nos cuenta la historia, tienen también reflejo en la literatura que a veces nos presenta con toda crudeza la realidad de la época que vive y describe el escritor. Es el caso de Dickens, que en su novela Oliver Twist pone en boca de un oscuro y malévolo deshollinador llamado Gamfield, ante el director del orfanato donde malvive Oliver, esta frase: “Quiero un aprendiz y estoy dispuesto a tomarlo”. Poco más adelante la suerte salva a Oliver de ser vendido a Gamfield que ya ha mandado a otros dos aprendices a la muerte por asfixia en las chimeneas.

Es a partir del descubrimiento de esa enfermedad por el cirujano Pott cuando se ponen en marcha denuncias públicas y se aprueba en el Parlamento las leyes que acaban con aquella masacre infantil y, por ende, con la epidemia de cáncer de escroto entre los deshollinadores.

Cuando de niños veíamos Mary Poppins qué poco imaginábamos esta realidad. Pero qué poco se conocen esas realidades y qué lento va todo en materia de investigación, y qué poco se quiere contar y cuánto oscurantismo vivimos aún con todo esto. Siendo yo un joven, en la cuenca minera donde vivía, recuerdo que nos llovía el hollín que expulsaban las chimeneas de las fábricas. ¿Sabemos hoy si aquello también produjo algún tipo de cáncer? La industrialización que acabó con la Arcadia feliz que Armando Palacio Valdés lloró en su Aldea perdida trajo consigo esplendorosos momentos de euforia y años de penuria que aún se resisten a acabar. Las dos películas que mejor reflejan esos años están entre ¡Qué verde era mi valle! de 1941, y Full Monty del 97.

A través de la historia del cáncer podemos decir que libramos una cruenta batalla en la que hay victorias y derrotas, campañas de heroísmo y supervivencia y en medio de todo, heridos, condenados, olvidados y muertos, como escribió Siddaharta Mukherjee, premio Pulitzer 2011 en El emperador de todos los males. Una biografía del cáncer (edit. Taurus).

Este libro no es solo un viaje al pasado de Lea y de George, de Stephen y de Boix, sino también un itinerario personal hacia la mayoría de edad de la escritora y, tras la lectura, de todos nosotros. El jardín de la memoria es un libro sobre la dignidad de la vida y de la muerte. Es una novela sobre la realidad y es un testimonio que Lea necesitó dejar a modo de crónica de una enfermedad antigua –que hace años solo se mencionaba entre murmullos- que ha sido un azote letal y hoy, a pesar de los avances importantes de la medicina continúa mostrando su peor cara. Lea Vélez ha construido un alegato biográfico sobre la enfermedad y sus metáforas, parafraseando a Susan Sontag, que va más allá, para erigirse en una cima de amor a George, de comprensión con el hecho que le tocó vivir y de generosidad con los lectores, al poner en nuestras manos una novela que enseña a vivir en circunstancias adversas, una novela para llorar pero también para sonreír, una novela que transcurre página a página inmersa en la muerte pero que también rezuma pura vida.

 

Escribe Lea en la página 60:

“Tengo miedo a no recordar porque sé que el futuro querrá borrar los momentos traumáticos”.

Yo quiero agradecer a Lea Vélez, hija de Carlos Vélez, el hombre que puso en marcha la literatura con dignidad y con mayúsculas en la televisión de los años 70 con el programa “Encuentros con las letras”, quiero darle las gracias, decía, por haber luchado contra el pudor, por la valentía con que ha afrontado esta historia que nos engarza con lo mejor del ser humano, incluso en la adversidad más cruel. Si alguno de vosotros admira a Emmanuel Carrere, a Karl Ove Knausgard o a Philip Roth, encontrará en El jardín de la memoria a una escritora capaz de la proeza de levantar ese gran edificio que es la novela autobiográfica como lo han hecho los más grandes escritores.

