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GRASS Y GALEANO, ADIÓS A TODO ESO

16 de abril de 2015
por Miguel Munárriz
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Grass
Galeano

El lunes, 13 de abril, víspera de la proclamación de la segunda República, tenía ya escrito el blog de hoy, pero dos muertes me hicieron dejarlo para más adelante porque el tema que trataba era intemporal, tan intemporal como la poesía, que no es de este mundo. Las dos muertes, ocurridas el mismo día, me llegaron, primero la de Günter Grass, y ya en casa después de comer, la de Eduardo Galeano. Los dos escritores pasaron por este mundo para ser testigos de los cambios más espectaculares del siglo XX, y los dos lo contaron como pocos más lo supieron hacer.

GRASS

Con Grass y Elezcano en Madrid, en 1999. Foto: Quin Llena

 GÜNTER GRASS

Cuando le concedieron el Premio Príncipe de Asturias, poco antes del Nobel, fui con Juan Cruz y Amaya Elezcano, su editora en Alfaguara, a celebrarlo a su casa de Portugal, una casa grande y cómoda, solitaria en un paraje entre colinas, en donde Grass escribía, pintaba, esculpía y cocinaba rodeado del cariño de su familia, y de vez en cuando salía a caminar por los alrededores hasta una charca bordeada de juncos de la que volaban cientos de insectos en busca de alimento, cuando no eran ellos el alimento de las ranas y los sapos. Cerca de esa lagunita nos sentamos con él en un banco de madera después de haber comido en el porche, bajo una techumbre sencilla, como todo lo que rodeó siempre al escritor. Günter Grass encendió una pipa tras los cafés y Juan Cruz quiso que yo le contara algo de Asturias y del ambiente festivo que se creaba en la ciudad con motivo del Premio. Como a Grass le gustaba comer -en sus libros hay mucha cocina- también le contamos en qué consistía la fabada, de la que dio buena cuenta al llegar al hotel de la Reconquista, y como el momento era de gran cordialidad y a Juan Cruz no se le pone nada por delante, me conminó -con la ayuda de Amaya- para que yo le cantase el himno de mi tierra, puesto que al escritor le esperaba escucharlo allí en más de una ocasión. No sé si Juan iba traduciendo la letra pero el caso fue que me arranqué como pude con el «Asturias, patria querida», por primera vez en mi vida en solitario y ante un público tan escueto como intelectualmente importante, todo hay que decirlo.

Estuvimos con Günter Grass en en el Círculo de Bellas Artes de Madrid para presentar Mi siglo, su último libro, no recuerdo si antes o después del Premio, y al terminar nos fuimos a cenar con él, Cruz y Elezcano, su traductor, Miguel Sáenz y la mujer de éste, Grita Löbsack, dos personas encantadoras. Dimos un paseo por el Barrio de las Letras y entramos en el Cervantes, una taberna ilustrada, frente a la Basílica de Jesús de Medinaceli, porque a Grass, siempre le apetecía comer de tapas y, sobre todo, jamón. En el bar apenas había una docena de parroquianos que consumían en la barra, cuando entraron otros tantos que venían, o eso parecía por sus atuendos, de una boda. Al poco tiempo, uno de ellos se acercó y dijo: «¿Disculpen la molestia, pero este señor…, no es Günter Grass?», y al decirle nosotros que sí, levantó la cabeza y gritó: «¡Es Günter Grass, el escritor!», y como si todos lo estuvieran esperando se arrancaron a aplaudir y a vitorear, y más de uno, a palmearle la espalda con regocijo. Grass se rió y lo celebró, supongo que algo extrañado de que le reconociera tanta gente, pero sobre todo por el calor y la alegría con que lo hicieron. Hace pocas semanas, la reina y yo estuvimos en Berlín, y aunque el carácter frío del alemán (al menos en su tierra) es ya un tópico, lo confirmamos pateando los inmensos espacios de Postdamerplatz, Alexanderplatz (cuántos recuerdos de la novela de Alfred Döblin), o la Isla de los Museos, encontrando de vez en cuando la huella del muro que dividió lo indivisible, el alma de sus ciudadanos, y que este año celebra los 25 de su caída. En el recuerdo, Berlín se me presenta herida y algo desolada, tal vez el viento y la lluvia ayudaron a forjarme esa imagen, pero quizá por eso mismo, cada vez más entrañable, y con la sensación de agradecimiento que se tiene cuando eres huésped de alguien que te trata con esmero y educación en su casa. Alguien me dijo hace muchos años que Berlín tenía como símbolo una maleta que el viajero dejaba allí con la intención de volver. No sé si alguna vez existió esa leyenda, pero lo cierto es que durante el tiempo que fatigué sus aceras no logró emocionarme como me suele ocurrir con otras ciudades, pero me gusta pensar que yo también he dejado una pequeña maleta para regresar algún día.

He guardado hasta ahora el librito que Alfaguara editó del discurso de Grass cuando recibió el Príncipe de Asturias, que tituló «Literatura e Historia», porque en él escribió una dedicatoria para mi nieta, Marina, que había nacido aquel mismo año, y que ahora le enviaré porque es suyo. Le he pedido a Daniel Romero-Abreu Kaup, presidente y fundador de Thinking Heads, gaditano y alemán, que me tradujera el brevísimo texto: «Fur Marina, eine Gruss von Günter Grass», es decir, «Para Marina, un saludo de Günter Grass», y nos hemos reído, con benevolencia y gratitud, del «calor germánico», como yo le dije a Daniel, y él, más preciso, señaló: «Sí, lo justo».

EDUARDO GALEANO


El tuit de la editora Belén Bermejo fue el segundo mazazo del lunes: «Muere el escritor uruguayo Eduardo Galeano a los 74 años», y el enlace con la noticia en elpais.com. Galeano fue un intelectual de una pieza. Las venas abiertas abiertas de América Latina, que publicó en 1971 (hubo nueva edición en el 77) cuando tenía tan solo 31 años, fue la biblia de mi generación, prohibido entonces, ¡cómo no! en Uruguay, Argentina y Chile. En España pasó la frontera porque no hablaba mal de Franco o porque los censores no entendieron ni el título. Según reconoció después el escritor, en aquella época no tenía los conocimientos suficientes: “Intentó ser una obra de economía política, solo que yo no tenía la formación necesaria. No me arrepiento de haberlo escrito, pero es una etapa que, para mí, está superada”.

En 1990 le llamé por teléfono para que asistiera a un congreso de literatura que yo estaba organizando y que llamé «Encuentros Hispanoamericanos. Realidad y ficción». No pudo ser porque las fechas le coincidían con otro bolo o algo así, no lo recuerdo muy bien porque la comunicación no era todo lo buena que hubiera necesitado y porque yo estaba impresionado por estar hablando con el autor de Días y noches de amor y de guerra, el libro que me había encandilado, lo recuerdo con precisión, en 1979. Días y noches… es un libro breve, de prosas breves, que no es una novela pero que sus historias están unidas por el recuerdo, esos días y noches que él evoca de tantos exiliados en Argentina, en Brasil, Cuba, Uruguay…. Un libro de amor y también de guerra, conmovedor como son todos los textos de Galeano. De nuevo el drama de Latinoamérica y la necesidad de la memoria.

Eduardo Galeano tuvo una intervención en Encuentros con las letras, el divino programa de Carlos Vélez, el 21 de junio de 1979, ahora he sabido  la fecha con exactitud porque le he preguntado a Lea Vélez, que vela por mantener viva aquella memoria por la que luchó su padre. Me recuerdo pegado a aquel televisor en blanco y negro, absolutamente subyugado por la palabra bien dicha, le mot just, de la que hablaba a Jean-Paul Sartre, quien por cierto no solo llega ahora convocado por Galeano sino porque en aquellos años 70 yo andaba de la mano de La náusea, y también de todo Camus, del Canto a mí mismo, de Walt Whitman, de Erich Fromm o de El hombre unidimensional, de Marcuse, es decir, que andaba instalado en las corrientes de pensamiento vinculadas al compromiso social, también con Grass como integrante del Grupo 47. Fueron tiempos de descubrimientos novelísticos –Tiempo de silencio, El Jarama, el boom de la otra orilla, y de autores alemanes como el Peter Hadke de El miedo del portero al penalti, Botho Strauss, Agota Kristof…-, y del cine que ansiamos durante muchos años y que empezaba a llegar con aires de libertad: Buñuel, Pasolini, Godard, Antonioni, Wenders… Otras voces, otros ámbitos que ahora, con la muerte de Günter Grass y Eduardo Galeano me han asaltado los cielos de la memoria.


CON VELÁZQUEZ EN VILLA MÉDICIS

09 de abril de 2015
por Miguel Munárriz
0 Comentarios
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El actor Toni Servillo en un fotograma de «La grande belleza»

Hay un pasaje en La grande belleza, la película de Paolo Sorrentino, en el que su protagonista, Toni Servillo, que representa con rotundidad a un periodista dandi y cansado, va entrando en los palacios de Roma, gracias a un joven que dispone de todas las llaves de la ciudad. Este momento de la película, ganadora de un Oscar el año pasado a la mejor de habla no inglesa, me ha recordado un episodio que viví en julio de 2008, cuando la reina y yo nos casamos en el Consulado de España en Roma. De aquel viaje, que merecería capítulo aparte, rescato la visita a Villa Médicis, (sede desde 1803 de la Academia de Francia), un lunes cerrado al público, gracias a un guía que nos abrió las puertas de aquella belleza en la que a mediados del siglo XVII Velázquez pintara dos pequeños lienzos que están en el Museo del Prado.