 

 Final

Carlos Vélez escribía poemas a su hija Lea. Este, acompañaba a una grabadora que su padre le regaló en su cumpleaños, el 16 de mayo de 1993, año en que ella acababa la carrera de periodismo. Yo le pedí leerlo en homenaje a su padre, y ella, con el sí, escribió también esto:

“Ha sido muy reciente que me diera cuenta de hasta qué punto mi vida ha estado llena, rodeada y fraguada con versos y poemas, que es la pasta de la que están hechos algunos corazones”:

POEMA

¿Está niña que acaba periodismo

y se lanza a la calle, o a la buhardilla,

comenzará a escribir en bastardilla

O seguirá pensando?

No es lo mismo.
Leer, reflexionar, mirar. Aprismo,

Portismo ilustradísimo, carilla

para dictado… Esta chiquilla

estará hoy sola al borde del abismo…
Más sola que la una,

alerta la mirada, presto el paso,

temiendo el pisotón,

de espada pluma,

y este magnetofón

para contarlo.

LOS BÁRBAROS

10 de diciembre de 2014
por Miguel Munárriz
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Ulpiano_Checa_La_invasión_de_los_bárbaros

La invasión de los bárbaros. Ulpiano Checa

 

ESPERANDO A LOS BÁRBAROS

Konstantino Kavafis (Alejandría, 29, abril, 1863–Alejandría, 29, abril, 1933)

Κωνσταντίνος Καβάφης

(Versión propia)

 

-¿Qué estamos esperando aquí, reunidos en el foro?

-A los bárbaros, que llegan hoy.

-¿Y esta calma en el Senado?
¿Por qué están los senadores sentados, sin legislar?

-Porque hoy llegan los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?,
ya legislarán los bárbaros cuando vengan.

-¿Por qué el emperador se levantó tan pronto esta mañana,
ha ceñido su corona y se ha sentado solemne en su trono, ante la puerta
mayor de la ciudad?

-Porque hoy llegan los bárbaros.
Y el emperador va a recibir
a su jefe. Incluso le ha preparado un pergamino en el que
ha escrito muchos nombres con sus nobles títulos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y todos los pretores
han salido hoy con sus togas rojas cargadas de brocados?
¿Por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos con brillantes y cristalinas esmeraldas?
¿Por qué empuñan sus preciosos bastones
de oro y plata, cincelados tan ricamente?

-Porque hoy llegan los bárbaros,
y saben que todas estas cosas los deslumbran.

-¿Por qué los pretores más ilustres no vienen, como siempre,
a hablar y a decir sus discursos?

-Porque hoy llegan los bárbaros
y a ellos no les gusta la retórica ni las alocuciones.

-¿Por qué nos invade de pronto esta intranquilidad
y esta confusión? (¡Cuánta gravedad en los  rostros!)
¿Por qué se han vaciado de repente las calles y las plazas
y todos vuelven cabizbajos a sus casas?

-Porque ha caído la noche y los bárbaros no han llegado;
algunos viajeros que han venido de la frontera
dicen que no han visto ninguno, que los bárbaros no existen.

-Y ahora, ¿qué será de nosotros sin los bárbaros?
Esta gente era, al fin y al cabo, una solución.

 

En El País Semanal del 30 de noviembre, Santiago Roncagliolo escribió un artículo titulado «Los soldados discretos», que empezaba así:

«Durante los años del apartheid, el escritor John Maxwell Coetzee se libró de la censura con un argumento demoledor: era demasiado inteligente. El informe del Gobierno sudafricano sobre uno de sus libros decía al pie de la letra:

–No hace falta prohibirlo porque sólo será leído por gente de profesión literaria. Su obra carece de atractivo popular. Es sólo para lectores sofisticados y entendidos de obras de arte. Su problema es universal y no se limita a Sudáfrica. El encuadre geográfico e histórico (de la obra) vuelve aceptable (su publicación). Sólo lo leerán los intelectuales.

El libro en cuestión era Esperando a los bárbaros, una feroz alegoría del sistema político sudafricano que, gracias a ese informe, circuló por el país libremente. Los censores tenían razón. Coetzee era inteligente».

Esperando a los bárbaros, mismo título del poema de Kavafis y tema que está relacionado con él, encabeza el post de este jueves, como otra alegoría del maestro Coetzee, en la que se establece una relación enferma entre ciudadanos y poder, en este caso un poder violento e injusto que merma los sueños individuales y colectivos y los hace desembocar, tarde o temprano, en explosión social. Que ocurra o no en Sudáfrica, como dice la solapa del libro, es lo de menos: el protagonista, que es la voz narradora, es un Magistrado de edad provecta que vive en una ciudad fronteriza del Imperio (así, si más señas). Comienza con la llegada de un destacamento militar, al mando del coronel Joll, cuya misión es la de defender la ciudad contra el ataque de los bárbaros, de los que el autor apenas nos da señales para identificarlos, pero que el lector sabe desde un principio que esa gente son «de algún modo una solución», según el final del poema de Kavafis. La narrativa de Coetzee -se ve también en Desgracia, por ejemplo– suele tener un contexto sudafricano, y los problemas planteados -el poder, el miedo al otro, la conciencia o la moral-, pueden tener ese origen geográfico, pero creo que deben leerse como parábolas en las que está implícita la actuación del ser humano como un lobo para su semejante. Es decir, que su significado es intemporal porque de lo que hablan es de la sumisión a lo cercano por temor a lo desconocido, de la corrupción moral y política, los nacionalismos…

 

Coetzee
Kavafis
Editorial deBolsillo

El desierto de los tártaros

El escritor italiano Dino Buzzati publicó la novela El desierto de los tártaros, su obra maestra, en 1940. Una obra de gran profundidad y espíritu reflexivo, que fue precursora de la de Coetzee, según me recordó mi amigo Iñaki González, de la Fundación Mapfre. Estábamos degustando un cocido en el restaurante Casa Jacinto, en la calle del Reloj, y al hilo de las lecturas de las que conversábamos, Iñaki habló del Desierto de los tártaros, en la que estoy ahora inmerso, como una deuda de honor a la literatura, y como complemento a Esperando a los bárbaros, que tanto me había fascinado. La edición que yo tenía en casa aún sin leer es la de Debate, de 1991, con traducción de Esther Benítez (gracias por tus traducciones de Cesare Pavese) y prólogo de Juan Carlos Suñen, quien, en un momento dado, escribe: «… Así, también, la fascinación por un enemigo invisible en cuya espera se consumirá la vida del Magistrado es, en Esperando a los bárbaros, del surafricano J. M. Coetzee, sólo la más visible de las deudas que la novela reconoce a Buzzati…».

En esta lectura estoy ahora. Feliz y agradecido por la recomendación.

Dino Buzzati
Imagen del filme

Con un título parecido, La llegada de los bárbaros, Joaquín Marco y Jordi Gracia firman un libro colectivo que recoge una amplia muestra de reseñas sobre el Boom latinoamericano, además de sendos prólogos de los compiladores. Un tomazo de más de 800 páginas que  trata varios períodos: el que va entre 1960 y 1966, en el que Mario Vargas Llosa es la figura; otro desde 1967 a 1973, aquí aparecen Gabriel García Márquez y Miguel ángel Asturias, y un tercero que abarca desde 1973 a 1982, momento en que la literatura latinoamericana reconfirma el espacio  que tiene hoy en el mundo y que ya vio Luis Harss en Los nuestros (editorial Sudamericana, 1964) , un libro de entrevistas a Borges, Asturias, Guimarães Rosa, Onetti, Cortázar, Rulfo, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa cuyo resultado, «sin proponérselo ni adivinar lo atinado de su predicción», creó el canon de lo que más tarde se llamaría Boom.

La llegada de los bárbaros es la demostración evidente de que el Boom no fue solo un trabajo de lobby editorial sino la constatación de una novelística de probada calidad, con una recepción entusiasta y millonaria que el público sigue rubricando cincuenta años después.Las entrevistas recopiladas con Carpentier, Onetti, Cabrera Infante, Cortázar, Mujica Láinez, Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez, Benedetti… son interesantísimas, así como las reseñas y los estudios. Aquellos fueron tiempos nuevos en que «los bárbaros» irrumpieron en el cansado panorama de las letras españolas causando heridas difíciles de curar. Eran tiempos de escritores como Grosso, Lera, Gironella, Torrente Ballester, quien se despachó a gusto en un artículo sobre Borges. Pero no todos actuaron así porque García Hortelano, Vázquez Montalbán, Juan Benet, Terenci Moix, Martín Gaite, Juan Goytisolo, Caballero Bonald o Guelbenzu, eran escritores «modernos» que huían del realismo social imperante, y apostaban por la libertad  lingüística que traían las nuevas tendencias, viendo en ellas la posibilidad de aire fresco, como habían visto antes algunos escritores franceses.