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Villa Médicis por Velázquez. Entonces en obras.

Villa Médicis está en la colina del Pincio, al subir la escalinata de la Piazza de España. Nuestro guía, un simpático romano de nariz prominente, abrió la colosal puerta y nos encontramos con una inmensa escalera que nos llevó hasta el hermoso jardín que se divisa entre columnas. El edificio manierista, de perfecta proporciones, nos impresionó. Caminamos despacio entre los jardines buscando el rincón en el que Velázquez pintó uno de sus dos pequeños paisajes. Como habíamos entrado al atardecer, lo encontramos a la misma hora en la que él lo pintó (o eso nos gustó suponer) y nos quedamos un tiempo imaginando al pintor sevillano intentando -y logrando- captar aquella la luz, algo huidiza de la tarde, matiz que dejó claramente en el lienzo con ligeras pinceladas de óleo, adelantándose siglos a los impresionistas en su búsqueda de la luz del sol a través de las hojas. La visión del paisaje que inspiró a Velázquez, estar en el mismo lugar que le sirvió en su evolución al artista, respirar el mismo aire apacible y transparente, oír el murmullo de los árboles o el tenue gorjeo de los pájaros, comprobar la experiencia de los años a través de un lienzo sencillo, pequeño de proporciones, pensado quizá como un ejercicio sin más pretensiones, fue un reconocimiento al gusto por la lírica, a la meditación y a la capacidad para vivir el goce de los sentidos, guiados por la racionalidad más pura. Todo esto me produjo sensaciones difíciles de expresar, alguna rayana en la melancolía.

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Frontal y jardines de Villa Médicis

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La fachada a la derecha, y jardines con pinos

Sabemos que todo arte es completamente inútil, y fue Oscar Wilde quien tuvo la lucidez de expresarlo mejor que nadie: “El arte no es utilitarista y, en caso de lo que sea, quizá no sea totalmente arte. El arte no cubre una necesidad práctica en nuestras vidas, pero esto no significa que no sea vital o necesario. Nuestra necesidad individual y también nuestra identidad colectiva como cultura no sirven a un propósito claro, pero tienen una influencia capital en nuestra capacidad para funcionar como sociedad”.

Los dos cuadros
Plano de la zona
Una recreación

EL MUSEO DE ORHAN PAMUK

26 de marzo de 2015
por Miguel Munárriz
0 Comentarios

Escribo no para contar historias, sino para crearlas. Orhan Pamuk

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Orhan Pamuk (Estambul, 1952)

Conocí a Orhan Pamuk en 2003, cuando la editorial Alfaguara le invitó a promocionar su novela Me llamo Rojo (traducida por Rafael Carpintero, como los otros tres libros que nombraré del autor). Organizamos un encuentro con periodistas que charlaron amigablemente con él en un reservado del restaurante Paradís, de la calle Marqués de Cubas, y después regresamos a la editorial para que descansara un rato después de comer. Al llegar me preguntó si teníamos un sofá o un sillón donde pudiera descabezar un sueño, “muy breve; con diez minutos me basta”, dijo. Lo más parecido que yo tenía en mi despacho era una cómoda silla de trabajo, pero al entrar y ver que el suelo era de moqueta, Pamuk me dijo, “estupendo, no te preocupes, me tumbaré en el suelo, junto a la ventana”, y así lo hizo. Inmediatamente entró y se tumbó descalzo donde me había dicho, así que cerré la puerta y le dejé descansar. A los diez minutos salió con el semblante renovado. No podíamos imaginar que tres años después le darían el Nobel.

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«Un día leí un libro y toda mi vida cambió». Así comienza La vida nueva, (Alfaguara, 2002), la primera novela que leí de Orhan Pamuk. Una parábola del deseo, del amor, de la búsqueda de nuevos horizontes creativos y del fanatismo, en un universo inmerso en los contrastes entre Occidente y el Islam.

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Con Me llamo Rojo, Pamuk se adentra en el siglo XVI, en pleno esplendor del Imperio Otomano, para fabular con un asesinato e introducir en la narración un taller de ilustradores, oficio tan caro al autor por haber sido estudiante de arquitectura y también pintor. Pamuk vuelve a la metaficción, a la intriga y a la sexualidad que caracterizan algunos de sus escritos.

«Ahora estoy muerto; soy un cadáver en el fondo de un pozo», así hace arrancar esta novela Pamuk, tan atento a los buenos comienzos.

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Leí después Estambul. Ciudad y recuerdos (Mondadori, 2006), un libro delicioso en el que entras de su mano por su amado Estambul en el que ha vivido –aunque lo haya hecho antes pero de forma novelada-, y La maleta de mi padre (Mondadori, 2007), recopilación de tres discursos de Pamuk. Uno, «El autor implícito», leído tras la entrega del premio Puterbaugh, en 2006; otro, «En Kars y en Frankfurt», lo leyó al recibir el premio de la Paz de la Unión de Libreros Alemanes, en 2005, y el que da título al volumen, hermosísimo, que leyó al recibir el Nobel de Literatura en homenaje a su padre, el cual le había transmitido el amor por los libros (tenía 1.500 en su biblioteca y había traducido a Valéry al turco). El discurso habla cuando el padre visita a su hijo y al marchar le deja en el suelo una maleta con la petición de que la abra cuando fallezca. Cuando Pamuk abrió aquella maleta, que ya conocía, vio que contenía los manuscritos de su padre, toda una vida de escritor frustrado que, tiernamente, le pedía a su hijo que valorara. Pamuk había hecho lo mismo al escribir su primera novela y su padre, al leerla, le abrazó y le dijo que algún día ganaría el Premio Nobel. Orhan Pamuk leyó este emocionante texto en diciembre de 2006. Su padre había muerto cuatro años antes sin que él pudiera haberle dicho lo mismo de sus textos. Al final de su discurso dijo: ”Honorables miembros de la Academia Sueca que me habéis otorgado este gran premio y este honor, y distinguidos invitados: yo habría querido que mi padre pudiera estar hoy entre nosotros”.

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Volví a leer a Orhan Pamuk cuando publicó El museo de la inocencia (Mondadori, 2009). Recuerdo que compré esta novela porque me atrajo la portada de una forma irresistible, y porque, naturalmente, su autor siempre me había provocado con cada lectura un estado mental diferente por su forma de abordar el hecho literario. Y como dije antes, fiel a sus espectaculares arranques, así comienza esta historia de amor loco que Pamuk publicó tras el Nobel: “Fue el momento más feliz de mi vida y no lo sabía”.

El museo de la inocencia es la historia de amor de Kemal Bey, un muchacho de la burguesís estambulí, quien, a pesar de haber anunciado su compromiso con su novia, Sibel, se enamora apasionadamente de Füsun, pariente suya, al verla despachar sombreros en una tienda de su barrio. Esta historia está inmersa en el Estambul de los 70, y con ella recorres sus costumbres, su música, el paraíso en el que vivió el joven Pamuk, por el que habla Kemal, y recorre las 600 páginas de forma apasionada y también  melancólica porque el protagonista pierde a Füsun, al elegir casarse con Sibel, aunque hará lo imposible para recuperarla. Es cuando descubre, a través de objetos asociados a ella, la posibilidad de crear este museo para no olvidar aquel apasionado sueño de amor. (Ver en YouTube: El museo de la inocencia).

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Edificio del museo de la inocencia

Orhan Pamuk, incluyó este texto en La maleta de mi padre:

“Como ustedes saben, la pregunta que los escritores debemos responder con más frecuencia, es: “¿Por qué escribe usted?” ¡Escribo porque quiero hacerlo, con toda el alma! Escribo porque a diferencia de otros, no me siento a gusto con un trabajo común y corriente. Escribo para que libros como los míos sean escritos y para poderlos leer. Escribo porque estoy molesto con ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me complace enormemente sentarme en un cuarto a escribir sin descanso. Escribo porque solamente modificando la realidad puedo soportarla. Escribo para que el mundo entero sepa cómo yo, cómo nosotros en Estambul y en Turquía hemos vivido y vivimos. Escribo porque amo el olor del papel, de la pluma y de la tinta. Escribo porque creo más en la literatura, en el arte de la novela, que en cualquier otra cosa. Escribo porque es un hábito, una pasión. Escribo porque tengo miedo de ser olvidado. Escribo porque me gusta la celebridad y toda la notoriedad que el escribir conlleva. Escribo para estar solo. Escribo en la esperanza de entender por qué estoy furioso con ustedes, con todos. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo para terminar de una vez por todas esta novela, este texto, esta página que en algún momento comencé a escribir. Escribo porque todos esperan que escriba. Escribo porque tengo una fe infantil en la inmortalidad de las bibliotecas y en el lugar que mis libros tendrán en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo es increíblemente bello y maravilloso. Escribo porque gozo traduciendo en palabras toda la belleza y la opulencia de la vida. Escribo, no para contar historias sino para construir historias. Escribo para liberarme del sentimiento de que siempre existe un lugar al que -como en una pesadilla- jamás podré llegar. Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo para ser feliz”.