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Portada del libro, Edhasa, 2004
 Hoy tampoco te libras, Hermano Lobo: ¿Cuándo bajará el Gobierno el IVA cultural?perro

ADIÓS A TODO ESO

04 de diciembre de 2014
por Miguel Munárriz
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Libros, libros, libros, libros, más libros por favor, que toda la vida son libros, y los sueños… libros son

(Versión libro de la canción «Cine, cine», de Luis Eduardo Aute)

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Ayer fue miércoles toda la mañana, y he vuelto a entretenerme mirando libros en Santa Bárbara, la librería de lance de Julio Sanz y su mujer, la encuadernadora Fernanda González. La librería está en el centro de la plaza de Santa Bárbara y hace tiempo que en su trasera adosaron una floristería. Ayer vi un cartel que rezaba: «Cerrado por vacaciones hasta septiembre», pero se refería a septiembre del año pasado, así que parece evidente que también las flores han sido pasto de la crisis. Julio me dice que vende menos que nunca, que la venta de libros ha bajado considerablemente, que qué tal me va a mí, y hablamos de lo mismo de lo que hablamos casi a diario los que estamos inmersos en este bucle melancólico de la cultura. Adiós a los libros, adiós a los cines y a los teatros… «Adiós a las librerías», me dice Julio, y me señala Paradox, la librería que se ve desde la suya, en la cercana calle de Santa Teresa. Y claro, para él ese cierre supone un decrecimiento de sus ventas porque los que leemos, nos gusta recorrer las tiendas de libros. La librería Paradox tenía 36 años de vida y en sus estanterías y escaparates lucieron siempre muy ufanos la novela y la poesía, la filosofía, la historia y el ensayo, que allí tuvieron siempre un lugar destacado. Pero los adioses a las librerías hace tiempo que lo venimos sufriendo con Fuentetaja, La avispa, La regenta, Rumor… :«Tras 37 años de actividad, la histórica librería madrileña Rumor echó el cierre el pasado 1 de octubre de 2012”, decía la nota de un  periódico.

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La librería Paradox, con el cartel de Se Alquila

Es la Ceremonia del adiós, de Simone de Beauvoir, en la que relata los últimos años con Jean-Paul Sartre, los que transcurren desde el Mayo del 68 hasta su muerte, en 1980. Años de compromiso intelectual y político con sectores radicales de la izquierda. Es el  Adiós a todo eso, de Robert Graves, que fue su despedida de un tiempo amargo. Es la hecatombe del sector cultural, de la industria que hace que nuestro cerebro se llene de energía, pero no solo de la parte izquierda o de la derecha, porque el hemisferio izquierdo del cerebro se encarga de las funciones del habla, la escritura, las matemáticas y la lógica, mientras que en el derecho viven los sentimientos, las emociones, la creatividad y las habilidades del arte y la música. Es decir, de todo lo que necesitamos para vivir. Al menos algunos.

Las cifras oficiales del declive son de escándalo. En Madrid, en 2011, se celebraron 5.000 conciertos menos que en 2008. La comunidad ha perdido casi 70.000 espectadores de música clásica. Los espacios para conciertos de música sinfónica han descendido de 20 a 6. Han cerrado 67 salas de cine en cinco años y hay 15 librerías menos. Desde 2008, 600.000 espectadores han dejado de ir al teatro  y se celebran 500 funciones menos. Desde 2007 hemos perdido 400 espectáculos de danza. En 2004 había 131 museos, en 2010, 123.

 Los medios lo dicen, pero nunca es suficiente. El diario francés Liberation publicó esta noticia: “En España, la cultura está ahogada por la crisis”. En el verano de 2012 publicó una portada con los colores de la bandera de España y este titular: “Perdidos!”