LA ODISEA DEL «ULISES»

19 de marzo de 2015
por Miguel Munárriz
1 Comentario

 “De un modo egoísta querría no haberlo leído”

(Thomas Stearns Eliot, sobre el Ulises)

 

Portada 1ª edición
James Joyce
Shakespeare &… actual

 

La primera vez que oí hablar del Ulises, la novela de James Joyce, fue hacia 1971, en casa de Leopoldo Bustillo, vecino intelectual de mi amigo, el pintor y diseñador, Helios Pandiella. Ambos vivíamos en La Felguera (Asturias), industriosa zona que dio por los años 60 y 70 algunos nombres interesantes en el ámbito de la poesía, el teatro, la literatura, la pintura, la música y la política. Yo iba asiduamente a pasar la tarde a casa de mi amigo y allí manteníamos largas charlas sobre todo lo que podíamos abarcar –lo que debido a nuestra entusiasta juventud lectora solía abarcar todo lo humano, y hasta lo divino–, y mientras él pintaba yo, cuando no hablaba, leía. Los padres de Helios eran dos personas que me trataban a cuerpo de rey. Ella, Coloma, mujer amabilísima y cariñosa, procuraba que estuviéramos bien alimentados, y nos llevaba al estudio unos humeantes chocolates a la taza que nos daban energía para abordar nuevos temas de conversación. Él, Alcibíades, socialista histórico, políglota y uno de los fundadores de la asociación para la difusión del esperanto en Asturias, era un hombre bueno que sobrevivía a la gris realidad diaria con gran ironía y humor inteligente que lo hacían entrañable.

Un día, Helios me dijo que tenía que conocer a su vecino, Leopoldo Bustillo, un hombre culto que tenía una gran biblioteca. Mi amigo, que a pesar de ser tan joven, era un hombre educado a lo brithis, concertó una visita para conocernos y charlar de libros, y a la semana siguiente nos presentamos en su casa los dos jóvenes letraheridos. Tras sentarnos en unos sillones de orejas tapizados coquetamente, nos invitó a café y nos mostró su biblioteca de la que se sentía, con razón, muy orgulloso. Era la primera vez que yo entraba en un santuario semejante, acostumbrado a vivir rodeado de chimeneas, de altos hornos, de ferrocarriles y de castilletes de carbón. No recuerdo ni una sola palabra de la conversación que mantuvimos. Sí recuerdo, en cambio, la amabilidad del anfitrión, y el silencio y la pulcritud de la casa –Bustillo era soltero y por lo visto muy ordenado–, y antes de irnos nos preguntó si habíamos leído el Ulises. Al ver nuestras caras de asombro sacó un volumen de más de 800 páginas, publicado en 1945 por la editorial Santiago Rueda de Buenos Aires, me lo dio y me dijo: “Tienes que leer este libro. Es algo diferente a todo lo que hayas leído. Llévatelo; ya me lo devolverás. Pero cuídalo mucho; es muy importante para mí”.

Castillete de una mina
El gran Helios Pandiella
Torre de refrigeración

La vida de James Joyce estuvo plagada de vicisitudes. Nunca comulgó con lo establecido en su Dublín natal, tan católico y nacionalista. Sufrió cambios de domicilio en distintas ciudades, estando casado y con dos hijos. Su obra sufrió todo tipo de críticas adversas y hasta de censura. Su delicada salud y su propensión al alcohol le hicieron mermar su vista y hasta perder un ojo, y su economía familiar siempre fue muy precaria. Aun así, tuvo la fortuna de contar con benefactores como su hermano Stanislaus; Harriet Shaw Weaver, feminista, sufragista, activista política y editora de la revista The Egoist (en la que publicaba T.S. Eliot), y por supuesto a la librera Sylvia Beach.

Joyce se instala en París en 1920 gracias al consejo de Ezra Pound. Coincide allí con multitud de norteamericanos, Hemingway, Faulkner, Scott Fitzgerald…, cuya capitana era Gertrude Stein, y con la más importante concentración intelectual en el periodo de entreguerras: Picasso, Ford Madox Ford, Valery Larbaud, Ezra Pound, Dalí, Buñuel, Man Ray… Un París en el que se vive en la calle y en donde Saint Germain-de-Prés hierve entre propuestas filosóficas, poemas y vino blanco, en dos lugares que han quedado como emblema de la intelectualidad: el Café de Flore y Les Deux Magots.

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Joyce y Sylvia Beach

Apenas llegó Joyce a París conoció a la que sería una de sus mecenas, Sylvia Beach, joven americana que había abierto una librería de lengua inglesa llamada Shakespeare & Co., junto a su amiga Adrienne Monnier, en el número 12 de la rue de L´Odeon. Joyce cargaba con varios problemas a su espalda, el menor de los cuales no era la censura sufrida por sus libros anteriores. La intrépida y generosa librera fue su mayor propagandista buscándole inmediatamente el favor de la crítica francesa. Le dio a leer el Retrato del artista adolescente a Valéry Larbaud, escritor abierto a nuevas fórmulas literarias, que quedó impresionado. Larbaud quiso conocer al autor y Sylvia organizó una fiesta navideña en la que el francés le pidió a Joyce los capítulos de Ulises que habían aparecido en la revista The Egoist, gracias a Harriet Shaw Weaver, quien continuó ayudando a Joyce toda su vida. En cuanto Larbaud llegó a casa los abordó con premura y le escribió a Sylvia Beach el siguiente mensaje: “Estoy leyendo Ulises. En realidad no puedo leer otra cosa, no puedo ni pensar en otra cosa”. Cuando una semana después terminó la lectura, volvió a escribir: “Estoy loco, delirante por Ulises. Desde que leí a Whitman, a mis 18 años, ningún libro me ha entusiasmado tanto… ¡Es prodigioso! Tan grande como Rabelais: el señor Bloom es inmortal como Falstaff”. Y empezó a traducir unos fragmentos para la Nouvelle Revue Française.

Valéry Larbaud
Joyce y Sylvia en la librería
Gertrude Stein

Mientras tanto, en Nueva York, aquellos capítulos habían generado una condena judicial, por lo que Sylvia Beach, con todas las dificultades inherentes a la confección del libro, es decir, su exigencia tipográfica, su meticulosidad con el lenguaje, el trabajo que aún le quedaba a Joyce para terminar de escribir, decidió publicarlo. Para ello buscó suscriptores. Sylvia calculó que para una primera edición de lujo necesitaría al menos mil suscriptores y en la lista incluyó nombres tan variopintos como los de Winston Churchill y George Bernard Shaw; éste, tras contestar elogiando la empresa editorial, decía: ”Pero no conoce usted lo que es un irlandés, y de edad, si cree que está dispuesto a pagar 150 francos por un libro”.

La verdadera odisea del libro comenzaba entonces para Sylvia Beach porque Joyce pedía seis juegos de pruebas en los que hacía añadidos y correcciones que a menudo extraviaba y enredaba, entre otras cosas porque cada vez tenía menos vista; trabajaba en los capítulos finales mientras corregía pruebas de los primeros, y para colmo, el impresor de Sylvia estaba en Dijon y Joyce se empeñaba en tener el libro listo para su cuarenta cumpleaños, lo que se pudo cumplir gracias al maquinista del tren Dijon-París que se lo llevó en mano.

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Joyce por Tullio Pericoli

Para el color de la portada se eligió el azul que, con la tipografía blanca, representaba para Joyce el mar y la espuma griegos, además de la bandera. Las reediciones del libro se suceden pero de los 2.000 ejemplares de la segunda se envían 500 a Nueva York, y son todos quemados. De la tercera edición se tiran 500 ejemplares y se mandan a Inglaterra, pero en la aduana los confiscan todos, menos uno.

Ulises es hoy una pieza fundamental en la historia literaria. Uno de los libros más reconocidos y estudiados, aunque también sea el menos leído por su dificultad, no solo en su propio idioma sino, y sobre todo, en las traducciones. Yo tengo los dos tomos de la primera edición, traducida por J.M. Valverde, en la editorial Lumen, del año 1976, de la que la sale esta información. “Ulises, escribió José María Valverde, sería formalmente el descubrimiento de una nueva forma literaria –equivalente a la concepción de la relatividad en física–: muerta la novela en manos (¿o “a manos”?) de Flaubert y Henry James había hallado un modo de controlar, de ordenar, de dar forma y significación al inmenso panorama de futilidad y anarquía que es la historia contemporánea”.

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1ª edición en España. Y mi pipa (¿Ceci n´est pas une pipe?)

DUFY O EL ENCANTO DE LAS PLAYAS

12 de marzo de 2015
por Miguel Munárriz
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Raoul Dufy pintando en su terraza de Caldas de Montbuy

 

Ventana abierta
El campo de trigo
Pescadores

La exposición de Raoul Dufy en el Thyssen de Madrid (hasta el 17 de mayo) es una muestra gozosa de un pintor que trabajó con ahínco la luz. Supone disfrutar de un artista que va más allá de la elección de sus temas mundanos y festivos y del empleo de los colores puros. Dufy es también un pintor que busca pronto un estilo propio, lo que le lleva a reflexionar constantemente sobre el arte: «Sería interesante que hiciese un cuadro lo bastante verdadero, lo bastante profundo, lo bastante «interior», para provocar en el público el goce de la vista que acabo de experimentar, y las ramificaciones del pensamiento de lo que ese espectáculo ha sido, para mí, un punto de partida».

Con 23 años el ayuntamiento de su ciudad le concede una beca que le permite entrar en  la Escuela de Bellas Artes de París, en el taller de Bonnat, un magnífico pintor que tuvo alumnos ilustres, como Tolouse-Lautrec, Edvard Munch y Braque, entre otros. Dos años después, en 1902, le presentan a Berthe Weill, que le abre su prestigiosa galería, y le brinda la ocasión de exponer en el Salón de los Independientes, en 1905, en donde Dufy tiene una revelación al ver el cuadro «Lujo, calma y voluptuosidad», de Henri Matisse. Esta obra puntillista, cuyo título proviene de los versos de Baudelaire: «Allí todo es orden y belleza/ lujo, calma y voluptuosidad», hace que Dufy sienta la relación con la serie de los bañistas de Cézanne, lo que le lleva a abrazar el fauvismo, y a expresar su gusto por los colores puros y el encanto por las playas, haciendo de su temas preferidos, vibrantes regatas, palmeras, casinos, hipódromos y orquestas.

La exposición, de 93 piezas, abarca sus inicios impresionistas, el paso al fauvismo, un periodo constructivo con visos cubistas; la estampación de tejidos, la cerámica, y su actividad de ilustrador con, entre otros proyectos, El Bestiario, de Apollinaire.

Raoul Dufy dejó una estela de pintor con alegría de vivir. «Dufy es el placer», dijo de él Gertrude Stein, aunque no le ayudara nada esta frase. Abrió ventanas al mar y nos sumergió en un ensueño de colores y de sensaciones placenteras, de tardes luminosas entrevistas por balcones a medio cerrar por contraventanas de madera.  Durante su estancia en EE.UU., en 1950-51, tenía entonces 74 años, el TIME lo apodó «El abuelito de lo chic moderno».

2 NOVEDADES LITERARIAS

Guillermo Roz: Malemort, el impotente (Alianza): «Malemort, un joven campesino enamoradizo, cae flechado por Juliette con la que se casa al poco tiempo. Pero las ansias de ésta por mantener una vida mejor hacen que el matrimonio sea fugaz. Los rumores de ese fracaso dicen que ha sido la impotencia de Malemort». Con esta obra, Guillermo Roz ganó el XVI Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones.

Foto: Jorge París
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Berna González Harbour: Los ciervos llegan sin avisar (RBA): «Carmen, una economista en paro, decide echar la vista atrás y resolver un enigma enterrado en el pasado. ¿Fue ella testigo de un accidente mortal o de un crimen?». Lorenzo Silva ha dicho: «Berna González Harbour ha sabido entender un talante tan peculiar como el de los policías y convertir todo lo que sabe por su oficio en ficción y literatura».

 

Foto: Rai Robledo
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Óscar Díaz, Premio de poesía Félix Grande con La rosa hermética 

Desde hace ya unos cuantos años me convocan en Langreo como jurado de un premio de poesía que lleva el nombre de Alberto Vega, poeta y amigo al que he dedicado uno de mis post más sentidos. Pues bien, en 2013, Óscar Díaz fue uno de los ganadores. Ahora, Javier Cellino -miembro del jurado-, me cuenta la buena nueva de que Óscar acaba de ganar también el premio «Félix Grande». Esta es la noticia.

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Óscar Díaz

Efe.- «El langreano Óscar Díaz ha ganado el XI Premio Nacional de Poesía Joven «Félix Grande», otorgado anualmente por la Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes (Madrid). La rosa hermética es el título del poemario, por el que recibirá 5.000 euros y la publicación del libro dentro de la colección literaria de la Universidad Popular, del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes. Óscar Díaz nació en 1997 en Sama (Asturias), es estudiante de Bachillerato y cuenta con varios reconocimientos literarios, como el premio de poesía Alberto Vega, 2013, y el accésit en las XIII Olimpiadas de Filosofía convocadas por la Sociedad Asturiana de Filosofía».

Y todo esto con solo 18 años. ¡Felicidades Óscar!

MUJERES ENCONTRADAS AL TEATRO

El martes pasado asistí al Conde Duque, dentro del ciclo Ellas Crean, a la representación teatral de Mujeres encontradas, de Fernando Beltrán.  He de decir que esta obra se basa en un libro de Beltrán muy singular por lo que supone la traslación al arte escénico de una obra en la que se conjugan la escultura, la fotografía y la poesía con una gran dosis de imaginación.  Los “culpables” de hacernos vibrar se llaman La Confluencia y, además de las personas de este colectivo artístico que están en la sombra, solo tres intérpretes –Julio Béjar, Chencho Nzo y Leticia Valle (¿algo que ver con la de Rosa Chacel?)- cubren con encantamiento el escenario durante una hora, que más bien parece un minuto. Así lo cuentan en su programa:

Ocho mujeres: la galerista, la pintora, la musa, la psicóloga, la escritora, la anciana, la remordida y la virtual, escogidas entre las cuarenta y dos mujeres-poema que componen el libro Mujeres encontradas de Fernando Beltrán. Ocho objetos encontrados en la calle, transformados en esculturas, manipulados poéticamente, expuestos y leídos, son escenificados en un viaje sensorial donde confluyen la poesía, la danza, la música y las artes plásticas. La caja negra del teatro es ocupada por la caja blanca de una galería de exposiciones para romper las fronteras del arte y lograr un encuentro entre la palabra, el movimiento, el sonido y la obra fotográfica, poética y escultórica de Fernando Beltrán.

Julio Béjar y Nzo
Fernando Beltrán
Leticia Valle

Autoría: Fernando Beltrán
Dirección y dramaturgia: Ascensión Rodríguez
Intérpretes: Julio Béjar, Chencho Nzo y Leticia Valle
Composición musical: La jeunesse desemparée, Juan Manuel Cidrón y Chencho Nzo
Coreografía: Leticia Valle
Producción: La Confluencia – colectivo escénico
Diseño gráfico: Daniel Ortega
Colaboración: Paco Cañizares, Pura Delgado, Lola Valls y Carlos de Paz

LOS DÍAS LITERARIOS

05 de marzo de 2015
por Miguel Munárriz
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Biarrtiz hoy
Portada del libro

El jueves, 25 de febrero, asistí a la presentación pública de Cabaret Biarritz (editorial Destino), la novela con la que José C. Vales ganó el Premio Nadal este año (ya está en marcha la tercera edición). El autor charló con la periodista Ruth Méndez en el Institut Français en Madrid. La conversación fue inteligente y literariamente divertida y todos disfrutamos con la complicidad de ambos. El deseo de leerla y de ir a Biarritz quedó en el aire. Nos reunimos después a celebrarlo con Palmira Márquez, agente de Vales, la editora Belén Bermejo, los periodistas Ruth Méndez y Carlos del Amor (que acaba de publicar en Espasa la novela El año sin verano); los editores del premio, Emili Rosales y Silvia Sesé (que comienza su andadura profesional en Anagrama y a quien le deseo toda la suerte), y el escritor y editor Luis Magrinyà.

 

Vales y Ruth

José C. Vales y Ruth Méndez. Foto: MM

En la charla

En la charla. Foto: MM

Lo bueno de los encuentros entre amigos, en los que los libros entran y salen de la conversación, es que sueles anotar algún que otro título, pero esa noche lo que anoté fue mucho más. Fue el catálogo completo de una editorial llamada Ardicia, de la que Magrinyà habló con tanto entusiasmo que al día siguiente nos envió el enlace a su web. Entré en su página y esto es lo que encontré:

Ardicia es una editorial literaria independiente fundada en Madrid en 2013.

ardicia. (De arder). f. ant. Deseo ardiente o eficaz de algo.

Deseo ardiente de publicar, por primera vez en español y en cuidadas traducciones, obras fundamentales en sus literaturas de origen; de rescatar, para su reedición, títulos imprescindibles que no encontraron en su momento la merecida atención.

Deseo eficaz de que cada una de las referencias de nuestro catálogo resulte inteligente y cautivadora; de que cada libro esté esmeradamente diseñado, ilustrado e impreso.

Deseo de libros y lecturas. Ardicia de lectores y lectoras.