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Pero tranquilos, que aún queda un resquicio para la esperanza. El titular de ayer de un periódico era este: Un científico español es elegido mejor Investigador Joven de Alemania». ¿Científico español en Alemania?, «quillo, ¿dónde vas a estar mejor que aquí?, no ves lo aburridos que son los alemanes: ¡Tío, vente pa España!». Así nos va.

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Sartre y Beauvoir en el Cafe de Flore de París

OBITUARIO

Me llamó la atención este obituario que leí en El País el 13 de octubre, firmado por Miquel Alberola. Su titular: Vicente Lluch, el constructor que tradujo a Sartre, y el subtitular: El empresario valenciano relanzó la editorial Prometeo y terminó con la elección a dedo de las falleras mayores, me llevaron inmediatamente a su lectura, que ahora quiero compartir.

El empresario Vicente Lluch de Juan se ha llevado a la tumba a los 79 años la condición de ser el único constructor valenciano que, por ahora, ha traducido a Jean-Paul Sartre. Además de haberlo leído, que es otro hito en el gremio, Lluch logró la inasequible armonización del ladrillo con el existencialismo, quizás impelido por un temperamento y una trayectoria que lo situaron a años luz de la leyenda más oscura de la burguesía valenciana. Fue, por encima de todo, un hombre de diálogo y mesura, aunque se tenía por “muy radical como cristiano y como político”.

Hijo del abogado y escritor Luis Lluch Garín y formado con los jesuitas, su adolescencia en un chalet del barrio de Marxalenes fue decisiva en su pensamiento y su conducta social. El contacto con los obreros, la pobreza y el hambre lo decantaron, primero, hacia la Hermandad Obrera de Acción Católica y, luego, hacia la fundación del Partido Socialista Universitario con otros estudiantes como Tomás Llorens, por cuya actividad fue detenido.

La cárcel de Carabanchel, que gustaba definir como su universidad, culminó su formación con compañeros como Julio Cerón, Luis Martín Santos, Simón Sánchez Montero o Luis Solana. Tras el presidio, del que fue salvado por las influencias de su padre, que era un hombre del Movimiento, y a instancias del entonces arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, controló una promoción de viviendas sociales de Cáritas y se quedó para siempre en el negocio de la construcción.

A la llegada de la democracia, Lluch militó en el PSOE, pero dejó el partido, según su propio testimonio, cuando Felipe González defendió a Alfonso Guerra “ante la corrupción de su hermano” porque “la inmoralidad no se perdona a la gente de izquierdas”. En esos años venció las tentaciones de dedicarse a la política, aunque siempre mantuvo su compromiso cívico, y su única participación oficial fue en la Junta Central Fallera, donde influyó para cambiar el reglamento y que las falleras mayores no fueran elegidas a dedo.

Siempre detrás de los focos, Lluch fue una pieza clave durante la Transición en la Comunidad Valenciana. Tras la transformación en sociedad anónima, relanzó la editorial Prometeo, fundada por Vicente Blasco Ibáñez en 1917, y fue uno de los fundadores y presidente del foro Club Jaime I, que en esos años convulsos desempeñó una intensa labor conciliadora en una Valencia abstraída y enfrentada en la batalla de símbolos y nominaciones.

En los últimos años, el empresario, que estaba orgulloso de haberle negado la mano a Manuel Fraga porque había firmado sentencias de muerte, transformó su compañía inmobiliaria en el grupo empresarial Luz Bulevar, repartió juego a sus hijos, renunció a las obligaciones y a las concesiones y se consagró a la lectura, las puestas de sol y su familia. Ahora ya ha alcanzado la transparencia total.

 

 La pregunta de rigor al Hermano Lobo: ¿Cuándo bajará el Gobierno el IVA cultural?

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Miguel Munárriz

Ayer fue miércoles
toda la mañana

He decidido salir a la palestra cada jueves. Este blog se llama “Ayer fue miércoles toda la mañana”, en honor al poeta Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), que escribió este poema que comienza con ese verso y que en el siguiente le da la vuelta: “Por la tarde cambió: se puso casi lunes”.

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