Este es el mensaje que los editores de Ardicia exponen en su web. Suficiente para intuir lo que nos vamos a encontrar. Y lo que encontramos son unos libros que nos entusiasman, primero, por sus portadas. Todas ellas ilustradas, mantienen una línea cálida, moderna, encantadoramente naïf, y de un ilustrador diferente. Los autores publicados, excepto George Meredith, son desconocidos para mí, pero al entrar en la información de la página leo que de la obra de Mijaíl Artsybáshev, Los millonarios, habla muy bien Tolstoi; que el prólogo de Mi Carso, la novela de Scipio Slataper, es de Claudio Magris; que Dominique, de Eugène Fromentin, traducida por Emma Calatayud y prólogo de Gustavo Martín Garzo, es un autor del que hablaba muy bien George Sand, o que la novela La casa de las persianas verdes, de George Douglas Brown, viene avalada por un prólogo de William Somerset Maugham. Como dije antes, no conozco a esos autores pero me los han presentado otros que merecen todo mi respeto.

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Los responsables de Ardicia: Julio Guerrero, Esther de Prado y Eugenio Martínez, un filólogo y dos periodistas que se conocieron en un máster de edición. Abajo, dos portadas de la editorial.

images ardiciaimages ardicia1

Dos libros de Luisgé Martín estarán en las mesas de las librerías a partir del 11 de marzo. Se trata de una reedición de La mujer de sombra, en la colección Compactos de Anagrama, y una novedad que publica la misma editorial en su colección de Narrativas hispánicas, La vida equivocada. En esta última, el autor regresa a sus lugares habituales de morbosidad y sugestión para contar una historia sorprendente de un padre y un hijo abocados al abismo. Vidas equivocadas que guardan secretos de índole sexual y política, desviados de lo socialmente admitido, que solo la lucidez literaria de Luisgé Martín es capaz de hacernos caer en la más absoluta dependencia de las historias que narra.

Luisgé ha publicado magníficos libros, como La misma ciudad (Anagrama, 2013 ), una novela corta (pero intensa). Es la historia de un hombre que trabajaba en las Torres Gemelas y que el día de los atentados, al saber que todos aquellos que le conocen le dan por muerto, decide abandonar su vida y marchar lejos a cumplir los sueños que nunca pudo cumplir. Un viaje por las vidas que no pueden vivirse y por el sentido extraño que tiene a veces la aventura.

GE

Luisgé por Andrés F. Rubio

la misma ciudad
Todos los crímenes…
La mujer de sombra

Más libros: Toda una vida (La Pereza ediciones, 2014), Todos los crímenes se comenten por amor (Salto de página, 2013). Donde el silencio (Imagineediciones, 2013) es un libro de viajes con el que ganó el Premio Llanes, un libro que, según el autor, «recorre algunas zonas hermosísimas de España, como Los Ancares, el monte asturiano, Puebla de Sanabria o el sur de Lugo, habla de personas que en un determinado momento decidieron vivir en ese territorio del silencio que cada vez tiene menos espacio en nuestro mundo».

Luisgé Martín tiene un blog de obligada lectura: El infierno son los otros, una frase de Jean-Paul Sarte que le sirve al escritor para exponer sin tapujos su punto de vista.

La última cena

CENA

Falta un comensal para ser los doce de la última cena. Esta fue la última porque la celebramos el martes con el escritor Pablo Simonetti y el pintor José Pedro Godoy, recién llegados de Chile para hacer promoción, el primero, de su novela, Jardín (Alfaguara, 2014) y exponer, el segundo, su obra en ARCO. Una noche en la que escritores y allegados compartimos risas y confidencias en Tandem, un restaurante muy agradable en el Barrio de las Letras (dónde si no). Hago recuento de los comensales, de izquierda a derecha: Chema Sanjosé, Marta Sanz, José Pedro Godoy, Luisgé Martín, Pablo Simonetti, Axier Uzkudun, José Ovejero, Regina García, Palmira Márquez, Fernando Royuela y un servidor. Como la noche del Premio Nadal, en esta también me llevé a casa algo. Esta vez no fue un título o toda una editorial. Royuela y yo hablamos de esto y de aquello, y como corresponde a dos personas que se conocen desde hace unos cuantos años y que han compartido unos cuantos libros, como si el Vagabundear de Serrat pululara en el ambiente: «Harto ya de estar harto ya me cansé/de preguntarle al mundo por qué y por qué», Fernando recordó la canción de Ringo Starr: Stop and smell the roses, es decir: Párate y huele las rosas. Un motivo más que suficiente para reflexionar. Y creo que en eso estamos. Y como los dos somos pro Beatles, en este enlace que Fernando Royuela me mandó a la mañana siguiente se puede ver la historia de esa canción: http://es.wikipedia.org/wiki/Stop_and_Smell_the_Roses.


Fotos: En el centro Simonetti y Godoy protagonizan la portada de la revista chilena CARAS. A ambos lados Palmira Márquez contempla dos de los cuadros que Godoy expuso en ARCO.

DE LENGUAJE Y ARTE

26 de febrero de 2015
por Miguel Munárriz
1 Comentario

alfabeto

Mostramos tanta indiferencia por nuestro idioma que incluso en los medios de comunicación, habitualmente en las televisiones, asistimos cada día a un descalabro tras otro. Unas veces es un rótulo que resume lo que los conductores de los programas están diciendo, y donde hemos visto por ejemplo: «La hermana  de Tip nos habre las puertas de su casa». Otras, es el mismo busto parlante el que lo perpetra. Por ejemplo, hay pocos meteorólogos que no digan esta frase: «De cara al martes, el tiempo mejorará», cuando con decir simplemente que el martes, el tiempo mejorará, sería suficiente, o los periodistas que dan la noticia desde la calle: «Como pueden ver, el edificio que está detrás mío», cuando lo correcto sería «detrás de mí», etc., etc. Hace poco tiempo, uno de estos periodistas, mientras contaba que una persona se había herido a sí mismo para cobrar una indemnización, dijo que se «había autolesionado a sí mismo». El hablante mete la pata porque ni siquiera sabe que el prefijo Auto significa, en griego, precisamente, uno mismo, o sea que, según el informador, la persona en cuestión se autolesiona dos veces. Esto me lleva a las etimologías griega y latina, armazones del español, de donde proceden el 90% de las palabras que usamos a diario. Interesarse por esto es conocer el significado de las palabras si no se tiene a mano un diccionario, lo cual me lleva a recomendar los diccionarios con fruición, de los que alguien dijo que no se podía entrar en ellos a buscar una palabra sin que ésta te llevase a otra y otra más. Pero vuelvo a la etimología para ejemplificar lo que digo, y contar, por ejemplo, que todas las palabras que acaban en Teca tienen la misma finalidad, que es guardar algo, porque este sufijo griego significa Armario; así, biblioteca, hemeroteca y en ese plan. Solo tres ejemplos más: Atra significa «cuidar» o «que cuida», así que un pediatra es el que cuida a los niños, porque el prefijo de esa palabra significa niño (de donde viene pedofilia que es al amor a los niños, y amor viene por el sufijo filia…). Continúo: toda palabra que tenga el prefijo Ad es porque significa Añadido, así que las palabras que se formen con Ad, como adjunto, adherir…, pues eso. Y lo contrario se formaría con el prefijo Ab, que significa Separación, de ahí: ablación, abjurar y una palabra que sonó mucho hace unos meses: abdicar.

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Voy a jugar un poco: El prefijo Telos (Τέλος) significa Finalidad, Objetivo, es decir, el proceso hacia el que tiende algo que evoluciona. Una Teleología, por ejemplo, es un discurso que plantea un Fin, un Objetivo. Una concepción Teleológica de la Historia quiere decir que la humanidad camina hacia un objetivo concreto. Existe un prefijo parecido: Tele (τῆλε), que significa ”a distancia”, o «lejos» (por ejemplo, un Telescopio nos permite ver desde lejos -el sufijo Scopeo significa mirar-, o el Teleobjetivo de la cámara de fotos…),  así que si Teleología (que viene de Telos) es igual a Objetivo, Teleobjetivo (que viene de Tele y no de Telos) podría ser algo así como como objetivo de objetivo.

Pero basta de rizar el rizo, basta de retórica… aunque no, mejor nos metemos en retórica para hablar del Oxímoron, que, dentro de las figuras literarias consiste en armonizar dos conceptos opuestos. El significado del tercer concepto resultante hay que interpretarlo con sentido metafórico, porque sino sería absurdo.

Algunos ejemplos:

«Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente…» (Quevedo)
«Placeres espantosos y dulzuras horrendas» (Baudelaire)
«Mis libros están llenos de vacíos» (Augusto Monterroso)

Cuando hace años, en España, empezó a sonar la frase «Policía científica» hubo quien, con sentido del humor, dijo que eso era un oxímoron. Afortunadamente parece que actualmente está muy considerada.

 

LAS COMAS LAS CARGA EL DIABLO

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El oráculo de Delfos

Según coloquemos las comas, una frase tendrá un significado u otro. Como ahora Grecia está en el punto de mira informativo, traigo a colación a la Pitonisa del Oráculo de Delfos porque fue una manipuladora de tomo y lomo que se salía siempre con la suya, que no era más que acertar en el diagnóstico que le solicitaban los soldados antes de irse a una nueva batalla:

-Pitonisa, saldré hacia La Termópilas en dos semanas y querría saber si volveré vivo y victorioso.

¿Y porqué la Pitonisa acertaba en todas las ocasiones? Lo sabría si el soldado preguntón volvía vivo porque entonces le habría pronosticado:

-Irás, vencerás, no perecerás en el combate.

En cambio, si el soldado fallecía y su familia, iracunda, le exigía explicaciones, la Pitonisa recolocaba la coma y contaba que al soldado le había dicho esto:

-Irás, vencerás no, perecerás en el combate.

Suele pasarme que cuando estoy escribiendo, leo una noticia en la prensa o se me cruza la lectura de un fragmento de un libro que trata sobre el mismo tema, o parecido. En este caso, sin ser lo mismo que el buen uso de la coma, se aproxima. El domingo leí un reportaje en El País que se titulaba «La Biblia destripada por un científico», firmado por Manuel Ansede, del que entresaco lo que más me interesó para lo que estaba escribiendo. Se trata de una traducción al inglés de la Biblia, de 1631, en la que comieron la palabra No. Un No que se extravió en el versículo 14 del capítulo 20 de Éxodo, así que el Séptimo mandamiento quedó en que «Cometerás adulterio». En Irlanda ocurrió algo parecido en 1716, convirtiendo «go and sin no more» («no peques más») en «go and sin on more» («sigue pecando»). Las erratas suelen cometer estos estropicios.

 

TRES PINCELADAS SOBRE LOS ALBORES DEL ARTE MODERNO

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Grupo surrealista, con Bretón y Dalí en el centro. Foto: Anna Riwkin-Brick, Paris 1933

 

1. Apollinaire

El surrealismo es un movimiento artístico y literario que ha tenido, y tiene, muchísimos adeptos. La palabra se acuña en Francia en los años 20 del siglo XX: surrealismo, no subrealismo porque no es por debajo, sino que es sobre, por encima. Es más realismo, incluso es más allá del realismo, o más allá de lo tolerable.

Guillaume Apollinaire inventó el término en 1917 porque fue así como llamó a su obra de teatro, Las tetas de Tiresia. Drama surrealista, una obra provocadora, feminista y antimilitarista en la que cuenta la historia de Teresa, que cambia de sexo para obtener el poder entre los hombres con el objetivo (aquí vemos una cuestión teleológica) de borrar el pasado y establecer la igualdad de sexos. Ni qué decir que fue un escándalo.

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Escenografía del 2001 para la ópera Les mamelles de Tirésias, de Francis Poulenc, basada en la obra de teatro de Apollinaire.

 

Magritte
Un perro andaluz
Imagen digitalizada

 

2. Duchamp

Del mismo año 1927 es La Fuente, obra de Marcel Duchamp. El artista francés vivía en N.Y. desde 1925. Un tarde, caminando por la Quinta Avenida hacia Central Park, acompañado por el artista Joseph Stella y el coleccionista de arte Walter Arensberg, que era su mecenas, se quedó parado ante un escaparate de objetos sanitarios. Entró y compró un urinario de pared, un Bedfordshire de la JL Mott Iron Works. Duchamp lo cargó  hasta su estudio y lo firmó como R. Mutt, 1917.

Lo que hizo Marcel Duchamp es lo que en arte se conoce como readymade, o sea, utilizar una pieza ya existente -los franceses lo llaman objet trouvé, objeto encontrado que no se considera artístico; en el caso de La Fuente fue utilizar un urinario de porcelana como si fuera una escultura-. Aunque para la exposición colectiva a la que Duchamp presentó la pieza (con el pseudónimo) establecía que todas las obras serían aceptadas, la Fuente fue retirada. Hoy se considera un hito en el arte del siglo XX.

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Marcel Duchamp y su obra, La Fuente

 

3. Picasso

París, 1907. Con solo 25 años Pablo Picasso ya era considerado una estrella de la vanguardia. Un día fue a visitar a Gertrude Stein, con quien tenía una buena amistad, y allí se encontró con Matisse, que llevaba medio escondida entre la ropa, una pequeña escultura africana. Cuando Picasso la vio quedó maravillado, y ante la pregunta de dónde la había conseguido, Matisse, extrañado, le contestó que de una tienda de curiosidades. Picasso salió de la casa en un especie de trance en dirección al Museo Etnográfico de Trocadero para ver la colección de máscaras africanas. Los historiadores del arte fijan ese momento como fundacional, en el que supuestamente cambió el curso de la pintura y la escultura porque Picasso, al ver las máscaras, afirmó que había comprendido porqué era pintor. «Ese día debió inspirarme Las señorita de Aviñón».

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Fragmento de Las señoritas de Aviñón

 

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Detalle del cuadro y máscara fricana

 

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LUIS CERNUDA, ENTRE LA REALIDAD Y EL DESEO

19 de febrero de 2015
por Miguel Munárriz
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L. Cernuda- Firma

Pensaba escribir sobre Jaime Gil de Biedma porque se cumplen 25 años sin el poeta, aunque sean muchas más las razones que me impulsen a hacerlo. Pero he aquí que se me cruzó Luis Cernuda y he pensado que mejor empezar por el maestro. Un poeta que vive entre la realidad inalcanzable y el deseo insatisfecho. Un poeta donde encontramos memoria de las expectativas adolescentes, del placer efímero, de la frustración definitiva que busca el olvido, y hasta el olvido del olvido, que es la muerte. Una auténtica biografía espiritual.

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Luis Cernuda (Sevilla, 1902), vive hasta los 26 años en su ciudad. Publica su primer libro, Perfil del aire, en el 4º suplemento de la revista Litoral, de Málaga, en 1927. Así recuerda, un año después, Vicente Aleixandre su primer encuentro con él:

«Tenía el pelo negro, de un negro definitivo, partido en raya, con hebra suelta y lisa sobre su cabeza. La tez pálida, escueta la cara, con el pómulo insinuado bajo la piel andaluza. Dominaban allí unos ojos oscuros y un poco retrasados, tan pronto fijos, tan pronto vagos y denunciadores».

Todos los retratos insisten en dos aspectos: uno exterior, sobre su indumentaria, y otro interior, de su carácter, como los de Adriano del Valle o Juan Gil Albert, o este comentario de José Moreno Villa:

«Era entonces un jovencillo fino y tímido, muy atildado y muy triste. Sufría con las cosas materiales y con las de relación humana. Dicen que lloraba delante de los escaparates de prendas de vestir porque no podía comprarse unas camisas de seda; pero luego, yo le he visto casi llorar por no tener amigos ni nadie que le quisiese».

Salinas
La Seviila de Cernuda
Guillén

Quien mejor lo entrevé es Pedro Salinas, a quien pertenece una de las descripciones más agudas -y que más disgustó a Cernuda- de la personalidad del poeta:

«Difícil de conocer. Delicado, pudorosísimo, guardándose su intimidad para él solo, y para las abejas de su poesía que van y vienen trajinando allí dentro -sin querer más jardín-, haciendo su miel. La afición suya, el aliño de su persona, el traje de buen corte, el pelo bien planchado, esos nudos de corbata prefectos, no es más que deseo de ocultarse, muralla del tímido, burladero del toro malo de la atención pública. Por dentro, cristal. Porque es el más Licenciado Vidriera de todos, el que más aparta la gente de sí, por temor de que le rompan algo, el más extraño».

 


Estos y otros retratos parecidos crean la leyenda sobre Luis Cernuda como un hombre tímido, retraído, huraño e incapaz de mantener relaciones humanas satisfactorias. Es la leyenda a la que se refiere el poeta en una de las estrofas del poema «A sus paisanos», recogido en Desolación de la quimera (1956-1962):

«¿Mi leyenda, dije? Tristes cuentos/inventados de mí por cuatro amigos/(¿amigos?), que jamás quisísteis/ni ocasión buscásteis de ver si acomodan/a la persona misma así traspuesta./Mas vuestra mala fe los ha aceptado./Hecha está la leyenda…»

Tímido por naturaleza, educado en un ambiente rígido de definidos e inviolable valores religiosos, cívicos y morales, su fina sensibilidad choca en su adolescencia simultáneamente contra la impopularidad de su vocación poética y su tendencia sexual, inadmisible en la sociedad. El choque en este aspecto produce al principio un sentimiento de culpabilidad y vergüenza. Su trato con otras personas se hace cada vez más difícil; con la mujeres imposible. En una carta a Jorge Guillén desde Toulouse, la reacción negativa ante la mujer llega al extremo:

«…Y yo, que siempre tuve alguna dificultad en creer que una muchacha y yo, opuestos, claro está, coincidíamos en lo humano, aquí lo encuentro aún más absurdo. No puedo evitar, cuando veo, oigo, ahora a una mujer, ese temor instintivo del que entra en la casa de fieras…».

El resultado de esta situación es el progresivo retraimiento y aislamiento del poeta. Vive en una sociedad a la que no se siente pertenecer y a la que instintivamente repudia. La mentalidad de aquella España hace que la describa como «un país donde todo nace muerto, vive muerto y muere muerto» (Desolación de la Quimera). Su aislamiento hace que se vea «como naipe cuya baraja se ha perdido». Solo a través de la lectura de André Gide logra imponerse a su depresión espiritual, y se acepta como alguien diferente y marginado. Gracias a Gide, el poeta tiene el valor de reconocerse homosexual  -«Gide lo animó a llamar a las cosas por su nombre»-, dice Octavio Paz, y de aquí el título de uno de sus libros, Los placeres prohibidos, de 1931.

 SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera.
Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

 

Octavio Paz
La realidad…
Andre Gide

 

Cernuda elige la derrota social para mantenerse fiel a su auténtico ser, consiguiendo una victoria moral propia y la salvación de su integridad individual, a pesar de las consecuencias que esta decisión pudiera aportar. El mismo poeta lo explicará más tarde:

«Yo no me hice, y solo he tratado, como todo hombre, de hallar mi verdad, la mía, que no es mejor ni peor que la de los otros, sino solo diferente».

En defensa de su verdad, el poeta, inevitablemente, opone sus valores a los de la sociedad, desmantelando uno a uno los conceptos consagrados (sociales y religiosos), lo que le sume aún más en su aislamiento, irremediable y amargado, aunque ya plenamente aceptado y orgulloso. Su deseo erótico, por ser el que más ofende a la sociedad, se erige así en el tema principal de su actitud desafiante. Frente a la realidad, su deseo, aunque imposible y frustrado: este es el sentido más profundo del título de su obra completa, La realidad y el deseo, que publica en Madrid en 1936. Esta primera edición representa la poesía escrita diez años antes, y es un ciclo completo en el que la voz poética de Cernuda produce el fruto más logrado, coherente y unitario de toda su obra. Al sentirse diferente, el poeta se ve forzado a contemplar la realidad circundante, y hasta la propia, desde la soledad:

«Entre los otros y tú, entre el amor y tú, entre la vida y tú, está la soledad».

La soledad es, pues, una constante elegida y aceptada, ya que el poeta no puede evadirse de su aislamiento. Vacío, ausencia, olvido, lejanía, fugacidad del tiempo y de las cosas…, son algunos temas secundarios que se repiten en todos sus libros. La búsqueda de su verdad y el deseo de defenderla a toda costa hacen que el tema principal de toda la poesía de Luis Cernuda sea el amor. Teniendo en cuenta el carácter biográfico de esta poesía, el amor para Cernuda es la única realidad que justifica su existencia -como escribió en el poema anterior-, pero ese amor no es, sin embargo, este sentimiento impreciso que inspira tantas páginas de lo que llamamos poesía amorosa. El amor es una pasión cuya aspiración única es la posesión a través de un acto erótico, y además, es un amor homosexual que implica necesariamente una ruptura con el convencionalismo social, justificándose solo en una hipotética unión con el mundo natural:

 

TE QUIERO

Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;

Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;

Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;

Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino;

Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.

El deseo es una fuerza natural que le define como individuo y que, al mismo tiempo, le enfrenta con la realidad. La posesión de la realidad amada es por necesidad efímera e imperfecta, imposible a veces. El deseo es constante y firme. El conflicto entre realidad y deseo origina la tragedia íntima de Cernuda y está en el hecho de que falla lo que él defiende. La única alternativa posible es intentar fijar la realidad del amor dentro de la realidad de un poema, captar el instante fugaz y eternizarlo por la palabra. Pero así no es el amor, es el recurso del amor, lo que queda. Es el amor que era, es decir, la memoria del amor. En el trágico conflicto de la realidad inalcanzable y el deseo insatisfecho se consume la vida del poeta, quien nos ha dejado atormentadas páginas de poesía donde encontramos memoria de las expectativas adolescentes, del placer efímero, de la frustración definitiva que busca el olvido, y hasta el olvido del olvido, que es la muerte. Es la biografía espiritual del poeta.

DONDE HABITE EL OLVIDO
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.

 

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Isherwood
Auden

En la primavera de 1938, Luis Cernuda se va a Gran Bretaña, y en el otoño de 1947, a bordo del transatlántico que le lleva a América, escribe:

«Nada suyo guardaba aquella tierra/donde existirá. Por el aire,/como error, diez años de la vida/vio en un punto borrarse//(Adiós al fin, tierra como tu gente fría,/donde un error me trajo y otro error me lleva./Gracias por todo y nada. No volveré a pisarte.».

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Pero su estancia en Inglaterra y Escocia no fue tan negativa, como poco tiempo después ratifica en una carta a su amigo el profesor Eduard Wilson: «Quizá mi estancia allá ha sido la fase más rica de mi vida». La vida cultural y artística en Londres era como en las principales ciudades de Europa de entonces, no sometidas a totalitarismos, como el Madrid o la Barcelona de antes de la Guerra Civil. Fue invitado por Stanley Richarson, joven poeta que frecuentaba locales como El Café Royal o el Café de París, hervideros literarios de las noches londinenses, «espejos en las paredes, camareros con mandil blanco y paño al brazo, café con leche en largos vasos de cristal», los cuales frecuentaron Frank Harris, Oscar Wilde y Chesterton, y donde acude a las tertulias de los más jóvenes: Auden, Stephen Spender, Cristopher Isherwood y Dylan Thomas. Stanley Richarson estaba siempre en aquel ágora de las letras y las artes e invariablemente se sentaba el primero a la mesa donde estuviera Stephen Spender; saltaba enseguida a otra, se levantaba para saludar efusivamente a alguien que acababa de entrar en la sala y con igual rapidez, pero haciéndose notar, se ponía su abrigo color miel, lanzaba al aire una larga bufanda y salía del Café. Stanley muere allí mismo cuando una bomba destruye el local. Un amigo que había salido minutos antes contó que lo había dejado bailando y riendo, indiferente al intenso ataque aéreo. Cualquiera que fuese el grado de amistad alcanzado entre los dos hombres durante los viajes de Stanley a España, era evidente que las exageradas, estudiadas extravagancias del británico terminaron por irritar a Cernuda, quien pocas semanas después de su llegada a Londres, se presentó lívido en casa de Rafael Martínez Nadal para decirle:

«Ese Stanley Richarson es el ser más despreciable que he encontrado en mi vida. Como no pienso dirigirle la palabra le he dejado una nota. Me encuentra una habitación donde vivir independientemente y un trabajo en que ganarme la vida o regreso a París o me vuelvo a Barcelona».

Dylan Thomas
Café Royal. Londres
Martínez Nadal

La obra de Luis Cernuda ofrece un ejemplo notable de cómo el elemento autobiográfico predomina en la poesía de tono intimista. Ve la experiencia personal, el dato preciso, como realidad ineludible. Deliberadamente rehúye esas transformaciones para convertir algo nimio en pura materia poética. Íntimamente convencido de que nunca más volvería a ver tierra española, un día en que se encuentra en su residencia en Chapmans Garden, en Cambridge, redacta con notable serenidad su propia elegía, un testamento ológrafo, una declaración de última voluntad que el poeta lanza al futuro sin certeza de que será recogido como precario mensaje de un núfrago:

ELEGÍA ANTICIPADA

Por la costa del sur, sobre una roca
alta junto a la mar, el cementerio
aquel descansa en codiciable olvido,
y el agua arrulla el sueño del pasado.

Desde el dintel, cerrado entre los muros,
huerto parecería, si no fuese
por las losas, posadas en la hierba
como un poco de nieve que no oprime.

Hay troncos a que asisten fuerza y gracia,
y entre el aire y las hojas buscan nido
pájaros a la sombra de la muerte;
hay paz contemplativa, calma entera.

Si el deseo de alguien que en el tiempo
dócil no halló la vida a sus deseos,
puede cumplirse luego, tras la muerte,
quieres estar allá solo y tranquilo.

Ardido el cuerpo, luego lo que es aire
al aire vaya, y a la tierra el polvo,
por obra del afecto de un amigo,
si un amigo tuviste entre los hombres.

Y no es el silencio solamente,
la quietud del lugar, quien así lleva
tu memoria hacia allá, mas la conciencia
de que tu vida allí tuvo su cima.

Fue en la estación cuando la mar y el cielo
dan una misma luz, la flor es fruto,
y el destino tan pleno que parece
cosa dulce adentrarse por la muerte.

Entonces el amor único quiso
en cuerpo amanecido sonreírte,
esbelto y rubio como espiga al viento.
Tú mirabas tu dicha sin creerla.

Cuando su cetro el día pasa luego
a su amada la noche, aún más hermosa
parece aquella tierra; un dios acaso
vela en eternidad sobre su sueño.

Entre las hojas fuisteis, descuidados
de una presencia intrusa, y ciegamente
un labio hallaba en otro ese embeleso
hijo de la sonrisa y del suspiro.

Al alba el mar pulía vuestros cuerpos,
puros aún, como de piedra oscura;
la música a la noche acariciaba
vuestras almas debajo de aquel chopo.

No fue breve esa dicha. ¿Quién pretende
que la dicha se mida por el tiempo?
Libres vosotros del espacio humano,
del tiempo quebrantasteis las prisiones.

El recuerdo por eso vuelve hoy
al cementerio aquel, al mar, la roca
en la costa del sur : el hombre quiere
caer donde el amor fue suyo un día.

 

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L.C. 3º izquierda. En el centro. Carmen García Lasgoity y Manuel Altolaguirre con unas amigas Valencia, 1937

 Luis Cernuda muere en México D.F. el 5 de noviembre de 1963 y allí permanecen sus restos desde entonces

CARNE DE GALLINA

12 de febrero de 2015
por Miguel Munárriz
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Para Rosa Merás, actriz y productora teatral, a la que he visto luchar por Carne de gallina desde que era solo un proyecto ilusionante. Mi enhorabuena por el éxito tan merecido.


Carne de gallina, la película dirigida por Javier Maqua en 2002, y escrita exaequo con Maxi Rodríguez, tuvo una vida profesional demasiado corta que, a mi juicio, no merecía, y ha quedado como una pieza de culto para unos miles de seguidores, entre los que me cuento. El año del estreno yo trabajaba en la editorial Santillana y al llegarme la invitación comprobé que tenía un viaje de trabajo y que no podría asistir. Como quería tener alguna información sobre una película rodada en Asturias, que trataba el escabroso tema de la crisis de la minería, le di el pase a mi secretaria para que fuera ella y me contara después sus impresiones. Y me las contó. Me dijo exactamente esto: “No sé qué decirte, a ti te va a gustar. Dicen meca todo el tiempo”. Aquello me despertó aún más la curiosidad y en cuanto pude saqué mi entrada y fui a ver Carne de gallina a una de las salas del cine del Palacio de la Prensa, edificio en el que había vivido en un décimo piso a mediados de los 90.

La peli me gustó mucho y me sorprendió por lo irónica y combativa, por el aire berlanguiano y por ese arranque de la boda, tan poéticamente cómico y digno del Amarcord de Fellini. Contaba –y cuenta, porque la realidad que muestra el filme ha cambiado muy poco, o más bien ha empeorado- la vida de una familia que está económicamente hundida y que espera al lunes para cobrar de nuevo la pensión que el patriarca recibe por su pasado minero, además de la confianza depositada en acertar los 14 en una quiniela que juegan con la peña a la que pertenecen en el pueblo.

Afortunadamente para los incondicionales de esta obra, hay versión teatral y el resultado es que Carne de gallina lleva ya una temporada viviendo un éxito clamoroso, ya sea en el Teatro Filarmónica de Oviedo, en el Jovellanos de Gijón o en cualquier sala pequeña de cualquier ciudad a la que este grupo esforzado de cómicos la lleva.

Producida por «Teatro del Cuervo», «La Estampa Teatro» y Arteatro P. T.», la adaptación teatral de Carne de gallina es, en palabras de Maxi Rodríguez, su director,»más cruda que la película y un espejo crítico que ponemos delante de los espectadores».


Si en el cine la dirección de actores fue una de sus mejores bazas, no lo es menos en la versión para teatro: Sandro Cordero, Rosa Merás, Sergio Gayol, Concha Rodríguez, Carmela Romero, Roberto Carlos Suárez, Mario Alberto Álvarez y Jorge Moré son la combinación perfecta para representar esta renovada Carne de gallina: ritmo frenético, humor negro y la mejor ironía a la asturiana rezuma esta obra que hace creíble lo disparatado de la situación. En el fondo, esta obra es un bisturí que disecciona la realidad laboral de las cuencas mineras de Asturias que, desde que comenzó su crisis, no ha hecho más que caer en picado.

Carne de gallina fue tildada en su momento de localista, y yo me pregunto cómo se llama lo que han hecho Faulkner, Valle-Inclán, “Clarín” -o Harper Lee, autora de Matar un ruiseñor, que publica nueva novela-, y tantos otros novelistas y dramaturgos que han tratado lo universal desde la atmósfera de lo local. Yo he visto la película tres veces y la obra de teatro dos, en Las Rozas y en Mieres. Javier Maqua y Rosa Merás saben que soy un incondicional de Carne de gallina, así que les propongo que si un día les falla un actor que me llamen a mí porque me sé me memoria los diálogos. Y a propósito del falso localismo, no solo el argumento de Carmina y Amén también lo es, sino que es un calco del de Carne de gallina. Y si no, esta muestra: “Tras la súbita muerte de su marido, Carmina convence a su hija María de no dar parte de la defunción hasta pasados dos días y así poder cobrar la paga extra que él tenía pendiente. Durante esos dos días esconden el cadáver y disimulan su duelo en la cotidianidad de un bloque de pisos de un barrio humilde de Sevilla.

 

Javier Maqua
Rosa Merás
Maxi Rodríguez

 

NOTICIA DE LA NUEVA ESPAÑA (7 / 2/  2015)

Por P. TUÑÓN.- Con cinco galardones de los once que estaban en lid, «Carne de gallina» se convirtió en la obra triunfadora del panorama asturiano teatral. La cara de Maxi Rodríguez, su director y coautor, fue una de las más felices en la gala de los premios «Oh!», organizada ayer en el teatro Jovellanos de Gijón por la Asociación de Compañías Profesionales de Teatro y Danza de Asturias (Acpta). La compañía que ha llevado a los escenarios la adaptación teatral de la comedia cinematográfica de 2002, Teatro del Cuervo, fue otra de las grandes triunfadoras. Aunque la mención especial fue para el programador cultural de Gijón, Miguel Rodríguez Acebedo, que se llevó el «Oh!» de honor por su trayectoria.

«Carne de Gallina» fue erigida como mejor espectáculo frente a sus competidoras, «Casa de muñecas», de Teatro del Norte, y «Mujer», de Factoría Norte. Asimismo, la obra de Maxi Rodríguez, se alzó con otros cuatro galardones: mejor dirección (Maxi Rodríguez), mejor autor o coreógrafo (Maxi Rodríguez, Javier Maqua y Sergio Gayol), mejor intérprete masculino (Sandro Cordero) y mejor productor (Rosa Merás y Sergio Gayol). Teatro del Cuervo, compañía de «Carne de Gallina», también triunfó con «En un lugar en la galaxia», que se llevó los premios de mejor espectáculo infantil y mejor escenografía (Sergio Gayol y Alejandro Hidalgo).

 GIRA ESPECTÁCULO (2014)

  • – 21/22 SEPTIEMBRE OVIEDO, TEATRO FILARMONICA
  • ESTRENO.- 26 SEPTIEMBRE, TEATRO ALKAZAR, PLASENCIA
  • – 27 SEPTIEMBRE, SALA FEDERICO GARCÍA LORCA, LAS ROZAS DE MADRID (2 funciones)
  • 03 DE OCTUBRE, Teatro Carolina Colorado, ALMENDRALEJO
  • 22 NOVIEMBRE, AUDITORIO DE ATARFE, GRANADA
  • 29/30 NOVIEMBRE, TEATRE MUSICAL, VALENCIA
  • 5 DICIEMBRE, TEATRO PALACIO VALDÉS, AVILÉS
  • 7 DICIEMBRE, NUEVO TEATRO DE LA FELGUERA, LANGREO
  • 12 DICIEMBRE, TEATRO PRINCIPAL, ZAMORA
  • 26 DICIEMBRE, MIERES

GIRA del ESPECTÁCULO 2015

ENERO 2015

  • 17 ENERO, TEATRO BARAKALDO, VIZCAYA
  • 31 DE ENERO Y 1 DE FEBRERO, TEATRO JOVELLANOS,  ASTURIAS

             FEBRERO 2015

  • 5 FEBRERO AUDITORIO LEÓN
  • 6 FEBRERO TEATRO MUNICIPAL BERGIDUM, PONFERRADA
  • 7 FEBRERO, TEATRO MONLEÓN, LEGANÉS, MADRID
  • 8 FEBRERO, TEATRO JOSÉ MARIA RODERO,  TORREJÓN DE ARDOZ
  • 20, 21, 22 FEBRERO, TEATRO DEL MERCADO,   ZARAGOZA

MARZO 2015

  • 07 MARZO, TEATRO VALEY DE PIEDRAS BLANCAS, AVILÉS
  • 27 MARZO (POSIBILIDAD 28 ), SIERO
  • 28 MARZO, CASA CULTURA,  MIAJADAS,  EXTREMADURA

             ABRIL 2015

  • 11 ABRIL,  PUEBLA DE LA CALZADA
  • 17 ABRIL, T. BUERO VALLEJO, ALCORCÓN

MAYO 2015

  • 2 MAYO, CINE TEATRO RIERA, VILLAVICIOSA (Asturias)

JUNIO 2015

  • 20 JUNIO, LA HABA, EXTREMADURA

         JULIO 2015

  • 25/26 JULIO TEATRO PRENDES,  CANDÁS
  • Reservados 31 al 2 para un día en Colunga

OCTUBRE 2015

  • 17, 18 OCTUBRE  TEATRO ECHEGARAY, MÁLAGA

DICIEMBRE 2015

  • 19 DICIEMBRE, AUDITORIO BARAÑAIN, NAVARRA

 

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Cartel de la obra teatral

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Miguel Munárriz

Ayer fue miércoles
toda la mañana

He decidido salir a la palestra cada jueves. Este blog se llama “Ayer fue miércoles toda la mañana”, en honor al poeta Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), que escribió este poema que comienza con ese verso y que en el siguiente le da la vuelta: “Por la tarde cambió: se puso casi lunes”.

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